¿Tienen utilidad las manifestaciones?
Ante la actual situación
es frecuente escuchar voces que la asemejen a la de los años treinta del siglo
pasado, tras la gran depresión del 29. Pero las desemejanzas son más que las
similitudes. De hecho nunca hay dos situaciones iguales aunque, en un momento
determinado, cabe de hablar de elementos y comportamientos análogos. Es lo que
ahora mismo está sucediendo, con la multiplicación de manifestaciones,
encontramos algunos objetivos relativamente similares: en contra del
neoliberalismo económico, contra los paraísos fiscales, por la incapacidad de
los poderes públicos para imponerse, o controlar, los flujos financieros,
aunque muchas dirán que precisamente por la connivencia con los grandes poderes
etc., etc., y todo ello con la consecuencia de los recortes en el estado de
bienestar, el descenso de la economía productiva y el galopante avance del
paro. Algunos se preguntan en qué va a desembocar todo esto. Si cabe pensar en
una especie de revolución (o al menos revuelta) generalizada en gran parte de
Europa.
Personalmente pienso que las
manifestaciones que acabamos de ver en España varios días de la semana pasada
(Euskadi is different y tuvo su “huelga general” el 26), los domingos pasados
en Francia, Alemania e Italia y desde hace no sé cuantos años en Portugal y,
sobre todo en Grecia, y seguro que olvido, además de tener cada país su
singularidad propia, no tienen una fuerza aglutinadora internacional que vaya
mas allá de la manifestación. Pienso, incluso, que aunque hubiera un muerto en
una manifestación por desmadre manifiesto de la policía y, cual efecto dominó,
se multiplicaran las manifestaciones por toda Europa, la cosa no iría más allá
de la caída de algún gobierno.
Por dos razones básicas.
La primera es que ni siquiera hay, en la actualidad, una ideología,
relativamente construida, una ideología que oponer al actual capitalismo
después del desmoronamiento de imperio soviético. Como muestra “nuestra”
izquierda abertzale que busca modelo en America Latina pues no parece capaz de
encontrarla en Europa. La segunda porque las revoluciones se hacen desde el
poder, una vez alcanzado el poder. El pueblo puede derrocar al poder pero solo
los que alcanzan el poder, si son revolucionarios, o simplemente dictadores,
pueden cambiar el país. Lo que no significa que necesariamente a mejor.
De hecho lo que hasta la
fecha ha ocurrido con la actual crisis es que han cambiado los gobiernos y los
que han venido después apenas han variado lo que hacían los gobiernos
derrotados en las urnas. Del signo que fueran. Así, en España se ha pasado del
PSOE al PP, en Francia de la derecha a la izquierda, en Grecia de la izquierda
del PASOC a la derecha actual (con gérmenes de derecha extrema), en Italia de
Berlusconi a Monti y veremos qué pasa en Alemania. Y todo sigue igual, o peor.
Luego, ¿no hay nada que
hacer hasta que los amos del mundo del mundo se sacien o se den cuenta que no
hay donde rascar, porque todo está ya rascado o ya no vale la pena el esfuerzo
para lo que todavía se pueda sacar?. Sugiero dos cosas.
A nivel macro (social,
económico y político) la solución se llama Europa. Alemania debiera recordar
que después de la segunda guerra mundial salió adelante, en parte, gracias al
Plan Marshall. EEUU necesitaba una Alemania que pudiera subsistir por si misma.
Hoy Alemania (Holanda, Bélgica, Austria etc.) deben entender que necesitan de
una España, Francia, Italia etc. que sea fuerte. Si no, cual efecto dominó,
unos vendrán detrás de otros. Será las III Guerra Mundial (piénsese más en la
1ª que en la 2ª como antecedente), donde los fusiles ya han sido substituidos
por números en las pantallas de ordenador y los heridos de guerra por países
endeudados y sus ciudadanos sin trabajo.
A nivel micro, a nivel
personal, traigo aquí una reflexión que he encontrado en un libro que estoy
leyendo, con sumo interés, de Julio Crespo MacLennan “Imperios. Auge y declive
de Europa en el mundo, 1492-2012”
que acaba de editar Galaxia Gutemberg. (El libro vale para todo lo anterior
pero me limito a una frase). Una frase de Ortega y Gasset que Julio Crespo cita
al inicio de la segunda parte de su libro al referirse al declive de Europa.
Escribe Ortega que “solo se aguanta una civilización si muchos aportan su
colaboración al esfuerzo. Si todos prefieren gozar del fruto, la civilización
se hunde”. (El autor no referencia de donde viene la cita de Ortega y, aunque
está muy mentada en Internet, no encuentro la fuente exacta. Si alguien da con
ella agradecería me la transmita).
Evidentemente con esa
frase no estoy pensando en los manifestantes que refería más arriba. Al menos
en muchos, la mayoría, de esos manifestantes. Pienso en la cultura que se ha
instalado, concretamente en España, y que definía en el título de un libro que
dirigí sobre los valores de los españoles. Este era el título: “un
individualismo placentero y protegido”. El trabajo de campo se cerró justo
antes del inicio de la crisis. Pero aun dentro de ella, ahora mismo, sigo
pensando que esa mentalidad sigue perfectamente en pie y no veo signos de que
vaya a cambiar. No en la ciudadanía y, menos aun, en la colusión de la clase
mediática con la política dominada por el navajeo del adversario. Y así no se
sale del agujero.
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