lunes, 18 de marzo de 2019

El papa, satanás y la maldad humana


El papa, satanás y la maldad humana

(Una versión reducida de este texto se ha publicado el 08/03/19 en Noticias de Gipuzkoa, el 09/03/19 en Diario de Noticias de Navarra , en DEIA el 18/03/19 y el 23/03/19 en Noticias de Álava)

La referencia del papa Francisco a “satanás” en el discurso pronunciado en la clausura del Encuentro
sobre “La protección de menores en la Iglesia”, el domingo 24 de febrero, ha sorprendido a muchos,
entre los que me encuentro. Su referencia al diablo ha sido fuente de no pocas descalificaciones,
incluso en medios que, sin ser en absoluto portales religiosos, tampoco marcadamente eclesiófobos,
sin embargo, tratan de ser ecuánimes e independientes en sus informaciones acerca de lo religioso. Lo
que no es frecuente. Por eso, una vez más, he de citar aquí al cotidiano “Le Monde” que titula,
significativamente, su editorial del 25 de febrero (fechado 26) así:” Pedofilia: al incriminar a Satanás, el
Papa Francisco debilita su discurso”. Con este subtítulo: “Aunque a menudo acepta la responsabilidad
de la Iglesia, ahora acusa a ... Satanás. Como si fuera suficiente sacar al diablo del infierno para
exorcizar el mal”. 

Añadamos que no es la primera vez, ni mucho menos, que el papa hace alguna referencia al diablo.
Ya en su primera misa, tras su elección en marzo de 2013, Francisco decía que "El que no ora al Señor, 
ora al diablo. [...] Cuando uno no confiesa a Jesucristo, confiesa la mundanalidad del diablo". 
Incluso, según leo (en “La Vie” 26/02/19), en la Nueva traducción oficial litúrgica de la Biblia, 
se rehabilita la palabra “diablo” en la liturgia católica, de donde había desaparecido desde
hace 40 años.

No soy, en absoluto, un experto bergogliano, pero me parece claro que en algunos aspectos 
(y este es uno) el lenguaje del papa denota una teología y una antropología que creo, desde
mi poquedad de sociólogo de provincias, están ya fuera de contexto. Son referencia, a mi juicio,
extemporáneas (de otro tiempo y contexto) inadecuadas y contraproducentes para una recepción
en nuestros días del fondo de su mensaje. Porque éste, el fondo de su pensamiento, yendo a la raíz 
de lo que quiere decir con sus referencias al diablo, ahora que habla sobre la pederastia en el clero,
considero muy pertinente y necesario. 

El papa parece sostener una imagen antropocéntrica de la maldad en la figura de satanás.
(Nótese que, en la versión oficial castellana de la Oficina de Prensa de la Santa Sede,
con la que trabajo, las referencia a satanás van en minúscula). Quisiera creer, pero
tengo dudas al respecto, que con la referencia a satanás o al diablo, el papa significa 
(¿personaliza?) el “mal”. El “mal” que aparece en muchos momentos de su texto con 
expresiones como “la mano del mal”, “el misterio del mal”, “el espíritu del mal”, “la
manifestación del mal” etc., etc. Personalmente me siento más cómodo, en mayor sintonía,
 con expresiones como misterio del mal, el espíritu del mal, etc., que con un antropocentrismo 
del mal en la figura del diablo, de satanás etc. que creo corresponden a una cosmología, 
antropología y teología propias de otros tiempos, ya fuera de lugar en la Europa cristiana de
hoy, aunque todavía sigue presente en otras latitudes, como en América latina. 


Pero me encuentro plenamente con Francisco en lo que creo que está en la raíz de su planteamiento en esta cuestión del mal. Lo que refleja en estos dos párrafos de su ya mentado discurso: “Ante tanta crueldad, ante todo este sacrificio idolátrico de niños al dios del poder, del dinero, del orgullo, de la soberbia, no bastan meras explicaciones empíricas; estas no son capaces de hacernos comprender la amplitud, la profundidad del drama. Una vez más, la hermenéutica positivista demuestra su propio límite. Nos da una explicación verdadera que nos ayudará a tomar las medidas necesarias, pero no es capaz de darnos un significado. Y hoy necesitamos tanto explicaciones como significados. Las explicaciones nos ayudarán mucho en el ámbito operativo, pero nos dejan a mitad de camino.

¿Cuál es, por tanto, continúa el papa, el “significado” existencial de este fenómeno criminal? Teniendo en cuenta su amplitud y profundidad humana, hoy no puede ser otro que la manifestación del espíritu del mal. Si no tenemos presente esta dimensión estaremos lejos de la verdad y sin verdaderas soluciones”.

Y dos párrafos más abajo remacha su pensamiento con estas palabras: “Y de la misma manera que debemos tomar todas las medidas prácticas que nos ofrece el sentido común, las ciencias y la sociedad, no debemos perder de vista esta realidad y tomar las medidas espirituales que el mismo Señor nos enseña: humillación, acto de contrición, oración, penitencia. Esta es la única manera para vencer el espíritu del mal. Así lo venció Jesús”. Pero, y aquí está mi “pero” fundamental, en torno a estas frases, en dos ocasiones, menta directamente a satanás, lo que, dicho sea, modesta pero claramente, considero fuera de lugar. Llega incluso a provocar el rechazo explicito de todo el mensaje del papa.

A continuación, transcribo las dos ocasiones en las que Francisco menta directamente a satanás. Están en la misma pagina 3ª de su discurso, pagina de la que he extraído los fragmentos arriba citados. 

Escribe Francisco:

 “El consagrado, elegido por Dios para guiar las almas a la salvación, se deja subyugar por su fragilidad humana, o por su enfermedad, convirtiéndose en instrumento de satanás”. (yo subrayo)

“Y esto me lleva a pensar en el ejemplo de Herodes que, empujado por el miedo a perder su poder, ordenó masacrar a todos los niños de Belén. Detrás de esto está satanás”. (yo subrayo)
 
Repito que, modestamente, entiendo que estas referencias a satanás están de más y se refieren a 
una teología y a una antropología ya caduca en Europa. Además, lo esencial de su discurso está 
en mostrar que, sin renunciar, en lo más mínimo, al sentido común y a lo que las ciencias humanas 
u otras puedan ofrecer, el papa nos muestra que no podemos olvidar (ni debemos olvidar, desde
una visión pertinentemente religiosa) el misterio del mal que acompaña a la humanidad 
desde la noche de los tiempos, misterio al que las religiones, que también nos acompañan
desde la noche de los tiempos, han tratado de dar respuesta o, al menos, alivio, consuelo, fuerza,
determinación, esperanza, plenitud y sentido. En el cristianismo con un Dios humano que muere
ajusticiado en la cruz, muerte interpretada por no pocos, como Pablo de Tarso, como la victoria
sobre la muerte y sobre el mal que, a lo largo de los siglos, se ha personalizado en la figura del diablo,
de satanás. Personalmente no tengo necesidad de satanás para reconocer el mal en el mundo, 
ni del Dios de Jesús presentado como el que vino a redimirnos del pecado de Adán, propulsado, 
según algunos, por la serpiente que se hubiera servido de Eva para sus fines. ¡Qué antropología 
en este texto, que algunos autores datan de unos 8 y hasta 10 siglos antes de Cristo, y del que tanto
nos cuesta desprendernos! 


El espíritu del mal. ¿Dónde nace este espíritu?. ¿Es que habría como una lucha entre dos principios, el principio del bien, el Dios creador bueno y el principio del mal, el Ángel caído, ¿Satanás, como nos enseñaron en la catequesis de críos?  El papa Benedicto XVI nos señala, sin embargo, que “la fe nos dice que no hay dos principios, uno bueno y uno malo, sino que hay un solo principio, el Dios creador, y este principio es bueno, sólo bueno, sin sombra de mal. (….) Así pues, vivir es un bien; ser hombre, mujer, es algo bueno; la vida es un bien. Después sigue un misterio de oscuridad, de noche. El mal no viene de la fuente del ser mismo, no es igualmente originario. El mal viene de una libertad creada, de una libertad que abusa.

¿Cómo ha sido posible, cómo ha sucedido?. Esto permanece oscuro, continúa Benedicto XVI. El mal no es lógico. Sólo Dios y el bien son lógicos, son luz. El mal permanece misterioso. Se lo representa con grandes imágenes, como lo hace el capítulo 3 del Génesis, con la visión de los dos árboles, de la serpiente, del hombre pecador. Una gran imagen que nos hace adivinar, pero que no puede explicar lo que es en sí mismo ilógico. Podemos adivinar, no explicar; ni siquiera podemos narrarlo como un hecho junto a otro, porque es una realidad más profunda. Sigue siendo un misterio de oscuridad, de noche”.

Este texto magistral de Benedicto XVI (03/12/18) no habla de satanás, habla del misterio del mal, consecuencia de “una libertad que se abusa”. Un mal que es poderoso.

El mal, lo que denominamos, falto de palabras ante lo innombrable, ante lo transcendente, 
“el espíritu del mal” está ahí. Misterio insondable que tantas y tantas reflexiones ha ocasionado 
a lo largo de los siglos. Me permito recomendar el libro del filósofo de la religión Ingolf U. Dalfert,
“El mal. Un ensayo sobre el modo de pensar lo inconcebible”, ediciones Sígueme, 2018. No se lee
como una novela. Exige esfuerzo, como esfuerzo exige comprender Auschwitz, por dar un ejemplo 
del mal absoluto. Como me decía, días pasados, un amigo judío, Auschwitz es el ejemplo de que
en todo humano hay una potencialidad de mal que escapa al mero entendimiento. 

Ante la pederastia de parte del clero católico, la justicia debe actuar, con sus propias y seculares armas, porque se ha cometido un delito. La Iglesia debe ayudar a la justicia en su labor. Pero, como se dice en el punto de reflexión 14 que se abordó en Roma, debe mantenerse la presunción de inocencia “hasta que se pruebe la culpabilidad del acusado” y añade “evitar la publicación de listas de acusados (…) antes de la investigación previa y la condena definitiva”. Este punto, aunque es prácticamente imposible de cumplir, como se observa en la justicia ordinaria (de ahí la pena de banquillo, cuando no la de telediario, si se es famoso), me parece, que sería deseable, en todo proceso judicial, salvo riesgo de reiteración delictiva.

El creyente, la comunidad de creyentes, debe adentrase en su fe y preguntarse cómo, más allá de la debilidad humana (de la que los curas y religiosos no están excluidos, pues no son supermanes, superhombres), ha podido el espíritu del mal ser más fuerte que el mensaje evangélico que es tan rotundo con los daños a los niños. Así Jesús dijo que quien dañara un niño "más le vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos, y le hundan en lo profundo del mar." De ahí la imprecación del papa Francisco, que ya he mentado arriba y repito aquí: “tomar las medidas espirituales que el mismo Señor nos enseña: humillación, acto de contrición, oración, penitencia. Esta es la única manera para vencer el espíritu del mal”.

Cuando escribí mi libro “Tras la losa de ETA” (PPC. 2014), entre mis lecturas traje a colación, hablando del perdón y la reconciliación, algunas reflexiones del gran filósofo y musicólogo Vladimir Yankélèvitch, de origen ruso, huido a Francia por el antisemitismo de su país y que luchó en la resistencia contra el nazismo. En el prólogo de su desgarrador libro “Lo imprescriptible” de 1971, escribe esto:” entre el absoluto de la ley del amor y el absoluto de la libertad del mal, hay un desgarro que no puede ser enteramente resuelto. No pretendemos reconciliar la irracionalidad del mal con el amor todopoderoso. El perdón es fuerte como el mal, pero el mal es fuerte como el perdón”. ¡Uuuuf!.

Esta idea me persigue, con desasosiego, desde que leí el libro, hace muchos años. Será la condición humana que diría Malraux. Solo así trato de entender (que no justificar) la supuesta pederastia (algunas están sub judice) de algún cura amigo (más de uno desgraciadamente), aunque en otros casos la sentencia es firme y debe cumplirse. Solo así trato de entender tanta maldad entre nosotros, en las guerras, en los secuestros y asesinatos sin olvidar a las torturas que hemos vivido tantos años en Euskadi. La maldad de sojuzgar a tantas mujeres a prostituirse muchas veces en condiciones infrahumanas. Tenía razón Yankélèvitch “entre el absoluto de la ley del amor y el absoluto de la libertad del mal, hay un desgarro que no puede ser enteramente resuelto”. Y con ello tenemos que vivir, pero sin olvidar lo que el todavía joven Paul Ricoeur afirmaba, “Solo el bien construye”. Y el mal destruye, siempre, me permito añadir.

Por eso el bien, como el mal, son propiedades exclusivas de la persona. Los animales no tienen ética, no saber distinguir el bien del mal. Algunos animales (perros, gatos, caballos, delfines etc.) pueden tener apego a personas y, en determinadas circunstancias ayudarlas. Y si los animales no tienen ética menos aun el reino vegetal y la naturaleza, aunque sean vivas, como lo es un árbol, por ejemplo. Pero de ahí a decir que la naturaleza es buena, o sabia, hay un largo paso que yo no doy. La naturaleza, como el reino animal siguen unas leyes, no sé si de orden físico, químico, cósmico u otro que se me escapa. Pero tienen capacidad de decidir, no tienen juicio ético, no tienen, en suma, libertad. Solamente los seres humanos tenemos libertad para decidir esto o aquello, de ahí que solamente el género humano puede hacer el mal, pero también el bien. Un mal y un bien, no circunstancial, como un tsunami cuando unas placas teutónicas entrechocan. Un tsunami no lo decide nadie, aunque genere el mal. Pero una violencia injusta puede ser querida, voluntariamente querida y decidida, incluso fría y racionalmente decidida, por una persona humana. En el mal ejercicio de su libertad. De ahí que gran parte del esfuerzo intelectual debe ser el de entender, comprender, aprehender desde dentro, por qué, en razón a qué mecanismos, objetivos, ideales o ideologías, se genera la maldad humana, el mal.

Y para esta labor no tengo necesidad alguna de Satanás, Belcebú o Mefistófeles que los dejo para la lectura del Fausto de Goethe o para deleitarme, por ejemplo, con los Fausto que llevaron a la ópera Gounod y Berlioz, el Mefistófeles de Boito, todos en el siglo XIX, sin olvidar, ¡cómo olvidar!, el Comendador de Mozart que empuja a los infiernos, fuertemente sujeto en sus manos, a D. Giovanni, en los años postreros del siglo XVIII. Pero algo debía remorderle en su cerebro a Mozart que le llevó a concluir su obra con el pastiche del ultimo cuadro con la moralina de que "tal es el fin de quienes hacen el mal: la muerte del pecador siempre refleja su vida", aunque esta escena, muchos directores en el pasado lo omitían, creo que, con razón, pues no añade nada a la inmensidad de esta obra.
  
Javier Elzo, marzo de 2019


Leo en Le Monde (20/03/19) en el Suplemento “Science et medecine”, firmado por Nathaniel Herzberg que “L´homme n´a pas le monopole de la culture”. Y ofrece varios ejemplos de animales con capacidad de transmitir conocimientos. Luego, mi texto parece necesitar si no un correctivo, sí un interrogante. Tomo nota.


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