Opulencia y decrecimiento
En este texto resumo dos artículos que publiqué en El Diario Vasco
el 08/10/10 y 08/12/12
El término de decrecimiento no resulta atrayente. Menos aun
provoca entusiasmo. Mas bien suscita, si no el rechazo, sí una actitud de
prevención, de duda y, a lo mejor, de ligera expectación. Así como crecer
connota una valencia positiva, decrecer la connota negativa. Crecer supone ir
de menos a más y decrecer de más a menos. Pero debajo del término “decrecimiento”
(“degrowth”, “dehazkunde”, “decroissance”) hay una idea que exige atención.
Mucha atención.
El decrecimiento en una corriente de pensamiento, sustentada por
algunos intelectuales y militantes que estiman que la deriva climática, el
incontrolado poder del mundo financiero y el desenfrenado consumo (incluso el
consumo como signo y terapia para la crisis), exigen un cambio radical de
paradigma social que suponga poner en tela de juicio lo que consideran como el
fetichismo del crecimiento por el crecimiento, o la ciega ecuación de que a más
crecimiento hay más riqueza, y que más riqueza conlleve a menos paro y más
bienestar para todos. Todo ello bajo el principio de que el progreso
tecno-científico es infinito, que cada día vamos a ver más innovaciones que,
simplemente por innovadoras, serán beneficiosas para la humanidad. Lo que está
por demostrar.
En el último capítulo del libro, en
francés, “El Decrecimiento: 10 cuestiones para comprender y debatir” Denis Bayo
y otros (La Decouverte ,
París 2010), avanzan varios temas a discutir en un Congreso universitario en
Barcelona. Traslado estos: “la semana de tres días, una moratoria para las
megaestructuras, reducir la publicidad, limitar el uso de los recursos
naturales (petróleo supongo), reutilización de las casas vacías, un salario
mínimo para todos y un límite al salario máximo, reducir el consumo y nuevos
estatus para las ONGs y similares”.
Ese Congreso tuvo lugar en marzo de este
año 2010 en Barcelona bajo este significativo titulo-lema-objetivo: “Decrecimiento Económico para la Sostenibilidad Ecológica
y la Equidad Social ”.
Fueron tratados los temas arriba mencionados y muchos más, como
puede consultarse en Internet en su Declaración final (“Degrowth
Declaration Barcelona 2010” )
No se
trata de estar de acuerdo con todo lo que se dice en esos congresos. Por
ejemplo, tengo mil y una dudas en la eliminación de la energía nuclear y su
sustitución por las renovables; defiendo que, salvo incapacidad o minusvalía
contrastada, el salario debe estar acorde a la calidad y productividad del
trabajo; más atención a la mujer sí, pero más aún al niño, revalorizando el
papel del padre; más responsabilidad individual y menos delegación y
dependencia institucional, etc., etc.
En Euskadi se puede seguir este movimiento en ww.desazkundea.org,
desde donde me envían, a veces, sus reflexiones. Traslado aquí algunas que he
recibido en diciembre de 2012.
“Cada día somos más quienes pensamos que ante
una situación caracterizada por una crisis ecológica, económica, sociopolítica
y de cuidados, los movimientos transformadores necesitamos encarar nuevas preguntas,
nuevas respuestas y nuevos caminos para la acción. Está permitido pensar de
nuevo y, por ello, un creciente número de personas y movimientos están
empezando a utilizar el decrecimiento no solo para vivir acorde con sus
principios de simplicidad voluntaria, sino también para organizarse,
reflexionar y aportar propuestas concretas de cambio colectivo. (…). La
suficiencia y el “menos para vivir mejor” son los lemas que el decrecimiento
sostenible opone a la resignación del caos capitalista y sus crisis endémicas.
En un planeta finito es necesaria la autolimitación para un “buen vivir”… de
todo el planeta”. (En “Ecologista”, nº 75).
La historia avanza a trompicones. En parte,
gracias a idealistas que han visto más lejos que los demás. A veces se
equivocan trágicamente, como los comunistas: 72 años de dictadura en URSS, más
de 60 en Corea del Norte, más de 50 en Cuba. Y China, y Vietnam etc., etc.
Algunos, en Euskadi, todavía nos inquietan con algo similar. Pero otros
idealistas rompen con injusticias centenarias, si no milenarias, y abren el
mundo hacia horizontes más humanos. Piénsese en los pioneros que lucharon por
la abolición de la esclavitud, el mayor holocausto de la humanidad, a mi
juicio; las primeras sufragistas que lucharon por la, aún inconclusa, igualdad
de la mujer; los ecologistas que nos
están haciendo ver que el planeta no es como un kleenex de “usar y tirar”;
algunos pensadores actuales que nos dicen que la aceleración vital, que
Internet está acentuando, puede convertirse en un tsunami que nos sumerja en la
anarquía global o en el fascismo mundial.
Sitúo aquí la idea del decrecimiento. Como
siempre, al comienzo hay exageraciones, como indiqué en mi artículo hace dos
años y que arriba reflejo. Pero, como entonces, pienso que nos incitan a pensar
si la salida a la actual crisis no estará en la limitación del consumo, en
aprender a vivir con menos y en luchar por un mundo más justo. Donde
desterremos la corrupción. La grande y la pequeña.
En
todo caso pienso que habría que estar ciego para no darse cuenta que
necesitamos un revulsivo radical para salir
de la actual crisis, no recaer en otra peor, y poder vislumbrar otro mundo. Con
las correcciones que todos aportemos una idea clave creo que está emergiendo:
tenemos que controlar el consumo que, en las clases más adineradas,
prácticamente ha tocado techo. En mucha gente se busca dinero para que aumenten
los números en las cuentas bancarias, en medio de un aburrimiento infinito.
También en tiempos de crisis. Hace ya muchas décadas que Galbraith habló de la
sociedad de la opulencia. Y a finales de los 30 del siglo pasado, el sociólogo
Merton escribía que, en la sociedad americana, la inmensa mayoría,
independientemente de su nivel de salarios, estimaban que, en justicia,
debieran ganar un 30 % más.
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