Atravesando el Atlántico
5.-. El último día en el buque
Una señora inglesa que lleva tres meses
en el buque, y ha entrado en conversaciones con Koruko, se desazona pensando
que al llegar a su casa (habita una pequeña localidad alejada de Londres que
solamente ha visitado un par de veces en su vida) le corresponderá entrar en el
“run run” díario: la colada, la comida, el marido dando vueltas por la casa preguntado
que qué hay para comer, la vecina, los hijos, etc., etc. Lleva tres meses a
cuerpo de rey (de rey de los de antes, pues ahora que se ha abierto la veda del
Borbón debe ser otra la vida de rey) y mañana, al desembarcar volverá a la
cotidianidad de la vida.
Otra persona, catalana ella, con frágil
salud de hierro, se embarca el día 15 o 16 de este mismo mes de abril, para un
crucero de 42 días por el Sur Este asiático. Ninguna de estas dos mujeres
parecen pertenecer a la categoría de lo que podríamos llamar multimillonarios
(que los hay o así parecen en el pasaje de este crucero) pero sí que disponen
de dinero para poder pasar largas temporadas en el crucero donde, si se sabe
controlar las bebidas, son, de verdad, todo comprendido. Y puedes lavar y planchar
tú mismo la ropa y en la mesa te sirven, de oficio, agua con hielo de muy buena
calidad, gratis. De ahí que el último día sea como de fin de fiesta, de
preludio adelantado de una vuelta a la normalidad. El crucero, al menos este
crucero, es vivir unos días sin ruidos (apenas hay avisos por altavoces), en
espacios bien aislados de tal suerte que la música de un enclave no se oye
veinte metros allá, con un servicio atento, sin ser servil. Si además tienes un
móvil como el mío, de ante, ante,… ante penúltima generación tienes la
seguridad de que nadie te vaya a perturbar. Nunca tenía cobertura.
Pero mañana hay que desembarcar. Y el
viernes 12, a
las 9,00 una conferencia en Chiclana de la Frontera …
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