Una semana en medio del Atlántico
En esta segunda serie de nuestro viaje por EEUU y vuelta a Europa
a través del magnífico crucero de Cunard Queen Elisabeth II, me voy a limitar a
unas notas que la travesía me ha suscitado. Notas redactadas durante la travesía
excepto el último apartado. Aunque volveré al tema, dos palabras de entrada
sobre el buque y sus gentes. El buque es magnifico. De lujo. Nunca había
viajado con tantas y tan buenas
atenciones aún haciéndolo en lo que cabe denominar clase turista en este buque,
aunque nuestro camarote tenía terraza al mar. Como encargamos el billete con
muchos meses de antelación, obtuvimos un magnifico camarote a un precio
asequible. La travesía N.Y - Southampton y viceversa es la más económica de la
compañía pues no se detienen en ningún puerto. Debimos ser de los primeros en
apuntarnos.
Distinguiré cinco puntos y un epilogo
1.-. La salida de Nueva York
2.-. La vida en el buque
3.-. Easter Day: Domingo de Pascua
4.-. El océano: finitud e infinitud
5.-. El último día en el buque
Epilogo: El desprecio al pasajero de las autoridades británicas en
el aeropuerto de Stansted, y el del personal de Easy Jet.
1.-. La salida de Nueva York
Embarcamos en el muelle 88, el sábado 30
de marzo, a eso de las 14,30 en el Queen Elisabeth II, crucero de bandera
británica, para una travesía de 8 días hasta el domingo 7 de abril que
atracaremos en Southampton, temprano a la mañana, para poder coger el vuelo de
las 13,20 de Easy Jet en Stansted hacia Bilbao.
Logramos un buen camarote con más del 30
% de descuento, sencillamente por haberlo reservado nada más abrirse el periodo
de reserva. Para su publicidad indican que se puede viajar desde 670 €, todo
comprendido excepto las bebidas y las inevitables tasas de los países
anglosajones donde te pasas la vida haciendo sumas. Contando el dinero. Por
algo la City y
Wall Street son el pulmón financiero del mundo o, quizás mejor, el pulmón del
mundo. Viven para el dinero. En fin…De hecho, así conseguimos un magnifico
camarote de los tres o cuatro que ofertaban a ese precio.
La salida desde Nueva York hasta alta mar
es espectacular. Solamente esa larga hora merece el viaje, “vaut le voyage” que
dirían en la guía Michelín. Ver desfilar frente a ti, y tu cámara, el enjambre
de rascacielos, la larga línea de las calles engullidos entre altas torres,
cual desfiladero del Cares, donde, de pronto se divisa el Empire State Center,
la maravillosa finición del edificio Chrisler, Battery Park hasta que, cual
inmenso falo orgulloso se yergue la gran torre que sustituye a las Gemelas
derribadas el 11 de Septiembre. Me fascina su presencia, más aún que viéndola
desde tierra. Cuando avanzamos a su altura, una mujer, que después comprobamos
era pasajera, interpreta en su gaita celta la melodía del soldado muerto, o
algo así: esa melodía que escuchábamos de críos en las películas de vaqueros
cuando recordaban a un muerto. Se hace el silencio en la cubierta del Queen.
Algunos aplauden. Fue un momento extremadamente emotivo. (Pero no pude no
pensar, como los días siguientes al atentado, el 2001, que otros muchos también
habían muerto en otros atentados – el holocausto de Nigeria era reciente con
cerca del millón de muertos a hachazos y machetazos- en medio de la
indiferencia casi total).
Con el punto y aparte no dejo atrás la
evocación del 11 de septiembre. La
Torre la persigue pues, con el alejamiento del buque, se
intensifica su presencia. Su elevada silueta se destaca cada vez más con la
distancia. Tras dejar a un lado la
Estatua de la
Libertad y volver la vista a Nueva York, la Torre de la Libertad (me sale
llamarla así) nos acompaña. Imposible perderla de vista. Se yergue sobre las
demás. Destaca por su altura, por la oquedad que la circunda. Más aún, nos interpela. Nos dice
que ahí pasó algo grave. Que unos musulmanes decidieron derribar dos torres
erguidas, símbolo del poder de Occidente y que ellos sentían como una
dolorosísima herida en su orgullo. Tanto que les llevó a abatirlas, provocando
la muerte de más de 3.500 personas y las suyas propios, como víctimas
propiciatorias del Islam humillado. Entendían que, gracias a ellos, el Islam si
no redimido, sí era parcialmente resarcido. Haber construido ahí una inmensa
torre donde hubo dos derruidas, puede (y debe) significar el triunfo del hombre
libre y tolerante con el diferente, (sea cristiano, musulmán o judío, etc.)
sobre el hombre orgulloso y excluyente del otro (sea también cristiano…etc.).
Con estos pensamientos veo alejarse, ya en alta mar, la que quisiera fuera la
nueva Torre de la Libertad
de Nueva York.
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