El pasado 25 de Julio
envié a la redacción de “El Diario Vasco” un artículo que ha debido estimar que
no era de interés su publicación. Tampoco me han comunicado nada al respecto
pese a ser un colaborar de DV desde hace años. La callada por respuesta. Sin embargo
estimo muy oportuno el tema que planteo, los ruidos en la ciudad.
De modo que, dejando
mañana Donosti para escapar de los ruidos que invaden mi domicilio particular
durante la Semana Grande ,
adjunto aquí abajo mi texto
Curiosamente al abrir esta mañana “El País Digital” encuentro un reportaje de Carmen Morán, titulado “Somos ruido” que adjunto tras el mío.
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Topografía parcial de los ruidos de la ciudad.
El martes 17 de este mes,
Eukene se quejaba en Sirimiri del DV porque dejaron que el viernes anterior “la
música (que provenía del muelle) retumbara por toda la Parte Vieja ” hasta las
5,15 de la mañana y el sábado hasta las seis de la mañana, impidiendo el
descanso de la gente. Doy fe de que así era pues ese viernes cenaba yo en un
restaurante próximo y no pudimos abrir la ventana pues nos impedía mantener una
conversación en la mesa. Cuando salimos nos desperdigamos inmediatamente hacia
nuestras casas tal era el ruido que salía de los altavoces. (Otra persona,
también de nombre Eukene, y del muelle, decía dos días después, también en
Sirimiri, que a ella no le molestaba el ruido).
El miércoles 18 era
Javier Isasa, desde la Plaza Catalunya
de Gros quien escribía, también en Sirimiri que “las fiestas Zipotz han sido un
horror de música, gritos, los decibelios a tope, el horario, etc. ¿No se dan
cuenta, estos programadores de las mencionadas fiestas, que están en medio de
casas habitadas, con personas vivas, niños, mayores, enfermos, etcétera?”.
El martes 24, siempre en
Sirimiri, Aurelia Muñoz escribe que “está bien que se celebre Jazzaldia en la
ciudad, está bien que tengamos a los mejores músicos entre nosotros…pero pido
respeto para los usuarios de la playa. El domingo resultó insufrible estar en
la arena de la Zurriola. Las
pruebas de sonido y conciertos nos chafó el día a muchas señoras”.
El miércoles 25 Javier
Razquin escribe un texto, también en Sirimiri, que cabría transcribirlo en su
totalidad. Si pueden léanlo. Son verdades como puños y bien escritas. Empieza
así. “No es poco tormento para los vecinos de la zona la moda que se han
inventado y sigue engordando de ofrecer conciertos con cualquier motivo en la
playa de Gros o en las terrazas del Kursaal. En particular son molestos hasta
el extremo los miembros de esa nueva especie, los DJ, que, además de poner
músicas pachangueras sin ningún control de volumen, se dedican a dar gritos
continuamente. Con el final de la Donosti
Cup , ya han cogido la costumbre de martirizar al vecindario
con sadismo especial” Y sigue hablando del Festival de Jazz. Insisto: léanlo y
guárdenlo pues, me temo, que esto no se acaba aquí. Sin ir mas tarde, ya saben
lo que les espera en la Semana Grande.
Todo esto, aun siendo
grave y bochornoso para los responsables de la ciudad, es “peccata minuta”, con
lo que padecen los habitantes del corazón de la Parte Vieja ,
prácticamente todos los fines de semana. Pero hoy quiero limitarme a los
“festivales del verano” al aire libre.
Hay que agradecer que “El
Diario Vasco” se haga eco de estas quejas de los ciudadanos. Mi aplauso sería
total si en alguno de sus titulares y en sus editoriales, por ejemplo en el
significativamente titulado “Jazzaldia de oro” del 15 de julio, laudatorio
total, también dieran cuenta de que para muchos ciudadanos estas fiestas son un
horror.
¿Solución?.Ya sería mucho que los decibelios que emiten los altavoces se programaran solamente para los que los están escuchando y no para todo el vecindario. Que en el Jazzaldia se hiciera honor a su nombre y escucháramos Jazz dejando el rock y otras manifestaciones musicales para locales cerrados. Que los Disk Jockey se quedaran en las discotecas. Que las pruebas de sonido fueran eso, pruebas de sonido. En fin, piénsese que si alguien tuviera la infeliz idea de poner, a todo volumen, las nueve sinfonías de Beethoven, desde las 9 de la mañana hasta las cinco de la madrugada, los que no pudieran no oírlas, acabarían aborreciéndolas.
Durante el “odonato” se
tenía a gala hablar de la ciudad del respeto a los derechos humanos. Pero la
topografía del ruido campaba a sus anchas. Como ahora en el “bildunato” quienes
propugnan, más modestamente, que quieren que los vecinos participen. Ya me
conformaría con que unos y otros les escuchasen. Pero que escuchen a todos y
expliquen a los sufridores por qué, durante esos festejos, no pueden conversar
en sus casas con las ventanas abiertas, ni descansar hasta las tantas de la
noche, ni aún cerrándolas.
Enviado el 25 de julio de
2012 y, al día de hoy, no publicado
Javier Elzo
(Para “El Diario Vasco”)
Somos ruido
La ley no
basta para atajar un problema de raíz cultural potenciado por la prohibición de
fumar
Los
tribunales son sensibles al exceso de decibelios
Falta más
implicación de gestores e ingenieros
Las denuncias
por ruidos más comunes son las relacionadas con discotecas.
Decir que España es un país ruidoso es revelar poco. Si se tiene en
cuenta que el mayor culpable del estruendo habitual que se vive en las grandes
ciudades es el tráfico, el verano podría ser un gran aliado para el descanso,
pero no, porque las ventanas están abiertas, así que, lo uno por lo otro, el
cacareo no amaina. Dos circunstancias vienen a llenar aún más de molestos
sonidos el día y la noche y ambas tienen una raíz cultural, en sentido amplio.
La primera es la acogida de extranjeros en nuestras ciudades que, procedentes
de otras latitudes, traen con ellos nuevas formas de vida: es lo que podría
llamarse el efecto bachata; la segunda también tiene que ver con un cambio en
nuestras costumbres: ya no se fuma dentro de los bares, sino que se habla a voz
en cuello en la puerta a cualquier hora de la madrugada.
El ruido está ampliamente regulado, hay normativa
estatal, regional y local. Se hacen eco de un mandato constitucional, el de
proteger la salud (artículo 43) y el medio ambiente (artículo 45) y se trata de
poner coto a prácticas que puedan dañarlo, porque el ruido puede producir
nocivos efectos físicos, como la sordera, pero también afectar, sencillamente,
al bienestar. Los datos de la
OCDE sitúan en 65 decibelios como promedio diario el umbral
que no ha de traspasarse para no dañar el sistema auditivo. Y la OMS en 1999 rebajó a 55 el
tope a partir del cual se puede hablar de molestias serias para el bienestar.
Cuando se hacen estos cálculos, cuenta Pedro Cobo, investigador del Centro de
Acústica Aplicada del CSIC, se suele penalizar con cinco puntos más el periodo
de tarde y con 10 el de la noche para calcular un promedio más justo. En el
interior de las viviendas no pueden emitirse más de 35 decibelios nocturnos.
Eso sobre el papel. Que le pregunten a Jorge Osset,
del despacho de abogados Osset, especializados en contaminación acústica.
“Generalmente las denuncias que más abundan son las relacionadas con bares y
discotecas, pero últimamente hay más problemas entre vecinos. Familias que
compran o alquilan una vivienda y acaban alterando el descanso del resto de la
finca. Son otros estilos de vida, que chocan con los tradicionales y a veces se
llega a situaciones insostenibles: fiestas, borracheras, peleas, muchas
personas circulando por un piso que no tiene cabida para tanto inquilino”,
menciona el abogado. Y músicas de otras latitudes. Osset no niega que en
ocasiones se trata de inmigrantes, pero quiere insistir en que los españoles no
necesitamos que vengan de fuera para enseñarnos qué es el ruido. Y si no,
pongan tres Erasmus nacionales en un piso suizo, a ver qué pasa.
“La
Ley de Propiedad Horizontal ataja bien estas situaciones de
ruido entre vecinos, permite a un juez revocar un contrato de arrendamiento e
incluso puede privar a un propietario del uso de su vivienda hasta tres años.
Es una medida muy dura, desde luego. Nosotros hemos tenido casos en que se les
dejó sin casa durante un año”, asegura. Para llegar a esos niveles han tenido
que mediar constantes llamadas a la policía, amenazas al resto del vecindario,
denuncias varias. “Hay situaciones terribles, he conocido un caso que incluso
tiraban la basura desde la ventana”, relata.
Cuando no hay forma de resolver esto por la vía de
la buena vecindad se recurre a tribunales. Y eso, dice Osset, son años de lucha
en ocasiones, aunque poco a poco van cayendo sentencias a favor de los vecinos
que se desquiciaban con el piano de arriba, el del aire acondicionado del
segundo, el restaurante del bajo… Desde 2006 viene batallando María Ángeles en
un pueblo grande de Madrid que no quiere citar, porque, dice, “bastantes
problemas hemos tenido ya con los vecinos, que ni nos hablan”. Porque una cosa
es que uno de los inquilinos moleste a todos y otra cosa es lo que le pasa a
esta familia. “Se trata de la puerta de entrada a la urbanización, de hierro y
pegada a la estructura de la casa. Cada vez que alguien entra se oye un
tremendo ruido al cerrar y solo nos afecta a nosotros porque es la vivienda que
está pegada a la puerta. Ya llevo gastados 9.000 euros entre pleitos,
mediciones privadas del ruido… Ahora tenemos una sentencia en firme para que
esto se solucione, pero no hay forma. Se hubiera gastado menos la comunidad en arreglar
la puerta que lo que van a tener que desembolsar con las sentencias”, asegura.
María Ángeles cuenta el sufrimiento constante, la hija teniendo que irse donde
los abuelos cuando tenía que estudiar, el matrimonio durmiendo en el salón para
amortiguar el escándalo nocturno. Y, sobre todo, la incomprensión de los
vecinos, “que no se lo creen, por más que les invitábamos a subir a
comprobarlo”.
Castigo por estridente
§
Pianista excesiva. El
sonido del piano también puede ser ruido y muy molesto. La Sala de lo Civil del Tribunal
Supremo ha condenado este año a una familia de Valencia a indemnizar con 8.000
euros a sus vecinos del piso de arriba porque su hija, estudiante de cuarto de
este instrumento, lo tocaba cualquier día de la semana, incluidos sábados y
domingos sin respetar las horas de descanso. La sentencia obligaba a los
condenados a dejar de tocar el instrumento o a adoptar medidas de
insonorización porque acreditó que el ruido superaba el límite máximo permitido
y vulneró la intimidad de la familia demandante.
§
Cárcel para el dueño y
la encargada de un bar. Ocurrió en Sevilla.
El dueño y la encargada del bar Coyote en Dos Hermanas ponían la música a “un
volumen notoriamente excesivo, lo que ocasionaba ruidos intolerables en el
interior de las casas de los vecinos”, según estimó la Audiencia de Sevilla.
Fueron condenados a cuatro años de cárcel por afectar “gravemente” al sosiego y
descanso nocturno de los vecinos. El tribunal entendió que los condenados
sabían las molestias causadas.
§
Indemnización por
pasividad. El Ayuntamiento de Sevilla fue condenado en 2011 a indemnizar con 15.000
euros a un matrimonio que vivía en el centro de la ciudad por haber desoído
durante tres años sus denuncias sobre el ruido que emitía un supermercado
próximo a su domicilio. El establecimiento funcionó sin licencia de apertura
entre diciembre de 2002 y mayo de 2005.
§
Molesta cancela. Una
comunidad de propietarios de la misma ciudad fue también obligada en 2011 a compensar con 6.000
euros a unos vecinos por los ruidos “excesivos e intolerables” de la cancela de
entrada. Los ruidos les obligaron a mudarse para poder descansar.
Esta familia estuvo unos años viviendo en Suiza,
donde las cosas son del todo al contrario. En cada consulta para este artículo
siempre alguien salía con aquello de Suiza… “En Suiza no se puede tirar de la
cisterna pasadas las once de la noche”, “en Suiza no puedes ducharte por la
noche”. “En Suiza el mismo vecino que se toma un ponche en una fiestita en tu
casa a las diez de la noche llama a la policía a las once si no se ha
silenciado la música”… Leyenda urbana o no, lo cierto es que en Suiza, como en
Alemania o en otros países al norte de los mediterráneos, la cosa cambia y
mucho. Es una cuestión cultural, la gente lo tiene ya aprendido de siempre. Para
ellos, el efecto bachata es España.
“Yo todavía estoy tomando pastillas para dormir”,
dice María Ángeles, “pero mi marido tiene que trabajar temprano, no puede hacer
eso”. Algunos de los afectados por el ruido acaba recurriendo a un psicólogo.
“Pero no son tantos, porque muchos, cuando ven que el asunto no tiene visos de
terminar, antes de ir a un especialista opta por abandonar su casa, venden y
compran en otro lado”, dice el psicólogo Enrique García Huete. Él, sin embargo,
ha tratado algunos casos. “No es lo mismo un ruido molesto, pero del que se
tiene constancia de que terminará, como unas obras en la calle, que pueden
causar irritabilidad, insomnio e incluso angustia, que un ruido que parece que
no se resolverá nunca”, empieza. “Y tampoco se lo toma igual una persona que
otra, porque algunas pueden dormir con una bomba al lado y otros se despiertan
con un ruido mucho menor. Para estos últimos, la angustia de saber que esa
fuente de ruido no va a cesar les ocasiona angustia, ansiedad, pero también indefensión
cara al futuro, ya lo han probado todo, tapones, dormir con la radio, y nada
les soluciona. Entran en una angustia auténtica, se preguntan qué hacer con su
vida, y a veces acaban cambiando de piso”, dice García Huete.
Se puede llegar a situaciones de seudodepresión en
las que la persona afectada anticipa la molestia. “Antes de llegar a casa ya
van pensando en el martirio que se avecina otra noche más”, ejemplifica el
psicólogo. García Huete también menciona los problemas que se están dando con
otras culturas. “Esto creo que es más un asunto de convivencia y respeto, tanto
da si es bachata en España, que estudiantes de Erasmus en Düsseldorf”.
Las culturas son diferentes pero
hay umbrales de
sentido común
hay umbrales de
sentido común
A pesar de todo, dice que sobre este asunto del
ruido, por más que haga la vida imposible a muchas familias, “no se puede
hablar de epidemiología, no es ni mucho menos el principal objeto de las
consultas al psicólogo”. Claro, que si los tribunales se retrasan, las
sentencias no se ejecutan y las sanciones se hacen de rogar, uno prefiere
cambiar de piso y dejar de gastar dinero en otras cosas… María Ángeles, la
madrileña afectada de este reportaje, lo tiene así de claro. “No nos hemos ido
ya porque no ha acabado de solucionarse el asunto, y no le vamos a dejar este
embolado al que venga, pero en cuanto esto termine vendemos y nos vamos, al
precio que sea. La situación con los vecinos es muy tensa. A veces algún otro
siente la misma molestia por el ruido, pero no denuncia por miedo, por no
enfrentarse con la comunidad, pero deberían hacerlo, en España se aguantan
demasiadas cosas sin denunciar”, afirma. Y sí, sorprende el escándalo que un
teatro puede hacer en plena Gran Vía madrileña cuando los operarios desmontan
un escenario y cargan los grandes camiones con las cajas metálicas a las dos de
la madrugada, a las tres, a voz en grito, y apenas se oyen quejas de los
vecinos.
Con todo, el tráfico es el más peliagudo de los
problemas cuando se trata de ruidos en las grandes ciudades. Entre el tráfico
rodado (47%), el aéreo (14%) y el ferroviario (12%) suman la gran fuente de
contaminación acústica. La industria y el comercio (11%) y el vecindario (16%)
completan el concierto. “Combatir el ruido requiere de una solución sistémica
que atañe a los productores, que deben hacer neumáticos y vehículos más
silenciosos; a los gestores, que han de tomar medidas como la restricción del
tráfico a determinadas horas o lugares; y a los ingenieros acústicos, que deben
hacer sus aportaciones”, explica Pedro Cobo, del CSIC. En efecto, Cobo trabaja
ahora en el desarrollo de un aparato que mida el ruido desde el interior de los
propios vehículos, “una especie de caja negra que delate a ese conductor que
acelera ruidosamente parado frente al semáforo, por ejemplo. Este aparato
indicaría cuándo se han sobrepasado los umbrales establecidos. Eso se podría
hacer cuando el vehículo pase la
ITV , por ejemplo. Sería similar a esos dispositivos
precintados que existen en las discotecas, donde un inspector puede comprobar
si se han sobrepasado los decibelios permitidos”, dice Cobo.
“Pongan a tres de nuestros
Erasmus
en un piso suizo y vean”, dice un experto
en un piso suizo y vean”, dice un experto
Ay, las discotecas y demás lugares de ocio y
esparcimiento. Cuando muchos se habían gastado una buena suma en insonorizar el
establecimiento, llega la ley del tabaco y echa los humos a la calle. La postal
se veía venir. Grupos de personas hablando en el silencio de la noche sin tener
en cuenta el descanso de los vecinos. “Tengo ganas de meterme con una de esas
denuncias, que todavía no he tenido”, afirma el abogado Osset. “Porque el tono
de voz y de alegría de esos grupos nocturnos no es el habitual. Tenemos muchas
consultas sobre esto, pero aún no hemos iniciado un procedimiento y no sería
difícil, al menos en Madrid, porque hay una ordenanza que prohíbe reuniones de
grupo en la calle si se está haciendo ruido, y permite sancionar sin siquiera
haber hecho una medición de los decibelios. Por otro lado, está prohibido beber
en la calle, y no son pocos los que se salen con la copa”, asegura. Sin copa en
la mano, poco pueden hacer los camareros para detener el cacareo que se monta a
las puertas de sus insonorizados locales cuando toca fumar. Por eso, como dice
el científico Pedro Cobo, no solo los fabricantes, los gestores o los ingenieros
de acústica tienen algo que aportar en este asunto. “No nos engañemos, los
ciudadanos tienen que poner de su parte”. Es una cuestión de educación y
cultura. Todas son diferentes, pero hay umbrales de sentido común que
permitirían abrir las ventanas en verano.
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