La dimensión política del perdón
El lunes próximo, día 24, participo en un Curso de Verano de la UPV /EHU en Donostia, bajo el
tema genérico de “El Perdón y el Olvido”. Dirige el curso mi buen amigo Javier Urra
que me ha invitado a dar una conferencia y a participar en una Mesa Redonda.
Cuando tuve que poner un título a mi intervención me decidí por este: “El
perdón en Euskadi: reflexiones ético-sociológicas”. Era una solución de
comodidad personal pues es un tema que ya lo tengo trabajado y del que he
publicado hasta un libro. Lógicamente hablaré de ese tema el lunes pues así
está anunciado en el Programa pero, abordaré, también, otra cuestión, siempre
sobre el tema del perdón, pero situado esta vez en Ruanda. Estos últimos meses
me hice con un libro, tan interesante como desgarrador (Benoît Gillou, “Le
pardon est-il durable?” Paris 2014), sobre el genocidio en Ruanda, veinte años
después. Son las reflexiones que me ha procurado este libro las que quiero trasladar
hoy aquí, a los lectores de Noticias de Gipuzkoa y de DEIA como primicia de
parte de lo que diré el lunes en el Palacio Miramar de Donostia.
El
genocidio de Ruanda de 1994.
Recuerden,
de entrada, lo que pasó en Ruanda. El genocidio
ruandés, fue un crimen de masas cometido, físicamente, por una masa de
asesinos. Del 7 de abril de 1994 hasta finales de junio de ese mismo año, en
cien días, del orden de 800.000 personas, la mayor parte de la etnia tutsi,
fueron masacrados, muchos a golpe de machete, por centenares de miles de
personas, de la etnia hutu. Se calcula que, entre 200.000 y 300.000 personas,
participaron directamente en el genocidio. No puedo entrar aquí en el análisis
de los motivos o circunstancias previas al genocidio. Pero parece haber un acuerdo
en señalar que no es básicamente un conflicto étnico, sino un proyecto racista
de eliminar a los tutsis. De ahí que quepa hablar de genocidio. Aunque, a
diferencia del nazi, o de los gulags comunistas, en Ruanda los ejecutores
materiales eran masas de hutus. Incluso en los campos de exterminio nazis,
Auswicht por ejemplo, el número de alemanes era muy escaso, lo que no aminora
en absoluto su responsabilidad en el genocidio.
Vayamos ya al libro de Benoît
Gillou. Voy a responder en este artículo a dos de sus cuestiones. Si el perdón
se limita a relaciones personales o si tiene también implicaciones políticas,
por un lado y, a su vera, presentaré cuatro modalidades de perdón en el
contexto del genocidio ruandés. Que también pueden aplicarse a Euskadi, como
verán.
El perdón ¿puede tener
implicaciones sociales y políticas?.
Gillou se refiere, en una
entrevista, que investigó, entre otras cosas, lo sucedido en una parroquia
rural que se encuentra a una hora de la capital. En abril de 1994, cerca de
6.000 tutsis fueron asesinados en la iglesia, unos días después del Domingo de
Pascua. Sin la participación de la población civil, los campesinos hutus, la
masacre no habría sido tan masiva ni tan rápida. En este contexto, Guillou
trató de ver quién habla de perdón, y con qué objetivos. Así constató que el
perdón no se limita a la esfera estrictamente privada y religiosa, bien al
contrario, es eminentemente político. En su investigación, distingue cuatro
ámbitos donde situar el perdón. En primer lugar, el perdón puede ser
considerado por las víctimas. En segundo lugar, por los asesinos. Tercer
ámbito: la comunidad de pertenencia. O ella apoya un proceso de perdón o se
opone: los lazos de filiación y de solidaridad son esenciales. Por último, el
cuarto polo se refiere a las disposiciones establecidas por las autoridades
civiles, religiosas o las ONG y sus posicionamientos ante la dinámica del
perdón. Obviamente los dos últimos ámbitos van más allá del privado-personal.
Cuatro tipos de perdón.
A lo largo del libro, el autor
describe diferentes escenas de perdón y en conclusión propone cuatro figuras
principales de perdón. 1º: un perdón- coerción: es una perdón
instrumentalizado por actores religiosos o políticos para extorsionar la verdad
y lograr, o avanzar, en la producción de la "reconciliación" a toda
costa. Es un modelo que también conocemos aquí: la exigencia de petición de
perdón a los victimarios como condición para establecer un espacio posible de
reconciliación. 2º, y primo hermano del anterior, será el perdón -
transacción. Un culpable aceptará su culpa y pedirá perdón a cambio de una
sentencia reducida. Siempre quedará la duda de la sinceridad del
arrepentimiento del victimario, luego la validez de su demanda de perdón. Este
tipo de perdón también puede ser considerado por una víctima, dispuesta a
perdonar, a condición de que el asesino dé el primer paso. 3º: en tercer lugar,
señala Benoît
Guillou lo que denomina con el término
de perdón-revolución,
cuando la víctima perdona sin poner o exigir condición alguna. Yo denomino a
esta modalidad “perdón gratuito”, un perdón no solamente que no pone
condiciones para perdonar sino que tampoco espera contrapartida alguna por
parte del victimario, ni por parte de la administración. 4º. Aquí entramos en
el tipo clave de perdón, el perdón-reciprocidad. “Lo he observado,
señala Guillou, en pequeñas comunidades eclesiales de base. A veces las
familias, enfrentadas en el genocidio, establecen vínculos de confianza, de
estima, de solidaridad y, actuando en nombre del perdón, entre ellos emerge una
narrativa compartida. No idéntica, pues las vivencias no lo son. Pero si
compartida, en el sentido de haber escuchado la vivencia del “otro”, de los
“otros”. Se trata de aprender a vivir juntos. Ruanda es un pequeño país de 26
000 km2. Es fácil codearse con la familia de su asesino todos los días, en los
mercados, en el templo o iglesia. Este perdón recíproco rehabilita el
compromiso común. En cierta medida, es similar a lo que se ha implantado en
Sudáfrica. En este caso, la práctica del perdón permite el aprendizaje del
ejercicio democrático”. Aquí el perdón adquiere una absoluta relevancia
política que va mucho más lejos de la dimensión personal o interpersonal.
Aunque la presupone.
No nos damos cuenta. Pero esto no
solamente sucede en la comunidad de base de Ruanda que relata Gillou, sino en
diferentes lugares de Euskadi, religiosos y, la mayoría, laicos, como tuve
ocasión de mostrar en mi libro sobre la sociedad vasca tras la losa de ETA. Se
realiza de forma discreta, pero real. Al modo vasco de hacer las cosas serias.
¿Qué añadir que no se haya dicho,
que no haya dicho?. Pienso que quien perdona de verdad sale de la situación de
duelo y lleva mejor la del sufrimiento. Aunque el daño no se olvide y, en el
fondo de uno mismo, tenga que luchar contra el rencor, imposible de borrar del
incontrolado inconsciente con el que todos tenemos que apechugar. Rencor que,
si se transforma en odio, le impedirá, por siempre jamás, liberarse del duelo y
vivirá ahogado en el sufrimiento. ¡Dichoso el que logre perdonar!. ¡Dichosa la
sociedad que, asumiendo todo su pasado, busque la concordia, mirando al futuro!
Sí, el perdón es revolucionario.
(Articulo publicado en DEIA y en Noticias de Gipuzkoa el sábado 22 de Agosto de 2015)
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