domingo, 25 de octubre de 2020

Los Intelectuales y España. Entrevista a Javier Elzo

 

Los intelectuales y España. Javier Elzo

 

(Entrevista publicada en El Mundo el 24 de octubre de 2020)

 

Catedrático emérito de Sociología de la Universidad de Deusto, Javier Elzo

(Beasáin, 1942) es uno de los mayores expertos en nuestro país sobre cuestiones como valores de la juventud, religiosidad en la sociedad española, drogas, nacionalismo o ETA. Con un nuevo libro ‘en el horno’,

sufre las secuelas que le ha dejado el coronavirus. Y no dejan indiferentes sus opiniones sobre la lucha contra la Covid.

 

POR EDUARDO ÁLVAREZ

FOTO JUSTY GARCÍA

 

 

Profesor de Sociología durante varias décadas y articulista habitual en prensa, es responsable o coautor de numerosas obras. Entre otros libros, ha publicado ‘El silencio de los

adolescentes’ (2000), ‘Jóvenes españoles’ (2005) o ‘Tras la losa de ETA’ (2014).

 

«Lo sanitario no puede ocultar todo lo demás en la gestión de esta pandemia»

 

Pregunta.– Sigue con secuelas por el coronavirus. La suya ha sido una experiencia realmente dura.

Respuesta.– Ingresé en la policlínica de San Sebastián el 19 de marzo y estuve aislado más de 10 días con un pronóstico muy preocupante. Los médicos no sabían del virus nada entonces. Me dijeron que tocara madera. Es la primera vez en mi vida que he sentido que la muerte podía estar cerca. Tuve que echar mano de recursos personales y religiosos para afrontarlo.

P.– Pidió que en ningún caso le ingresaran en la UCI.

R.– En la UCI a uno le intuban y deja de tener en contacto con la gente. Hay personas que han pasado así muchos días y otras que, por desgracia, han muerto. En Holanda adoptaron un protocolo


 

 

que aquí se transmitió mal tachándolo poco menos que de eutanasia. Y no es eso. Se trata de explicar bien al enfermo qué es lo que le puede pasar. Y una posibilidad es morir sin poder despedirse de nadie. Una persona de mi edad, 78 años, con una mochila como la mía –una EPOC, algún pequeño problema de corazón, kilos...– es candidata. Y dije: no, tengo edad para poder morirme, tengo mi conciencia tranquila y si me tengo que morir, me muero aquí en el hospital o si puede ser en casa. Mi médico lo respetó.

P.– Ha mencionado la eutanasia. En España se está tramitando la ley. Los partidos discrepan hasta en si hay una demanda social. ¿Qué opinión le merece?

R.– Todos tenemos derecho a una muerte digna. No estoy de acuerdo con el encarnizamiento terapéutico, con mantener a alguien con vida porque aún le late el corazón o el encefalograma no es plano. La vida es más que eso. Hay una vida física o biológica, pero hay una vida afectiva, social, intelectual... ¿Por qué hemos de determinar que la fundamental es la biológica? Yo no creo que la sociedad esté muy dividida respecto a la eutanasia. El problema que tiene la tramitación de la ley, como casi todo, es que se va a politizar. La muerte digna debiera estar más allá de partidismos y plantearse al menos por tres quintas partes del Parlamento.

Y tal como está ahora, quizá no sea el mejor momento, porque en realidad no se va a debatir sobre la eutanasia. Pero eso nos lleva a otros temas, a la necesidad de cambiar el Parlamento. No en el sentido de las mayorías, sino de talante. Hay que recuperar el espíritu de la Transición. No todo se hizo bien entonces, pero

en lo político estábamos mejor que ahora.

P.– Volviendo a la pandemia, hemos pasado del saldremos mejores que repetía el Gobierno como eslogan a que sea otro motivo de división en la sociedad...

R.– La sociedad no es una, son muchas. El miedo se ha instalado en mucha gente. Pero está emergiendo con fuerza una postura de hartazgo. Si tengo que morir me muero, pero déjeme salir a la calle... Incluso muchas personas mayores empiezan a pensar esto. No puede ser que el todo sanitario oculte el todo lo demás.

Por no hablar de quienes ven arruinados sus negocios. Escuchaba a un epidemiólogo decir que es falsa la dicotomía entre salud y economía. No es falsa. Es muy real. Y un gobernante tiene que saber jugar con todos los registros. Por supuesto que la salud es importante, pero no es sólo la salud. Yo prefiero un planteamiento más holístico. Creo que los expertos en los que se basan las tomas de decisiones, si es que aquí realmente hay expertos, no pueden ser sólo sanitarios. Tiene que haber también expertos en leyes, en educación, en economía... Lo que no puede ocurrir es que se impongan medidas como el confinamiento de Madrid y que luego lo tumbe un tribunal. ¡Váyase a hacer puñetas! Quien tiene la capacidad de tomar decisiones debe estar muy bien asesorado por actores multidisciplinares.

P– Usted ha centrado muchos de sus estudios en los jóvenes. ¿Están demostrando falta de generosidad intergeneracional en esta pandemia?

R.– Hay jóvenes y jóvenes. Y es verdad que una parte no son conscientes del peligro y acaban creando alarma social. Los botellones, las fiestas ilegales, demuestran una falta de responsabilidad sin duda. Ahora bien, ¿por qué se ha llegado a esto? El problema de fondo es que durante muchos años se ha transigido en exceso en nuestro país con el ocio nocturno. Y se ha educado en los derechos y no en los deberes. El principio

de mayo del 68, prohibido prohibir, donde se ha aplicado es en España. Se aplicó aquí a partir de la Transición. Veníamos de una dictadura y no aceptábamos ningún límite a la libertad. Y nos cayó la pandemia de la heroína, el pozo de la droga... En España hemos pasado del modo de beber mediterráneo al modo de beber nórdico, que es uno de nuestros graves problemas. Y estamos pagando las consecuencias.

P.– Usted es un firme defensor de la gestión política descentralizada, de la «cogobernanza» como repite el

presidente Sánchez. Pero, ¿cree que está funcionando?

R.– Tiene que haber diferentes niveles de responsabilidad y de toma de decisiones, vale para la pandemia y para casi todo. Yo en concreto echo en falta que Europa no haya sido capaz de abordarla desde una perspectiva comunitaria.

En España, la cogobernanza es lo razonable, aunque debe haber

unos principios generales admitidos por todas las fuerzas políticas, sin que tengan por qué ser aplicados en todas partes a la vez. En la disputa entre el Gobierno de España y el de Madrid, más allá de disquisiciones técnicas, tengo la opinión de que el autonómico tiene una visión más global que el de Sánchez, más sanitarista.

P.– En todo caso, el hecho de que no haya acuerdos ni para combatir la pandemia, ¿no está agrandando el desapego ciudadano por la política?

R.– Es un peligro social enorme. El desapego político da lugar a toda suerte de populismos de extrema izquierda y de extrema derecha. La sociedad española está excesivamente polarizada. El germen de las dos Españas viene, como es sabido, desde los siglos XIX y XX. Pero ahora lo estamos extremando todavía más,

con un riesgo grande de confrontación. Y eso lo vemos en el Parlamento, donde a este paso van a acabar pegándose. La clase política tiene que hacer algo. Y la clase periodística también. De un debate de cinco horas, se resalta sólo el rifi rafe de uno y otro, eso no es lo esencial. Esta sociedad se ha ido descosiendo, desmembrando...Nadie es capaz de ponerse en el lugar del otro. Pero en los momentos de crisis pueden venir las grandes soluciones. Cómo salgamos de esta crisis va a ser muy importante también en lo político. Por ejemplo, estamos ante una oportunidad extraordinaria para hacer una Europa más fuerte.

P.– Hablemos del País Vasco. La reciente polémica por un cartel publicitario de Patria, la serie basada en la novela homónima de Fernando Aramburu, ha reavivado ciertos fantasmas, como el de la equidistancia...

R.– Yo he vivido 10 años dos meses y dos días con protección. Desde luego que no puede haber equidistancia. No se puede equiparar el sufrimiento que ha generado ETA con nada. ETA es la página más negativa que se ha escrito en el País Vasco. La mayor vergüenza que tenemos los vascos es que entre nosotros

haya surgido ETA y que haya sido apoyada por una parte importante. Pero, dicho eso, no se pueden obviar acciones por parte del Estado totalmente reprobables. No me refiero sólo a los GAL o al Batallón Vasco Español. Hablo de las torturas, que ha sido un problema serio desde el punto de vista ético. Y ha llegado la hora de un reconocimiento por parte del Estado de que en su día no fue suficientemente diligente para acabar con las torturas. No se lava de ningún modo a ETA porque se diga que no ha sido la única que ha ejercido la violencia, sin que se puedan equiparar sus 836 asesinatos con los casos de torturas. Déjeme decirle por otra parte que creo que las penas de cárcel en España, y ahí incluyo a las de los terroristas, son demasiado largas. Si queremos que sirvan de verdad para rehabilitar a la persona no pueden pasar de los 15 o 20 años. Estoy en contra de la prisión permanente revisable. Yo creo, al revés, que tiene que ser una prisión no superior a los 20 años, revisable.

P.– Cuando publicó Tras la losa de ETA, en 2014, decía que el final del conflicto vasco no es la reconciliación sino la convivencia. ¿En qué punto se está hoy?

R.– En una convivencia light. La mayor parte de la gente ha hecho borrón y cuenta nueva. Siempre, no es de ahora, se ha mirado hacia otro lado. Ha habido un reconocimiento relativamente digno a las víctimas del terrorismo. Y estamos aprendiendo a convivir.

P.– Un peligro es el falseamiento de los relatos. Otro,

la desmemoria. Conocíamos esta semana que más de

la mitad de los españoles no sabe quiénes son Miguel

Ángel Blanco, Irene Villa u Ortega Lara. ¿Le asombra?

R.– Los datos no me sorprenden. Desgraciadamente,

la ignorancia de nuestra historia es muy grande y aún mayor entre los jóvenes, cuya primera fuente de información son las redes sociales, particularmente las que establecen con y desde sus coetáneos. ¿Cuántos sabrían decir los nombres de los presidentes del Gobierno desde la Transición?

P.– Las encuestas muestran un estancamiento del sentimiento independentista en el País Vasco. Al mismo tiempo, como se vio en las elecciones de julio, la hegemonía del PNV parece indestructible...

R.– No es sólo un estancamiento, hay un descenso. Si en su momento pudo rozar el 40%, que no creo que llegara nunca, hoy el sentimiento independentista no es superior al 20 o 22%. Lo cual no quiere decir que la sociedad no sea mayoritariamente

nacionalista, que se sienta vasca, pero no necesariamente no española o antiespañola. Todos tenemos, lo admitamos o no, identidades múltiples. Lo que no se puede admitir bajo ningún concepto es que alguien defienda la independencia de un territorio por las armas. Eso se ha acabado para siempre. Yo no creo en la independencia de Euskadi ni en la de España. Hoy los

estados ya no son independientes. Un ejemplo, la pesca.

Nuestra cuota la marca Bruselas.

P.– Usted acuñó el concepto violencia lúdica para

hablar de la kale borroka. ¿Ve paralelismos con los

CDR hoy en Cataluña?

R.– La violencia lúdica era una parte de la violencia política. Sí, cabe la equiparación. Tras la sentencia del 1-O, los disturbios terribles de Barcelona tuvieron sin duda una componente de esa violencia lúdica. Cataluña es que está dividida en dos y su principal problema es cómo se las van a arreglar entre las dos partes.

P.– ¿Y las dos Españas tienen arreglo?

R.– Hay más de dos. Aunque de la tercera España, esa que intenta tender puentes desde Madariaga, hoy veo poco. Lo intentó un partido como Ciudadanos y ya vemos en qué ha quedado. Tenemos un problema de desmembración emocional en España.

P.– Recientemente, usted ponía a la Monarquía como

ejemplo de las dos Españas de hoy.

R.– Tiene que ver con todo lo que está pasando con el Emérito. Juan Carlos I hizo una excelente labor en general como Rey. No sólo por el 23-F. Fue decisivo en el tránsito de la dictadura a la democracia. Y durante mucho tiempo ejerció bien su labor. Ahora se han conocido las corrupciones y entonces parece que todo lo que hizo fue malo. Mi hijo me dice que soy un juancarlista frustrado y avergonzado. [Risas] Esto daría para hablar mucho del papel de los medios. La prensa tendrá que explicar por qué se ocultó todo eso.

P.– ¿Pero puede la Corona seguir desempeñando un rol aglutinador por encima de la pugna política?

R.– Yo no sé si la Monarquía española tiene capacidad de remontar esto. Pero sí diría varias cosas. La Monarquía como institución es una antigualla. Pero, a la vez, países modélicos desde el punto de vista democrático tienen monarquía y funciona muy bien, lo que ya le hace a uno pensar que antes de mandar esto a freír puñetas hay que pensárselo dos veces. Si en Bélgica no existiera Monarquía el país ya se habría roto en dos

o en tres. Creo que Felipe VI se equivocó en el discurso del 3-O. Hizo que muchos catalanes y vascos dijeran «yo éste no». El Rey no gobierna, pero tiene que tener cierto margen de maniobra. No sabe lo importante que sería que se buscara alguna fórmula oportuna para que por ejemplo acudiera a Guernica y dijera que

la Corona respeta la singularidad vasca... Y otro tanto valdría para Cataluña. El Rey sabe dónde tiene los problemas. Hace falta que haga gestos. Mis hijos y mis nietos decidirán si tiene que haber monarquía o república, pero ahora mejor dejar las cosas como están.

P.– Está a punto de salir su último libro, ¿Tiene futuro el cristianismo en España? Le pregunto: ¿España ha dejado de ser católica?

R.– Estamos pasando de la era de cristiandad a la era postsecular. La religiosidad en España, afortunadamente,

va a ser muy distinta a la que conocimos. Hay espacios en los que está adquiriendo importancia, como el movimiento por los refugiados o Cáritas, con la labor tan importante que hace. Lo que no va a haber es un laicismo excluyente peligroso como el que defiende Podemos. Cuando pregunta Iglesias que por qué tiene que haber misa en TVE se le podría responder ¿por qué misa no y sí fútbol o cualquier otra cosa? Pero la respuesta es porque una parte importante de los españoles son católicos

martes, 22 de septiembre de 2020

Más allá de monarquía o república

 

 

 

Más allá de monarquía o república

 

El día pasado, en una comida familiar, me preguntaron si yo era monárquico o republicano. Respondí que ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario. Que yo era vasco. Y, punto. Con esta “boutade”, me replicaron, lo que hacía era escurrir el bulto y, no faltó quien me dijo, que yo, en el fondo, era un “juancarlista” desengañado y acomplejado por lo que estábamos sabiendo de su comportamiento en lo que, eufemísticamente, denominó el rey emérito, como su vida privada. Dejemos a Juan Carlos I a un lado, al menos en este artículo, pues lo que quiero significar con mi “boutade” es que, a mí, como vasco, y como nacionalista vasco, aun moderado, me preocupa, más que saber si el Jefe del estado en Madrid es un monarca constitucional como ahora, o un presidente de una república española elegido por los ciudadanos del Estado, más que eso, repito, me importa saber si el Jefe de estado, sea monarca, sea presidente de la república española, vaya a respetar, o no, los Derechos Históricos de los vascos, y si va aceptar y propiciar su actualización a los tiempos actuales.

 

De nuevo, tuve que oír que me iba por los cerros de Úbeda, y que me definiera. Me espetaron esta pregunta: “si mañana, al fin, hay un referéndum, monarquía o república, ¿tú que votarías? Y no vale que contestes que votarías en blanco, te abstendrías o te quedarías en casa. ¡Mójate! ¿Qué votarías?”. Les contesté que lo pensaría. Añadí que, en alguno de mis artículos ya me pronuncié sobre la conveniencia de ese referéndum (he localizado dos artículos de 2008 y 2011), posibilidad que no elimino entre mis preferencias y que, llegado el caso, en efecto, pensaría muy seriamente qué votar. La razón principal de mi decisión ya la he dado: lo que mejor defienda los derechos históricos, actuales y futuros, de los vascos. Se puede ir más allá en la reflexión, pero, de aquí en adelante, entramos en pura contingencia histórica. Sin embargo, antes, quiero detenerme en una cuestión de principios.

 

La presidencia de una república recae en una persona elegida democráticamente y, en la mayoría de los países avanzados, por un periodo limitado en el tiempo. Un rey, o una reina, está en la jefatura del Estado en razón de su cuna. Y, en principio, hasta su muerte. Es obvio, evidente hasta decir basta, que la monarquía es una antigualla, cuando nos referimos a sociedades democráticas, cuya soberanía reside, al menos en los principios, en el pueblo. El pueblo es soberano, decimos.

 

Pero, he aquí, que la reina Isabel II del Reino Unido, lleva más de 68 años y medio de reinado, con el apoyo y beneplácito de dos terceras partes de sus “súbditos”, cosa rara vez vista en un presidente de una república. Ciertamente el caso de la Reina Isabel II es excepcional, por la duración de su mandato y por el (actual) apoyo de su pueblo, aunque hay otros reyes y reinas en Europa Occidental que, aun sin llevar tantos años en el trono, son apoyados y, me atrevo a decir que, en algún caso, queridos por sus pueblos. No puedo olvidar a una compañera de estudios en Lovaina que me decía, en tono emocionado: “yo amo a mi reina”. Eran los tiempos de Balduino y Fabiola. Luego la (más que supuesta) legitimidad de la cuna, lo es por la soberanía de sus pueblos. ¡Ay!, ¡que fácil es resbalar en el terreno de los principios!

 

Quiero detenerme en un pequeño libro, claro, profundo y esclarecedor del reputado filósofo canadiense, de marcada tendencia liberal, como a él mismo le gusta proclamar, Will Kymlicka. En su libro, “Fronteras territoriales” (Ed. Trotta, Madrid, 2006) plantea dos cuestiones: si debe haber limitación a la movilidad de las personas, más allá de las actuales fronteras jurídico-territoriales y, ya dadas y constatadas estas en la realidad, si un grupo social, sea étnico, sea religioso, lingüístico etc., o una conjunción de estos u otros elementos, tiene derecho a conformar nuevas fronteras, esto es, si tiene derecho a la secesión. Desde su perspectiva liberal igualitaria, se debería responder afirmativamente a ambas cuestiones: habría que abolir las fronteras y aceptar el principio universal de que cada grupo social, “unidad nacional” dirá él, pueda ejercer el derecho de secesión. Pero este planteamiento que, él etiqueta de utópico, se da de bruces con la realidad. Pues, constata Kymlicka, nada de eso sucede en el concierto de las naciones y este planteamiento de nada sirve más que para “la filosofía académica” que así deviene irrelevante o, añado yo, para la pretendida justificación de los extremistas de todo signo si no se le coteja con el principio de la realidad de los hechos y de los valores y priorizaciones de las personas concernidas. Y esto vale, también, para la disyuntiva monarquía versus república.

 

Llegados a este punto, si reflexionamos desde los principios, la monarquía es una antigualla y, sin duda alguna, debe ser suplantada por la república. Pero, y el “pero” es de talla, en muchos países democráticos occidentales, hay monarquía, y recibe el respaldo de la ciudadanía. Esto, al menos a mí, me hace pensar. La pregunta del millón es esta: en la España y Europa de nuestros días, visto desde una perspectiva nacionalista vasca, ¿qué solución nos ofrece una mayor garantía de respeto y acomodación de nuestra nacionalidad vasca, sin Estado propio y sin perspectivas a corto y medio plazo de tenerlo, con el 90 % de vascos en el Estado español y un 10 % en el francés, en el concierto de las naciones- estado, base de la Europa en construcción: la monarquía actual o la hipotética república española de futuro?

 

No quisiera tener que responder a esta pregunta ahora mismo. Me tranquiliza saber que la eventualidad de un referéndum, que defiendo en principio, en lo inmediato parece muy improbable. Ciertamente, como nacionalista vasco, la figura de Felipe VI no me inspira confianza. No ha venido a Gernika a reconocer nuestra singularidad, lo que tendría gran valor simbólico, como hizo su padre (cuya valoración como rey, y para los vascos, dejo, si es el caso, para otra ocasión). Y su discurso del 3 de octubre de 2017, tras los acontecimientos de Catalunya, me confirmaron en mis convicciones. Pero, de nuevo, los “peros”, ¿con cuál de los presidentes españoles de la democracia, me sentiría cómodo como presidente de la hipotética república española, que avale, reconozca y propicie nuestra nacionalidad vasca? Y no me hablen de una república vasca independiente. No la apoya, hoy, ni un tercio de la población vasca.

 

A corto plazo, digamos los próximos diez años, hagamos valer nuestros votos en Madrid para lograr, al fin, las transferencias pendientes del Estatuto de Gernika; luchemos para una acomodación del mismo a los tiempos actuales; establezcamos vínculos económicos y culturales con Iparralde; también entre Navarra y la CAV, y aboguemos, con otras nacionalidades sin Estado, por una presencia activa en la Unión Europea. Y en casa, entre nosotros, construyamos una sociedad con historicidad, con voluntad de hacerse a sí misma, con la mayor capacidad de decisión posible. Y ahorremos los planteamientos destructivos como las increíbles huelgas en la enseñanza con exigencias imposibles de cumplir. Y, más adelante, nuestros hijos y nietos, ya decidirán si es mejor para Euskadi que en España haya una monarquía parlamentaria o una república.

 

(Publicado el 20 de septiembre de 2020 en Noticias de Gipuzkoa)

 

 

domingo, 13 de septiembre de 2020

Secularización y coronavirus

 

Secularización y coronavirus…

 Javier Elzo: “El coronavirus no va a suponer el fin de la Iglesia de masas”

·        Pese al “descalabro” en la práctica dominical, el sociólogo señala la “efervescencia de pequeños colectivos”

 

¿Se cumplirá la profecía del cardenal Jean-Claude Hollerich, arzobispo de Luxemburgo y presidente de la Comisión de las Conferencias Episcopales de la Comunidad Europea, quien ha reconocido a L’Osservatore Romano que la pandemia ha podido “acelerar diez años el proceso de secularización”? El sociólogo Javier Elzo, aun consciente de la gravedad de sus efectos también a nivel religioso, no va tan allá: “La crisis del COVID-19 no va a suponer el fin de la Iglesia. Tampoco de la Iglesia de masas. Es un paréntesis que se observa en todo acto multitudinario”.

Eso sí, enfatiza que la pandemia “ha pillado a la Iglesia en un momento de profundos cambios, en una mutación histórica. Los que tenemos ya una edad avanzada, hemos vivido la adolescencia todavía en el estado de cristiandad. Valga un dato: la iglesia llena de jóvenes los primeros viernes de mes. En la década de los 60 del siglo pasado irrumpe, de forma abrupta, la secularización, con un descalabro en la práctica dominical. Primero, como un hecho incuestionable; después, como una ideología de futuro. La secularidad deviene, entonces, en secularismo en determinados colectivos muy influyentes en la sociedad. Hoy se está dando paso a la era post-secular, con una pléyade de sacralidades, muchas de ellas de matriz originaria secular, ya en competencia con la sacralidad de matriz religiosa”.

Brotes verdes

Paralelamente a ese “descalabro”, Elzo señala cómo “vemos mantenerse en algunos lugares (Andalucía, por ejemplo) y emerger en otros un doble movimiento: el auge de la religiosidad popular con peregrinaciones a lugares emblemáticos, a caballo entre lo espiritual secular y lo espiritual religioso, y la efervescencia de pequeños colectivos, movidos por una fe viva en Jesús de Nazaret, que se reúnen en oración y estudio, a lo largo y ancho de la geografía española, aunque todavía no hay un estudio serio que pueda dar fe de su existencia, diversidad y vitalidad”.

Ha sido “en este contexto” en el que ha irrumpido el virus, y con consecuencias: “En las tomas de decisiones, los lobbies son capitales. El gran músico Daniel Barenboim se quejaba de que, en Berlín, donde reside, los restaurantes estén a rebosar mientras que en las salas de ópera y conciertos haya restricciones que pueden acabar con la programación de un año, como ha sucedido en el MET de Nueva York, donde han anulado la temporada 2020-2021. El lobby hostelero es mas fuerte que el musical… Y no digamos si lo comparamos con el religioso, inexistente. Se dirá que, en misa y en la ópera se ven muchas canas y calvas, como si las canas y calvas no llenaran los restaurantes de postín”.

En manos de los creyentes

De ahí que el sociólogo concluya que “el futuro de la Iglesia está, y estará, en manos de los creyentes. Ahora no tocan grandes manifestaciones. Pero hoy la Iglesia, los cristianos, tenemos otra prioridad: acompañar a los enfermos de coronavirus, muchos ancianos viviendo solos, y a los que se queden sin trabajo porque les cierren sus empresas: Corintios 13”.

 

 

Publicado en VIDA NUEVA el 12 de septiembre y actualizado el 13, por Miguel Ángel Malavia

martes, 1 de septiembre de 2020

El miedo y los miedos. Mi conferencia en los Cursos de Verano 2020

  

El miedo y los miedos.

 

Texto para la intervención de Javier Elzo en los Cursos de Verano de la UPV/EHU del 28 de agosto de 2020, en el Curso “Los Miedos” dirigido por Javier Urra.

 

 

 

El miedo es inherente a nuestra naturaleza. El miedo forma parte de la condición humana. A priori tiene mala prensa. Cuando pensamos o decimos de una persona que es miedosa no le hacemos un halago. Sí, por el contrario, cuando pensamos de ella que es una persona valiente. Sin embargo, el miedo tiene una funcionalidad clave, fundamental en la vida humana, que reside en movilizarnos física y psíquicamente, disponiéndonos así a luchar contra los peligros. Posiblemente la persona que, en el campo de la historia, más ha trabajado el tema del miedo (en la psicología, antropología y psiquiatría hay otros muchos excelentes) es el gran historiador Jean Delumeau, uno de los escasos doctores “honoris causa” de la Universidad de Deusto, fallecido en enero de este año 2020 con cerca de 97 años de edad. De su ingente obra, los estudiosos destacan un voluminoso libro que publicó el año 1978 titulado “La peur en Occident”[1]. Lo leí en su tiempo y lo tengo perdido. Pero en 2015, creo que su último libro, con un título engañoso, “L´avenir de Dieu”, pues solamente al final aborda la cuestión religiosa, lleva a cabo una recopilación de sus principales trabajos pensando en el siglo XXI. He vuelto a este libro para escribir estas líneas y lo uso de base, junto al extraordinario libro, ya un clásico del ensayo en el planeta, “The Fear of Freedom” [2]de Erich Fromm, para este Curso de verano de la UPV/EHU.

 

Jean Delumeau, en una conferencia que pronunció en Abou Dabi en 2010, resalto lo que muchos estudiosos, particularmente antropólogos, han señalado: que “sin el miedo ninguna especie hubiera sobrevivido”. El miedo nos obliga a medir nuestras fuerzas, a adoptar medidas razonables de precaución y prevención ante un peligro. Pero, añade Delumeau, que, si el miedo sobrepasa lo razonablemente soportable, se convierte en algo patológico, crea bloqueos y puede provocar una descomposición de la persona. Incluso, se puede morir de miedo. Morir, no solamente en la concepción meramente biológica de la vida, sino morir socialmente, psicológicamente, laboralmente. El gran novelista, creador del Comisario Maigret, George Simenon, dejó escrito que el miedo es un enemigo más peligroso que todos los demás. Puede, por la instauración de la enfermedad del escrúpulo, dar paso a un alma atormentada que le conduzca a una involución psicológica y social, hasta convertirse en una persona retraída, timorata, desconfiada, paralizada.

 

La regresión hacia el miedo paralizante es un peligro que acecha en el ámbito de lo político (ante una dictadura o ante el terrorismo, primos hermanos entre sí) o religioso (así en la cristiandad, particular, pero no exclusivamente, con la Inquisición, y actualmente con el islamismo fundamentalista. No se es libre en muchos países del islam). También, lo comprobamos ahora con la pandemia del Covid 19, en la salud y en la economía.

 

En mi intervención voy privilegiar en las causas y consecuencia del miedo, en su dimensión socio-política, dejando a un lado, al menos parcialmente, la dimensión psicológica, que la abordarán otros intervinientes de este Curso, y con mucha más autoridad que yo. 

 

Jean Delumeau. “El miedo en Occidente”. Taurus 2012 (agotado)

 

Presento un breve resumen de tres conclusiones de sus estudios sobre el miedo en Occidente, con algún comentario personal.

 

Primero: un miedo rara vez aparece de forma aislada y cuándo se produce una situación de miedo normalmente tiende a extenderse creando lo que ha denominado Delumeau un “tren de miedo” un clima de inseguridad, de malestar, de temor en todo un conjunto de la población. En la actualidad, al miedo provocado por el Covid 19, le ha seguido el miedo a perder los puestos de trabajo, a la recesión económica (ya una realidad), el miedo a llevar a los hijos a la escuela, el miedo a reunirse entre amigos…

En segundo lugar. Delumeau exige una relectura del Renacimiento. La acumulación de agresiones que tienen lugar en la población entre 1350 hasta la mitad del siglo 17 lo etiqueta como la situación de “unos países del miedo”. Basta mirar la obsesión por la muerte que se convierte en algo omnipresente en las imágenes y en los textos de los europeos de los comienzos de los tiempos modernos. “El triunfo de la muerte de Brueghel”, los Ensayos de Montaigne, “El Apocalipsis” de Durero, la predilección de Leonardo da Vinci por el tema del diluvio, “El Juicio Final” de Miguel Ángel, las guerras de religión y la obsesión por la brujería que culmina no en la Edad Media sino en la Edad Moderna. Precisamente, en relación con la palabra humanismo, se puede considerar, por ejemplo, que Maquiavelo era un humanista, gran conocedor de la historia antigua y gran lector de Tito Livio, pero no se puede decir que Maquiavelo fuera un optimista: su juicio sobre el hombre es de los más severos que se puede encontrar en la literatura europea del Renacimiento. Numerosos textos de la época, dan una imagen pesimista del hombre una imagen que Delumeau denomina agustiniana. La palabra Renacimiento tiene el inconveniente de ocultar el hecho de que los contemporáneos de Francisco 1º y de Carlos Quinto no creían en absoluto en un progreso moral de la humanidad, esperanza que habitará después en los filósofos de las luces y en los positivistas del siglo 19 y del comienzo del siglo 20. Luego el miedo va por rachas, como ya se ha dicho en la primera constatación. Va por momentos, hay subidas y bajadas en el miedo. En la actualidad, yo diría que vivimos en una racha, en un periodo de aumento de miedo. En la sociedad de nuestros días hay mucho más miedo de la que había hace 30 o 40 años.

La tercera constatación a la que apunta Delumeau es que, en la Europa occidental y central de los comienzos de los tiempos modernos, ciertos miedos de la élite fueron más fuertes que los miedos de las masas. Así en los miedos que tienen relación con el mundo de la brujería que preocupaba mucho más a los jueces, a los que eclesiásticos, a las autoridades que a las propias masas que en definitiva de alguna manera se ríen con algunos cuentos de brujas y eso lo podemos ver en muchos cuentos infantiles que yo los veo con mis nietos en los que la bruja, los brujos, aparecen con un aspecto de comicidad que no lo tenía sin embargo en la era de la cristiandad pues aparecían como aliados al demonio, luego contrarios a Dios, sustentador del poder. Todavía quedan restos de esta concepción, afortunadamente ya menores (excepto en algunas novelas) en la sociedad de nuestros días.

Ya en nuestros días, después de la Guerra Fría y de la implosión del imperio soviético empezábamos a creer que la humanidad iba a dirigirse hacia una era de tranquilidad. Sin embargo, en la actualidad, estamos confrontados a una realidad bien diferente caracterizada por una conjunción de peligros, a menudo sin relación los unos con los otros, pero que, al aparecer conjuntamente, recrean un tren de miedo bastante comparable a lo que evocaba Delumeau de los comienzos de la modernidad europea.

Los atentados del 11 de septiembre de 2001 y, más recientemente, todos los atentados terroristas que han tenido lugar en Madrid, en París, en Londres etcétera, nos han introducido en un nuevo periodo de la historia. Al miedo de un terrorismo capaz de intervenir por todo el mundo se añaden en adelante una serie de peligros que, aunque no están ligados entre si, producen la actual sensación de miedo, de malestar: el agotamiento más o menos próximo del petróleo, la penuria de agua por exceso de deforestación, las amenazas de hambre para la parte más pobre de la humanidad, el aumento de las desigualdades sociales, el recalentamiento climático del que ya no cabe dudar más, y ahora, en nuestra más rigurosa actualidad, la pandemia del Covid 19.

Con este decorado de fondo comienza a desarrollarse, al menos en Occidente, una situación ansiógena. Además, la tendencia de los medios de comunicación de detenerse y magnificar lo negativo, hasta extremos irritantes, no ayuda en nada, bien al contrario, en la generación de la actual, en afianzar una situación de ansiedad y miedo que ya está firmemente instalada en nuestra sociedad. Basta ver un telediario para comprobarlo. El detalle morboso de todos los episodios y brotes del coronavirus es una muestra de ello, que espero que algún experto lo analice en profundidad más pronto que tarde. 

 

El miedo lleva aparejado muchas veces un sentimiento de agresividad. Ante el miedo tenemos tendencia a responder con agresividad. Por otra parte, las personas que han padecido miedo, que han tenido miedo, que han vivido con miedo, pueden engendrar asimismo el odio y el miedo. De ahí la necesidad de un intento de objetivación de por qué determinadas personas o colectivos sienten odio hacia otras personas o colectivos. Los psiquiatras, dice Delumeau, trabajan mucho el tema de los niños que han padecido en la infancia situaciones de malos tratos, agresiones, inseguridades, abandonos etc., con consecuencias de miedo.

En la actualidad, nuestra civilización es capaz de realizar proezas técnicas extraordinarias. Sin embargo, se siente frágil, amenazada y a menudo sin porvenir. Nuestra sociedad pretender superar sus miedos haciéndolos propios por medio de los dibujos animados, los comics con figuras monstruosas, ciborgs y robots espeluznantes, las imágenes de síntesis electrónica, la televisión e internet, que inundan las mentes de representaciones mórbidas, sangrantes y anormales y que multiplican el espectáculo ya negro de lo cotidiano. Es el efecto de los medios de comunicación, es el efecto de la televisión, de muchas películas de terror, de monstruos, de miedo de cosas que, en principio, echan para atrás, pero que, por lo visto, suscitan el interés de tanta gente.


Consultando las crónicas que relatan las ejecuciones capitales, que eran públicas hasta una fecha relativamente próxima, no deja duda alguna sobre la dimensión sado-masoquista de las masas que venían a asistir al espectáculo. Es quizás la misma motivación que inspira hoy todavía a muchos telespectadores, confortablemente sentados en un sillón, mirando películas de horror y del suplicio ante las torturas.

 

Erich Fromm El miedo a la libertad (1941)

 

En la lectura del libro de Fromm subyace la pregunta de si el hombre, (el hombre y la mujer) son lo suficientemente fuertes para soportar la libertad, si pueden afrontar los peligros y la responsabilidad que conlleva el hecho de ser libre y tener que decidir. Erich Fromm, a través de su análisis de los orígenes psicoanalíticos del totalitarismo, plantea los problemas que dan forma a la sociedad moderna. El hombre moderno, liberado de las ataduras de la sociedad primitiva (a veces por primitiva entendía la de la Edad media), que lo limitaba, pero lo tranquilizaba, aún no ha conquistado plenamente su independencia. La libertad le provoca un sentimiento de aislamiento que a su vez genera inseguridad y ansiedad. Luego, establece mecanismos de escape: autoritarismo, destructividad o un conformismo autómata. Es preciso añadir que la explicación psicoanalítica que hace Fromm de Freud no es aceptada, en la actualidad por muchos psicólogos sociales y psiquiatras. De ahí que no sea tan citado como lo fue en las décadas posteriores a su publicación, el año 1941, en EE. UU, donde residía.

 

Eric Fromm, que era judío, critica en un capítulo central de su libro, las tesis de la predestinación de Calvino y tiene una imagen más positiva del catolicismo de la Edad media, en contra del pensamiento de la Ilustración, pues ofrecía una seguridad a la persona y un reconocimiento natural de la autoridad. En parte por esto Fromm también, no es muy aceptado en ciertos círculos.

 

Escribe Fromm al comienzo de su libro (p.27) que “hemos debido reconocer que millones de personas, en Alemania, estaban tan ansiosas de entregar su libertad como sus padres lo estuvieron de combatir por ella”.

 

La tesis central de Fromm es que “el hombre, cuanto más gana en libertad, en el sentido de su emergencia de la primitiva unidad indistinta con los demás y la naturaleza, y cuanto más se transforma en individuo, tanto más se ve en la disyuntiva de unirse al mundo en la espontaneidad del amor y del trabajo creador o bien de buscar forma de seguridad que acuda a vínculos tales que destruirán su libertad y la integridad de su yo individual” (Ibid. 42) A medida que el niño comienza a cortar los vínculos primarios, mayor es su propensión a la autonomía y la independencia [3]. Pero si una vez rotos los vínculos primarios que daban seguridad, el sujeto no puede resolver los problemas que acarrea el abandono del útero materno, caerá en una necesidad de sumisión caracterizada por un constante sentimiento de inseguridad y hostilidad. Por medio de la sumisión[4] el sujeto intenta evitar la angustia a ser excluido.

 

Fromm estudia “un miedo” que se torna asfixiante para la libertad del hombre político. El autoritarismo tiene un fundamento en el miedo a ser libre, a ejercer la libertad y la angustia que deriva luego de la indecisión. Con un análisis convincente de los regímenes totalitarios fascistas, pero también capitalistas (Fromm se refiere a la sociedad norteamericana donde reside), abre la puerta para una nueva interpretación. El hombre se debate sobre dos tendencias, una al amor a la vida y la otra a la destrucción (necrofilia). Si bien el autor sigue en parte la perspectiva hobbesiana sobre “la guerra de todos contra todos” introduce nuevos elementos en el análisis como la angustia ante la predestinación que conlleva la idea de una sobreexcitación y constante movimiento propio del calvinismo y el luteranismo en el sentido weberiano. Esta tendencia es la base psico-social para el advenimiento del capitalismo moderno, siguiendo las tesis de Weber[5]. El autor ve en el mito judeo-cristiano de Adam y Eva un principio de la libertad y la posterior caída en la sumisión y angustia

 

La angustia, en este contexto, es una derivada del ejercicio de la propia libertad. Del desamparo que implica valerse por los propios medios. Desde esta perspectiva, el hombre adquiere la necesidad de someter al prójimo, y éste de renunciar a su libertad para ganar mayor seguridad. Básicamente, este ha sido el eje teórico que se encuentra a lo largo de todo el desarrollo del texto, incluyendo a la cultura de consumo capitalista estadounidense, a veces tomada como exponente de libertad. Fromm, en este sentido, se presenta sumamente crítico con respecto a la enajenación de la cultura consumista americana.

 

Si seguimos este razonamiento, ello explicaría el auge y caída del Tercer Reich alemán, las revoluciones de los Ayatola en Irán, y el surgimiento del fundamentalismo musulmán y protestante en los albores del siglo XXI.

 

El miedo al Covid 19

 

Todos hemos visto, leído, o escuchado estos días pasados en los medios de comunicación social, así como en conversaciones entre amigos o con familiares, cómo en las localidades pequeñas o en bastantes localidades pequeñas tienen miedo a la afluencia de personas que vayan allí a disfrutar sea de unas playas de segunda residencia o de unas bodegas (en Rioja) por miedo precisamente al contagio. Hay en efecto pequeñas localidades en Euskadi tanto en Guipúzcoa como en Vizcaya o en La Rioja Alavesa que se han librado del Covid 19 y que estuvieron “bastante contentos” con el confinamiento en su propio domicilio, porque se han sentido seguros sin la afluencia de personas de las localidades de más de 10.000 habitantes, con el riesgo de contagio que conlleva la aglomeración. Y aglomeración en estos tiempos equivale a diez o quince personas, según fases y países.

 

Y, ¿cuántos padres no son reticentes a enviar a sus hijos a la escuela, por temor al contagio? Y no solamente los padres, sino también los profesores, algunos sindicatos de la enseñanza y sindicatos en general. Lo hemos visto en nuestro propio entorno, y en la prensa hemos leído o visionada que, en otras partes, en España, Francia, en algunos países nórdicos etc., hay muchos padres reticentes a enviar a sus hijos al colegio. Y ello pese a las medidas extraordinarias (que solamente los países ricos se pueden permitir) de rotar los niños (ya de cierta edad) para que puedan ir al colegio dos días a la semana, e instalarlos en aulas de diez alumnos con dos profesores o cuidadores. Es lo que sucede en algunos lugares de Francia. Puedo dar fe de ello.

Otra experiencia que la he percibido en conversaciones de amigos y de familiares, es la de algunos niños pequeños, de cinco, seis o siete años, que son reticentes a abrazar a sus propios abuelos, incluso en fases avanzadas de desescalada. Mas aun de retroceso, como vivimos estas semanas.

 

El 29 de mayo pasado se publicó un estudio realizado en EE. UU por una empresa (Performance Research, en partenariado con Full Circle Research Co.) dedicado a la estadística de eventos deportivos y culturales (teatro, conciertos, operas, musicales en general) en el que se refleja la reticencia del público a volver a espectáculos masivos, y que un alto porcentaje se inclina por el streaming desde casa y más de la mitad de los encuestados manifiestan su miedo al contagio y a un posible rebrote del Covid 19 hasta que el coronavirus deje de ser una amenaza.

La encuesta concluye que un 70% preferiría ver un evento por streaming desde casa antes que ir al teatro. Además, aunque las autoridades den el visto bueno a la celebración de espectáculos con aforo reducido e informen del escaso riesgo de contagio si se adoptan las medidas de seguridad, un 60% de los encuestados afirma sentirse inseguro.

En Estados Unidos, Broadway anunció que cancela todos sus espectáculos hasta el 6 de septiembre, aunque se rumorea que permanecerán así hasta que comienza 2021. Lo mismo para grandes teatros de ópera como el Metropolitan de Nueva York o la Ópera de Los Ángeles, o la de Chicago. En Europa, sucede lo mismo, y las experiencias llevadas a cabo, con un aforo muy limitado, escasos músicos en escena, sin coros, y el público asistente con mascarilla no invita, en efecto, a acudir a tales eventos. Cierto que, en este caso, además del miedo al contagio (muy real, sin duda alguna) se alía la incomodidad de disfrutar de un espectáculo musical de hora y media con una mascarilla.

En este punto creo que hay que hacer una reflexión sobre la comunicación en tiempos de pandemia. No quiero ofender a los profesionales de las televisiones, pero hace semanas que me cuesta mucho ver los telediarios en particular y gran parte de los programas de la TV, convertidos en documentales sobre la pandemia rivalizando en sus contenidos en imágenes lacrimógenos, lo más tremebundas posibles y en un cúmulo de recomendaciones de lo que hay que hacer y no hacer, de lo prohibido y de lo permitido, con mil y una precauciones. Hace años que se han convertido en sermones laicos de lo políticamente correcto. Ahora con el Covid 19, me han recordado a los sermones religiosos de mi infancia, especialmente las denominadas " Misiones" en las que nos metían el miedo en el cuerpo con el infierno y nos aconsejaban cómo comportarnos para eludirlo. Creo que las televisiones con el monotema tremendista del Covid 19 habrán conseguido, ciertamente meter miedo, muy posiblemente en más de un caso frenar algunos contagios, pero yo no echaría en saco roto, el efecto rebote del hartazgo. En algunos casos, como el mío,  que deje de informarme por la tv (harto del Covid 19) y lo haga por la prensa escrita, en papel u online (El motivo no es que sus informaciones sean más fidedignas, ecuánimes y mesuradas que las de la tv, sino en el hecho de que mientras en la TV y en la radio, el emisor ordena y decide qué emitir, y quien visiona o escucha es mera figura pasiva, en la prensa escrita, el que decide qué leer es el lector, figura activa. Y no digamos internet con la posibilidad de intercambiar opiniones en clúster de amigos, luego con nombre y apellidos, no con anónimos, la gran lacra de la comunicación actual. Pero este tema requiere tratamiento propio y aquí lo dejo)  

 

El movimiento “cancelación de la cultura” (julio 2020)

El nueve de julio pasado la revista norteamericana Harper’s publicó una carta suscrita por más de un centenar de escritores, pensadores, artistas y periodistas en la que critican la intolerancia y la vocación censora a los discursos contrarios a lo “políticamente correcto” que se extiende en centros docentes, universidades, revistas y editoriales; igualmente critica la instauración de una “cultura de la cancelación” (Cancel Culture) que promueve escraches y acoso online a personas públicas. El texto subraya la condena al ostracismo y a perder su trabajo a lo que están expuesto los que combaten los discursos dominantes, especialmente al pronunciarse sobre temas identitarios de raza o género. Firman, entre otros, muchos tenido por personalidades de izquierda como Noam Chomsky, Salman RusdhieMartin AmisMargaret Atwood, Steve PinkerWynton Marsalys, etc.

Este texto tuvo amplia repercusión, no solamente en EE. UU sino también en Europa. En España 150 intelectuales apoyaron la carta con un texto, publicado el 21 de julio, del que reproduzco aquí los tres primeros párrafos.

“Somos de la opinión que la carta remitida a HARPER’S por escritores e intelectuales de diversas procedencias y tendencias políticas, dentro de una corriente liberal, progresista y democrática, contiene un mensaje importante.

 

Queremos dejar claro que nos sumamos a los movimientos que luchan no solo en Estados Unidos sino globalmente contra lacras de la sociedad como son el sexismo, el racismo o el menosprecio al inmigrante, pero manifestamos asimismo nuestra preocupación por el uso perverso de causas justas para estigmatizar a personas que no son sexistas o xenófobas o, más en general, para introducir la censura, la cancelación y el rechazo del pensamiento libre, independiente, y ajeno a una corrección política intransigente. Desafortunadamente, en la última década hemos asistido a la irrupción de unas corrientes ideológicas, supuestamente progresistas, que se caracterizan por una radicalidad, y que apela a tales causas para justificar actitudes y comportamientos que consideramos inaceptables.

 

Así, lamentamos que se hayan producido represalias en los medios de comunicación contra intelectuales y periodistas que han criticado los abusos oportunistas del #MeToo o del anti esclavismo new age; represalias que se han hecho también patentes en nuestro país mediante maniobras discretas o ruidosas de ostracismo y olvido contra pensadores libres tildados injustamente de machistas o racistas y maltratados en los medios, cuando no linchados en las redes. De todo ello (despidos, cancelación de congresos, boicot a profesionales) tienen especial responsabilidad líderes empresariales, representantes institucionales, editores y responsables de redacción, temerosos de la repercusión negativa que para ellos pudieran tener las opiniones discrepantes con los planteamientos hegemónicos en ciertos sectores.

 

Entre los firmantes del documento hay nombres muy relevantes de la prensa española, como Juan Luis Cebrián, Nacho Cardero, Arcadi Espada, Juan Cruz, Diego A. Manrique o Jorge Bustos. Y la lista también incluye al Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, el poeta Luis Alberto de Cuenca o el músico Sabino Méndez, así como otros profesionales de ámbitos tan variados como la ciencia, la abogacía, la empresa o la ingeniería.

 

Cerrando

 

Concluyo esta conferencia recordando un par de ideas de la que pronuncié hace un año, casi día a día, el 29 de agosto de 2019, en el marco de otro Curso de Verano de la UPV/EHU, en Donostia San Sebastián, “Hablemos de lo esencial”, curso también dirigido por mi buen amigo Javier Urra. Titulé la conferencia así: “El valor fraternidad, como base para una ética universal”.

Hay algunos miedos que son consecuencia de lo imprevisto: un bichito en un animal que infecta al ser humano con gran capacidad de transmisión. Esto exige, como nos recuerda incansablemente Edgar Morir, que debemos aprender a vivir en lo imprevisto. Que no todo se puede prever. Pero algunas cosas sí se pueden prever, incluso algunas consecuencias de lo imprevisto.  Allá donde la acción humana ha actuado incorrectamente.

Demos la palabra a Edgar Morin: “En mi opinión, las deficiencias en la forma de pensar, particularmente pensar la complejidad, junto con el dominio indiscutible de una sed desenfrenada de lucro, son responsables de innumerables desastres humanos, incluidos los que se han producido desde febrero de 2020. Una vez más, estamos en lo desconocido, todo progresa por ensayo y error, así como por innovaciones desviadas (de lo tenido por correcto) inicialmente mal entendidas y rechazadas. Esta es la aventura terapéutica contra los virus. Las curaciones pueden aparecer donde no se esperaban. (…) La ciencia está devastada por la hiper-especialización, que es el cierre y compartimentación del conocimiento especializado en lugar de su comunicación”[6].

 

En resumen, hay un doble fenómeno de lucro y miedo a la innovación, un encerrarse en su propia capilla que conduce al miedo, al individualismo, a la soledad.

 

Pues bien, decía, cerrando mi conferencia del año pasado decía, entre otras cosas estas:

 

. La fraternidad no acepta exclusiones. Todos somos hermanos. Incluso en situaciones extremas (recordaba la 4ª Carta de Albert Camus a un amigo alemán en julio de 1944) Todos somos diferentes, pero todos somos hermanos. Más allá de la sangre, del color de la piel, del sexo de cada uno, de la orientación sexual, etc., etc.

 

. Por eso la fraternidad va más allá de nacionalidades, de opciones políticas, de religiones o laicismos, aunque las respeta todas con la única condición de que no se consideren exclusivas, las únicas verdaderas. Que no tratan de imponerse y generan miedo. Recordaba, hace un año, el encuentro del papa Francisco y el Gran Imam de Abu Dabi en 2019. Hoy quiero traer aquí una idea clave de Hannah Arendt. Cuando en su trabajo sobre los orígenes del totalitarismo propugna el “amor mundi”, lo que le supuso le enemistad de algunos de sus amigos judíos porque no singularizó al pueblo judío como víctima del holocausto.  (Cito de memoria. He perdido la referencia)

 

. La fraternidad rechaza el relativismo del todo vale, así como el absolutismo de la única verdad, la mía. Propugna la relatividad propia a la condición humana, siempre en construcción, siempre en reforma, siempre en cuestión, siempre entre paréntesis.

 

. Pero hay una exigencia universal: la fraternidad exige reconocer al otro y salir de sí mismo. Es lo más difícil: poner al otro, o mejor, la relación “yo”- “tu” en el centro de la vida. No solamente la persona, como tal persona, sino la relación entre las personas, sabiendo que la construcción del yo exige perentoriamente al otro. No hay construcción autárquica. Menos aún el individualismo. Y recordaba en 2019 a Jorge Semprún. Cómo superaba el miedo en el campo de concentración de Buchenwald por la fraternidad ante la muerte. Y quiero mencionar ahora los nombres de Mandela, Gandhi, Buda y Jesucristo.

 

. El individualismo reinante en nuestros días, aliado al anonimato en las redes sociales e, increíblemente, también en los comentarios en los medios de comunicación tradicionales, nos llevan a la denigración de las personas y al linchamiento digital. El individualismo y el anonimato son dos de las mayores lacras de nuestra sociedad que impide que aflore, no solamente la fraternidad sino el mero dialogo. No se puede dialogar con quien no se conoce y ocultándose en el disfraz de un pseudónimo. De ahí al miedo al otro hay un paso que muchos han dado. (JE)  

 

. En fin, para concluir, afirmo que por eso me gusta la imagen del puente, de la fraternidad como puente que religa diferentes. Los muros generan miedos, separación, ignorancia; los puentes fraternidad, convivencia, convivialidad. Son un excelente antídoto al miedo (Recordaba hace un año a una investigadora de Quebec y nuestros trabajos “Los puentes de Deusto 1 y 2”, publicados en la Universidad de Deusto los años en 2000 y en 2001).

 

Donostia San Sebastián, 26 de agosto de 2020

Javier Elzo

Catedrático Emérito de Sociología. Universidad de Deusto.



[1] Edición en castellano, Jean Delumeau. “El miedo en Occidente”. Taurus 2012, 600 páginas

 

[2] Edición en castellano, Erich Fromm, “El miedo a la libertad”, Paidós 2004, 288 páginas

 

[3] Sigo en este punto el trabajo de Korstanje, Maximiliano E. Reseña de "El Miedo a la Libertad" de Erich Fromm Nómadas. Critical Journal of Social and Juridical Sciences, vol. 24, núm. 4, juliodiciembre, 2009 Euro-Mediterranean University Institute Roma, Italia

 

[4] Imposible no referenciar aquí la novela de Michel Houellebecq, “Sumisión”, Anagrama 2019.

 

[5] La tesis de Max Weber sobre el desencantamiento del mundo moderno en Occidente, que dio paso a la racionalidad tanto en lo económico como en lo político, es puesta en cuestión por un trabajo, de todo punto excepcional, del sociólogo alemán Hans Joas, en su libro, en traducción francesa, Les pouvoirs du sacré. Une alternative au récit du désenchantement ” Seuil 2020, 439 p. (de las que 102 p. de notas, indice de nombres y bibliografía). Es traducción del original en alemán “Die Macht des Heiligen: Eine Alternative zur Geschichte von der Entzauberung

[6] De una larga entrevista en “Le Monde” el 19 de abril de 2020