Luc Ferry y la Navidad , más allá de un cuento rosa
Publicado en Ssociologos el 27/12/14 y en Religión Digital el 29/12/14
Luc Ferry en un libro diálogo-debate con Marcel Gauchet: “Le religieux après la religion” Ed Grasset, París 2.004 escribía (página 60 y ss) que “vivimos unos tiempos de recomposición ligados a un formidable basculamiento histórico de las sociedades que de estar organizadas a partir de la heteronomía transitan, en un vuelco espectacular, hacia las sociedades organizadas a partir del principio de la autonomía. (…) Hasta la aparición de las morales laicas, en el siglo XVIII, se vive en la dimensión teológico-ética, la de una religión que funda la moral, la funda y la fundamente. Sería la revelación crística la que fundara la ética”.
Los creyentes tienen un
serio problema: en el arco parlamentario actual no existe ningún partido de
ámbito estatal capaz de representar al voto católico. Para decirlo claramente:
un católico que aspire a ser fiel a los principios de la Doctrina Social
Católica, no puede votar en coherencia a los partidos políticos de ámbito
nacional presentes en el actual Congreso de Diputados”[1].
Hay como poco dos cuestiones
que se superponen en este tema. Uno es el de la ley positiva, autónoma,
cambiante, dependiente exclusivamente de la voluntad y decisión (mayoritaria)
de los hombres y mujeres en el ámbito territorial que sea (una región, un
estado, la UE , los
EEUU, India, Japón, China, las dos Coreas, pero por separado etc., etc.), por
un lado y, conjuntamente con esta idea, la afirmación de que esta ley positiva
no admite instancia alguna superior a ella o, dicho de otra modo, la autonomía
ética es total y no admite ingerencias de otra norma que tenga una base heterónoma,
extraña, a los sujetos y que deban someterse a ella. En consecuencia es
exigible a un ciudadano en su comportamiento como tal ciudadano (miembro de una
sociedad concreta) aceptar la positiva, ley autónoma imperante en su ciudad o
país, independientemente de lo que piense en conciencia, al menos mientras no
consiga convencer a sus conciudadanos de la bondad de sus convicciones…o
marcharse a otro país cuya ley positiva estuviera más acorde con su conciencia
personal.
La historia ha demostrado
que la ley positiva, autónoma y decidida por los que mandan (aun con el apoyo
democrático en las urnas) puede ser una autentica barbaridad. Recuérdense las
leyes contra los judíos dictadas por Hitler y aprobadas por la población
alemana cuando le ratificó en el poder, una vez las leyes ya aprobadas.
Pero también hay que
decir, y la historia lo muestra con creces, que cuando se ha impuesto una ley
ética heterónoma, por ejemplo basada en una revelación divina (en la actualidad
en la yihad islamisma, y durante la Inquisición y mas tiempo en el mundo cristiano) y
controlada por los clérigos de ambas religiones, las barbaridades no han sido
menores.
La conciencia moderna
occidental trata de solventar esta aporía echando mano de una ley positiva que
en el fondo no es sino la laicización del principio evangélico de la dilectio
(el amor gratuito entre todas las personas, por cuyo cumplimiento seremos
juzgados los cristianos en el más allá) adaptada a los tiempos modernos (a los
de después de la segunda guerra mundial) y aplicada al más acá. Ya habrán
adivinado que me estoy refiriendo a la Declaración Universal
de los Derechos Humanos de 1948.
Luc Ferry continua
páginas adelante con estas reflexiones: “yo hablo de lo que es cuestión central
en las discusiones con los auténticos materialistas, es decir de esta
trascendencia que está en el corazón de la humanidad, de este sobre- natural,
hablando con rigor, que me parece ser lo propio del hombre y que le hace capaz
de una cierta disposición metafísica. Yo cito en todos mis libros, la
pequeña referencia del “Discurso sobre el origen de la desigualdad” de
Rousseau sobre la diferencia entre el hombre y el animal: para mí en esta
diferencia se sitúa lo divino en el hombre. ¿Por qué digo lo divino en el
hombre?. Porque si se admite esta idea de que el ser humano tiene la facultad
de liberarse, de emanciparse de todos los códigos, si se admite que la
naturaleza no es nuestro código, y que la historia no lo es tampoco (incluso
si, como es evidente, lo son también, en gran medida pero no
totalmente), si se admite, en consecuencia que hay una sobrenaturalidad y una
transhistoricidad en el ser humano, entonces nos encontramos quizás cara al
origen último de lo divino. Es por lo que algo como la idea de un absoluto
terrestre se nos puede aparecer: cuando yo hablo de divino en el hombre es en
eso en lo que pienso. Y que no se me diga que es algo trivial, porque,
precisamente es ahí donde sin cesar es constantemente negado, particularmente
por el nuevo materialismo incesante que constituye la socio-biología,
ahora que el marxismo está en sus horas bajas.
Cuando yo hablo aquí de
“disposición a la metafísica”, continúa Luc Ferry, yo no pienso que los seres humanos sean criaturas divinas,
pienso en la sobrenaturalidad del ser humano que se traduce en dos fenómenos
observables que son cruz y bandera para los materialistas:
-
el fenómeno del mal, la capacidad de ser malvado y que me parece que no es
reducible a la lógica natural: no hay maldad entre los animales
-
el fenómeno del amor desinteresado, que los griegos llaman philia,
esto es el hecho de alegrarse por la simple existencia de otro, dilectio o
caritas entre los cristianos.
Y concluye Ferry diciendo
que “estos dos fenómenos que constituyen dos experiencias premorales de lo
sobrenatural en el hombre, me parecen estar en el origen de la relación a la
trascendencia de un absoluto terrestre que, si no es inmediatamente rechazado
como ilusorio, nos obliga a reorganizar el espacio religioso”.
Personalmente, sigo manteniendo la distinción y la
complementariedad entre el fundamento y el origen de los valores y, en el
contexto de estas líneas, de los valores éticas. O de la ética si se prefiere. Un "fundamento es lo que da, justifica y garantiza el valor del conocimiento, de los hechos,
de su devenir" (Comte- Sponville). Es lo que da valor a los valores, lo
que garantiza su validez y ello de forma absoluta y necesaria. Es lo que permite
demostrar, inequívocamente, a otro, que si no está de acuerdo con ese valor
está radicalmente equivocado. Sin un fundamento universal, por ejemplo, ¿cómo
se puede mostrar, menos aún demostrar a alguien que no se puede ser nazi, por
ejemplo?. ¿En base a qué?. O planteado de otra forma, ¿existe ese fundamento
universal admitido hoy por todos?.
Creemos que la respuesta debe ser negativa. Hasta ahora ese
fundamento era considerado como algo externo a los hombres, fuera Dios, fuera
la naturaleza o una especie de ley natural inscrita en el corazón y en la mente
de los hombres. La mente moderna, con la autonomía de la razón, no parece dispuesta
a aceptar tales planteamientos. Aunque…
Sin embargo hay valores. Valores que
tienen su origen en alguna parte. Los valores no surgen como los champiñones en
el campo. Tienen sus orígenes, entendiendo como origen ( Comte-Sponville)
"aquello que da razón de un devenir". Un origen es una causa
histórica o, quizás mejor diacrónica, pues una causa explicaría un hecho, un origen
explicaría un proceso.
Pues bien yo creo que la ética cristiana,
así como el absoluto terrestre de Luc Ferry, se sustentan, en la revelación
crística el primero y la constatación de los límites de la secularización, el
segundo, particularmente cuando de secularidad deviene secularismo. Es la
lectura de lo religioso en “amont”, río arriba, con el riesgo añadido de hacer
del origen el fundamento de los religioso (crístico, o terrestre), con lo que
de fundamento se desliza hacia el fundamentalismo de lo único verdadero y como
tal imprescriptible para todos, salvo ignorancia no culpable. Será el principio
“extra ecclesia nulla salus” o su equivalente cientista de que solo “lo
racional es verdadero”
Pero si se ve la religión “en aval”, río
abajo, esto es, la religión tras el origen, la religión a la que se ha añadido
el sedimento del paso de los años con las reflexiones de los hombres y mujeres
dando respuesta a las cuestiones que esos años ha promovido, en otras palabras
la tradición, diríamos, en la visión cristiana de las cosas, entonces y,
solamente entonces, que la religión tiene sentido de plenitud para sus adeptos.
Ya no se trata de dar respuesta a cuestiones de otros tiempos, con la coraza
intelectual de los otros tiempos, sino, precisamente, “en aval”, río abajo,
hoy, en nuestros días, pero recorriendo intelectualmente “en amont”, río arriba
lo que sesenta o setenta generaciones de cristianos han reflexionado,
actualizando a su tiempo histórico el origen crístico de su fe, que nosotros
habremos de hacer lo propio, actualizándolo al tiempo y contexto que nos toca
vivir.
En fin, una vez
abandonada la pretensión de cristianizar el mundo (la era postconstantiniana
vive sus últimos estertores) al cristiano le toca evangelizarlo, esto es,
mostrar al mundo a Cristo en su trascendencia y en la radicalidad de su
mensaje. Entonces, sin pretensiones de exclusividad, podrá trabajar con otros,
unos ateos, otros agnósticos, sin que falten los trascendentalistas terrestres
(Luc Ferry), con la doble condición de que busquen el bien de los
conciudadanos, sin considerarse, ellos tampoco, los únicos detentores de la
verdad y quieran mandar a los cristianos y sus símbolos a la privacidad.
Alain Touraine al inicio
de su libro “La fin des sociétés”. (Seuil 2013) escribe rotundo: “Formularé más
de una vez a lo largo de este libro, este principio: los derechos son
superiores a las leyes. Es lo que con la mayor de sus fuerzas se ha afirmado,
tanto desde la tradición cristiana del derecho natural, como desde el “Espíritu
de las Luces”.
Estamos en Navidad. En cierto modo, no nos asombramos lo
suficiente porque estamos acostumbrados al relato cristiano. Algo
específicamente original del cristianismo, la Encarnación de Dios en
un Hombre, es un auténtico cruce de planos, humano y divino, temporal y eterno,
en un momento preciso de nuestra historia. Por eso a los cristianos, dentro de
lo que cabe, no nos extraña tanto la “divinización” de los hombres, a la que
hace referencia, desde su ateismo, Luc Ferry. Dios se ha hecho hombre, decimos,
divinizando de alguna manera al hombre. De esta manera se supera, de forma
radical, la dicotomía entre la moral autónoma y la moral heterónoma.
En clave cristiana, el hacerse divino es inseparable del
esfuerzo de humanización. Del objetivo radical de la humanización del planeta.
La quintaesencia del cristianismo está en el amor gratuito y universal. Algunos
llaman “dilectio”, otros caridad, etc. Aunque la historia nos ha mostrado mil
ejemplos de lo contrario, es intelectualmente inconcebible un cristiano
inhumano. Un cristiano inhumano, sencillamente, no es cristiano. Por eso es tan
difícil ser cristiano y hacer de la
Navidad algo más que un cuento rosa.
Donostia 24 de diciembre
de 2014
Javier Elzo
Publicado en
Ssociologos el 27/12/14 y en Religión Digital el 29/12/14
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