Entrevista Javier Elzo
“Valores,
jóvenes y drogas”
(Publicada
en la Web de la FAD en enero de 2012)
1. Es común referirse a “los valores de los jóvenes”
como unos valores diferentes a los del resto de la sociedad, pero al observar
los estudios específicos al respecto lo cierto es que la jerarquía de valores
de adultos y jóvenes es muy similar… ¿Existen valores diferenciales,
específicamente juveniles? ¿Cuáles serían en este momento?
Los jóvenes son parte de la sociedad, luego sus
valores se modifican como se están modificando en el conjunto social. Así y
todo, básicamente en razón de su edad, luego tienen más futuro que pasado
obviamente y, teniendo en cuenta que crecen en una sociedad muy volátil, lo que
les caracteriza sería el presentismo, el vivir al día. Pero este presentismo,
precisamente por la volatilidad e incertidumbre de la sociedad adulta, se puede
convertir en los jóvenes en una virtud, en un valor positivo por lo que indica
de acomodación al tiempo presente en notorio mayor grado que sus padres. Es lo
que explica, por ejemplo, que sus padres estén más preocupados que sus hijos
por los fracasos escolares o las dificultades laborales de estos.
La contrapartida residiría en la ausencia de
implicación en proyectos colectivos de futuro salvo en colectivos relativamente
reducidos. Recuérdese el 15 % de alternativos de la tipología del estudio de la FAD de finales de 2006,
“Jóvenes, valores, Drogas”, que ya prefigura los jóvenes del movimiento del 15 M del año pasado.
Añadiría como otros valores positivos de los jóvenes
de hoy el rechazo al amiguismo, a todo lo que suene a enchufismo y picaresca,
la demanda de transparencia en las cosas publicas, etc. Los adultos dicen que
cuando crezcan, los que tengan poder, se olvidarán de esos valores. Lo que está
por demostrar.
2. ¿Considera que se ha podido producir un cambio en
la jerarquía de valores como consecuencia de la crisis en que estamos inmersos?
En el Congreso “Hablemos de drogas” organizado por la FAD en Barcelona los día 3, 4
y 5 de junio de 2009 intervine con una ponencia que titulé “Permanencia
y evolución de valores en España 1981-2008” .
Sostuve que
limitándonos al tránsito de los valores de la sociedad moderna a la postmoderna
(luego mas allá de la sociedad tradicional) tiene como línea dominante la
dilución de proyectos globales en la suma de proyectos individuales: en la
sociedad moderna se magnificaba la plausibilidad de un proyecto global,
holístico, de una idea matriz, de un norte como faro de acción social a
diferencia de lo que sucede en la sociedad emergente, que se caracteriza por la
incertidumbre, la duda, el repliegue en lo cotidiano, en lo emocional, en la
proxemia. Remito a las Actas del Congreso para el
detalle.
En junio de 2009 ya estábamos en la
crisis y se hablaba de “brotes verdes”. Pero ahora en enero de 2012 hablamos de
recesión. Sin embargo los valores no cambian con tanta rapidez. El año 2011
publicamos el estudio catalán de valores, con trabajo de campo anterior, y
pudimos comprobar, en comparación con la submuestra catalana de la encuesta
española de 2008, que lo esencial (las prioridades vitales, los criterios éticos
etc.) se mantenía, pero se acentuaba el individualismo y la preocupación por
los próximos (la familia) así como el hecho de tener un trabajo (o el miedo a
perderlo), mas allá de la calidad de ese trabajo.
3. ¿Qué cabida tienen valores como el emprendimiento,
el esfuerzo o la abnegación en la jerarquía de valores de los y las jóvenes en
España? ¿En qué medida influyen en sus trayectorias formativas y laborales?
Como
consecuencia de todo lo anterior se valora mas lo subjetivo sobre lo objetivo,
la fiesta sobre la formación, la deconstrucción sobre la construcción, el
cuerpo sobre el espíritu, la responsabilidad diferida sobre la
autorresponsabilidad. Se acepta el compromiso puntual sobre todo si es lejano,
pero no el duradero, especialmente si es próximo por ser más personalmente
implicativo. Además al valorar el presente sobre el futuro hace que los jóvenes
prefieran retrasarlo lo mas posible instalándose en el presente incierto
mientras dure el cobijo familiar. El emprendimiento y el esfuerzo son valores
dominantes en un núcleo relativamente reducido de jóvenes que no llega al 20 %.
de la población juvenil española.
4. ¿Cómo cree que encaja el valor responsabilidad en
nuestra sociedad, especialmente en relación a los y las jóvenes?
En diferentes
ocasiones he indicado que un rasgo
central de los jóvenes es el de su implicación distanciada respecto de los
problemas y de las causas que dicen defender. Incluso en temas frente a los
cuales son adalides, como el ecologismo y el
respeto por la naturaleza por señalar un caso paradigmático, no puede
decirse que conforme, salvo en grupos muy restringidos de nuevo, un campo de
batalla, una utopía sostenida en el día a día, en la acción libremente decidida
a la hora de ocupar sus preocupaciones y el tiempo disponible. Por eso he
insistido repetidas veces que en los actuales jóvenes hay un hiatos, una falla,
entre los valores finalistas y los valores instrumentales: los actuales jóvenes
invierten afectiva y racionalmente en los valores finalistas, (pacifismo, tolerancia,
ecología, exigencia de lealtad etc.) a la par que presentan, sin embargo,
grandes fallas en los valores instrumentales sin los cuales todo lo anterior
corre el gran riesgo de quedarse en un discurso bonito. Me refiero a los
déficit que presentan en valores tales como el esfuerzo, la
auto-responsabilidad, el compromiso, la participación, la abnegación, (que ni
saben lo que es), la aceptación del límite como baliza de comportamiento, el
trabajo bien hecho, etc. Pienso que la escasa articulación entre valores
finalistas y valores instrumentales está poniendo al descubierto la continua
contradicción —amén de la dificultad— de muchos jóvenes para mantener un
discurso y una práctica con una determinada coherencia y continuidad temporal,
allí donde se precisa un esfuerzo cuya utilidad no sea inmediatamente
percibida. Sabemos también que esta situación no es propia de los jóvenes sino
de la sociedad en su conjunto aunque, de forma prioritaria, la atribuye a los
jóvenes.
La actual crisis no ha modificado sustancialmente este
diagnóstico aunque hayamos vivido el fenómeno del 15 M pero, como ya he indicado
en una respuesta anterior, estamos hablando de un porcentaje pequeño (aunque
significativo) de jóvenes, que ya se apreciaba nítidamente el año 2006.
5. ¿Ha variado en algún modo la consideración de la
familia, como valor en sí mismo? ¿En qué sentido y qué influencia puede tener
ello en el proyecto o en las expectativas vitales de los y las jóvenes?
La familia, sigue siendo plebiscitada por la sociedad
española. Lo es así desde que hay
encuestas y estudios sociológicos, por ejemplo desde los estudios Foessa de los
años 60 del siglo pasado. Más recientemente, en el estudio de la FAD “Valores sociales y
drogas” publicado el año 2010, en la jerarquización de valores finalistas de
los españoles, esto es, los valores considerados más importantes en la vida,
aparece en primer y destacado lugar la familia. En una escala de 1 a 10, en grado de
importancia, la familia obtiene una media de 9,14, lo que indica la potente
unanimidad que suscita la familia.
Como siempre hay que añadir que este plebiscito
familiar lo es más, mucho más, al deseo de una familia que funcione bien (digamos
en breve, una familia donde haya armonía y respeto entre sus miembros) que una
valoración de cómo funciona en realidad la familia en la que se vive.
También hay que añadir que la altísima valoración de
la familia va mas allá del modelo formal de familia (nuclear, reconstituida,
monoparental etc.) y se refiere, lo repetimos, a la bondad del contenido de las
relaciones intra-familiares.
6. ¿En qué medida adquieren importancia los valores
independencia y autonomía en el seno de las relaciones entre padres e hijos?
¿En qué se diferencian y cómo influyen en los procesos de emancipación de los y
las jóvenes?
En el Congreso de la FAD sobre Familia y Ciudadanía
en Madrid del año 2007, compartí una Mesa Redonda con una colega española,
Sandra Gaviria, aunque trabaja en la universidad francesa de Le Havre.
Comparando los hábitos de los jóvenes españoles y franceses afirmaba
refiriéndose a los españoles que “sus progenitores aceptan esta situación (de
no emancipación del hogar hasta edades tardías) e incluso la viven con orgullo.
Si un hijo se marcha pronto, lo viven como una decepción o como si hubiesen
hecho algo mal. Los que trabajan y conviven con sus padres no se consideran ni
son considerados como adolescentes tardíos o como adultos inmaduros. El trabajo
es una condición necesaria pero no suficiente para irse, ya que desean
marcharse en buenas condiciones económicas, tener ahorros e, incluso, en
algunos casos, haber empezado ya a pagar una hipoteca para comprar un piso. No
existe la idea de que un individuo que se asume económicamente es más autónomo
de su familia y que tiene menos obligaciones hacia ella. Las obligaciones
familiares no tienen nada que ver con los ingresos de sus miembros o con su
autonomía económica. Por lo tanto, las obligaciones de un joven hacia los
suyos, que trabaje o no, que se vaya o que se quede, no cambian”.
Estoy plenamente de acuerdo con ese
diagnóstico al que, en el momento actual,
solamente cabe añadir el correctivo estructural del número creciente de
núcleos familiares con procesos de separación o divorcio, de tal suerte que se
convierten en núcleos familiares monoparentales lo que conlleva, muchas veces,
una aceleración en la emancipación de los hijos.
7. Bastantes estudios señalan que una de las razones
del retraso en la emancipación juvenil, más allá de cuestiones estructurales,
es el deseo de los y las jóvenes (habitualmente en consonancia con lo que
piensan sus padres y madres) de no perder calidad de vida, nivel social o
estatus. ¿Cómo se interpreta esto en término de valores?
En efecto, parece un lugar común
decir que estamos ante la primera generación que vivirá peor que sus padres. Pero no es cuestión de ahora. En plenas vacas gordas, cuando decíamos que la
economía iba bien, sin ir más lejos los siete primeros años de la década recién
terminada, ya se oían voces y se leían textos donde se decía que las nuevas
generaciones no podrían mantener el mismo nivel de vida que el de sus propios
padres. Que por primera vez el ascensor social estaba averiado. También que el
implícito contrato social intergeneracional se había roto. Que se había roto el
contrato social que venía a decir que “yo, generación adulta te ofrezco a ti,
generación joven, las mejores posibilidades formativas posibles, y en todo caso bien superiores a
las que nuestra generación tuvo en sus días, lo que te permitirá insertarte
laboralmente, también en mejores
condiciones que nosotros cuando teníamos tu edad”.
En consecuencia no es difícil imaginar
que ahora, con la crisis de 2008, esa vieja idea de pérdida en el nivel social
y económico de los actuales jóvenes respecto del que, disfrutaron sus padres
parece haberte convertido en una profecía. Pero las cosas son más complicadas.
Telegráficamente diría lo siguiente.
1º: No vale comparar los hijos de hoy
con sus padres de hoy sino con sus padres de hoy cuando tenían la edad de sus
actuales hijos.
2º: Ciertamente el incremente especulativo
del precio de la vivienda hace mas difícil la emancipación familiar y la
inserción social. Toda España está padeciendo esta desmesura y esta codicia.
3º: La sociedad se está
americanizando, esto es, se está haciendo meritocrática cuando la ideología
políticamente correcta, extendida por doquier, es la igualitaria. Luego quienes
no se den cuenta, y vivan en el sueño del Estado protector (a no confundir con
el Estado del bienestar) lo van a pasar mal, pues el Estado protector, por mor
de la crisis está, valga la redundancia, en crisis.
4º: El nivel de vida al que aspira la
generalidad de los jóvenes, ¿es igual, mayor o menor al del que aspiraban sus
padres, cuando tenían su edad?. Porque puede ser que la comparación haya que
hacerse por partida doble: entre los niveles de vida de unos y otros, si, pero
entre sus aspiraciones, también.
En fin, y 5º: también hay jóvenes (y
adultos), pocos ciertamente, que, cubiertos unos niveles básicos de trabajo,
emancipación familiar e inserción social, se plantean que el decrecimiento, si
se da, puede ser una bendición y que, al fin, empecemos a pensar en calidad de
vida arrinconando la esclavitud del nivel de vida. Y se planteen la vida de
otra manera con otras aspiraciones cuantitativas. Quizás quieran hacer realidad
en su vidas aquello de “ser más” en lugar de “tener mas”.
Donostia San Sebastián enero de 2012
Javier Elzo
(Para la
FAD )
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