6. Epilogo. Desprecios en Stansted y en
Easy Jet.
El desembarco, sin problemas, estábamos
ya en tierra a las 7,30 de la mañana. Un coche, que habíamos alquilado, nos
esperaba en el muelle. En un rápido viaje por las autopistas inglesas
(gratuitas), para las 10 de la mañana entrábamos con nuestras maletas al aeropuerto de
Stansted. Localizado el mostrador para depositar las maletas (habíamos sacado
por Internet la tarjeta de embarque en la fila dos, luego con una preferencia
en embarque), nos comunican que dentro de veinte minutos aproximadamente, se
abrirá el embarque. La hora de salida del vuelo era a las 13,20. En pantalla
marca “please wait”. Pasada una hora larga de espera y continuando la indicación
de “please wait”, pregunto, con la mejor de las sonrisas, cuando iba a comenzar
el depósito de maletas para el vuelo de Bilbao. La señora, tras el mostrador,
me responde que ya está abierta y ante mi indicación de que el marcador muestra
que sigamos esperando, se limita a levantar los hombros.
Llegamos al mostrador con nuestras tres
maletas, ya determinadas en nuestra compra, pero calculamos un peso de 40 kilos
en la tres y sobrepasaba en seis, con lo que nos pidió 66 libras , once por kilo.
Retiramos las maletas, nos deshacemos de lo que podemos y metemos en el
equipaje de mano todo lo posible. Así y todo sobrepasamos de dos kilos los 40
contratados y la buena señora nos obliga a pagar 22 libras de sobrepeso.
Todo legal. Nada que objetar, pero ganas no le quedan a uno de volver con ellos
cuando ya ha pagado un plus por rápido embarque.
Nos dirigimos al control de la policía.
Las colas son enormes, como es habitual en Gran Bretaña. Por los altavoces
repiten constantemente que los líquidos y cremas de más de 100 ml. deben ir en
unas bolsas separadas. El control es estúpidamente exhaustivo. El cinturón, el
dinero, el reloj, el móvil, la chaqueta etc., etc. A las mujeres los zapatos.
Al cabo de no sé cuanto tiempo pasamos el control. Son las 12, 15. Llevamos dos
horas y cuarto en el aeropuerto. Hemos desayunado a las seis de la mañana y
tenemos la mala idea de querer comer una hamburguesa. El modo británico de
servir supone que primero hay que hacer cola para pagar y después te llevan lo
pedido a tu mesa. Ya sin prisas pues ya han cobrado. Como tardan en traer el
pedido me levando y leo en la pantalla, a las 12,30, que nuestro vuelo esta
embarcando: “boording”. Me pongo nervioso, pues en la tarjeta de embarque se
dice expresamente que “las puertas se cierran treinta minutos antes de la
salida del vuelo” (copio textualmente) y sin esperar las hamburguesas nos
dirigimos a la puerta de entrada. De nuevo megafonía a tope dando las
indicaciones de embarque. A las 13,00, luego veinte minutos antes de la salida
del vuelo, tras hacer otra cola y, tras mostrar dos veces que yo soy yo, (a la
azafata en la puerta de embarque, nº 11, y a la que me recibe en la puerta del
avión) estoy ya sentado en mí asiento. La puerta de embarque se cierra a las
13,20, justo a la hora de salida, habiendo acogido pasajeros, hasta ese
momento. Eso sí, inmediatamente después, el avión comienza a moverse para
dirigirse a la pista de despegue.
Una chica que viajaba en nuestra fila se
cabrea pues a ella, en un vuelo anterior al que llegó con 25 minutos de
adelanto le dijeron que ya estaba cerrado, sacaron su maleta de la bodega del
avión, y la obligaron a comprar un nuevo billete.
Ya dentro del avión una azafata
impertinente, desagradable y malencarada, auténtica señorita Rotenmeyer, que no
sabe una sola palabra de castellano, no para de hablar, incluso cuando por
megafonía están dando instrucciones o avisos en castellano que ella corta
descaradamente. Los pasajeros muestran su malestar sin que le importe un
rábano.
Esta ha sido la peor experiencia de todo
nuestro viaje. La única en realidad. Llegamos al aeropuerto con más de tres
horas de adelanto y no pudimos ni comer una simple hamburguesa faltos de tiempo
por la ineficacia y rigidez en el peso de las maletas de Easy Jet, y la estupidez
y mala educación del Ministerio de Interior británico que no coloca el número
controladores necesarios a la afluencia de pasajeros. Es tal su desvergüenza
que, hace años, en una interminable cola de Heathrow había avisos indicando que
el personal de control hacía su trabajo y un gesto contra ellos podría suponer
una sanción que, con la parsimonia flemática de los británicos, suponía la
perdida del vuelo. Creo que la vergüenza (o los Juegos Olímpico, vaya Ud. a
saber) será la causa de que los hayan eliminado.
Cada día detesto más las buenas maneras
que esconden un desprecio real a las personas.
Es la diferencia entre la “politesse” y la educación.
El domingo para las seis de la tarde
estamos en casa. Dejo pasar un día para que se me pase un poco el cabreo por la
mala educación de los británicos y cierro estas líneas.
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