Un Parsifal para el recuerdo
Escribe Nietzsche que “todo
lo que yace en una vida empobrecida, la gran falsificación de la Trascendencia y del
Más Allá, encuentra en la música de Wagner su más sublime heraldo. No en las
formulas: Wagner es demasiado astucioso para las formulas, sino en una fuerza
de convicción del sentido que fragiliza y fatiga el espíritu. Su última obra
será el zenit de esta falsificación. Parsifal mantendrá eternamente un lugar
privilegiado en el arte de la seducción, como la obra de un genio de la
seducción…Yo admiro esta obra, me hubiera gustado poder ser su autor y la
comprendo…Se paga caro abrazar el mundo de Wagner. (…) Tiene las mismas
propiedades que una absorción regular de alcohol. (…) Embrutece, idealiza. (…)
Wagner es gravemente peligroso para los jóvenes; es funesto para las mujeres”.
(Fr. Nietzsche “El caso Wagner”, traduzco de su traducción francesa, Alia,
Paris 2007, pp. 61-64)
Este miércoles 18 pasado
pudimos seguir en directo en el Cine Principe de Donosti la representación
del Parsifal del Royal Opera House de Londres. No es lo mismo que estar en la
sala y seguir la representación en vivo, especialmente por la parte sonora, lo
que en el caso de Parsifal es muy importante pues parte de los coros están
fuera del escenario, por indicación expresa de Wagner, lo que se pìerde en el
cine. Pero la visión, salvo estar en las primeras filas de butaca en la sala, es
mejor en el cine, con el añadido de seguir los diálogos en tu idioma. Yo asistí el
miércoles anterior, día 11, a la misma representación en vivo (con ligeras variantes que
no vale la pena detallar) en el Royal Opera House de Londres, en el Covent
Garden y obviamente puedo hacer la comparación. Nada es comparable a la
representación en vivo y en directo. Yo tenía una buena localidad, la letra S
del patio de butacas casi en medio del parterre con una visión perfecto y las
butacas bien colocadas a diferencia del Liceu de Barcelona, por ejemplo, donde siempre tienes
una cabeza delante.
Yo creo que lo mejor del
Parsifal al que asistí estaba en la orquesta y el director, Pappano, con un
tempi, tan fundamental en Parsifal, que me pareció excepcional. Hacer respirar
la orquesta sin adormecerla y sin apresurarla para así degustar Parsifal. Un
Gurnemanz soberbio (René Pape), irreprochables Parsifal (Simon O´Neill) y
Klingsor (Williard W. White), un magnifico Anfortas (Gerald Finley) y un
Titurel que en su breve aparición se llevo los aplausos del público (Robert
Lloyd), completaban el reparto, sin olvidar al magistral coro de ROH. De Kundry
escribo abajo
El critico musical de "The
Guardian" recensiona la representación escribiendo que “el mundo más o menos del
siglo XXI que el director de escena Stephen Langridge y el diseñador Alison
Chitty inventan para el drama sacro es uno liberado de tantos símbolos
explícitamente cristianos como sea posible”. Y así es en efecto. El Grial (el
supuesto cáliz donde está contenida la sangre vertida por Jesús en la cruz) no
aparece por ningún lado. ¡Ah!, pero en su lugar aparece, en el primer acto, un
menor-adolescente de unos diez años, en paños menores, a quien todos los
caballeros custodios del Grial reverencian y en el tercero, cuando Parsifal
ejerce de redentor, ese mismo niño aparece barbilampiño, que extiende sus
brazos en cruz, largo rato (en la representación que visioné en el cine era
otra persona, de la edad de Cristo, muy parecido físicamente al crio del primer
acto pero era otro, me lo confirmó mi mujer que asistió conmigo al cine, en paños
menores y con menor protagonismo). Entre tanto, Kundry, interpretada por Angela
Denoke, la misteriosa Kundry, la frágil (por Denoke) aunque portentosa (por
Wagner) Kundry del último Wagner, uno de los tantos fantasmas (en sentido de
imágenes) de la mujer eterna (al menos para el hombre que es uno), limpia con
su cabello, cual María Magdalena, los pies de Parsifal- redentor.
En toda la
representación, en medio del escenario hay un cubo enorme. En él aparece al
inicio Anfortas enfermo en su lecho de dolor. Se nos insinúa claramente que en esa cama
Kundry lo sedujo y que Klingsor se llevó su lanza. De ese Cubo saldrá el Grial
en forma de menor en el primer acto y ya mayor, en cruz, pero no en la cruz, en
el tercero. A él retornará Parsifal ya curado-redimido. La referencia a la
curación temporal es evidente (lo que vimos claramente en el Parsifal de
Barcelona de hace un par de años, donde todo transcurre en un sanatorio.
Imposible no pensar en La Montaña Mágica
de Mann) pero la puesta en escena londinense es más sutil y, aun eliminadas muchas de las
referencias cristianas, deja muy claramente abierta la puerta a, digamos, la
trascendencia. El sentido último en esta representación queda en el espectador.
Parsifal no es una “obra
cristiana” como Diálogo de Carmelitas de Poulenc o San Francisco de Asís de
Messiaen. Pero cuando el coro canta “tomad mi cuerpo, tomad mi sangre en mi
memoria” y sale un niño o un adolescente, como Grial, la referencia crística es
evidente, lo que, aún sin niño, no escapó ni irritó, a Nietzsche. Aunque lo que
quiso decir Wagner con su Parsifal se lo llevó a su tumba. Pero nos dejo su
inmensa música. Y Pappano y sus músicos nos hicieron gozar Wagner.
Recientemente he
adquirido la versión de la
Monnaie de 2011,
a cuya representación asistí, y de la guardo vivo
recuerdo. La puesta en escena era de Romeo Castellucci, absolutamente magistral
pero es difícil, por no decir imposible, ver relación alguna con Parsifal y no
digamos con el escenario que Wagner describe en su libretto. (Por cierto no he
visto ninguna representación de Parsifal cuya puesta en escena responda a lo
que pide Wagner.) Volviendo a Castelluci los tres actos responden a tres ideas.
El primero a la naturaleza. Gurnemanz, sus acompañantes, Anfortas y Parsifal
aparecen entre penumbras en la escena, que es un bosque mas
bien tenebroso hasta que se ilumina coincidiendo con la demande de Titurel de que
se abra el grial. Pero no esperen ver Grial alguno, ni lanza, ni copa, ni María
Magdalena (Kundry) lavando los pies de Parsifal. No hay referencia crística por
ningún lado. El segundo acto responde al poder del erotismo y nos muestra a un
Klingsor colgando del techo y con una batuta en la mano, cual director de
orquesta que ordena a las chicas-flor, ricamente desvestidas, también colgando
del techo danzando al aire. La escena de Kundry y Parsifal, bien asentados en
tierra firme, es magnífica por la voz y bien hacer de Andrew Richards y,
sobretodo la inmensa Anna Larsson. El tercer acto quizás el más llamativo
responde a la humanidad, que se supone redentora en su conjunto. Así, tras un
inicio con Gurnermanz haciendo lo que puede a obscuras con una halo de luz que
le ilumina, Kundry por tierra gritando hasta que aparece Parsifal, eso si, sin
lanza ni escudo ni nada de nada. E inmediatamente una especie de cinta
transportadora en la que coro, figurantes y Parsifal avanzan durante los
cincuenta minutos que quedan de opera cantando como si de un oratorio se
tratara. Ni rastro de Titurel (que Wagner sitúa en escena, como apareció en la
versión de ROH de Londres), por supuesto nada de Grial por ninguna lado, ya he
dicho que Kundry no lava los pies de Parsifal que no para de caminar hasta que
el coro canta la ultima estrofa de “redención para el redentor” y se retira
junto a los figurantes, Anfortas que, por supuesto, no hace ni ademán de
mostrar sus heridas, y Gurnemanz. Baja un telón con una imagen de una gran
ciudad medio derruida y ya solo y de espaldas al público queda Parsifal
mientras acaba la obra. Esplendida representación, un teatro soberbio con un
fondo musical maravilloso que a veces (encantamientos del viernes santo y coros
del tercer acto) invita a escuchar con los ojos cerrados. Pero vale la pena
conocer la “versión” de Cantellucci. Y por 26 €…
Ahora espero que salga el DVD del ROH o, mejor, que lo llevan a Madrid o a París.
No hay comentarios:
Publicar un comentario