Un editorial así, en los tiempos que corren, dignifica la función periodística.
¡Chapeau bas! (JE)
Editorial La Vanguardia 18 de septiembre de 2014
Mañana, al despuntar el día, Escocia sabrá si ha elegido
ser un país independiente o si prefiere seguir formando parte del Reino Unido,
junto a Inglaterra, Gales e Irlanda del Norte. Hoy más de cuatro millones de
votantes están llamados a las urnas para decidirlo. Ayer se cerró la campaña
con mítines multitudinarios, tanto de los partidarios del sí a la independencia
como de los que defienden el no. El pronóstico, sin embargo, seguía siendo
anoche incierto, aunque la mayoría de los sondeos concedían una estrecha
ventaja, de tres o cuatro puntos, a los unionistas.
Poco puede decirse, pues, a la hora de escribir estas
líneas, sobre el futuro escocés. Pero sí es momento para analizar la campaña
que durante semanas ha agitado a ingleses, escoceses y demás habitantes del
Reino Unido, además de suscitar la atención de los ciudadanos de todos los
países que consideran el proceso de unión europea como uno de los grandes
desafíos políticos de nuestro tiempo.
Lo primero que destaca en esta campaña escocesa es el
impecable ejercicio democrático que nos ha brindado. Empezando por las filas
del Partido Nacional de Escocia, que, con Alex Salmond al frente, ganó las
elecciones al Parlamento escocés del 2011 proponiendo la convocatoria de un
referéndum por la independencia como elemento central de su programa. Y
continuando, claro está, por el Gobierno británico, que afrontó la organización
del referéndum, pese a los obvios riesgos que comporta para la unidad nacional,
como un imperativo democrático. "Soy demócrata y dirijo un país
democrático", declaraba ayer el primer ministro conservador David Cameron
a The Times. "Y cuando una de las naciones del Reino Unido eligió a un
gobierno que proponía un referéndum -agregó-, yo tenía dos opciones: aceptarlo
y facilitar su organización, de modo legal, decisivo y justo, o negarme a que
se convocara".
Cameron se inclinó por la primera opción. Lo hizo convencido
de que era su deber, y también -según ha declarado- de que elegir la segunda
opción no hubiera hecho más que engrosar las filas del independentismo. Pero lo
hizo asumiendo también serios riesgos, entre ellos, evidentemente, que gane el
sí y él pase a la historia como el primer ministro bajo cuyo mandato se produjo
la fractura del Reino Unido, establecido por el Acta de Unión en 1707. Algunos
miembros del Partido Conservador, que dirige Cameron, ya se han manifestado
afirmando que si tal cosa sucediera, no le quedaría más remedio que dimitir.
El segundo hecho relevante de esta campaña ha sido la
actitud de Londres según pasaban los días y aumentaban las posibilidades de los
independentistas. Ha sido una actitud dominada en todo momento por la voluntad
de diálogo y pacto. Y rematada, el martes, con un documento, firmado por los
líderes de los tres grandes partidos del Reino Unido (el conservador Cameron,
el laborista Miliband y el liberal Clegg), en el que todos ellos se
comprometían a ampliar los poderes autonómicos de Escocia y mantener los
presentes niveles de inversión pública.
Por tanto, sea cual sea el veredicto de las urnas,
Escocia y el Reino Unido pueden enorgullecerse ya de haber protagonizado un
impecable ejercicio democrático, abordando el delicado envite secesionista con
las mejores herramientas posibles: el respeto al contrario, el diálogo y la
voluntad de pacto.
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