lunes, 8 de abril de 2013

En el mar (1): la salida de N.Y


Una semana en medio del Atlántico

En esta segunda serie de nuestro viaje por EEUU y vuelta a Europa a través del magnífico crucero de Cunard Queen Elisabeth II, me voy a limitar a unas notas que la travesía me ha suscitado. Notas redactadas durante la travesía excepto el último apartado. Aunque volveré al tema, dos palabras de entrada sobre el buque y sus gentes. El buque es magnifico. De lujo. Nunca había viajado con tantas y  tan buenas atenciones aún haciéndolo en lo que cabe denominar clase turista en este buque, aunque nuestro camarote tenía terraza al mar. Como encargamos el billete con muchos meses de antelación, obtuvimos un magnifico camarote a un precio asequible. La travesía N.Y - Southampton y viceversa es la más económica de la compañía pues no se detienen en ningún puerto. Debimos ser de los primeros en apuntarnos.  


Distinguiré cinco puntos y un epilogo

1.-. La salida de Nueva York

2.-. La vida en el buque

3.-. Easter Day: Domingo de Pascua

4.-. El océano: finitud e infinitud

5.-. El último día en el buque

Epilogo: El desprecio al pasajero de las autoridades británicas en el aeropuerto de Stansted, y el del personal de Easy Jet.

1.-. La salida de Nueva York

Embarcamos en el muelle 88, el sábado 30 de marzo, a eso de las 14,30 en el Queen Elisabeth II, crucero de bandera británica, para una travesía de 8 días hasta el domingo 7 de abril que atracaremos en Southampton, temprano a la mañana, para poder coger el vuelo de las 13,20 de Easy Jet en Stansted hacia Bilbao.

Logramos un buen camarote con más del 30 % de descuento, sencillamente por haberlo reservado nada más abrirse el periodo de reserva. Para su publicidad indican que se puede viajar desde 670 €, todo comprendido excepto las bebidas y las inevitables tasas de los países anglosajones donde te pasas la vida haciendo sumas. Contando el dinero. Por algo la City y Wall Street son el pulmón financiero del mundo o, quizás mejor, el pulmón del mundo. Viven para el dinero. En fin…De hecho, así conseguimos un magnifico camarote de los tres o cuatro que ofertaban a ese precio.

La salida desde Nueva York hasta alta mar es espectacular. Solamente esa larga hora merece el viaje, “vaut le voyage” que dirían en la guía Michelín. Ver desfilar frente a ti, y tu cámara, el enjambre de rascacielos, la larga línea de las calles engullidos entre altas torres, cual desfiladero del Cares, donde, de pronto se divisa el Empire State Center, la maravillosa finición del edificio Chrisler, Battery Park hasta que, cual inmenso falo orgulloso se yergue la gran torre que sustituye a las Gemelas derribadas el 11 de Septiembre. Me fascina su presencia, más aún que viéndola desde tierra. Cuando avanzamos a su altura, una mujer, que después comprobamos era pasajera, interpreta en su gaita celta la melodía del soldado muerto, o algo así: esa melodía que escuchábamos de críos en las películas de vaqueros cuando recordaban a un muerto. Se hace el silencio en la cubierta del Queen. Algunos aplauden. Fue un momento extremadamente emotivo. (Pero no pude no pensar, como los días siguientes al atentado, el 2001, que otros muchos también habían muerto en otros atentados – el holocausto de Nigeria era reciente con cerca del millón de muertos a hachazos y machetazos- en medio de la indiferencia casi total).

Con el punto y aparte no dejo atrás la evocación del 11 de septiembre. La Torre la persigue pues, con el alejamiento del buque, se intensifica su presencia. Su elevada silueta se destaca cada vez más con la distancia. Tras dejar a un lado la Estatua de la Libertad y volver la vista a Nueva York, la Torre de la Libertad (me sale llamarla así) nos acompaña. Imposible perderla de vista. Se yergue sobre las demás. Destaca por su altura, por la oquedad que la  circunda. Más aún, nos interpela. Nos dice que ahí pasó algo grave. Que unos musulmanes decidieron derribar dos torres erguidas, símbolo del poder de Occidente y que ellos sentían como una dolorosísima herida en su orgullo. Tanto que les llevó a abatirlas, provocando la muerte de más de 3.500 personas y las suyas propios, como víctimas propiciatorias del Islam humillado. Entendían que, gracias a ellos, el Islam si no redimido, sí era parcialmente resarcido. Haber construido ahí una inmensa torre donde hubo dos derruidas, puede (y debe) significar el triunfo del hombre libre y tolerante con el diferente, (sea cristiano, musulmán o judío, etc.) sobre el hombre orgulloso y excluyente del otro (sea también cristiano…etc.). Con estos pensamientos veo alejarse, ya en alta mar, la que quisiera fuera la nueva Torre de la Libertad de Nueva York.  

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