Impresiones tras un viaje en EEUU (5)
(La filiación de parejas del mismo sexo)
Una noche, una antigua amiga de Koruko hizo, a propósito, el
desplazamiento desde Washington para cenar con nosotros. Escogió un agradable
restaurante griego pegado a Carnegie Hall. Ella interpreta el ccllo y a mi se
me pusieron en ebullición las neuronas musicales cuando evocaba históricos
conciertos de Horowitz, Stern, Rostro, Menuhim y tantos en la sala próxima de
cien metros de donde me encontraba.
La amiga de Koruko ha tenido una sexual complicada. Vivió con otra
mujer varios años hasta que, ya mayor, encontró un hombre con quien quiso tener
un hijo. Sin conseguirlo por el procedimiento habitual. Decidieron fecundar el
ovulo de un chica joven israelita (son de esa confesión religiosa) con el
espermatozoide de su marido y implantarlo en su seno dando a luz un chico que
nos acompañó en la cena. Todo el proceso de fecundación y nacimiento de su hijo
lo supe por ella misma, estando su hijo, de unos 9 años de edad en la mesa.
Todo esto, y más experiencias y conversaciones de este viaje, me llevan a
comentar la cuestión de la filiación en parejas del mismo sexo.
Hace años, cinco o más, no más, abordé esta cuestión leyendo la
tesis doctoral de una universitaria francesa, cuyo nombre no tengo a mano
escribiendo en el crucero, que hizo un “status cuestiones” del tema a tenor de
lo publicado hasta la fecha. Su conclusión final era que no había diferencias
significativas en la consistencia sicológica e inserción social de los hijos
con padres del mismo sexo en comparación con los hijos de los padres de
diferente sexo. Quedaba una duda, de todas formas: hasta qué punto la muestra
de personas del mismo sexo era comparable con la muestra de las personas de
diferente sexo. Se hipotetizaba que, al menos en los primeros casos de
filiaciones de parejas del mismo sexo, dada su rareza estadística, suponía unas
parejas adultas de alto nivel cultural, fuerte personalidad, alto
convencimiento de la bondad de su proyecto y gran dedicación al cuidado de sus
hijos. La comparación para ser científicamente válida, debía hacerse con
parejas de diferente sexo pero con idénticas características socio-demográficas
a las de las parejas del mismo sexo. Lo que en el trabajo arriba mentado, no
siempre era el caso. De ahí la precaución metodológica de la autora.
Con esta idea de base me he quedado, a falta de haber profundizado
suficientemente en este tema, que tampoco ocupa un lugar preferente en mis
preocupaciones que, dada mi edad, es cada vez más selectiva. Pero algo más me
atrevo a decir. En diciembre del año pasado, 2012, asistí en Madrid a un
Congreso sobre familias, Congreso que estaba muy en la onda marcadamente
positiva de los nuevos modelos de uniones familiares, y crítico, a veces
veladamente, a veces abruptamente, hacia los posicionamientos de la Iglesia Católica.
Una de las personas intervinientes, cuyo discurso seguí en su totalidad y, que
en el almuerzo posterior tuve cerca y con quien pude intercambiar algunas
palabras, me produjo una muy positiva impresión. Era una profesora catalana,
Elisabeth Vendrell, Presidenta de la asociación FLG catalana, lesbiana y
viviendo con otra mujer, desde hace varios años y que habían, creo que
adoptado, tres hijos (no recuerdo su sexo). Además de teorizar sobre la
cuestión de la vida familiar, luego de adultos y menores, de parejas lesbianas,
nos hablo, a grandes rasgos de la educación y de la vida de sus hijos. Insistió
que no querían trasladarles su condición lesbiana, por ejemplo en la selección
de lecturas, juegos y amistades. Pensé en seguir con el tema pero la conclusión
de otro libro mío hizo que lo aparcara y ahí quedara.
Hasta reaparecer en Nueva York, después en Providence y una
conversación con los catalanes que encontramos en el crucero y la stewart en
lengua castellana que resultó ser de una localidad próxima a Lille y
residiendo, cuando no está dando la vuelta al mundo a bordo de un crucero, en
Barcelona. Me quedé con las ganas de saber más de su vida personal. Paro
vayamos por partes.
El marido de Betsy, Adam, es médico pediatra. De hecho ambos son
médicos y Adam, con la especialidad referida, lleva también la dirección del
pediátrico del hospital donde trabaja. Al abordar el tema de la filiación de
los hijos de parejas del mismo sexo, con rotundidad afirma que él no ve
diferencia alguna en la forma de ser y de crecer en los menores y adolescentes
según sean sus padres del mismo o diferente sexo. Betsy afirma que, a veces, incluso, los hijos de
parejas del mismo sexo crecen mejor. Intervengo diciendo que, excluyendo toda
objeción ideológica por mi parte, mantengo que, a falta de más trabajos
científicos, no puedo excluir la duda del sesgo metodológico que arriba he
apuntado. Adam y Betsy reconocen que ese sesgo es posible, especialmente en los
primeros tiempos y me preguntan cuanto tiempo hará falta para solventar
definitivamente la duda del sesgo metodológico, por un lado. Además me
preguntan si será preciso, también, esperar que la extensión del matrimonio entre
personas del mismo sexo, y la legalización de la adopción (o procreación
mediante fertilización “in vitro” o madres gestantes etc.) en esas parejas
adquiera niveles planetarios, para levantar la duda metodológica. Respondo que,
personalmente, levantaría la duda del sesgo metodológico en unas tres
generaciones limitadas a los primero ámbitos geográficos donde la posibilidad
del matrimonio y adopción por parejas del mismo sexo es posible. En esas
acabamos la conversación.
En el crucero, en un almuerzo entre pasajeros de idioma español,
al que se presentaron cuatro catalanas, la responsable de viajeros en francés o
español, Corinne, Koruko y yo (después supimos que había al menos otra pareja,
un hombre de San Sebastián casado con una chilena, ya jubilados, y que vivían
en Viña del Mar en Chile, en N.Y y en Gros en Donosti), se suscito el tema, no
recuerdo a santo de qué. Las catalanas, especialmente la que llevaba la voz
cantante sostenía que no veía problemas en el reconocimiento legal, a todos los
efectos, de las parejas del mismo sexo, pero que el matrimonio era algo entre
un hombre y una mujer y, por supuesto, rechazaba la adopción por personas del
mismo sexo. Koruko y yo defendimos el punto de vista que arriba he apuntado y
Corinne insistió en otros dos puntos.
Por un lado manifestaba su preocupación por la multiplicidad de
parejas que, en la actualidad una persona podía tener a lo largo de su vida, en
más de un caso engendrando descendencia, de tal suerte que, en muchos casos, en
demasiados, los hijos ya no crecían, luego se educaban, con sus padres
naturales. Pero quizás insistió más, y con mayor grado de preocupación, en la
posibilidad genética de tener “hijos a la carta”, mediante un mercado de
sémenes y vientres de alquiler de bellas y sanas chicas provenientes de
diferentes lugares del mundo y de condición socioeconómica baja. En otras
palabras, que la procreación se iba a convertir, pura y simplemente en un
negocio en el que las personas de alto nivel económico iban a pedir “niños
rubios con ojos azules” etc. El tema daba para más pero ya éramos los últimos
en el comedor y Corinne nos señaló que debíamos dejarlo ahí y nos levantamos de
la mesa.
Eskerrik asko! Javier, por estos cinco magníficos relatos. He disfrutado mucho con su lectura y me han dado para pensar.
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