Verdi, Beethoven,
Schönberg y el misterio de Dios
El 3 de noviembre pasado (03/11/15) viaje en el TGV de la
mañana a París. Si lo haces con la tarifa IDTGV te sale muy barato. Y si lo
haces en vagones Izen muy tranquilo. Tenía entradas para el Moses und Aron
(como lo escribe su compositor, Arnold Schönberg) en la Opera Bastilla y
para dos conciertos en la Philharmonie. Comienzo comentando que, en esta
última magistral y reciente sala, con una sonoridad envolvente como no conozco
otra, asistí a dos conciertos impagables de la Filarmónica de Berlín
con Rattle a la batuta en las sinfonías de Beethoven, por orden de
interpretación 2ª y 5ª, el primer día, y la 8ª (la mejor 8ª que he escuchado en
mi vida) y 6ª el segundo. Una orquesta de solamente sesenta instrumentistas, los
conté mientras afinaban sus instrumentos, sin perder por ello su fuerza en los
tutti. Lo que Rattle y los músicos conseguían de finura, plasticidad, belleza
y, cuando hacia falta, motricidad, son del orden de lo milagroso. Toda la 8ª, lo repito pues
ningún comentarista lo subraya, fue para mí como descubrir una nueva sinfonía
de Beethoven. El inicio del quinto movimiento de la Pastoral , con un
pianíssimo cantabile en los violines (sin envidia alguna a los míticos de la Fil. de Viena), fue de una
sofocante belleza que te cortaba la respiración. ¡Qué belleza!. ¡Qué
musicalidad!. Lo comentamos con una
pareja donostiarra, Bakarne y Mariano, con los que me tropiezo, a veces, en mis
correrías musicales por Paris. Cuando volvíamos en el metro, me decía Bakarne
que le había gustado aún más que las interpretaciones de Thielemann de las
sinfonías de Beethoven, también en París, hace pocos años, con la Filarmónica de Viena.
No sé. Recuerdo que, en aquella ocasión coincidí también con ellos al término de
la 9ª y yo estaba prácticamente sin habla. Cuando estamos con interpretaciones
de este nivel hay que dejarse llevar. Aunque no es fácil. A mí, por ejemplo, me
resulta imposible escuchar una 5ª sin que me venga a la cabeza, algunas de las
interpretadas por Furtwängler en los años 40 con la Filarmónica de Berlín
de entonces. Otra diferente a la de ahora, ciertamente. Las dos, en el “top” de
la interpretación de la música sinfónica.
Pero el día de mi llegada a Paris, me quedé también sin
habla tras la representación del Moisés y Aaron de Schoenberg en La Bastilla. En la
presente temporada, dan la misma producción en el Teatro Real de Madrid del 24
de mayo al 17 de junio de 2016. Si son Ustedes melómanos, pero de mente y
gustos abiertos, les sugiero que se rasquen los bolsillos, pues la opera
siempre es cara, y no se la pierdan. La víspera de mi viaje a París, en el
Euskalduna de Bilbao, pude disfrutar el Don Carlo de Verdi, una de las, para mi
gusto, mejores operas de Verdi. Nunca se agradecerá suficientemente a ABAO el
esfuerzo de traernos buena opera. Por cierto, en el frontispicio de Opera -
Bastilla, podíamos leer esto: “Verdi o Schoenberg, ¿porqué elegir?. (Esta
temporada representan, también en Bastilla, varias operas de Verdi).
Ciertamente, ¿porqué elegir pudiendo disfrutar de los dos?.
El “Moses und Aron” de Schönberg tiene cuatro interpretes.
En mi muy subjetiva opinión, por orden de importancia, el coro (el pueblo de
Israel) en primer lugar, Moisés y Aaron en segundo y tercer lugar y, por
último, la figura de Dios expresada, ya al inicio de la obra, por seis
sopranos. En el Programa, con el libreto, que vendían en La Bastilla , dicen que
estuvieron un año ensayando la prestación del coro. No me extraña. Tiene un
papel preponderante en la representación y, por lo que dicen los entendidos,
muy complejo pues Schönberg hace un ejercicio espléndido de música dodecafónica
en esta obra. Moisés con un cantar hablado y Aaron tenor son no menos
esplendidos. La dirección de Philippe Jordan de la más que digna orquesta de la
Ópera y la puesta en escena de Romeo Castelluci (que va a Madrid esta
temporada, lo repito) son realmente fascinantes. Particularmente el segundo
acto. Toda la concepción de la obra, según indica Cantelluci, está basada en la
última frase de Moises al finalizar el segundo acto: “¡Oh! palabra, palabra que
me falta” antes de caer rendido al suelo. El libreto, de la pluma del propio
Schönberg, merece ser leído por todo aquel a quien la dimensión religiosa
interese. Particularmente la concepción judía de la divinidad.
Inspirado en el Éxodo y el Libro
de los Números, la ópera de Schönberg narra la vocación de Moisés, que le fue
confiada por Dios, representado en la zarza ardiente, con la misión de liberar
al pueblo de Israel en tierras egipcias. Pero Moisés es incapaz de comunicarse
y su hermano Aron se convierte en su voz. La oposición de los dos hermanos está
en el corazón de la obra. Por una parte, Moisés conoce el pensamiento divino,
pero no puede expresarlo ni transmitirlo. Lo que lleva a cabo su hermano Aaron,
que sabe hablar en público, pero falsea la idea divina para congraciarse con el
pueblo. Este es el conflicto entre la mente y la materia, la idea y su
representación, el pensamiento y la palabra. Pero hay más, y más profundamente:
la idea de Dios en el mundo judío es un Dios sin imagen, sin presencia física,
sin representación.
Es el leitmotif que se expresa
en varias partes de la obra. Schönberg pone en boca de Moisés, una y otra vez:
“Dios, irrepresentable, invisible, idea inexpresable...” A Aaron le dice: “Ninguna
imagen puede darte una idea de lo irrepresentable…” a lo que Aaron replica,
“Pueblo elegido por el Único, ¿puedes tu amar lo que no tienes derecho de ver
representado?”. Ante lo que el pueblo exclamará “¿Adorarle?. ¿A Quién? ¿Dónde
está?. No le veo. ¿Dónde está”. Moisés al ver lo que han hecho, su hermano y el
pueblo (adorar al becerro de oro, representado por Castelluci por un enorme
buey vivo que se pasea por la escena) pues Moisés tardaba en bajar del Sinaí,
rompe las tablas de ley y cae por tierra derrumbado, abatido, desesperado,
exclamando “¡Oh! palabra, palabra que me falta”. Es el misterio de Dios
que un Schönberg, a caballo entre sus raíces judías y su “conversión” al protestantismo,
nos muestra en esta obra fuera de serie, y que, al final, no pudo terminar.
En efecto, del tercer acto solamente hay dos páginas escritas
por Schönberg pero ni una sola nota musical. Lo que para Romeo Castellucci, no es una coincidencia. El director lo
ve como un acto fallido, no como un acto que falta, lo que hace culminar el
tema de la irrepresentatibilidad de Dios que planea a lo largo de la obra:
"Es desde este tercer acto inexistente que hay que entender toda la
ópera", dirá Castelluci y lo que podamos decir de Dios, me permito añadir.
Del Dios de los judíos. Pero también el que se nos aparece en los Evangelios: “a
Dios nadie le ha visto jamás” nos dirá el evangelio de Juan, en su primer
capítulo, versículo 18. Sí, el Misterio de Dios.
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