A la memoria de José
Ignacio Ruiz Olabuénaga
(15/12/14)
Tengo el cuerpo magullado
de una estrepitosa caída en el Euskalduna días pasados y el brazo roto en
cabestrillo. Poco puedo escribir. Pero además de responder al corresponsal de
DEIA que me ha llamado para el obituario de José Ignacio quiero dejar en mi
blog unas breves líneas sobre su persona y el prologó que redacté para su, creo
que, su último libro.
No somos uno ni dos los
sociólogos vascos que pensamos que José Ignacio fue el mejor de todos nosotros.
La agudeza y penetración de sus análisis eran extraordinarios. Veía lo que los
demás no éramos capaces de ver. Se apoyaba para ello en 1) una muy sólida base
teórica (su ultimo libro cuyo prologo copio abajo lo muestra), 2) una
metodología sin par, de ahí que sus libros de Métodos y Técnicas de
Investigación hayan nutrido a tantos alumnos y…profesores (entre los que me
cuento) y 3º) una sociología pegaba a la realidad: su libro sobre la violencia
en Euskadi de 1978, si no me equivoco, es pionero, sus estudios de sociología
electoral, sobre la inmigración en Euskadi, incluso sobre el Athletic, una de
sus pasiones, y un largo etcétera.
Molestón, pues decía
siempre lo que pensaba, “opportune e importune”, gran lector y admirador de
Tomás Moro (de quien me dijo en una ocasión que era su mentor) no tuvo en vida
los reconocimientos, galardones y premios que merecía.
No estaré mañana en su
funeral pero su figura sigue y seguirá viva en mi vida. Me permito para cerrar
estas breves líneas trascribir el prólogo que, a su demanda, escribí a su
magistral libro “La movilidad en la sociedad española: nomadismo y etopía”,
edita la Academia Europea
de Ciencias y Artes 2008.
Prólogo
No soy el único en pensar que estamos viviendo un periodo de
mutación histórica. Un periodo que abarca el último cuarto del siglo pasado y
lo que llevamos del presente, equiparable a otros escasos periodos de la
historia que solemos significar, por simplificación, con acontecimientos
concretos: la revolución industrial a mediados del siglo XIX, la revolución
francesa en los finales del XVIII, el renacimiento, la creación de la imprenta,
el descubrimiento de América y la reforma de Lutero a caballo entre los siglos
XV y XVI. Sostengo que la actual mutación histórica, por lo que corresponde al
mundo occidental, esta montada en tres bases factores básicos: la revolución
tecnológica, la mundialización y la inserción social de la mujer a los que
quizás, si se confirma, habrá que añadir el riesgo de autodestrucción
planetaria. Siguiendo la intuición del sabio y erudito trabajo de José Luis
Pinillos "El Corazón del Laberinto", creo que estamos ya saliendo del
tránsito de la llamada sociedad moderna hacia la postmodernidad, sea como
"modernidad avanzada" o como "alta modernidad", sea como
nueva sociedad. Una forma de verlo es significando el cambio de valores que se
está produciendo en nuestra sociedad a poco que abramos bien los ojos que tiene
como línea dominante la dilución de proyectos globales en la suma de proyectos
individuales: en la sociedad moderna se magnificaba la plausibilidad de un
proyecto global, holístico, de una idea matriz, de un norte como faro de acción
social a diferencia de lo que sucede en la sociedad emergente, que se
caracteriza por la incertidumbre, la duda, el repliegue en lo cotidiano, en lo
emocional, en la proxemia.
Así valoramos lo subjetivo sobre lo objetivo, la fiesta sobre la
formación y el trabajo, la deconstrucción sobre la construcción, el cuerpo
sobre el espíritu, la responsabilidad diferida sobre la autorresponsabilidad, la
dimensión experiencial de lo religioso, dando crédito a toda suerte de
fenómenos para religiosos, sobre la institucionalización en iglesias y
confesiones religiosas que, también hay que decirlo, a veces se anquilosan en
añoranzas estériles. Aceptamos el compromiso puntual, sobre todo si es lejano,
pero no nos comprometemos en el duradero, especialmente si es próximo por ser
más personalmente implicativo, valoramos el presente sobre el futuro que se nos
aparece como incierto e inasible
quedando relegado el pasado a entretenimiento cultural, aunque cada vez
más adquirirá más fuerza como referente.
Vivimos en una cultura de la transgresión, de la banalización, de
la ordinariez en muchos medios de
comunicación, en la erotización de la publicidad y en la lenta pero persistente deriva de los
telediarios de la información política y social hacia la de los sucesos, cuanto
más truculentos mejor.
De hecho nos enfrentamos a una nivelación de valores y, más aún, a
un rechazo a toda jerarquización de valores bajo el sacrosanto principio de que
cada cual puede decir y pensar lo que quiera con tal de hacerlo sin violencia
(y no siempre) y en tanto que respete
los derechos del otro (y no siempre, piénsese en el martirio de los ancianos
faltos de recursos económicos y que viven en espacios de ocio nocturno de fin
de semana).
Esto hace que confundamos el nivel de vida con la calidad de vida,
el tener con el ser. El nivel de vida
apunta a objetivos como tener mas dinero, más cosas, más ocupaciones, más
diversión, más viajes, mayor notoriedad, comidas más refinadas, etcétera,
etcétera mientras que la calidad de vida primará el tiempo para la lectura,
para la conversación sosegada, para el paseo por su entorno vital, para pensar,
meditar (rezar para el creyente), para involucrarse en afanes gratuitos, quizás
beneficiosos para la comunidad, próxima o lejana, etcétera. Para lo intangible,
a primera vista, pero con consecuencias bien tangibles.
En España hemos pasado muy rápidamente de una moral religiosa que,
en su vertiente extrema, basaba la salvación en el sufrimiento (y aún quedan
secuelas preocupantes), a una moral de la salvación por el cambio político, por
el cambio de estructuras políticas, pensando ilusa y trágicamente que así se
cambiada la sociedad, (piénsese en la
experiencia de la dictadura soviética y la ceguera de décadas de los
intelectuales europeos), que ha dado paso a una moral centrada en el bienestar,
en el disfrute del momento presente a lo que Paul Valadier ha denominado, no
recuerdo donde, la moral libertaria. La última razón de este deslizamiento, en
mi opinión, hay que verla en la gran mutación histórica a la que estamos
asistiendo lo que provoca zozobras, incertidumbres y, al final, repliegues en
zonas de intimidad personal que también puede provocar reagrupamientos de
afinidades de toda suerte en búsqueda de identidad y seguridad. Vivimos en
Europa una sociedad rica en recursos individuales y pobre en proyectos
colectivos.
En este marco hay acuerdo en señalar el individualismo como uno de
los valores emergentes que explica no pocas de las principales manifestaciones
de la sociedad actual. Ahora bien el individualismo tiene dos caras. Por un
lado puede suponer la voluntad de adoptar planteamientos propios, autónomos,
ilustrados por la razón y el conocimiento de las cosas. Es la voluntad de no
ser rebaño (en contraposición a la sociedad tradicional). Es lo mejor de la
herencia de la Ilustración ,
que, me temo, ha dejado pasado a la otra cara del individualismo, la mala
consecuencia de la postmodernidad, que viene a decir que yo puedo hacer lo que
quiera, con tal de respetar la ley. En consecuencia no es el individualismo de razón sino el
individualismo de deseo el que impera. No es el individualismo de proyectos el
que se está imponiendo sino el de exigencias, no es el individualismo de
deberes y responsabilidades sino el de los derechos individuales.
La movilidad se inserta, a nuestro juicio, dentro de este marco de
mutación histórica, como ya hemos apuntado mas arriba.
En el presente libro, coordinado por el prestigioso Catedrático de
Deusto, José Ignacio Ruiz de Olabuénaga y que tiene el lector en sus manos, se
aborda con rigor científico, tanto teórico como con base empírica contrastada y
contrastable, los diferentes aspectos que adopta la movilidad en nuestro
tiempo, en nuestra sociedad: los flujos migratorios, la movilidad turística,
los desplazamientos urbanos, los transportes de personas y mercancías y,
aspecto idealtípico de la modernidad avanzada, lo que, con acierto, han
denominado los desplazamientos e-tópicos. Es también sumamente sugerente las
reflexiones que nos ofrecen, ya centradas en el actor social, y que lo han
caracterizado como el nómada sedentario, plural, laico y cínico, aunque queda
por comprobar hasta donde llegará la laicidad, y no pienso solamente en el
mundo del Islam, por decirlo de alguna manera que todos entiendan lo que quiero
significar.
El libro aborda con lucidez las enormes ventajas que el mundo
emergente ofrece a los hombres y mujeres de una sociedad móvil donde el
intercambio de experiencias y saberes se hace cotidiano. Aunque hay que añadir
que estas ventajas están muy lejos de estar similarmente distribuidas no
solamente en el orbe terráqueo sino también dentro de una parte del mismo,
España sin ir mas lejos. Piénsese en la fractura digital. De ahí que tampoco se oculten los riesgos de este estado
de cosas, la vulnerabilidad radical a la que está expuesta el planeta y que
exige una respuesta y acciones responsables por partes de las personas.
Movilidad responsable, en suma.
Los estudios
de valores son formales: la salud y el bienestar personal son los valores dominantes
en la sociedad española de hoy. En jóvenes, adultos y mayores. Es en torno al
concepto de bienestar donde todo se juega. Si entendemos, como hasta ahora, el
concepto de bienestar como aumento del nivel de vida y este viene medido
básica, si no exclusivamente, por el aumento del PIB, nos dirigimos a la aporía
pues el nivel de vida, como la salud, no tienen limite. Siempre querremos tener
más. Hace ya muchas décadas que el sociólogo Robert K. Merton señalaba que el
ciudadano medio americano siempre estimaba que necesitaba un salario superior
al 25% del que ya disfrutaba, independientemente de su estatus social. Esta
realidad en una sociedad como la actual, abierta como ninguna en la historia,
es aún más palpable. En consecuencia, las cifras de muertos en la carretera, la
banalización festiva del consumo de drogas y el aumento de migraciones no
controladas no son, entre otros muchos, sino reflejos de esta situación. Forman
parte del peaje a pagar en razón del valor supremo de nuestra sociedad. Veamos un
ejemplo, tomado de la movilidad.
Piensen en un ciudadano nórdico, un sueco o un noruego por
ejemplo, de clase media, desayunándose unas fresas frescas de Huelva. A primera
vista este sencillo hecho será visto como un indicador de bienestar en la
sociedad globalizada, de consecuencia lógica y bienvenida del mercado común
europeo. Pero olvidamos que para que esa persona pueda desayunarse las fresas
de Huelva, habrá hecho falta un camión que atravesara la E 5, de punta a cabo, por toda
Europa. Son hechos tan sencillos como estos los que a la postre impiden, por
ejemplo, que podamos cumplir las decisiones de Kioto pues hoy en día el primer
factor de emisión de gases contaminantes a la atmósfera no es la industria, sea
pesada, sea ligera, sino el tráfico rodado.
Son hechos sencillos como este los que explican la acumulación de
camiones en nuestras carreteras y autopistas. En la Nacional 1, la E 5, o la autopista A8, que son como
el pasillo de mi casa, y que atraviesan mi provincia de Guipúzcoa, la
saturación es tal que no hay semana sin que un camión haya volcado provocando,
además de la irritación de centenares de usuarios atrapados, perdidas
gigantescas en el PIB, perdidas que no estoy seguro que estén debidamente
contabilizadas en ese cálculo, pese a algunas estimaciones ya realizadas. Podría seguir con las consecuencias del
sencillo acto de nuestro nórdico degustando la exquisita fruta de Huelva, recordando
la movilidad de personas de norte de África que origina pues los onubenses ya
no quieren recoger del suelo la preciada fruta. Nos encontramos ante una
evidente necesidad de reflexionar sobre el consumo responsable, sobre la ética
del consumo. Así como algunos ciudadanos ya han tomado conciencia que no es
posible comprar determinada marca de calzado deportivo por la explotación a la
que sometían a los niños para su fabricación (estableciendo además así el
concepto de empresa responsable), también habremos de pensar, societal e
individualmente en las consecuencia de un transito continuado de tantos
productos, realmente no de primera necesidad, a lo largo de toda Europa y de su
consumo consecuente. Y la llave no está, obviamente, en más y mejores
carreteras, que no harán sino incentivar más transito de camiones, más atascos
y peor calidad de vida.
Esto es un ejemplo más de la relación entre los valores y la
movilidad espacial: qué modelo de sociedad queremos, cómo nos proyectamos en el
futuro aún inmediato. ¿Aceptamos que la lógica del mercado, la del crecimiento
exponencial en el nivel de vida, sea el objetivo supremo -de facto, mas allá
del discurso-, como si de un fatum de la alta modernidad de los países
avanzados se tratara?. De hecho ya hemos aceptado que la lógica
económico-financiera se haya desprendido y viva independiente de los valores
religiosos (minoritarios y, a veces, fanatizados), de los valores políticos
(desprestigiados) y, cada vez más, de los valores sociales (arrinconados),
solamente recuperados como imagen de marca para mejor vender LA marca.
Pero la movilidad, como bien se muestra y analiza en este volumen,
no se limita a la dimensión espacial. Los evidentes progresos de la
civilización electrónica (por denominarla de alguna manera) no deben ocultarse
y hay que adoptarlos con un bien evidente lo que no debe impedirnos analizar
los riesgos que puede entrañar su mala utilización. No hay que renunciar a la
idea de Progreso, como a veces se oye y lee. Sencillamente hace falta poner el progreso
al servicio del hombre y de la mujer. Más exactamente, al servicio de la
persona como sujeto de derechos y responsabilidades. Aquí también me voy a
servir de otro ejemplo de gran actualidad.
En
estos tempos de globalización electrónica ya se da la conjunción entre las
enormes oportunidades de la revolución tecnológica y el campo de las
comunicaciones al constatar cómo la dimensión religiosa puede adoptar la
función instrumental de identidad e identificación de determinados grupos. En
realidad esta identificación puede hacerse de dos formas que, al final, acaban
combinándose. Sea bajo la formula del gueto, sea bajo la formula de la red,
siguiendo la distinción del geógrafo Bernard Hourcade del CNRS. El gueto es una
forma de agrupamiento espacial que ofrece a sus moradores seguridad e identidad
ante la amenaza de dilución -o cosas peores- en un universo diferente al propio
y percibido como hostil. Así encontramos, por doquier, grupos de personas físicamente
desplazadas pero que, a través de internet y, a veces, con el referente de
ceremonias y encuentros religiosos, mantienen cuando no reavivan, su identidad
originaria, haciendo prácticamente imposible su integración en la sociedad de
acogida. Más aún, pueden ser percibidos por los autóctonos como amenazas a su
seguridad e idiosincrasia provocando reflejos de carácter xenófobo. La imagen
del gueto nos recuerda al mundo judío pero los barrios negros de Los Angeles,
Chicago o Nueva York, los cristianos de ciertos países árabes y los árabes en
ciertos enclaves cristianos son un ejemplo de este modelo.
Pero
frente a este modelo de gueto parece ir creciendo cada día más el modelo de red
a la hora de entender la efervescencia religiosa del mundo de hoy. La primera
idea que nos viene a la cabeza es la de la red de Osama Bin Laden y la del
extremismo islámico (Kaplan) pero no se puede olvidar la red pentecostalista en
América latina, en Asia y Africa, así como en la Europa ex - comunista.
Estas redes no solamente sirven de identidad para sus miembros sino también, al
modo de lobby de influencia en el mundo globalizado, de penetración en la
sociedad global desde parámetros de carácter identitario religioso. Así la
dimensión religiosa, que algunos estudiosos racionalistas pensaban,
erróneamente, superada con los diferentes procesos de secularización, adquiere
una importancia creciente, no siempre exenta de riesgos de fundamentalismos,
que por venir de respuestas a las cuestiones primeras y últimas corren el
riesgo de ser tanto más creadoras de valores y estilos de vida determinantes,
principal pero no exclusivamente en colectivos y grupos frágiles, por mor de su
educación, dependencia económica etc., o fragilizados por su situación de
desplazados, por ejemplo.
Es un proyecto Tierra lo que necesitamos como ya más de un pensador
ha reclamado. El análisis de la €TOPIA,
tan lúcidamente puesta en relieve en este libro, será entonces imprescindible
para estudiar el peso y dirección del trabajo en red, interactivo. Eso sí,
sabiendo si no exactamente lo que se quiere sí al menos hacia donde queremos
ir: si a una universalización de derechos, una lucha implacable contra la
relegación de las zonas del planeta que “están fuera del circuito”, o si nos
dirigimos, como a primera vista parece, hacia una reconstrucción de guetos por
afinidades de todo signo, religioso, político, económico-financiero, sexual,
étnico etc. según el principio hobbesiano de “homo homini lupus”.
Necesitamos reinventar la utopía para
una sociedad mejor procurando esquivar el escollo de la quimera. La utopía
forma parte del ámbito de lo plausible, de lo racionalmente plausible teniendo
en cuenta los condicionamientos reales en los que tenemos que vivir. La quimera
se asemeja más a un cuento de hadas en la que la sociedad, o algunos miembros
de la sociedad, sueñan con algún paraíso inexistente. La quimera es peligrosa y
siempre que se ha tratado de implantar “el cielo en la tierra" la cosa ha
terminado en dictadura. La utopía, amén de unos objetivos a conseguir, una
ilusión a alcanzar, unos ideales por los que luchar, presupone la toma de conciencia del camino a recorrer,
del esfuerzo a invertir, de las inercias a superar, de los conciudadanos a
convencer. La utopía exige racionalidad en los juicios y competencia en los
promotores. Necesitamos que la €TOPIA, concepto introducido por primera vez en la literatura
científica en este trabajo, tome la senda de la utopía del gran Tomas Moro en
la línea que ya se apunta en las últimas páginas del libro que tiene el lector
en sus manos.
Donostia San Sebastián, 24 de junio de
2007
Javier Elzo
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