(20 de marzo de 2013)
Esta noche, con la orquesta de Euskadi
bajo la dirección de la portuguesa Joana Carneiro, interpretaban en el Kursaal la Pastoral de Beethoven. He
disfrutado mucho. De la orquesta, de la dirección (que algunos criticaban) y,
claro está, de la música. Cuando me introduje en la música, siendo crío, lo que
me gustaba de la Pastoral
era la “tormenta”, el cuarto movimiento. Ahora estoy deseando que termine para
escuchar el inconmensurable final. Cuando era adolescente mi sinfonía predilecta
era la Quinta
(a la que dediqué una columna el 9 de Julio de 2011 en DV que voy a subir a este blog al acabar
esto, con la fecha de su publicación). Hoy, sin hacer ningún asco a la Quinta (rabâché, lo llaman los franceses), me
quedo con la 6ª. Los dos primeros movimientos son inmensos y, al final la concatenación
de los tres últimos perfectos. Hoy para mí, todavía la Sexta y la Quinta , y por este orden,
son capaces de movilizarme a dos o tres horas de avión si tengo alguna
esperanza de disfrutar con una buena interpretación. Y esta noche, a
trescientos metros de mi casa he dado con una de ellas.
Cuando los adagios son preferidos a los
allegros, significa que la vida ya ha avanzado mucho, debí escribir alguna vez.
El concierto emperador de Beethoven, el quinto, y desgraciadamente, último de
su lista, comienza con un allegro y concluye con un “rondo, allegro”. Durante
muchos años he vivido con estos dos movimientos, el imponente allegro inicial y
el conclusivo allegro final, que termina con el celebrado diálogo de las
cuerdas con los timbales. Peros esto últimos años, con persistente insistencia,
es al adagio al que van mis preferencias. Hay tanta belleza en esa música…
En julio de 2008 tuve la posibilidad de
escuchar las tres últimas sinfonías de Bruckner en el Festival de Granada.
Baremboim dirigió su orquesta de la Staatkapelle de Berlin. Me alojé en el mismo
hotel que los músicos: el Alixares, apenas a quince minutos del Palacio de
Carlos V donde tenían lugar los conciertos. Con el paso de tiempo estos
conciertos están ocupando lugar en mi memoria. Me confirmé en la idea de los
conciertos que exijan recogimiento hay que escucharlos en recintos cerrados.
Los trinos de los pájaros no están en la partitura de la 7ª de Bruckner, por
ejemplo. Volviendo a Madrid me encontré en el aeropuerto de Granada con Alfonso
Aijón, artífice de tanta música en España. Comentamos los conciertos de
Bruckner- Baremboim. Me atreví a decirle
que encontré los mejores momentos en los adagios de la 8ª y 9ª, tras mostrar mi
desagrado por los molestos pajaritos del adagio de la 7ª. Alfonso, que adivinó
mi comentario antes de que lo expresara,
me habló de la baja pulsión arterial de Baremboim que le hace bordar sus
adagios. Me callé pero no pude no pensar que yo, que tengo la tensión alta,
pueda encontrar el mejor Baremboim en los adagios. Arturo Reverter (creo que
era él) me dijo al término de la 8ª que lo mejor había sido el post-climax del
adagio, los últimos cinco minutos del, para mi, uno de los movimientos
estelares de la música sinfónica de todos los tiempos.
Volveré a
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