martes, 7 de agosto de 2012

La confesión de un Cardenal


La confesión de un Cardenal

El año 2007 un reputado escritor de temas religiosos, Olivier Le Gendre, publicó un libro, bajo el título de “Confession d´un cardinal” (JC Lattès. Paris 2007, 413 páginas), no traducido al castellano. El libro tuvo mucho eco en los corrillos religiosos franceses, incluidas revistas de especialización científica en esos temas, y fue objeto de alguna reedición más. He leído con autentica fruición el libro. Es una ficticia conversación con un supuesto cardenal que los mentideros apuntan a diversos cardenales llevándose la palma el cardenal Silvestrini. Nadie duda de que el autor dispone de información de primera mano, a tenor de que se puede leer en este libro y en otras publicaciones suyas. Tampoco que haya mantenido conversaciones con altos dignatarios romanos, cardenales incluidos, pero la obra es una ficción que permite al autor desarrollar sus propias convicciones personales sobre el presente y el devenir de la iglesia católica, convicciones que, sin lugar a dudas son compartidas por no pocos creyentes católicos, con algún, o algunos cardenales, entre ellos. Pocos años después, el mismo autor, publicó un segundo libro, “L´espérance du cardinal” (JC Lattès. Paris 2011, 315 páginas) que a penas he ojeado cuando escribo estas líneas.

Casi al final del libro, en las páginas 379- 380, el autor nos ofrece un resumen de cuales son los objetivos y la visión global del supuesto cardenal que traducimos en su practica integridad.

“Reunamos todo lo dicho hasta aquí de una manera inteligible: no hay cristiandad en Occidente por dos razones. La primera es que la Iglesia, pese a sus realizaciones extraordinarias y a su buena voluntad, se ha desacreditado. La segunda es que el mundo occidental, por su propio desarrollo, ha perdido buen número de razones que le llevaban, en el pasado, a creer. Querer reconstruir los equilibrios de ese pasado es imposible, ingenuo e, incluso, un poco enfermizo. Quienes se dedican a ello, desperdician sus energías y aumentan la pérdida de credibilidad de la Iglesia y de los cristianos. Fuera de Occidente nuestra religión es vivida todavía según el modelo occidental de la belle époque. Este modelo no va a aguantar mucho tiempo por dos razones. La primera es que el actual desarrollo en esos países va a producir los mismos efectos que los ya constatados en Occidente precedentemente. La segunda es que la mundialización de los mercados vehicula una ideología que mina el sentimiento religioso.

Esta mundialización de los mercados es la que crea los conflictos exacerbados. Fabrica la injusticia, la miseria. Provoca desequilibrios, traumatismos de los que no hemos acabado de medir sus efectos. El mundo ya no tiene los medios para regular esta mundialización salvaje. Nuestra Iglesia es la única potencia espiritual centralizada de ámbito mundial. En lugar de volverse hacia la restauración de su pasado, pretendidamente glorioso, la Iglesia está llamada a jugar un papel preponderante para tratar de proponer, con otros, una alternativa a la mundialización de los mercados. Esta alternativa consiste en humanizar una mundialización que deshumaniza con todas sus fuerzas.

La Iglesia en su conjunto, aun no ha tomado conciencia de su estado real, ni del estado del mundo, ni del papel que está llamada a jugar para ser fiel a su vocación. Derrocha mucha energía en combates secundarios, perdidos de entrada.

Nosotros somos unos pocos a intentar que la Iglesia tome conciencia de que su fidelidad le obliga a cambios de actitudes y de objetivos. Nos hemos comprometido en una obra de largo aliento que tiene dos aspectos. El primero tratar de acelerar esta toma de conciencia de la Iglesia. El segundo es preparar el momento en el que la crisis habrá llegado a tales extremos que será imposible negar la necesidad de los cambios”.

El supuesto cardenal indica que ya hay pequeñas experiencias que tratan de anticipar ese momento, o al menos de formarse para cuando llegue el momento, aun insistiendo fuertemente que no trata de organización o movimiento alguno.

Personalmente la lectura de este libro me ha permitido reflexionar, lo que no es poco ante la banalidad que nos circunda.

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