Primero de Enero de
2015. 09,30 de la mañana. Desde la terraza de mi casa
Tomando mi zumo de pomelo
y naranja me paseo por la terracita que bordea nuestra casa. La temperatura es fría,
el aire deliciosamente límpido, la mar en calma, la luz discreta, velada, como
aún temerosa de hacerse presente en el nuevo año.
Apenas circula nadie en la calle. Ni personas, ni coches, menos aun bicis, pese al magnífico bidegorri que debo sortear, mirando a derecha e izquierda, tras hacer lo propio en el bidebeltz de los coches, camiones, trenes “txu txu”, etc. en el paso de cebra por el que debo transitar desde mi portal, hasta llegar a la acera-refugio que acompaña al Urumea hasta su beso final con la ancha boca de la mar que le debora sin remisión.
Tan poco gente veo,
cuatro hombres y un perro en la playa de la Zurriola y una pareja dirigiéndose al Paseo
Nuevo, que la memoria me lleva a mis cinco o diez años de edad, cuando en los días
festivos, a esas horas, las calles estaban tan vacías como las de hoy, o llenas
de gente endomingada y apresurada en dirección única hacia la misa dominical.
Es sabido que, desde hace años ya, el chandal y el correteo han sustituido la camisa almidonada y la corbata en el hombre, la mantilla y los labios ligeramente pintados en la mujer para llegar a misa, al menos antes de que acabara el sermón. Llegar mas tarde sería no haber llegado a tiempo a misa y no haber cumplido con el precepto dominical. Con tres ave marías y un gloria la transgresión era perdonada. Leve pena en comparación con las horas de visita obligadas a gimnasios llenos, como penitencia obligada tras varios días, como el de esta mañana, en la que la cama acogía, en amorosa espera, que se disiparan los efluvios de las largas noches pasadas, no precisamente en adoración nocturna, durmiendo en los incómodos butacones de las sacristías de la iglesia.
Mi mujer se asoma a la
terraza y me dice que ya hay diez personas y dos perros deambulando por la playa
de la Zurriola.
Bien venido al 2015. Urte
berri on.
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