Atravesando el Atlántico
2.-. La vida en el buque
En el buque hay muchas personas de edad
muy avanzada. Más de 80 que de setenta y sesenta años. Alto standing que se
muestra particularmente en la vestimenta exigida para la cena, a partir de las
18 horas: formal casual, elegant, gala… En estos últimos casos hay más hombres
con smoking que con pajarita. Los menos con corbata. Las mujeres (damas las
denominan) con vestido largo. Koruko estaba espléndida en un vestido color rosa
- granate semi oscuro de una pieza con impecable caída, marcando sin marcar, y
un foulard a juego, sujeto con un rosetón sumamente elegante. Buenas maneras en
todo momento, “plenty of sorrys, and excused”. Agradable, pero no es mi mundo.
Prácticamente la única gente joven del
barco es la del servicio del restaurante y de las habitaciones, y algunas
instrumentistas (particularmente un cuarteto de chicas jóvenes, aunque sin alma
musical) algún pianista de los de “hilo musical”, músicos de jazz que aprecio
más (esos músicos, no la música pues prefiero la denominada clásica), así como
una harpista de juego más delicado que armónico, aunque lo mejor del barco. Es
siempre música de salón, incluso (sobretodo para mí) cuando interpretan
algunos de los “tubes” de Mozart, Vivaldi,
etc. Un día anunciaron a las 2 p. m, una concierto de piano con música clásica.
Pero a esa hora aún no habíamos terminado el almuerzo.
Tras insistir, logramos una mesa para
dos. K. hubiera preferido otra mesa para poder conversar con la gente y
establecer nuevos contactos. Mis limitaciones con el inglés, y mi forma de ser,
se imponen y, al final, nos dan una mesa de cuatro para los dos solos, la 340,
para todo el trayecto. Lo agradezco. En la primera cena nos colocaron en una
mesa con una americana con la que Koruko se enrolló bien y con una catalana
absolutamente insoportable, que aguanté por mor de la cortesía. Viajaba sola y
durante toda la travesía nos preguntábamos qué haríamos si, por azar, la
colocaban sola en una mesa de dos personas al lado de la nuestra de cuatro.
Afortunadamente tal evento no se produjo. Después supimos que todos la rehuían.
Para mí la frontera lingüística fue
importante. No entiendo bien lo que me dicen y mis expresiones son muy
limitadas. No pasamos de banalidades y, a la postre, la conversación se me han
ininteresante y penosa. Y me cansa mucho.
La comida, servida en un restaurante con
un servicio muy profesional, era exquisita aunque no muy abundante. Pero no hay
miedo de “pasar hambre”. Hay una especie de snack abierto todo el tiempo. A
veces lo visitaba para un poco de fruta y algún pecadito en forma de loncha de
jamón curado. Sin pan y con agua. Pero en el almuerzo y en la cena tomamos una
copa de vino. Un sauvigon blanco de la Cunard , muy digno, a menos de 7 dólares la copa
(más impuestos que cobran de oficio y gratuitys que nunca añado) y, sobretodo,
un tinto pinot noir de Nueva Zelanda que ya descubrí en el restaurante del
hotel que será el segundo vino que suba a mi blog (Hurter´s Pinot Noir 2011,
Marborough, New Zeland). 56 Dólares la botella, impuestos incluidos nos da para
dos cenas. Vino muy recomendable. Pese a sus 13,5 grados, es peligrosamente
delicado en boca, luego fácil de beber, pero con suficiente personalidad. Y es
“rico”, agrada paladearlo antes de engullirlo.
Organizan diversas actividades cada día.
A veces no voy por el idioma (conferencias sobre viajes, por ejemplo, catas de
vinos y de whisky…) o porque el tema no me interesa: cursos de bridge,
introducción al facebook, cursos de bailes, de
costura… o porque están restringidos a homosexuales, a LBTH, o a
masones. Los hay también para cristianos con misa diaria incluida, así como
servicios para judíos pero aquí es la frontera lingüística la que no me anima
(por no decir impide) asistir. Pero me queda la conversación con K, la escritura
y la lectura.
Después de la cena acostumbramos a
sentarnos en una gran sala a ver bailar al personal. Yo que soy un negado para
el baile, admiro, con una pizca de envidia (una pizca solamente) la gracia de
una pareja deslizándose al son de la música, intercambiando al unísono los
ritmos, deteniéndose incluso para reanudar el baile con otras figuras
estilísticas. Nos llamó la atención la presencia de hombres de edad avanzada,
más cerca de los ochenta que de los setenta, que, contratados por la naviera,
sacaban a bailar a las señoras, todas enjoyadas en sus vestidos de noche,
conformando parejas de baile que, no pocas veces, se nos aparecían como parejas
entrañables. Seguíamos los bailes durante una larga hora, el tiempo que hacia
durar menos de medio dedo en horizontal de un Talisker, o algo más de Bombay
Saphire, o de un Chartreuse verde, acordándome siempre de mi dietista. Hace
muchos, muchos años, que es la gordura y no el bolsillo, como cuando era joven,
quienes controlan mi bebida. Si fuera verdad que la naturaleza es sabía yo
sería un borracho. Natural y habitualmente borracho.
La habitación confortable y las camas
mullidas y consistentes. Dormimos bien.
No hay comentarios:
Publicar un comentario