El problema de la disciplina
escolar no está en la escuela
Publicado en “Cuadernos
de Pedagogía· Nº 396, 2010, Monográfico Paginas 16 a 21.
1, La
necesaria contextualización social
Vengo
sosteniendo estos últimos años un diagnóstico de fondo a la hora de pensar en
la sociedad española. Estamos pasando de una sociedad tradicional, con
legitimación religiosa (de matriz católica en nuestros lares) a otra
postmoderna legitimada en el bienestar individual (resultante de una
mundialización que, como espejo invertido, fomenta la proxemia) tras un corto
periodo, el de la sociedad moderna, legitimada por proyectos holísticos de
carácter básicamente político (socialismo, marxismo, liberalismo, nacionalismos
etc.), en la actualidad con dificultades para su legitimación.
Limitándonos a los dos últimos periodos el
tránsito de los valores de la sociedad moderna a la postmoderna (a alta
modernidad dicen otros) tiene como línea dominante la dilución de proyectos
globales en la suma de proyectos individuales: en la sociedad moderna se
magnificaba la plausibilidad de un proyecto global, holístico, de una idea
matriz, de un norte como faro de acción social a diferencia de lo que sucede en
la sociedad emergente, que se caracteriza por la incertidumbre, la duda, el
repliegue en lo cotidiano, en lo emocional y, como corolario casi obligado, en
la proxemia. Con la proliferación de las redes sociales resurge el riesgo de
constitución de clanes por identidades de diferente índole.
Así valoramos lo subjetivo sobre lo objetivo, la
fiesta sobre la formación y el trabajo, la deconstrucción sobre la construcción,
el cuerpo sobre el espíritu, la responsabilidad diferida sobre la
autorresponsabilidad, la dimensión experiencial de lo religioso, dando crédito
a toda suerte de fenómenos para religiosos, sobre la institucionalización en
iglesias que, también hay que decirlo, con frecuencia, se anquilosan en
añoranzas estériles y condenas insostenibles. Hemos dejado atrás la
secularización (que en gran medida se ha limitado a una des- eclesiastización
en el mundo católico) para dar paso a una nueva sacralización, en algún caso
bajo la forma de iconos deportivos, en otros en mundo de la farándula y en
todos, particularmente en los poderosos, en el dinero, auténtico dios, objeto y
objetivo del tiempo presente. La actual crisis, y la forma como se quiere salir
de la misma son un buen ejemplo
Aceptamos el compromiso puntual, sobre todo si es
lejano, pero no nos comprometemos en el duradero, especialmente si es próximo
por ser más personalmente implicativo, valoramos el presente sobre el futuro
que se nos aparece como incierto e inasible (lo que hace que los jóvenes
prefieran retrasarlo lo más posible instalándose en el presente) quedando
relegado el pasado a entretenimiento cultural, aunque cada vez más adquirirá
fuerza como referente.
Todo esto nos lleva a un valor dominante, el
individualismo, afirmación que no por sabida es menos cierta. El individualismo
no es solamente uno de los valores emergentes en nuestra sociedad sino el
sustrato desde donde cabe entenderla.
El individualismo tiene dos caras. Por un lado
puede suponer la voluntad de adoptar planteamientos propios, autónomos,
ilustrados por la razón y el conocimiento de las cosas. Es la voluntad de no
ser rebaño (en contraposición a la sociedad tradicional). Es la gran herencia
de la Ilustración que ha tenido prolongación hasta la declaración de derechos
humanos en la mitad del siglo pasado, es cierto que unos derechos vistos
básicamente desde una perspectiva más autónoma y tolerante que responsable y
solidaria. Pero esta concepción me temo que ha dejado paso a otra cara del
individualismo que viene a decir que yo puedo hacer lo que quiera, con tal de
respetar la ley o de no molestar al otro. De ahí la tantas veces mentada
afirmación de que mi libertad termina donde comienza la del otro, un “otro”
convertido, si no en mi enemigo, si en mi concurrente en el espacio vital.
“L´enfer c´est les autres” (el infierno son los otros) ya lo dijo el hoy
olvidado Sastre aunque algunas de sus ideas siguen presentes, aunque diluidas,
en la sociedad de hoy. Es la moral libertaria, que diría Valadier, que impregna
a nuestra sociedad, jóvenes y adultos. No es el
individualismo de razón, el individualismo de responsabilidad, el
individualismo de proyectos el que impera sino el individualismo de deseo, de
apetencia, de hacer lo que me gusta porque me gusta. Es el individualismo del
mero derecho en menoscabo del individualismo de responsabilidad que permite
avanzar (porque avance es) del individuo al ciudadano. (Que, de ahí, avance de
ciudadano a persona es otro paso en el que aquí no entramos).
Esto tiene múltiples consecuencias. Señalo
solamente unas pocas:
o
El imperio de la mera emoción, es el imperio de la lógica
del “nahi dut”, que oímos proclamar a los niños en euskera para significar que
tienen derecho a recibir inmediatamente lo que quieran, lo que les apetezca,
(“nahi dut”, se puede traducir por “lo quiero porque me apetece”)
o
La vieja
distinción entre la libertad “de”, versus la libertad “para”, se ha decantado
indudablemente hacia la libertad “de”. O, para ser mas preciso, se ha quedado
como en un stop infranqueable en la libertad “de” porque, ciertamente, no hay
posibilidad de libertad “para” si previa o concomitantemente no se da la
condición de libertad “de”.
o
Se pone el acento en la realización de la persona dejando
en segundo lugar, cuando no olvidándose totalmente, del proyecto para el que se
quiere realizar como persona. Todos los ensayos pedagógicos, muy laudables por
supuesto, que ponen el acento en la consecución de una persona autónoma, libre,
independiente, tolerante etc., quedan radicalmente cortos si no van acompañados
de un principio finalista de dilucidación y discernimiento acerca del “para
qué” de ese logro de persona tolerante, autónoma etc. No hacerlo es confundir
los medios como fines. Es quedarse meramente en los medios. Pero, ¿no se ha
defendido durante mucho tiempo que eso era el objetivo de una educación no impositiva de un determinado
sistema de valores?. Así los escolares, en el mejor de los casos, sabrán pescar
pero no sabrán qué pescar, por qué pescar, ni para qué pescar.
o
En fin, se cumple la ley, cuando se cumple, porque lo
dice la ley (y se teme la sanción de su trasgresión), pero no porque se haya
interiorizado la bondad de lo que la ley propugne ni los objetivos que
persigue. Las consecuencias de esto
último son tremendas.
En efecto, la cuestión de cuales sean los valores que
priman en la sociedad es cuestión central y, a la postre, explicativa de no
pocos de los comportamientos de nuestros adolescentes y las dificultades de los
profesores en mantener su autoridad.
2, El matonismo y algunos valores que subyacen
No podemos no decir que a pesar de los esfuerzos de todos,
y a pesar de la letra de las normas, subsisten todavía unos valores que hacen
prevalecer la fuerza por encima de la justicia, el dominio por encima de la
ética. Y el asunto no es nada trivial porque la pervivencia de estos valores
constituye la base en que arraiga el matonismo con los iguales, pero
también los comportamientos disruptivos o las provocaciones contra el profesorado
y contra quien sea. Y asegurar el cumplimiento de los derechos y de los deberes
entre iguales pone las bases para cumplirlo en todos los ámbitos de la
convivencia escolar y extra-escolar. La actuación precoz contra todas las
formas de violencia escolar empieza defendiendo los más débiles, es decir, las
víctimas de maltratos, con la colaboración de sus padres y corregir el matonismo
lo antes posible, es decir, desde la educación primaria. Recuérdese la vieja
imagen de que es más fácil enderezar un arbolito naciente que un gran árbol, ya
adulto.
Hay muchos escolares que tienen miedo para ir a la
escuela. Este miedo va en aumento en los últimos años. No necesariamente porque
haya aumentado la violencia en las aulas. Si se consultan los estudios
existentes donde, con metodologías comparables, se estudia la evolución de la
proporción de comportamientos violentos en escolares estos últimos años, los
datos indican que los niveles de violencia no han aumentado en número aunque se
mantienen, y en ocasiones, incluso aumentan, los más graves, aunque el concepto
de “grave” exige tratamiento propio. Hay bastantes datos que avalan esta idea
básica, que vengo repitiendo estos últimos años. La violencia escolar en
particular y la violencia juvenil, más en general, no está en aumento pero si
los episodios mas graves, los más sangrantes que, además, por la lógica de lo
noticiable, tienen su reflejo en los medios de comunicación creando así lo que
cabe denominar un “constructo social” de la violencia escolar. De ahí la alarma
social y el miedo.
Para ilustrar de qué niveles de maltrato estamos
hablando, veamos unos pocos datos del último estudio a nivel español existente.
Cuando se comparan los datos del estudio realizado por encargo del Defensor del
Pueblo español del año 2000 con el similar estudio de 2005-2006, según los
autores del mismo, leemos en las conclusiones que “se encuentra una disminución
de la incidencia de ciertas modalidades de maltrato por abuso de poder. En
particular, los tipos de maltrato cuya incidencia desciende de modo
significativo son los “insultos” (de 39,1 por ciento a 27,1 por ciento) y los
“motes ofensivos” (del 37,7 por ciento a 26,7 por ciento), la conducta de
“ignorar” (de 15,1 por ciento a 10,5 por ciento) y de “esconder cosas de otros”
(del 22 por ciento a 16 por ciento), así como las “amenazas para meter miedo”
(de 9,8 por ciento a 6,4 por ciento) y el “acoso sexual” (de 2 por ciento a 0,9
por ciento). Se mantiene en niveles similares la agresión verbal indirecta o
“maledicencia”, la exclusión social activa o “no dejar participar”, las formas
de agresión física directa (pegar) como indirecta (los robos y destrozos de
propiedades) y las formas más graves de “amenazas”. (Página 238). Nosotros,
tanto en el estudio catalán (como en otro trabajo en el ámbito vasco de 2006[1]) llegamos a las mismas
conclusiones. Incluso si nos referimos a datos policiales y judiciales las
conclusiones son las mismas[2].
Hay otro
indicador indirecto del nivel y evolución del miedo existente en los centros
docentes. Es la constatación empírica de que, para los escolares, aumenta la
sensación de que no hay disciplina cuando es, más que probable, que la
disciplina en los centros sea hoy mayor que hace 10 o 20 años. De hecho, a
tenor de los estudios que hemos analizado, la proporción de escolares de
secundaria que consideran que hay menos disciplina de la que hace falta ha
aumentado de manera sustancial, a lo largo de esta década. Más de un tercio de los
alumnos del segundo catalán de 2005-2006 están reclamando más disciplina en la
escuela, el 25 % dicen que la que hay es excesiva, el resto, algo más del 40 %
estimando que la disciplina que hay es la que, a su juicio, debiera haber. La
asimetría es evidente. Hay más escolares en estimar que hay un déficit de
disciplina que un exceso. Lo que no deja de ser llamativo, máxime cuando
estamos hablando, en este punto, exclusivamente de escolares de secundaria que
son los más protegidos no sea más que por la edad y la corpulencia física. No
tengo el dato evolutivo, en el tiempo, de los alumnos de primaria pero, estoy
seguro que las cifras serán todavía más contundentes hacia una mayor demanda de
disciplina que en la enseñanza secundaria.
Pero no nos engañemos el problema
de la autoridad y la disciplina escolar desbordan a la propia escuela. Vivimos
en una cultura de la transgresión, de la banalización, donde se festeja lo
hortera, lo cutre, la desvergüenza y se legitima cuando no alienta la
liberalidad de decir lo que sea sin dar cuenta alguna de porque se dice lo que
se dice. Demasiados programas de determinados medios de comunicación son triste
testigo de lo que digo. Añádase a ello la vulgar erotización de la publicidad
(donde el amor es substituido por el placer seguro que muchas veces no es seguro
y, el colmo, tampoco placer, en la lenta pero persistente deriva de los
telediarios e informativos de la información política y social a la de los
sucesos, cuanto mas truculentos mejor. Añádase a ello, también, una constante
incitación y estímulo al niño, al adolescente y al joven a que haga esto y
aquello, sin descanso, sin respiro para pensar, siempre solos aunque con otros
y se entenderá que un profesor necesite diez o quince minutos para lograr que
sus alumnos se callen y dar comienzo a la clase.
3. Los
nuevos agentes de socialización y sus efectos
Creo que hemos de pensar
seriamente en discernir las consecuencias, positivas y negativas, de una
socialización donde las redes sociales están alcanzando cifras impensables hace
apenas dos años. Particularmente en las nuevas generaciones. Veamos estos
datos.
La radio necesitó 38 años para
alcanzar 50 millones de usuarios. La televisión 13 años. Internet, solo 4.
IPOD, 3 años y Facebook 100 millones en 6 meses.
Facebook tiene 300 millones de
usuarios activos de los que el 50 % le dedican 40 minutos al día. Hay 45
millones de grupos de usuarios activos. 65 millones acceden a Facebook través
del móvil y cada mes suben 2.000 millones de fotos, 14 millones de videos y,
comparten cada semana 2.000 millones de links, notas, post, fotos etc. Personalmente
no hay día que no reciba un aviso de alguien, generalmente desconocido, que me
pregunta si quiero “ser su amigo”,
formar parte de su red, etc.
El 78 % de los usuarios de redes
sociales confían en lo que les recomiendan sus homólogos y solamente el 14 %
confían en la publicidad con lo que las agencias de publicidad y los medios de
comunicación convencionales, que en gran medida subsisten gracias a la
publicidad, están en horas bajas. 24 de los 25 principales periódicos
estadounidenses han descendido su tirada.
En
EEUU uno de cada ocho matrimonios se conocieron a través de una red social, uno
de cada seis estudiantes universitarios tiene un curriculum online y el 80 % de empresas utilizan Linkedin para
encontrar sus nuevos empleados.
Todo esto permite decir a José
Luis del Val, de cuya lección inaugural en la Universidad de Deusto del
presente curso académico pronunciada el 30 de Septiembre pasado tomo estos
datos, “que el modelo ha cambiado y ya no se buscan las noticias; las noticias
nos encuentran clasificadas y categorizadas por aquellas personas en quienes
confiamos y con las que hemos establecido vínculos a través de redes sociales”.
Lo que nos coloca, de bruces, entre otras cosas, ante la cuestión de los
diferentes agentes de socialización en la educación de las nuevas generaciones.
También en las relaciones de la población adulta pero de adolescentes y jóvenes
hablamos aquí.
El 6 de Octubre, pronuncié en
Salamanca la conferencia inaugural de
los IV Encuentros de Informadores Juveniles de Castilla Leon. Llevaba como
título “Información y Formación de los jóvenes, hoy”. Utilicé, entre otras
materiales, unas reflexiones de un Memorando de la Unión Europea de Noviembre
de 2000 (ya prehistórico para algunos) sobre la importancia de la educación a
lo largo de toda la vida donde recordaba cómo había que distinguir en el
proceso de aprendizaje, la dimensión formal, no formal e informal del mismo. Ya
entonces el Memorando de la UE insistía en que “la aparición de la tecnología
informática….subraya la importancia del aprendizaje informal”. La masa de datos
de mi colega deustense en su conferencia inaugural, que presenté en Salamanca,
me confirmaban en lo que otros materiales sobre los agentes de socialización
juvenil que nos proporcionan los estudios sobre la juventud, básicamente los
que se centran en sus valores y que utilizo con frecuencia, ya están apuntando
cada vez con más claridad: el peso de la información no formal a través de las
nuevas tecnologías de la información y comunicación será cada vez mayor. En los
últimos veinte años hemos venido insistiendo en que la familia y el grupo de
amigos (y la calle en general), seguidos, a distancia, por los medios de
comunicación tradicionales (la televisión en primer lugar) eran los más
potentes agentes de socialización y que la escuela, aunque en mejor posición al
doblar el siglo que en los primeros años de la transición, difícilmente podía
igualar. Las cosas están cambiando muy rápidamente.
La familia vive en España, en la
actualidad, una auténtica mutación. Ya no cabe hablar de familia como unidad de
análisis sociológico, sino de una multiplicidad de núcleos familiares, aunque
con una nota común a la gran mayoría, cual es la búsqueda incesante de
redefinición de los papeles del hombre y de la mujer, a no confundir, sin más,
con los de padre y madre. Esto unido al hecho innegable y bienvenido de la
inserción social de la mujer trae como consecuencia que, en muchos núcleos
familiares, la que denominábamos la madre en la sociedad moderna haya salido de
casa mientras que el padre apenas haya entrado. Y cuando ambos entran, al final
de la jornada, lo hacen extenuados. Digo todo esto para expresar que la
capacidad socializadora de la familia posmoderna (más exactamente habría de
decir de los diferentes núcleos familiares, pero digo familia por economía
redaccional) es muy reducida. En un estudio de 2002 en la FAD lo estimamos en
poco más del 40 % de familias[3]. En otro
trabajo más reciente, entre las familias catalanas, (aún no publicado) la cifra
es similar.
Con la irrupción de las nuevas
tecnologías no diré que el papel de los amigos reales, con los que los jóvenes
se comunican y se divierten, haya desaparecido pero, ciertamente, está
emergiendo, cada día con mayor frecuencia, la figura del joven encerrado en su
casa en el que, al límite, sus relaciones de amistad, en el tiempo de ocio, son
de carácter básicamente virtual. Mostré un arquetipo de este joven en uno de
los siete retratos de adolescentes que presenté en mi libro “La Voz de los
adolescentes”[4].
Aunque no es difícil avanzar que, en realidad, lo que se impondrá en la gran
mayoría de situaciones, será la confluencia de los amigos reales con los amigos
virtuales, las redes sociales reales (por ejemplo en algunas organizaciones de
botellones con amigos seleccionados) con las redes sociales a través de las
nuevas tecnologías. Redes sociales compuestas tanto entre figuras (personas)
auténticas, tanto entre figuras inventadas. En todo caso viviremos la explosión
de toda suerte de redes anónimas y de encuentros, más o menos fugaces, entre
personas con la verdadera identidad oculta. ¿Cuántas?. ¿En qué proporción?. No
lo sé pero serán muchas.
Además estas nuevas tecnologías
harán que queden obsoletas, para las nuevas generaciones, algunos de los medios
de comunicación tradicionales. Así ya estamos observando que hay adolescentes
que dedican más tiempo a Internet que a la televisión. Los medios de
comunicación habituales presentan respecto de las nuevas tecnologías de la
información y comunicación varias diferencias; Señalemos aquí dos. En primer
lugar la información es unidireccional siendo la participación del
recipiendario pasiva: selecciona esta o aquella página de lectura, o este o
aquel canal de televisión o dial de la radio. A partir de ahí escucha, lee o visiona
lo que le den a diferencia de las nuevas tecnología que son, o al menos pueden
ser, interactivas en las que cada usuario puede tener una participación activa,
de mayor o menor grado. La segunda diferencia es que en la modalidad de
información en la sociedad moderna la fuente de información era perfectamente
conocida. Venía firmada. En la sociedad actual, en los nuevos soportes y modos
de información y comunicación, a veces vienen firmadas (los blogs firmados, por
ejemplo) pero a veces no de tal suerte que la comunicación se hace entre
personas que, voluntariamente, han decidido mantener oculta su verdadera
identidad y se proyectan y comunican a través de una identidad creada “ad hoc”.
Llegados a este punto las preguntas se me agolpan.
¿Quién garantiza la veracidad de
la información en Internet?. ¿Qué valor conceder a los contenidos de los blogs
no firmados?. ¿A qué se debe que la inmensa mayoría de los blogs no firmados
(de lo que sea) sean negativos cuando no insultantes?. ¿Cómo se construye la
personalidad de un adolescente para quien es más fiable su red social que la
información firmada, sea el que sea el soporte utilizado?. ¿Qué
consecuencias tiene para un joven que se identifique con la personalidad
ficticia de sus relaciones virtuales?. ¿Corremos el riesgo de una doble
personalidad: una en la vida real y otra en la virtual?. ¿Qué influencia va
tener, esta teniendo ya, en el interior de los centros escolares?. ¿Cómo va a
afectar a la relación docente discente, profesor-alumno?. Que efectos va a tener
para la autoridad del profesor y de todo el sistema educativo?
Muchas de estas preguntas ya me
las formularon en el Encuentro de Informadores Juveniles en Salamanca y
contesté lo que escribo aquí: No tengo respuestas. Todavía estoy con las
preguntas. En realidad estoy preguntándome por la pertinencia de mis preguntas.
¿Son esas, las preguntas que arriba formulo, las buenas preguntas, las
preguntas pertinentes o dejo algo muy importante en el tintero del ordenador
porque no afloran en mi cabeza?. Así, pese a escribir que las nuevas
tecnologías presentan, como todo lo nuevo que viene para quedarse, aspectos
positivos y aspectos negativos, ¿no corremos el riesgo de magnificar lo
negativo (el anonimato, la falacia incluso, en las relaciones personales) dejando
a un lado los elementos positivos (la inmensa apertura a la comunicación
mundial apareciendo como máximo freno la frontera lingüística)?
Como se ve estamos ante un reto
fenomenal. Los agentes de socialización están cambiando a pasos agigantados
ante nuestra vista. Insisto no tengo respuestas sino briznas de respuestas,
básicamente de orden intuitivo y reflexivo pero sin evidencias científicas. Me
limitaré, en consecuencia, a unos pocos y elementales apuntes.
El profesor debe saber, con
cierta solidez y nivel de conocimiento, de la existencia de las diferentes
técnicas de información al uso, de sus funcionalidades, ventajas e
inconvenientes, para mantener una conversación con sus alumnos sobre ellas, una
conversación donde la dimensión educativa esté presente. No creo necesario que
el profesor sea un adicto a Facebook para poder opinar acerca de Facebook por
dar un ejemplo. Pero no puede, en mi opinión, seguir en la educación explicando
historia, pongo por caso, ignorando la existencia de mil y un canales en
Internet, donde se oferta información sobre todos los hechos históricos y que
existen redes sociales en torno a fenómenos históricos singulares o en torno a
figuras concretas de la historia. Tendrá en clase alumnos que pueden tener más
información, digamos, de la revolución francesa por lecturas en la web que por
los libros de texto. Incluso, (pero sospecho que al día de hoy entre los
escolares españoles será muy minoritario) puede encontrarse con un escolar que
participa en una red social sobre el fenómeno histórico de la revolución
francesa. En consecuencia el profesor se
ve sometido, cada día con mas frecuencia, con “competidores” a la hora de
transmitir conocimientos a sus alumnos. Con el agravante de que los alumnos han
adquirido información en la web, sin la intención de aprender y de la que no
deben dar cuenta a nadie. Información que pueden contrastar en otras paginas de
la web e incluso en algunos casos, en interacción espontánea, en sus redes
sociales. La relación jerárquica docente-discente sufre un ataque en su línea
de flotación: en la presumible sapiencia del docente que la transmite al
discente.
En estas circunstancias señalaría
en estas reflexiones de urgencia un par de notas. El profesor debe centrarse
más en su “autoritas” que en su “potestas”. Arduo y difícil empeño pero
imprescindible empeño si quiere salir a flote en su labor educadora. Salvo la
minoría de docentes que alíen una potente y actualizada información en su
ámbito de enseñanza y unos recursos educativos de primera, la gran mayoría va a
encontrarse con unos “competidores” en la Web difícilmente superables. Pero el profesor está frente a sus alumnos,
en vivo y directo, a diferencia de cómo
están sus alumnos cuando están frente a la pantalla del ordenador. El profesor
es testigo directo, y presencial, de las reacciones de los alumnos a su
discurso en un alumno que también ha recibido el de los medios. Y aquí se la
juega. No debe tener problemas en aceptar, si fuera preciso, que no lo sabe
todo (por ejemplo de la revolución francesa, por seguir con el símil arriba
utilizado) y que el alumno pueda disponer de una información que él no tenga,
pero hay dos cosas que ningún programa informático le va a dar al alumno. En
primer lugar la contextualización del la revolución francesa en el devenir de
la historia en general (salvo que esté frente a un “cerebrin” de alumno) y de
la historia donde esté ejerciendo su docencia en particular (en España en
nuestro caso). En segundo y trascendental lugar, el profesor y solamente el
profesor, es capaz de situar la impronta de la revolución francesa en la
formación del alumno que tiene delante. Esa relación personalizada de un
profesor y, mejor aun de un Claustro de Profesores digno de ese nombre; es
insubstituible y no habrá herramienta informática que eduque, esto es, informe
y forme al alumno, como ellos. Será la relación directa del profesor con el
alumno, el seguimiento continuo del aprendizaje del alumno, de su desarrollo
intelectual, emocional y social lo que le va dar valor, lo que le va a
singularizar y colocarse muchos codos por encima de la información que recibe
el alumno de las nuevas tecnologías.
Termino. La veracidad y
fiabilidad de las informaciones (de los padres, de los profesores y de los
medios de comunicación social), son hoy más importantes que nunca en la
formación de las nuevas generaciones.
Los padres y profesores se están jugando su autoridad y los medios de
comunicación (en el soporte que sea) su mera supervivencia. El maestro es el
mejor situado en este momento. No vive la angustiosa búsqueda del nuevo ajuste
en la transformación familiar. Tampoco el amedrentamiento de los medios de
comunicación ante el suelo deslizante, lleno de fosas sin fondo, en el que se
mueven. La escuela, y en ella los docentes, aparecen, habitualmente en exceso,
y por delegación de responsabilidades propias de otros (los padres en primer,
pero no en único lugar) como los “salvadores” de una ausencia de referentes que
colapsa la sociedad española. De veras lo son. ¿Quién si no va a ser capaz de
reflexionar y ayudar a construir jerarquías de valores en la multiplicidad de “inputs”
que reciben los alumnos?.
Sugiero un sencillo ejercicio.
Con las respuestas a un par de preguntas, rellenadas en el anonimato más
absoluto por los alumnos, se puede ayudar a desbrozar la cuestión. Son dos preguntas
como estas, dichas a vuela pluma:
1ª: Escribe tres o cuatro informaciones,
comentarios, afirmaciones videos etc.., que has encontrado las últimas 24 horas
y que te han parecido interesantes, señalando el medio en el que la has
encontrado (en casa, entre los amigos, en la TV, en Facebook, Twenty, chats o
similares….)
Tras la puesta en común de lo que
resulte de las respuestas del conjunto de la clase, las nuevas preguntas podrían
ser estas
2º: Selecciona las cinco que más
te han interesado, las cinco que consideras que pueden ser más útiles para la
sociedad y las cinco que rechazas porque consideras que son negativas para
sociedad,
En filigrana además de ver cuales
serían los valores dominantes de los escolares, ellos mismos harían una valoración del tiempo que
dedican a tal o cual actividad tecnológica: ¿valía la pena?, ¿un poco?,
¿mucho?,¿nada?.. Así se harán preguntas sobre lo que ve, donde ve lo que ve y
por qué ve lo que ve…
En fin, sin visiones proféticas
y, mucho menos sin delegar a la escuela soluciones a problemas que están en la
sociedad, los profesores, actores privilegiados del gran papel que les toca
vivir en un mundo desbrujulado, han de ser conscientes de que ellos y, pocos
mejor que ellos, podrán trasmitir a los adolescentes los criterios y los
referentes que les permitan, entre otras cosas, distinguir el oro, la plata y
la basura que puedan encontrar en los nuevos medios tecnológicos de información
y comunicación.
Donostia 12 de Octubre de 2009
Javier
Elzo
Catedrático
Emérito de Sociología en Deusto
[1] Javier Elzo y Maria Teresa
Laespada (co-directores), Arostegui E., Elzo J., García del Moral, N., González
de Audikana M., Laespada M.T., Mugeta U., Sarabia I., Sanz M., Vega A.,
(redactores), “Drogas y Escuela VII. Las drogas en escolares de Euskadi
veinticinco años después”. Edit.
Universidad de Deusto. Bilbao 2008, 599 páginas.
[2] . En nuestro libro “Los
jóvenes y la felicidad”, Editorial PPC, 2006, trasladamos en su segundo
capítulo bastantes datos, con tendencias que se confirman en años posteriores.
Consúltese, directamente, la Web
del Ministerio de Interior y la del Ministerio de Justicia para fechas
posteriores a nuestro libro.
[3] “Hijos y Padres: comunicación y conflictos”. Eusebio Megías
(coordinador), Javier Elzo, Ignacio Megías, Susana Méndez, Francisco José
Navarro, Elena Rodriguez. Edita FAD, Madrid 2002. 344 páginas. Ver el capítulo
7.
[4] Javier Elzo. “La voz de los adolescentes”. Ediciones PPC. Madrid 2008, 253 páginas. Ver páginas 31 y ss.
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