(Estas notas proceden de varios
artículos breves, retocados y refundidos, que publiqué en “El Diario Vasco” estos meses pasados, y
forman parte de un texto más amplio que publicará DeustoForum como Actas del
Encuentro - Seminario de 8 de Junio de 2012 bajo el título de “La Justicia para la
convivencia”)
Abordaré
esquemáticamente tres cuestiones: pedir perdón, el acto de perdonar y el dilema
entre la piedad y el rigor, sin olvidar la necesidad de saldar las deudas.
1. Pedir perdón
El
General Paul Aussaresses, fue
responsable del servicio de información durante la guerra de Argelia
entre los años 1955 y 1957. El año 2001, luego 44 después de la finalización de
la guerra, publicó el libro “Servicios especiales: Argelia 1955-1957” (Editions Perrin,
2001), en el que reivindica las torturas practicadas bajo sus órdenes,
sin remordimiento alguno. Escribió: “todo lo que hice era conforme a la
deontología de todo militar en condiciones de guerra”, lo que levantó airadas
reacciones en Francia. Pero el
general Aussaresses, entonces con 83 años de edad, se mantuvo en sus trece: "un
juicio no me da miedo. Volvería a decir lo mismo que he escrito en mi libro”,
declaró.
Valerio
Morucci es uno de los cuatro terroristas de las Brigadas Rojas que secuestró en
1978 a
Aldo Moro. Tras asesinar a Moro (probablemente su jefe Mario Moretti fue el
ejecutor material), llamó a la familia de Moro para decirle donde se encontraba
su cadáver que él mismo condujo en una furgoneta. Condenado a cadena perpetua “se disoció”
públicamente de las Brigadas Rojas y salió de la cárcel quince años después. Entrevistado
por Le Monde (28/11/11) tomándose un café en una terraza de Paris, reconoce que
“fueron vencidos”, que “ejecutando a Moro nos ahogamos en la sangre”, pero “sin
pesar ni remordimiento” afirma que “la lucha armada tenía un sentido en
aquellos tiempos”.
He
aquí dos ejemplos, uno de un responsable de torturas y torturador, y otro de un
terrorista con delitos de sangre que, muchos años después, justifican sus
acciones en razón de una causa superior y no piden perdón. Incluso podrían
reconocer el daño causado y pedir perdón pero, en el fondo de sí mismos,
piensan que hicieron lo que tenían que hacer y legitiman sus acciones y su
relato.
Iñaki
García Arrizabalaga (hijo del delegado de Telefónica en Gipuzkoa, asesinado en
1980) piensa que para la izquierda abertzale pedir perdón “es una humillación,
cuando yo creo que es todo lo contrario, es un signo revolucionario” (El Diario
Vasco 24/12/11), el mismo Iñaki que en otra entrevista (El País 25/09/11)
decía, refiriéndose a encuentros que se están llevando a cabo en Nanclares, que
“era la primera vez que un terrorista me pedía perdón" y que "ojala
hubiera más presos de ETA que transitaran por este mismo camino".
En
efecto son pocos los terroristas, torturadores u otros cercanos a ellos, que
pidan perdón. Pero, ¿aceptarían las víctimas esa petición de perdón?. ¿La
concederían?.
2. ¿Perdonar?
Presento aquí tres reflexiones de diferentes víctimas sobre
si entienden que deben perdonar. Dos tras la segunda guerra mundial. La
tercera, una víctima de ETA.
Vladimir
Yankélévitch (1903-1985), filósofo, músico y musicólogo, Catedrático de
Filosofía Moral en la Sorbona
entre 1951 y 1979, escribió un texto el año 1971, titulado “¿Perdonar?”
retomando unas reflexiones suyas con motivo de la polémica en Francia, el año
1965, “relativas a las prescripción de los crímenes hitlerianos”. Prácticamente
al final de su texto escribe “…no hay reparaciones para lo irreparable. Nosotros
no queremos vuestro dinero. Vuestros marcos nos horrorizan y más aún la
intención muy alemana de ofrecérnoslos. No, las vacaciones no son todo; el
turismo tampoco, ni los buenos viajes, ni los festivales, aunque sean
austriacos (probablemente Yankélévicht, piensa en los festivales de Salzburg).
(….) Y como no se puede ser amigo de todos hemos optado por incordiar a los
amateurs de hermanamientos franco-alemanes, en vez de herir a los
supervivientes del infierno”. “L´Imprescriptible” (traducción personal) Paris. Ed. du Seuil 1986.
Albert Camus en “Cartas a un
amigo alemán” (un amigo real en su vida), concretamente en la 4ª Carta, escrita
en Julio de 1944, escribe “Al mismo tiempo que juzgaré atroz vuestra conducta,
me acordaré de que vosotros (los nazis, precisa Camus) y nosotros (los europeos
libres, de nuevo Camus) partimos de la misma soledad, que vosotros y nosotros,
vivimos con toda Europa en la misma tragedia de la inteligencia. Y, a pesar de
vosotros mismos, yo os seguiré manteniendo la denominación de hombre. Para ser
fieles a nuestra fe (en los ideales de justicia) nos hemos esforzado en
respetar en vosotros lo que vosotros no habéis respetado en los demás. (…). Al
final de este combate, en el seno de esta ciudad (Paris) que presenta el rostro
del infierno, por encima de todas las torturas infligidas a los nuestros, a
pesar de nuestros muertos desfigurados y de nuestras aldeas de huérfanos, yo
puedo deciros que, en el momento mismo en el que vamos a destruiros sin piedad,
no nos embarga el odio hacia vosotros. Y si mañana, como tantos otros, fuéramos
a morir, seguiríamos sin odio”. (Gallimard. Paris 1948, red. 2010, traducción
personal). No puedo leer estas líneas de Camus sin estremecerme
El 21 de octubre de
2011, al día siguiente del anuncio de ETA del cese definitivo de su actividad
armada, participé en un programa de TV3 en Barcelona. Estaba en el plató
Eulalia Lluch, una de las hijas de Ernest Lluch, asesinado por ETA. En su
intervención animó a la sociedad vasca para hablar y dialogar sin deseos de
venganza sobre el futuro abierto, insistió en desear lo mejor para todos y que
quería transmitir toda su energía positiva para recorrer el camino pendiente.
Quería ayudar, no presionar ni dirigir hacia ninguna parte. Nos impactó a
todos.
“Ninguna palabra de
más, ninguna manifestación de odio, ninguna descalificación innecesaria, nada
de que nadie se pudriera en ninguna cárcel. Dijo en algún momento, y lo apuntó
con la máxima humildad y prudencia, que, desde su punto de vista, lo que ahora
parecía abonarse y apoyarse por casi todos -o cuanto menos por muchos- era lo
que su padre defendió con tenacidad y coraje, y con mucha incomprensión. No le
faltaba razón”. (Texto que leí y anoté en relación a la intervención de Eulalia
pero he perdido la referencia de quien y donde lo manifestó).
No hay acuerdo entre los
victimarios en pedir perdón, ni lo hay entre las victimas en concederlo. En efecto,
constatamos que ni las victimas ni los victimarios conforman universos
uniformes. Por un lado, los miembros de ETA, los presos de ETA, no piensan ni
actúan de la misma manera cuando se refieren a sus víctimas. Algunos, muy
pocos, han pedido perdón. Otros lamentan lo sucedido, reconocen el daño
causado. Muchos miran a otro lado y piensen que hicieron lo que tenían que
hacer.
Las victimas tampoco
piensan todas de la misma manera. Algunas piden el cumplimiento integro de las
penas, incluso que “se pudran en las cárceles”. Otras no quieren saber nada de
la petición de perdón de sus victimarios. Sin que falten las que perdonan y
quieren que se abra otra vida para todos. ¿Se puede conciliar
el mal causado con la justicia y la reconciliación?.
3. La piedad y el rigor
El colectivo “Egin
Dezagun Bidea”, convocante de la gran manifestación en Bilbao del domingo 8 de
enero de 2012 en apoyo a los presos de ETA, realizó al día siguiente unas
reflexiones al respecto. Del resumen de Europa Press, extraigo lo siguiente:
“Asimismo, han recordado a las formaciones, agentes e instituciones que afirman
que los derechos de los presos deben ser respetados, pero no estuvieron en la
manifestación, que es el momento "de pasar de las palabras a los
hechos" y "convertir de forma práctica los discursos mostrando
respeto a movilizaciones tan gigantescas". Dos ideas me irritaron.
En primer lugar, es
cierto que hay que mostrar “respeto a movilizaciones tan gigantescas” pero, me
permito recordar, la manifestación, también en Bilbao, el 12 de julio de 1997,
donde una multitud exigimos a ETA la liberación de Miguel Ángel Blanco y a las
dos horas, con desprecio absoluto a su vida y a la voluntad de los ciudadanos
vascos, lo asesinó fríamente en un monte de Gipuzkoa. La izquierda abertzale ni
participó en aquella manifestación ni condenó el asesinato. Y no basta decir
que eran otros tiempos. Los Derechos Humanos de las personas son vigentes en
todo tiempo, lugar y circunstancias. También para “sus” presos, sin duda alguna
pero es intolerable que solamente, como colectivo, piensen en ellos.
Pero, y en segundo
lugar, la izquierda abertzale no es quién para exigir, a los que nunca han
hecho excepciones en los Derechos Humanos, “pasar de las palabras a los hechos”.
Para ello hace falta un pedigrí que los de la izquierda abertzale no tienen en
absoluto. No solamente no asistieron a las muchas manifestaciones en las que la
sociedad vasca pidió el fin de ETA es que, incluso, en algunas de esas
manifestaciones se colocaron en frente, llegando a proferir gritos de “ETA
mátalos”. Pienso por ejemplo en las que, semana tras semana, ciudadanos vascos
pedíamos la liberación de Aldaya o de Iglesias Zamora.
Porque quiero mirar al
futuro no puedo olvidar el pasado y, ahora, de la izquierda abertzale espero,
de entrada, humildad. El perdón que ahora piden para “sus” presos hay que
ganárselo. Amelia Valcárcel al final de su libro “La memoria y el perdón”
(Herder, 2010, página 141), refiriéndose al perdón colectivo (no al individual,
quiero subrayarlo), escribe que “podemos perdonar con condiciones, las propias
del perdón: la confesión, el arrepentimiento y la disposición a reparar lo
hecho”. Es lo que debe hacer, como colectivo, la izquierda abertzale.
Escribí, bajo el título de “El día después de
los presos de ETA”, en el numero de abril de 2012, de
Bake Hitzak de Gesto por la Paz ,
que “la izquierda abertzale debe pedir perdón a la sociedad vasca en su
conjunto y, más en particular, a las víctimas que ETA ha generado, por el
inmenso daño que ha causado ella –, la izquierda abertzale, no solamente ETA -
en estos años pasados. También pediría, sea al Gobierno, sea a las Fuerzas y
Cuerpos de Seguridad, que también pidieran perdón por los agentes que, en uso
indebido de la violencia - torturas y malos tratos- protagonizaron”. Añado, parafraseando
a Amelia Valcárcel, que las deudas hay que pagarlas, aunque puedan ser
condonadas. Eso sí, con condiciones.
Cerrando con Mozart
Vladimir Yankelevitch,
internamente desgarrado, en el prologo de su libro “Lo imprescriptible” de
1971, escribe: “entre el
absoluto de la ley del amor y el absoluto de la libertad del mal, hay un
desgarro que no puede ser enteramente resuelto. No pretendemos reconciliar la
irracionalidad del mal con el amor todopoderoso. El perdón es fuerte como el
mal, pero el mal es fuerte como el perdón”.
A los vascos, a la
sociedad vasca, (por favor, sin pedir a las víctimas que lo sean dos veces),
corresponde la decisión de saber qué prioriza: si perpetúa el pasado del mal o,
sin olvidarlo, se adentra en el presente y futuro del perdón. Mozart, en
su última ópera, pone en boca del emperador Tito, tras perdonar a su mejor
amigo y a su futura esposa que intentaron asesinarle, estas palabras: “si el
mundo quiere acusarme de algún error, que me acuse de piedad, no de
rigor”. Habrán adivinado que esa es mi
posición.
Donostia - San Sebastián 19 de junio de 2012
Exigir y presionar para que los ensangrentados pidan perdón me parece contraproducente:puede propiciar conductas hipócritas y cínicas. De poco vale y nada contribuye a la convivencia social, una petición de perdón que no provenga de un sincero arrepentimiento y pesar por el mal causado. Lo procedente, creo yo, es quedarse en disponibilidad para aceptar su petición de perdón cuando sean capaces de hacerla, dejando constancia (sin excesiva insistencia) que mientras no lo hagan, se tolera convivir con ellos, pero no están verdaderamente integrados en la sociedad de los hombres dignos.
ResponderEliminarSuerte tendrán (y tendríamos todos) de que vaya aumentando el número de los que sean capaces de redimirse; para los que no lo sean, comprensión y una cierta piedad por su tóxico empecinamiento.
Si yo fuera víctima o familiar directo de víctimas no aceptaría un paripé en este asunto.