La divinización de la sociedad
Índice:
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Introducción:
Durkheim y la sociedad divinizada
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1. La
implantación triunfal de la sociedad secular en el siglo XX.
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2. La
democracia, ¿no sería sino un conjunto de reglas y procedimientos?
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3. Púlpitos laicos. El pensamiento
secular y el “homo saecularis”.
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4. Cuando el humanismo secular
arrumba al de matriz religiosa.
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Excursus:
La apuesta por el humanismo laico de Salvador Giner
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5. Lo divino y lo humano. Pero
¿existe lo divino?
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6. La inhóspita pregunta de
Stuart Mill
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7. Para
ser completo con Calasso. Cuestiones no abordadas en este texto
-
Algunas
reflexiones finales
o
De la orfandad
de un mundo sin Dios a la guerra de dioses
o
Los innumerables
dioses de la postmodernidad secular
o
Superando
el binomio religioso-secular
He dedicado parte de este tórrido verano de 2018 (aunque es
más llevadero en la Costa Vasca donde resido) en la lectura, relectura y anotaciones
del primer capítulo (pp. 9 - 84) del excepcional libro de Roberto Calasso. “La
actualidad innombrable”. Anagrama, Barcelona, 2018, 173 p. En las páginas
siguientes traslado algunas de las reflexiones sugeridas tras su lectura,
complementada por otras, en parte propiciadas durante la lectura de Calasso. Me
he centrado en una idea, que he concretado en el titulado de estas páginas, “la
divinización de la sociedad”, una de las consecuencias clave de la supresión
del elemento religioso en la cosmovisión de muchas mentes de nuestra sociedad.
De entrada, esto me llevará, de la mano de una citación de Calasso, a volver a un
libro central de E. Durkheim, “Las formas elementales de la vida religiosa”,
retomando así mi lectura del ensayo hace casi 50 años en mis tiempos de
estudiante en Lovaina.
El núcleo de mis comentarios a Calasso residirá en la eterna
disputa entre una visión autónoma (con su ética correspondiente) de la realidad
y otra visión heterónoma y trascendente de la misma. En otras palabras, entre
el mundo secular y el mundo religioso que muchos, entre ellos el propio
Calasso, si le he entendido bien, los perciben como dos mundos perfectamente
diferenciados, tesis que pondré en duda en las últimas páginas de este texto.
En este orden de cosas, me detendré, en el libro de Salvador
Giner, “El Porvenir de la Religión” y su apuesta por una sociedad laica que,
superadora de la religiosa trascendente, la presenta como modelo superior de
cosmovisión.
Tras anotar, telegráficamente, los temas que aborda Calasso,
en los que no puedo detenerme para no hacer de estas líneas medio libro, me
detendré, sin embargo, en algunas reflexiones propias para cerrar, que no
concluir, estas páginas.
Introducción: Durkheim
y la sociedad divinizada
Calasso,
ya en las primeras páginas de su trabajo, tras recordar tiempos no tan lejanos
en los que “bastaba con divinizar al emperador para asegurar la cohesión social”
añade que “ya no. Ahora es necesario divinizar a la sociedad misma”, pues, como
dice Durkheim, “ella, (la sociedad) es para sus miembros, lo que un dios es
para sus fieles”. (p.27) Así nace, en la era moderna la “sociedad divinizada”.
La
referencia a Durkheim, para muchos sociólogos, junto a Max Weber, uno de los
dos padres de la sociología de la religión, si no de la sociología sin más, me
ha retrotraído a mis tiempos de estudiante y a la lectura compulsiva de las 638
páginas (la devoré en una semana, aunque, obviamente, sin asimilarla
completamente) de una sus obras magnas, “Les formes élémentaires de la vie
religieuse”[1],
publicación donde se encuentra la citación de Calasso. He localizado en mi
ejemplar del libro de Durkheim esta referencia que traslado a continuación, más
extensa que en la citación de Calasso para contextualizarla.
“De manera general, no hay duda de que una sociedad tiene todo lo
que se necesita para despertar en las mentes, por la única acción que ejerce sobre
ellas, la sensación de lo divino; porque la sociedad es para sus miembros lo
que un dios es para sus fieles. Un dios, de hecho, es antes que nada un ser que
el hombre representa, en cierto modo, como superior a sí mismo y del que él
cree que depende. Ya sea una personalidad consciente, como Zeus o Yahvé, o fuerzas abstractas como las que
están en juego en el totemismo, el creyente, en ambos casos, se siente ligado a
ciertos modos de acción impuestos por la naturaleza del principio sagrado con
el que se siente en relación comercial. Pero la sociedad también mantiene en
nosotros la sensación de una dependencia perpetua. Debido a que tiene una
naturaleza propia, diferente de nuestra naturaleza individual, persigue fines
que también son especiales para ella, pero como solo puede alcanzarlos a través
de nosotros, busca imperiosamente nuestra ayuda. La sociedad exige que,
olvidando nuestros intereses, nos hagamos sus servidores, y nos obliga a toda
suerte de incomodidades, privaciones y sacrificios sin los cuales la vida
social sería imposible. Por lo tanto, en todo momento, estamos obligados a
someternos a reglas de conducta y pensamiento que no hemos construido ni
deseado, y que a veces son contrarias a nuestras inclinaciones e instintos más
fundamentales”[2].
El texto, soberbio, me sugiere los siguientes subrayados
(alimentados por otros textos del propio Durkheim).
-
La sociedad es más que la suma de individuos.
Así como la conciencia colectiva es más que la suma de conciencias
individuales.
-
La sociedad tiene entidad propia, aunque no es
independiente de las personas que la componen, bien al contrario, necesita de
las personas para alcanzar sus fines. Hay un “comercio”, dirá Durkheim, entre
la sociedad y las personas que la componen.
-
Esa
sociedad crea un dios, que “de hecho, es antes que nada un ser que el hombre
representa, en cierto modo, como superior a sí mismo y del que él cree que
depende”.
-
La sociedad tiene capacidad de coerción sobre
los individuos, a partir del momento en que la divinizamos.
-
Esto es independiente de que el dios sea una
figura concreta (Zeus o el Dios bíblico, Yahvé), sean fuerzas más o menos
abstractas (tótem o las fuerzas de la naturaleza) sea la sociedad, como entidad
propia.
-
La religión para Durkheim tiene como objeto
crear o mantener cierta cohesión social. Que se haga por el tótem, el temor a
la naturaleza, los dioses de la antigüedad o la sociedad de nuestros días, lo
esencial no es la verdad de los dioses sino la función que cumplen.
-
Llegados a este punto, la pregunta, brutalmente
planteada, es la de saber si salimos ganando, con los dioses totémicos, los
dioses personalizados (uno o varios, de los judíos, persas, griegos, romanos,
musulmanes, cristianos, etc.) o con el dios de la sociedad, con la sociedad -
dios.
Pero avancemos en la lectura de Durkheim y en lo que supone
la divinización de la sociedad.
Ya en las conclusiones de su estudio Durkheim escribe que “el
ideal colectivo que la religión expresa no es consecuencia de no se sabe bien
qué poder innato del individuo, pues es en la escuela de la vida colectiva
donde el individuo ha aprendido a idealizar. Es asimilando los ideales
elaborados por la sociedad que el individuo es capaz de concebir el ideal. Pues
es la sociedad (….) la que le ha contraído la necesidad de alzarse por encima
del mundo de la experiencia…”. (p.604). Es, pues, claro para Durkheim, el papel
de la sociedad como agente primordial de creación de cosmovisiones, como agente
de socialización, como instancia de lo políticamente correcto, de lo obvio, de
lo indiscutible, de las certezas indiscutibles.
Claro que encarnándose en cada individuo los ideales
colectivos, estos tienden a individualizarse. Pero, insiste fuertemente en ello
Durkheim, el ideal personal, aun individualizado, proviene del ideal social, de
la conciencia colectiva que en cada momento conforma una sociedad determinada.
Esto es particularmente cierto para D. en el caso de la fe religiosa. En la
página 607, luego ya avanzado en las conclusiones de su ensayo, podemos leer
algo que ya me llamó la atención en mi primera lectura en Lovaina el año 1970,
pues lo subrayé. Escribe Durkheim que “una filosofía puede elaborarse en el
silencio de la meditación interior, pero no una fe”. Para D. pensar en un
individualismo radical que hiciera de la religión algo puramente individual
supone desconocer las condiciones fundamentales de la vida religiosa y estas
provienen de la sociedad de nuestros semejantes: “las fuerzas morales en las
que podamos sustentar y crecer las nuestras son las que nos prestan otros” de
la misma forma que “las creencias solamente son activas cuando son
participadas”. Todo esto nos muestra la importancia capital que Durkheim
concede a la sociedad como tal, más precisamente, a la conciencia colectiva que
la sociedad tenga de sí misma.
Ahora bien, ¿cuál puede ser el tenor de esa conciencia
colectiva? ¿Dependerá de las condiciones materiales que presidan, en cada
momento, la sociedad en cuestión? Sin negar la importancia de estas condiciones
materiales, sin embargo, Durkheim, con energía, se separa de una interpretación
meramente materialista de la historia. Aquí la citación se impone: “hay que
rechazar que mi teoría de la religión sea como un rejuvenecimiento del
materialismo histórico: pensar así supondría equivocarse singularmente sobre
nuestro pensamiento. Mostrando que la religión es una cosa esencialmente
social, no entendemos de ninguna de las maneras que la religión se limite a
traducir, en otro lenguaje, las formas materiales de la sociedad y sus
necesidades vitales inmediatas. (….) Pues la conciencia colectiva es otra cosa
que un simple epifenómeno de su base morfológica, así como la conciencia
individual es otra que una simple eflorescencia del sistema nervioso. Para que
la primera aparezca se precisa una síntesis sui
generis [3]
de las conciencias particulares”. Y a renglón seguido Durkheim nos muestra, en
términos rotundos, la independencia de la conciencia colectiva respecto de las
condiciones materiales de origen y de las conciencias individuales, así como su
gran poder de coerción. En efecto, escribirá que “esa síntesis (que da lugar a
la conciencia colectiva) tiene el efecto de liberar todo un mundo de
sentimientos, de ideas, de imágenes que, una vez hayan nacido, obedecen a leyes
que le son propias. Se llaman, se repelen, fusionan, se segmentan, proliferan
sin que todas esas combinaciones sean directamente comandadas y necesitadas por
el estado de la realidad subyacente. La vida así suscitada goza, incluso, de
una independencia bastante grande, originando a veces manifestaciones sin
objetivo concreto, sin utilidad alguna, simplemente por el solo placer de
afirmarse”. (P.603). En otras palabras, la sociedad se presenta, según
Durkheim, como el agente fundante de cosmovisiones, como agente básico de
socialización, como instancia de lo políticamente correcto, de lo obvio, de lo
indiscutible, de las certezas indiscutibles.
En conclusión, frente a la sociedad estamos ante un dios
absoluto, aunque necesitado en su origen, y después en su actuar, de los
humanos. Es un dios todopoderoso, arbitrario, omnisciente, juez de los hombres
(y mujeres, claro) pero que necesita de esos hombres y mujeres para ejercer su
divinidad. Pues de ellos proviene. Durkheim no entra a discutir si hay una
realidad divina, más allá de la humana, que esa realidad sea un tótem o un dios
personal, o una realidad abstracta, pero sí reconoce, y de qué manera, su
autoridad para sus “creyentes”, sus “fieles” (los humanos) una vez originados
por la conciencia colectiva de la sociedad considerada, que así adviene, origen
de la divinidad que, a su vez, deviene controlador de esa misma sociedad.
Insisto, poco importa la forma que adopte esa divinidad, pero, eliminados, o
considerados rémoras de tiempos pasados los dioses de las religiones de antaño,
sean animistas, naturalistas, o personales (unipersonales como los monoteísmos
– Yahvé, Jesús el Cristo, Ala-, o colectivos- los politeísmos), ya solamente
queda la propia sociedad que se eleva así a la condición de divinidad
todopoderosa.
Detengámonos un poco en las características de esta
sociedad, siguiendo todavía la reflexión de Durkheim, ya en las páginas finales
de su publicación. Calasso subraya estas palabras de D. para definir la
sociedad, tal y como, este último la ve: “en resumen, la sociedad no es de
ningún modo el ser ilógico o alógico, incoherente y fantástico que algunos
gustan muy a menudo de ver en ella. Todo lo contrario, la conciencia colectiva
es la forma más alta de la vida psíquica, ya que es una conciencia de
conciencias. Colocada fuera y por encima de las contingencias individuales y
locales, solo ve las cosas en su aspecto permanente y esencial, que ella fija
en nociones comunicables. Al mismo tiempo que ve desde arriba, ve a lo lejos:
en cada momento del tiempo abraza toda la realidad conocida; por eso solo ella
puede suministrar al espíritu las clasificaciones que se aplican a la totalidad
de los seres y que permiten pensarlos”[4].
Calasso comenta estas líneas de Durkheim afirmando que “se
diría que aquí habla un presocrático a propósito del logos. En cambio, se trata del fundador de esa ´triste ciencia´: la
sociología”. Aunque Durkheim atribuye esa condición de fundador a Saint-Simon,
Calasso dice de ellos dos, Saint-Simon y Durkheim, que “no eran tan solo
estudiosos y analistas de algo denominado sociedad, eran los primeros
sacerdotes – más lúcidos y consecuentes que los otros, que se detenían a medio
camino – de un nuevo culto: el culto a la sociedad divinizada”[5].
En definitiva, la independencia, autonomía y capacidad de
coerción de la conciencia colectiva de una sociedad concreta, una vez
constituida, adquiere así, para Durkheim (y lo corrobora Calasso) los rasgos de
una divinidad que, aunque creada por una síntesis de las conciencias
particulares, se impone a esas mismas conciencias particulares, con poder
coercitivo. Falta por explicar (lo que no haremos en estas páginas) cómo se
crean determinadas ideas en la conciencia colectiva, estas y no aquellas, ideas
que pretenden imponerse sobre las conciencias particulares. También, qué
función persiguen, aunque parece que, en el caso de las ideas religiosas, según
Durkheim, pretenderían lograr o preservar la cohesión de una sociedad. En
efecto, la divinización de la sociedad nos lleva a pensar que esa, precisamente
esa, sería la pretendida función del dios-sociedad. Pero, ¿lo logra? Difícil
responder afirmativamente dado el pluralismo reinante. Nosotros nos inclinamos
a pensar que la divinización de la sociedad, tras la exculturación social de lo
religioso en general y de los dioses religiosos más en particular, en realidad
nos lleva, en el actual mundo secular, a una nueva “guerra de dioses”. Pero, de
entrada, debemos formularnos la cuestión de saber qué consecuencias tiene para
nosotros, ciudadanos de las primeras dos décadas del siglo XXI, el hecho de que
hayamos delegado en la sociedad, divinizándola, el sistema de legitimación de
las relaciones sociales, de los valores dominantes que nos dicen lo que es
bueno y lo que es malo, y cuáles son las prioridades por las que debemos
esforzarnos para mantener, al menos, un simulacro de cohesión social. No otro
es el nudo gordiano, sí le he entendido bien, que pretende desentrañar la
reflexión de Calasso, tras constatar la sociedad divinizada en la que nos
encontramos.
1. La implantación triunfal de la sociedad
secular en el siglo XX.
Aunque, el tema se presta a mil y una reflexiones y debates[6],
hay, sin embargo, un constructo social dominante en el mundo occidental,
particularmente en el del sur de Europa, en señalar que el mundo secular ya ha
vencido al mundo religioso que aparece en la conciencia colectiva,
particularmente la del progresismo en punta, como una entelequia del pasado, a
punto de desaparecer, al fin, definitivamente. Así, escribirá Calasso, casi al
inicio de su trabajo que “la
sociedad secular, sin necesidad de proclamas, se convirtió en el siglo XX, en
el último cuadro de referencia para todo significado. La búsqueda de
significados debiera limitarse al seno de la propia sociedad. Está puede asumir
las formas políticas y económicas más diversas, capitalistas o socialistas,
democráticas o dictatoriales, proteccionistas o liberales, militares o
sectarias. Todas deben considerarse, en cualquier caso, cómo meras variantes de
una única entidad: la sociedad en sí misma. Es como si la imaginación se
hubiera amputado a sí misma, después de miles de años, su capacidad de mirar más allá de la sociedad, a la búsqueda
de algo que diera significado a lo que sucede en el interior de la sociedad” (p. 21-22)
La sociedad secular sería esa sociedad que no cree en nada
que esté mas allá de sí misma de tal suerte que ha renunciado a toda creencia y
se limita a observar, estudiar, analizar lo que sucede en su derredor. Y lo
hace con la buena conciencia de lo que en el pasado sucedía cuando, en razón de
determinadas creencias, particularmente las religiosas, se vivían las, precisamente
denominadas, “guerras de religión” en choques no tanto por creencias
religiosas, sino por las diferentes creencias en las que se basaban los poderes
políticos, justamente para justificarse o asentarse en su poder. Este
argumentario está muy en boga en nuestros días, conformando uno de los pilares
de la conciencia colectiva por utilizar la terminología durkheimiana. Aunque,
no es difícil recordar, que el siglo XX vivió dos terroríficas guerras, donde
la dimensión religiosa apenas fue importante y, en la segunda, con dos líderes,
Stalin y Hitler que, en nada cabe definir como líderes de religiones
religiosas. Pero, no es menos cierto que, en España, una rebelión militar fue
tildada de cruzada.
En todo caso, ya avanzado el siglo XXI cabe decir con
Calasso que “si lo
esencial no es creer sino conocer, cómo presupone toda gnosis, se tratará de
abrir un camino en la oscuridad, usando todos los medios, en una suerte de
incesante bricolaje del conocimiento
sin tener ninguna certeza acerca de un punto de inicio y sin siquiera figurarse
un punto de llegada”, y añade que “esta
es la condición, a la vez mísera y apasionante, en la que se encuentra quien
hoy no pertenece a alguna confesión pero al mismo tiempo se niega a aceptar la
religión – o, más precisamente, superstición- de la sociedad” (p.29). Es la
condición del “homo saecularis”, como le denomina Calasso, figura en la que nos
detendremos más adelante. Pero ya desde aquí, quiero formular dos subrayados.
El primero
para recordar a Tomas de Aquino cuando decía (no encuentro la cita concreta)
que “no se puede creer y saber al mismo tiempo”. Luego no ha hecho falta llegar
a la sociedad secular de la mitad del siglo pasado, y al imperio de la ciencia
empírica, para tener conciencia de que el ámbito de las creencias es otra cosa
que el de las realidades materiales, particularmente las constatables por la
experiencia científica. A lo que cabe añadir que, salvo para los cientistas que
han hecho de la ciencia su religión, es sabido que la verdad científica es, por
esencia de lo que ciencia es, una verdad temporal y parcial.
El segundo
apunte es para subrayar, que la dualidad entre lo sagrado y profano, tal y como
la muestra Peter Berger, puede y debe ser superada[7].
Esta cuestión me parece capital y volveremos a ella en las reflexiones finales
de estas páginas.
2. La democracia, ¿no sería sino un conjunto
de reglas y procedimientos?
Es
celebérrima la frase de Churchill de que “la democracia es el peor de todos los
sistemas políticos, con excepción de todos los sistemas políticos restantes”, y
no soy yo quien la vaya a discutir. Ciertamente, no veo, ni en mi mente, luego
menos en la realidad, un sistema político que pueda superar al democrático, lo
que no me impide anotar no pocos de sus límites. Pues, si aceptamos la
divinización de la sociedad, hacer de la sociedad nuestro dios, habremos de
convenir en que la democracia no conforma como tal un pensamiento concreto más
allá de una serie de reglas y procedimientos, siempre en contante revisión. La
democracia, más allá de la proclamación de que busca lo mejor y lo más justo
para las personas que la componen, al final, consiste en una serie de reglas y
normas de cumplimiento. Basta pensar en las mil y una formas de recuento del
principio formal de “cada persona un voto”, por ejemplo, recientemente en
España con la fórmula que quisiera adoptar el líder de Ciudadanos, Alberto
Rivera y parece que también el del PP, Pablo Casado. (¿Quién dijo que juventud
equivalía a innovación?). Como escribe Calasso, “lo asombroso de la democracia
consiste en su carácter vacío, carente de contenido. Es una doctrina en la cual
lo esencial es la regla, antes incluso de aquello que la regla prescribe”
(p.36).
Yo diría, en el contexto de la España actual, con el conflicto catalán encima
de la mesa, líderes políticos en la cárcel o auto- exilados, el actual sistema
penal, cada vez más duro (prisión permanente revisable tras 30 años de
cárcel.???), y el clamor en la calle por endurecerlo, por ejemplo, en la
violencia de género, y en otros muchos aspectos, yo diría, que lo esencial en
la democracia española, a decir de no pocos, es la ley, la ley por la ley, y no
lo que la ley prescribe. Aunque siempre será del todo punto pertinente
preguntarse, también, qué leyes se cambian, qué leyes se refuerzan, qué leyes
se difuminan, y en qué contextos concretos se producen esas modificaciones. Me
vienen a la cabeza tres situaciones concretas donde se modifica la ley “ad hoc”:
para legalizar la ilegalización de Batasuna, la prisión permanente revisable, y
ahora la ley sobre la violencia de género: tres ejemplos que nos muestran cómo
se modifica la ley para acomodarla a determinados objetivos políticos u
contextos sociales concretos del momento. A determinados momentos de la
conciencia colectiva, por seguir en la formulación de Durkheim[8]. Y ahí, precisamente ahí,
es donde la democracia formal, pues la democracia de la que hablamos no es sino
formal, tiene su Talón de Aquiles, pues, como nos recuerda Calasso, “la llaga abierta de la
democracia es la posibilidad de que, por vías legales, alcance el poder quien
se propone abolir la democracia misma, como sucedió con Hitler en enero de 1933”
(p. 34).
Es
imposible no pensar, ahora mismo, en lo que está sucediendo, no solamente en
Turquía, en Venezuela o en Nicaragua, sino en algunos países del este europeo,
Polonia, Hungría… y, en el corazón de la Europa democrática, Holanda, Austria,
Alemania, Francia, Italia, sin olvidar a los pases nórdicos, donde ya estamos
viviendo el retorno de los fascismos, que
ya advirtiera Rob Riemen, retorno que algunos, aunque pocos, no nos cansamos de
recordar. También en este verano de 2018. Subrayo dos textos de Manuel Castells
en sendos artículos, excelentes, en La Vanguardia[9].
Aunque, no hay que olvidar, y Calasso no lo olvida, cuando nos recuerda que “en
el fondo, lo que unía a Lenin y Hitler era, ante todo, la aversión por la
democracia formal. Todo lo demás se deducía de ello como una consecuencia, en
direcciones distintas, pero no tan lejanas, en definitiva” (p.36).
No sea más
que como un breve apunte, conviene señalar los riesgos que conlleva lo que se
denomina la “democracia directa”, que no es otra cosa que la democracia formal,
pero sin sus mínimas formas: quorum, representatividad, voto secreto,
asamblerismo etc., que la hacen prima hermana de la dictadura. ¡Ay!, esas
asambleas en los centros educativos, con una representación que no llegaba a
menudo al 5 % de los estudiantes afectados, donde tras interminables
discusiones procedimentales, se votaba a mano alzada, la suspensión de las
clases, o cosa parecida, cuando ya se tenía la victoria asegurada!
3. Púlpitos
laicos. El pensamiento secular y el “homo saecularis”.
El mundo
secular portado por el “homo secularis” se impone, una vez que la dimensión
religiosa deja de circular, sea porque ha sido (pretendidamente) substituida
por el pensamiento secular, sea porque ha sido arrinconada al baúl de las cosas
de otro tiempo. Pero, hay que preguntarse en qué consiste el pensamiento
secular, si es que consiste en algo más que en retazos de pensamientos de otros
tiempos, como apunta Calasso, quien, tras un quiebro por F. Skinner, que fuera,
en un principio, aceptado por la comunidad científica, al presentar el perfecto
Homo saecularis como sumatorio de
reacciones consolidadas, hoy, sin
embargo, es ya considerado “un desecho inútil”.
Sí, ¿en
qué consiste el pensamiento secular? Responde así Calasso: “El pensamiento
secular es lo que queda después de un proceso de vaciamiento progresivo que opera
desde hace unos cuantos milenios. Animales, dioses - en plural y en singular-, demonios,
ángeles, santos, almas, espíritus y, en fin, hasta los principios y voluntades
han sido gradualmente evacuados. Se han convertido en materia de investigación.
Siguen presentes, pero en los libros. En el ínterin, el pensamiento cotidiano
iba prescindiendo de ellos con creciente entusiasmo.
Homo saecularis habla con muchas voces, continua
Calasso, con frecuencia divergentes. La que se hace oír principalmente es
progresista y humanitaria. Aplica preceptos de herencia cristiana reblandecidos
y edulcorados. Mezcla tibia y pálida, se combina, en sentido inverso, con el
movimiento en curso en la propia Iglesia, que busca parecerse cada vez más a
una entidad asistencial. El resultado es que los secularistas hablan con una
contrición propia de eclesiásticos a la vez que los eclesiásticos quisieran
hacerse pasar por profesores de sociología” (p. 44).
El difícil
no reconocer la pertinencia de la constatación de Calasso. Un observador
mínimamente atento de la realidad social lo constata. Hace años me sorprende
comprobar cómo las radios y las televisiones[10] se han convertidos en pulpitos laicos de toda
suerte de buenos propósitos acerca de mil y un necesitados y agraviados que
pueblan nuestra sociedad. A veces son minorías, como los portadores de
enfermedades raras, o quienes manifiestan determinadas e infrecuentes
atracciones sexuales (lo que no empecé a que tengan los mismos derechos que los
demás, e incluso más, precisamente por la debilidad que supone su bajo número).
Pero, a veces, no tienen nada de minoritarios, pero, de pronto han adquirido
fuerte relevancia social, como las mujeres (no solamente por las violencias,
sexuales u otras que padecen en tanto que mujeres) los jubilados, etc., etc.
Sin olvidar, en la actualidad, a los migrantes. Y la lista sería larga,
alcanzando a los animales en peligro de extinción. Nuestros medios de
comunicación están llenos de estos contenidos humanitarios. No seré yo quien lo
reproche, bien al contrario, aunque, si se me permite, apuntaré al problema de
saturación, a menudo unido a un pensamiento uniformista, que, en más de un
caso, ha generado efectos contrarios a los deseados, cuando no rechazos
explícitos[11].
Me parece evidente, a título de ejemplo, en determinadas manifestaciones
feministas, percibo “sotto voce” saturación y uniformismo que, en otros países,
ya tiene réplica intelectual con otros pensamientos y planteamientos feministas
que, obviamente, lo enriquecen[12].
En mis
lecturas de pensadores que se declaran agnósticos y en conversaciones con amigos del mismo talante,
constato una idea que asoma cada vez que sale a relucir la religión cristiana:
“me quedo, dicen, con su doctrina moral de “amaros los unos a los otros”, del
amor universal sin acepción de personas, de una religión que se pretende
universal y no religión de un pueblo, etc., etc., pero no me hagan creer en un
hombre dios, en una resurrección, en un dios trinitario, en un más allá donde
nos veremos las caras al final de los tiempos…”. Admiten la religión cristiana
como un eslabón de la conciencia de la humanidad (al menos en Occidente) que,
con la Ilustración y el avance de la Tecnología, cabe limitar a su dimensión
caritativa, expresión a la que preferirán la de solidaría o fraterna. No
faltará quien piense que, a fin de cuestas, la religión cristiana está muriendo
de éxito: está en la base del humanitarismo contemporánea, pero debe renunciar,
o dejar en paréntesis, al menos en público, su trascendencia.
En
consecuencia, ahora, que ya se está aceptando que el cristianismo es “la
religión que ha propiciado la salida de la religión” en la organización social
y política del planeta (Gauchet) puede, y debe, según algunos, limitarse a ser
una de las tantas instancias críticas para la humanización de la sociedad. No
veo problema alguno, bien al contrario, en que el cristianismo en general y el
catolicismo en particular, sea una de las instancias críticas para la
humanización de la sociedad, pero a condición de no querer reducirla a una
gigantesca ONG extendida por todo el planeta que, amén de difícil
gobernabilidad, se hubiera amputado de su dimensión transcendente, ocultando lo
divino, limitándolo a lo sumo para culto y cultivo privado.
Pues
entonces se reduciría la religión a una moral, que, a la postre, parece que se
convierte en humanismo, consecuencia del pensamiento secular. Es lo que Calasso
denomina el “secularismo humanista” que no sería sino una religión secular cuyo
objetivo fuera la prosperidad, la justicia, el bienestar de los homínidos,
últimamente en búsqueda de buena armonía con el mundo animal en un planeta en
riesgo de explosión por la funesta actuación de los primeros, los homínidos,
realmente los malos de la película. He aquí una religión, basado en la
sociedad, en los individuos de la sociedad, quienes, convertidos en conciencia
crítica, aquí y allá, por esto y por aquello, (basta consultar el dial de las
radios y televisiones), coinciden en dejar de lado toda conciencia que no
provenga de ellos mismos, pero que, al mismo tiempo, entienden, que no son
otros, sino ellos mismos, los principales depredadores del mundo en
construcción. Con lo que cerramos el circulo. No estaba peor la humanidad, ni
tenía mejor conciencia de sí misma, después del pecado de Adán y Eva si
seguimos a Pablo de Tarso y a Agustin de Hipona, aunque estos veían una salida
al círculo. Y antes que ellos, ya la religión judía.
Entre mis lecturas del verano de 2018, en un libro recién
editado de mi admirado amigo Arnoldo Liberman[13],
leo lo que representó para el gran filósofo Emmanuel Lévinas la lectura atenta
de la Torá o del Talmud. “La interpretación no se da, para Lévinas, escribe
Liberman, en la inspiración intelectual solitaria que Dios da al hombre para
que éste descubra en el texto bíblico la verdad; la inspiración es el momento
ético, la relación con el otro, donde el Otro se manifiesta”. Y citando esta
vez a Rosenzweig, escribe Liberman: “la relación con lo divino atraviesa la
relación con los hombres y coincide con la justicia social, tal es el espíritu
de la Biblia judía”. Lévinas va aún más lejos al escribir que “la idea fuerte
del judaísmo consiste en transfigurar el egocentrismo o el egoísmo individual
en vocación de la conciencia moral. En esa perspectiva se sitúa para el
judaísmo el papel propio de Israel, su dignidad de pueblo elegido que ha sido
frecuentemente ignorado. Ser el pueblo elegido no es un orgullo, no es la
conciencia de derechos excepcionales, sino de deberes excepcionales. Es el
atributo de la conciencia moral misma porque soy irremplazable para asumir
responsabilidades”. Se pregunta, a renglón seguido Arnoldo Liberman, “¿Y Dios?
Para Lévinas, el gobierno de Dios consiste en someter a los hombres antes a la
ética que a los sacramentos”. No otra cosa leemos en la 1ª Carta de Pablo de
Tarso a los corintios en su imprescindible capitulo XIII. Valga este
recordatorio del segundo versículo del capítulo: "Aunque tuviera el don de
profecía, y conociera todos los misterios y toda la ciencia; aunque tuviera
plenitud de fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, nada
soy."
4. Cuando
el humanismo secular arrumba al de matriz religiosa.
El
secularismo humanista pretende haberse desembarazado de toda fe y de toda
religión transcendente o meta empírica, pero sin renunciar a lo que constituye
la quinta esencia de la moral cristiana, si no en su ortopraxis, sí en su
ortodoxia, si no en lo mejor de su práctica los últimos veinte siglos, sí en su
principio ético fundante: no solamente el bienestar de todos, dicho en lenguaje
secular, sino también en su “ontología” de que a través de los otros, llegamos
al Otro, mostramos al Otro, o quizá más exactamente, el Otro se nos muestra en
los otros. De ahí, como señala Calasso que “los secularistas puros, privados de
cualquier filiación religiosa y poco inclinados a los caprichos espiritualistas,
no pueden renunciar a la necesidad de
sentirse buenos. Su ideal sería que algún biólogo neodarwinista demostrase
que la sociedad, desde sus orígenes se funda sobre el altruismo y la tolerancia.
Por eso, ser buenos constituye una ventaja
evolutiva, único criterio con el que puede medirse el bien. Cada año algún
voluntarioso intenta, en vano, demostrarlo” (p.49), concluye Calasso.
Personalmente,
y sin necesidad de apelar a la condición religiosa, considero que el género
humano ha progresado en su dimensión ética, en el respeto a los DDHH, y que,
poco a poco, aunque en la buena dirección, se está abriendo al respeto al mundo
animal y al planeta. Aun con altibajos, la humanidad el siglo XXI, digámoslo
así, es más justa, o si se prefiere, menos injusta que hace veinte siglos,
diez, cinco e incluso que el siglo pasado. El error en el que caemos, incluso
cuando no se quiere caer en él, reside a) en no reconocer el papel que la
religión cristiana (pues en ella me centro en estas líneas) ha tenido en este
mejoramiento de la condición humana y b) la pretensión de una determinada
superioridad del humanismo secular sobre lo que llamaré humanismo religioso,
dando así la vuelta al calcetín de la historia cuando se sostenía, en el mundo
cristiano, que la fe, o la trascendencia, añadían un “plus” al mundo secular.
En el
fondo de lo que se trataría sería de substituir un humanismo religioso, por
otro laico. El humanismo religioso, a fin de cuentas, sería algo extravagante y
extemporáneo, ilustración de los tiempos obscuros anteriores a los de las
Luces, (la Ilustración, precisamente) que, ya en la era moderna, con la Ciencia
y, sobre todo, la Alta Tecnología, está llamado a desaparecer. Claro que, entre
tanto, y a tenor de la universalidad de los Derechos Humanos (quinta esencia de
la religiosidad civil), habría que respetar a los pertinaces seguidores de tal
humanismo religioso (que tardan demasiado en menguar) siempre que, cual reserva
india, lo profesen en la intimidad de sus mentes y de sus templos. Quizá habría
que acelerar su extinción con algunos discretos empujones: la moda
vestimentaria en las mujeres musulmanas en Francia, la eliminación de cruces y
demás símbolos religiosos en los espacios públicos en España, la substitución
del referente religioso por el laico en las enseñanzas regladas, cuestionar
toda ayuda económica a actividades religiosas, aunque siempre habrá para los
estadios de futbol, baloncesto etc., pues se dice- falsamente- que la actividad
deportiva no implica acepción de personas, como si todo el mundo vibrara con
los partidos de futbol[14].
Debajo de
este planteamiento, se inscribe una idea que, ya conforma la cosmovisión
dominante en gran parte del sur de Europa y, en todo caso, en la España
publicada: la supremacía del humanismo secular, no diré sobre la dimensión
religiosa, sino sobre el humanismo religioso. Incluso pensadores,
extremadamente respetuosos con la valencia religiosa, acaban sosteniendo tal
planteamiento. En las páginas siguientes, aparcando el tiempo de un excursus a
Calasso, lo voy a mostrar, reflexionando con una publicación de mi colega
sociólogo (apreciado amigo pese a lo poco que, físicamente, hemos coincidido),
Salvador Giner.
Excursus: La apuesta
por el humanismo laico de Salvador Giner
Me detengo aquí para comentar un par de aspectos del texto
de mi apreciado colega Salvador Giner, “El
porvenir de la religión”[15],
como ejemplo de este modo de pensar. Giner no se cansa de escribir, ya desde
las primeras páginas de su texto que “el humanismo de hoy no es, en sí,
ciegamente hostil a la religión, habrá que repetir una y otra vez. La
tolerancia es parte de su credo laico” (Pag. 38). Pocas páginas después
escribirá: “reitero lo dicho sobre el potencial dañino de cualquier creencia
que albergue dogmas inamovibles en su seno. De ello no se libra ni siquiera el
humanismo, cuando es extremo y dogmático. Ello sería negarse a sí mismo” (Pag.
42). Podría multiplicar las citaciones de su libro en este sentido que aplaudo
a dos manos. Añado que, mi aplauso no se limita solamente al credo laico, sino
también al credo religioso, como he escrito reiteradas veces, por ejemplo,
comentado para rechazarlo, el axioma de que “fuera de la Iglesia no hay
salvación” axioma que todavía campa en el Catecismo de la Iglesia católica.
Pero Giner da un paso más, algunos pasos más, ante los que quiero manifestar mi
interrogación y mi discrepancia.
En primer lugar,
cuando concede al humanismo laico una supremacía sobre el humanismo de signo o
raíz religioso. Este párrafo de su libro lo muestra paladinamente: “Con toda
sencillez, a quienes piensen que algo más grandioso, profundo y eficaz que el
humanismo laico será la salvación les corresponde en puridad demostrarlo. No a
quienes confían cautamente en él, así como en la ciencia, la racionalidad y la
naturaleza como únicas soluciones para la superación común de nuestros males”.
(p.104) En otras palabras, el humanismo laico no tiene nada que demostrar. Se
le presupone (cuando es tolerante) no solamente no sé bien que bondad innata,
sino también una supremacía sobre otras formas de humanismo nada menos que
“para la superación común de nuestros males”, incluso para “la salvación”. Para
ello debe basarse en “la ciencia, la racionalidad y la naturaleza”. Las
preguntas se me amontonan. ¿De qué salvación habla Salvador Giner? O, quizá
mejor, ¿de qué hecatombe nos quiere salvar Giner mediante el humanismo laico?
Las apelaciones a la ciencia, a la racionalidad y a la naturaleza, como
instrumentos para lograr tal salvación exigen una profundización,
profundización por la que, estoy seguro, apostaría Giner. Pues, a) la ciencia –
y eso lo sabemos bien los científicos sociales- es, por definición de ciencia,
parcial en el doble sentido del término “parcial”; b) la racionalidad, atributo
central de la condición humana, sin embargo, no agota su conocimiento
(recuérdese a Pascal) y c), cuidado con divinizar la naturaleza. Ya sabemos los
cristianos a donde nos lleva equiparar la ley natural con la ley de Dios. La
naturaleza es nuestro hábitat y debemos cuidarlo, pero la naturaleza como tal
es ciega. Obedece a unas leyes meramente físicas. No entiendo cuando oigo o leo
decir que “la naturaleza es sabia”. ¿Por qué semejante divinización de la
naturaleza, de lo natural, que uno se encuentra en mil y uno folletos
propagandísticos? Lo natural vende.
Pero
quizá, lo que subyace en el planteamiento de Giner y frente a lo que se insurge
(y, a su vez, me insurjo) es a una determinada concepción de lo religioso como
de algo cerrado, dogmático, incuestionable que denomina “cepo doctrinal”. Lo
dice así: “a la certidumbre que acompaña a toda creencia religiosa la llamo ´cepo
doctrinal´. Es el elemento de certeza en algo que se cree únicamente porque
alguien investido de poder, autoridad, carisma u otra cualidad externa a nuestras
conciencias y propia de la vida social nos lo ha referido. Toda religión, sin
excepción, somete a sus convencidos, a sus fieles, seguidores miembros, y hasta
meros simpatizantes, a la servidumbre de su cepo doctrinal. No cabe aquí mucho
matiz”. (P. 84. La continuación de este texto muestra la rotundidad del
planteamiento de Giner).
Es
evidente que, para tal afirmación, encontramos innegables evidencias
históricas. Acabamos de recordarlo con el aforismo de que “fuera de la Iglesia
no hay salvación” y, traemos aquí aquel terrorífico principio que,
afortunadamente quedó tumbado al inicio del Concilio Vaticano II – aunque cual
Guadiana emerge todavía con frecuencia- de que “el error no tiene derechos”. La
idea de pertenecer a la única iglesia
verdadera, al único credo verdadero,
a la única religión verdadera ha
atravesado el mundo desde el origen de los tiempos y sigue ahí presente en la
actualidad. Pero, como nos lo acaba de mostrar el propio Giner, pese a sus
cuidados, también anida en la fe laicista, en el humanismo secular que diría
Calasso, y en el humanismo laico que defiende el propio Giner, como “única
solución a los males de la humanidad”. Lo mismo cabe decir de todos los
“ismos”. ¿Es que no vemos cómo el socialismo derivó en estalinismo y tantas
revoluciones en dictaduras?
Me viene a
la memoria la reflexión de Peter Berger cuando habla de este modo de pensar
como el único valido en una conciencia moderna, entrando así en compañía de la
tesis central de Calasso, en el libro que comentamos. Ya muy avanzado su texto
Berger escribe esto: “una
vez establecido el discurso secular, tanto en la mente del individuo como en la
sociedad, es inevitable que se produzcan disputas respecto a los límites. Los
secularistas radicales, cuya cosmovisión ha sido legitimada a nivel filosófico
ya desde la Ilustración, negarán que exista ese problema de límites. El
pensamiento racional, tal como lo entienden, supone la única forma válida de
conocimiento; todo otro discurso, incluido el que está en el centro de la mayor
parte de las religiones, es una superstición que ha ser denunciada y expulsada
del canon cognitivo. No hay límites que negociar porque ´el error no tiene
derechos´. (…) Un ejemplo actual de esto es el esfuerzo que algunos ateos
realizan para explicar – e ipso facto
para rechazar - todo fenómeno religioso en términos de neurología; Dios no es
otra cosa más que un tic en alguna zona del cerebro humano”[16].
Claro que Giner
en la anteúltima página de su libro (la 126), tras un último aguijón a las
creencias religiosas como poco favorables a racionalidad, deja caer una carga
de profundidad al fundamentalismo que él aplica al dominio religioso y que yo
extiendo también al humanismo laico y al pensamiento secularista extremo. Giner
tras escribir que “el
universo de las creencias religiosas, en todo caso no es favorable a la
coherencia o a la lucidez cognoscitiva” lo matiza, en el mismo renglón con esta
condicional: “salvo en muy excepcionales
circunstancias, en las que se estimulan o toleran ciertas dudas. En algunas, la
duda ocupa un lugar crucial en su relato. No es menester recordar a los
cristianos la crucial importancia que para ellos tiene la duda de San Pedro,
descrita en los Evangelios, pero también la de san Agustín y la de otros
grandes pensadores y místicos a lo largo de la historia”. ¡Al fin!
Ciertamente
los cristianos sabemos que “una fe que no duda es una fe dudosa”, aunque
demasiadas veces en la historia del cristianismo la duda ha sido proscrita,
incluso con la tortura, pero somos muchos, así el propio papa Francisco (que ha
reconocido con su habitual bonhomía que el también duda cuatro veces al día), y
quien esto suscribe, cuando comentando el trabajo de Peter Berger recién
mentado, titulé el primer capítulo de un reciente libro mío, “La duda,
paradigma de la religiosidad en un mundo plural”[17],
consagrando muchas páginas a este tema. Aquí solamente añadiré que me agradaría
sobre manera que el laicismo, o el pensamiento secular, adoptaran el mismo
principio de la duda en la presentación de sus legítimos planteamientos a la
estela, por ejemplo, de Amin Maalouf o de Edgar Morin.
Creo que
en este punto nos encontraríamos Salvador Giner y yo mismo, desde nuestras
convicciones y nuestras dudas. Estoy seguro de que Giner aceptaría la reflexión del filósofo ateo
Comte-Sponville cuando (en un debate con Cazelle, Decano de la Facultad de
Teología de Lyon) escribe que “Cazelle y yo no estamos separados más que por lo
que ignoramos: ni él ni yo sabemos si Dios existe…aunque él crea en Dios y yo
no. Pero estaríamos locos si concediéramos más importancia a lo que ignoramos,
y nos separa, que a lo que ya sabemos, tanto él como yo, por experiencia y de
corazón, y que nos reúne (…) a saber, la fidelidad común a lo mejor que la
humanidad ha producido o recibido”[18].
Con una
idea similar concluye Amin Maalouf su discurso, al recibir el Doctorado
“Honoris Causa” que le concedió la Universidad Católica de Lovaina: “Disculpen por haber
elogiado lo dudoso e incognoscible en un lugar emblemático de la fe y del
saber. Pero tengo la debilidad de pensar que más allá de ciertas apariencias,
compartimos algo mejor que las creencias comunes: los valores comunes y una
esperanza común”[19].
5. Lo
divino y lo humano. Pero ¿existe lo divino?
Es
evidente que, para el hombre secular, lo divino no existe más allá de lo que,
como humanos, decidamos divinizar: algo o alguien. Claro que sin denominarle
dios. NI en singular, ni en plural. Es el termino Dios (sobre todo en
mayúscula), así como lo divino lo que causa problema. Aunque, el pensamiento
secular, denominara e incluirá como algo religioso, si no le queda más remedio,
tanto lo que ve en el cristiano, como en el vegetariano, en el vegano, en el
físico culturalista, en el fan absoluto de tal club de futbol, de tal cantante
o grupo artístico o, aunque menos frecuentemente en nuestros tiempos, también
lo que ve en tal político o ideología política, que sea el socialismo,
nacionalismo, marxismo, liberalismo etc., etc.).
Pero si,
al menos, reconoce la existencia y uso de las palabras “humano” y “divino”
algún sentido habrá de darles. Más que probablemente entenderá lo “divino” como
resto y residuo de un tiempo ya felizmente superado o en trance de superación,
el largo periodo que nace en la noche de los inicios del tiempo, cual
superstición de la sociedad hasta que, inexorablemente, el mundo de la Luces,
la Ilustración con el apoyo de la Ciencia, está, arrinconando lo divino, hasta
su previsible, aunque desesperadamente lenta y en nada confirmada, disolución,
salvo en colectivos realmente minoritarios, a lo largo y ancho del planeta, y
con Europa occidental a la cabeza, impulsada por su intelligentsia en ciencias
humanas y sociales (Peter Berger).
Pero ¿cabe hablar de lo divino, más allá de lo creado por el
hombre (en la concreción que sea, el dios de los cristianos, judíos, musulmanes
…. el dios-futbol, el dios vegan, el dios patrio, etc., etc.)? ¿Cabe hablar de
un Dios, con mayúscula, que nos precede, y se nos manifiesta como exterior a
nosotros mismos? Es la gran cuestión a la que no creo que pueda darse una
respuesta desde la sola razón pues, por definición, lo que se diga de Dios, sea
para afirmarlo, sea para negarlo, escapa a los límites de la sola razón, no
digamos si se pretende limitar la razón a la razón científico-técnica. El gran
Kant cuando escribió sobre la religión, tituló su libro el tema de Dios,
significativamente, “La religión dentro de los límites de la mera razón”. Sin
haber leído el libro de Kant – intelectualmente me supera, no soy capaz de
seguirle, pero sí algunos comentarios de quienes lo han leído y supongo que
entendido- me atrevo a decir dos cosas: 1, que con la sola mera razón no
llegamos a entender lo religioso y 2, que, sin embargo, con la razón, aun en
sus límites, podemos abordar la cuestión religiosa. De tal suerte que, los
creyentes, aplicando lo que se llama la inteligencia de fe, podamos decir que
creer es algo razonable, aunque reconociendo que otros, desde otros parámetros,
dirán que desde la razón su creencia consiste en la increencia - ahí estaremos
ante el ateo. Otros, desde su razón, dejan la cuestión de la creencia, o de la
increencia, en un gran interrogante – y ahí estaremos ante el agnóstico. Aunque
sospecho que, en la actualidad, en nuestra sociedad básicamente secular, pero
secular de lo religioso transcendente, la mayoría sencillamente pasarán del
tema, ni se lo plantearán- ahí estaríamos en el reino del indiferente
religioso, pero que resacraliza continuamente otras religiones seculares. En
muchos casos, en el sur de Europa occidental, es el tránsito indoloro, luego
inconsciente, de la profesión cultural de una religión trascendente a otra, no
menos cultural, religión secular
Volvamos a Calasso para ver como aborda lo divino. Lo describe así: “Lo divino es
aquello que Homo saecularis ha borrado
con cuidado e insistencia. Lo ha suprimido del léxico de lo que existe. Pero lo divino no es como una roca que todos ven
inevitablemente. Lo divino debe ser reconocido. El reconocimiento es el acto
supremo hacia lo divino. Acto aislado, repentino, que no puede transponerse a
un estado determinado. ´Incessu patuit
dea´, lo divino es como el paso de una diosa, que avanza y pasa de largo. Lo
divino es un centelleo discontinuo, que remite a algo cerrado y continuo. Para Homo saecularis todo esto era
evanescente y contrario a la fisiología que había elaborado para sí mismo. Era
vano, entonces, dirigir los propios deseos en esa dirección” (Pág. 51).
Leo y
releo este texto que se me antoja magistral. Cada párrafo se presta a mil y un
comentarios que tendré el buen cuidado de refrenar. El lector que hasta aquí
haya llegado en la lectura de estas tortuosas líneas, lo hará a su guisa. Me
gustaría, sin embargo, subrayar, que lo divino nos es dado, no como una roca
que no podamos no ver, sino como un centelleo discontinuo y que debe ser
reconocido. Lo que exige que no construyamos una fisiología que lo excluya, ya
de entrada. Es imposible reconocer lo que, se prejuzga que no existe. Sin
embargo, para quien lea estas líneas desde la cultura bíblica (y desde la fe,
con dudas), no puede no pensar en el texto inmenso de Elías en el que, constata
que Dios se manifiesta en una brisa, o en el del primer capítulo del evangelio
de Juan donde se nos dice que “a Dios nadie le ha visto jamás” o en Mateo 25
que nos dice que Dios se manifiesta en los otros, particularmente en los
necesitados, o, como hemos recordado más arriba, en el texto de Arnoldo
Liberman, en los otros que nos llevan al Otro, como nos muestra la biblia
hebraica, el Dios de Abraham en el que nace, lo que justamente se denomina, la
ética judeo-cristiana, aunque tantas veces prostituida por judíos y por
cristianos.
En este orden de cosas, me gusta recordar cómo un día de agosto de 2009, en la Quincena Musical de Donostia - San Sebastián escuchábamos, levitando (dirigía Gardiner), el oratorio Elías de Mendelssohn. De pronto, leí, en la traducción simultánea, este texto del libreto que traslado, apenas resumido, aquí. Ante Elías desamparado, que reclama “ver el rostro de Yavé[20]”, el coro canta: “Un viento poderoso que rompía los montes y quebraba las piedras pasó, pero Yavé no estaba en el viento. La tierra tembló y el mar rugió, pero Yavé no estaba en el terremoto. Tras el terremoto vino un fuego, pero Yavé no estaba en el fuego. Y tras el fuego vino un ligero y suave susurro. Y en el susurro vino Yavé”. (De Reyes 1, 19/10-13). ¡Vaya texto!
¡En el susurro vino Yavé! Y, ¿si Dios se manifestara, no con truenos y relámpagos, terremotos y fuegos, esto es, no al modo de grandes tratados ni en fórmulas perentorias e impositivas, sino en la insinuación (“a Dios nadie le ha visto, jamás” (Jn. 1,18; 1 Jn. 4.) recordará el teólogo y filósofo Maurice Bellet en un magnifico librillo, que leí siendo estudiante, al modo de susurro, “brisa tenue”, como traduce Schökel el texto de arriba?
Pero un
susurro, una brisa, no se imponen, sino que se insinúan, aunque, para quienes
tengan antenas para las zonas de sombra, ese susurro, esa tenue brisa le hará,
como poco, levantar la vista y pensar, también con el corazón, un corazón en
nada reñido con la razón. No sé por qué asociación inconsciente de ideas, a
menudo este tema me traslada a la brevísima aparición de Fricka de apenas 4
minutos, al inicio del 2º acto de “La Valquiria” y que, en realidad,
desencadena todo el drama de Wotan y, a la postre, el final del Anillo, del
Walhalla y su derrumbe.
En fin,
quiero cerrar este punto, trasladando, unas frases de un libro que leí hace
años, pero que ya no encuentro en mi biblioteca, luego no puedo dar la página
exacta. Es de Thérèse Delpech. Escribe esto: "Estas
voces hablan de locura, profecía y misterio, temas que han apasionado al
espíritu humano durante siglos pero que ahora, especialmente en los dos últimos
siglos, se encuentran en áreas desérticas. Sin haber desaparecido,
estrictamente hablando, están enterrados en una memoria colectiva desfallecida,
como los recuerdos de los neuróticos, y constituyen lo que Freud habría llamado
conjuntos psíquicos que, aunque raras veces atraen la conciencia a sí mismos,
no obstante existen y continúan ejerciendo su poder bajo máscaras diversas”[21]
6. La
inhóspita pregunta de Stuart Mill
Volvamos a
nuestro autor. Inmediatamente después de su último texto arriba citado sobre el
“Homo saecularis”, Roberto Calasso, reflexiona acerca de una pregunta que se
formuló Stuart Mill. Está en las paginas 51-52 de su libro y las traslado aquí,
con cierta extensión, sin apenas recortes. Escribe así Calasso:
“Stuart
Mill contó: ´Desde el invierno de 1821, cuando leí a Bentham por primera vez, y
especialmente desde los comienzos de la Westminster Review, yo
había tenido lo que con verdad podría llamarse una meta en la vida: ser el
reformador del mundo. Mi concepción de mi propia felicidad estaba completamente
identificada con ese objetivo (….) Solía felicitarme por la certeza de haber
encontrado un modo feliz de vivir por haber situado mi ideal de felicidad en
algo duradero y distante, en el que siempre cabía realizar algún progreso, sin
llegar nunca a agotarlo por haberlo conseguido por completo´. Esta situación se
mantuvo durante cinco años ´a lo largo de los cuales la mejoría general que
tenía lugar en el mundo y la idea de que otros y yo estamos entregados a la
lucha por promover esa mejoría, me parecía suficiente para llenar de interés y
animación mi existencia´.
Hasta que
un día, continúa Stuart Mill, ´desperté de todo eso como de un sueño´. ¿Qué
había pasado? Había llegado el momento de realizar una pregunta: ´suponte que
todas las metas de tu vida se hubieran realizado: que todas las
transformaciones que tú persigues en las instituciones y en las opiniones
pudieran efectuarse en este mismo instante: ¿sería eso el motivo de gran
alegría y felicidad para ti ?´ Apesadumbrado, Stuart Mill cobró
conciencia de que su decidida respuesta a esa pregunta era: ¡No!. Entonces
experimentó una sensación desconocida y aguda: ´Los fundamentos sobre los que
había construido mi vida se desmoronaron´. De pronto todo era ´insípido e
indiferente´. Siguieron meses de una profunda depresión que abarcó el invierno
de 1826 - 1827. Visto desde fuera nada había cambiado. Stuart Mill seguía
llevando una vida plena de actividad: ´Durante ese periodo no dejé de dedicarme
a mis ocupaciones usuales (….) Estaba tan habituado a cierto tipo de ejercicio
mental que podía seguir en esa línea incluso cuando el espíritu se había
desvanecido. Compuse y pronuncié unos discursos para la Sociedad de Debates.
Cómo pude hacerlo y con qué resultado son cosas que ignoro´.”
“Stuart
Mill es considerado todavía hoy una de las luminarias del progresismo. El hecho
es que a los progresistas de todas las especies - laicas y religiosas - les
faltó siempre la capacidad y la lúcida audacia para hacerse la pregunta que se
formuló Stuart Mill en su integra honradez, y que lo precipitó a un estado que
solo Coleridge supo describir: ´un dolor sin espasmos, vacío, oscuro y
desolado´”.
Hasta aquí
Calasso. El texto de Stuart Mill es soberbio. De los que hacen detener la
lectura, mirar a lo lejos (esto es, dentro de sí mismo) y pensar. ¿Qué echaba
en falta Stuart Mill? Si su ideal de vida, lograr el progreso de la humanidad
hacia una sociedad más justa y feliz se hubiera completado (con su ayuda
además), ¿qué más podía esperar? ¿Estaremos ante esa zona de sombra de la que
nos hablaba Thérèse Delpech,
del poderío de lo que va mas allá de lo meramente racional? Determinada
apologética cristiana respondería diciendo que lo que le faltaba a Stuart Mill
era, digámoslo simplemente, la fe en Dios y la esperanza en la transcendencia.
Esta respuesta me parece no solamente insuficiente, sino también errónea.
Al releer
el último párrafo de Calasso, algo rechina con fuerza en mi condición de
sociólogo: conozco a más de uno que no se ha formulado nunca la pregunta de
Mill, de cuya integridad no tengo razón alguna para dudar y de los que jamás
diré que cabe describir su estado como lo hace Coleridge: “un dolor sin
espasmos, vacío, oscuro y desolado”. Sin embargo, conozco a más de uno (porque
son mucho más en mi entorno) quienes se han formulado la pregunta de Mill, y
otras muchas desde su fe, que, sin embargo, viven en la noche obscura del alma.
Por favor, no se concluya de estas palabras mías, que, a fin de cuentas, “la
solución pragmática” de poner a Dios entre paréntesis (etsi Deus non daretur) sea la que más chances tenga de no vivir con
espasmos, vacío, oscuro y desolado. No. Creo que hay volver a Alfred Schutz y Peter Berger, tal y
como lo abordo en mi libro “Morir para renacer”[22].
Pero dejemos este punto, clave, para el cierre (quizá provisional) de estas
páginas. Antes levantemos acta de otras cuestiones que plantea Calasso en su
libro, y que no hemos abordado en estas páginas.
7. Para ser completo con Calasso
Ya llevo demasiadas páginas en este comentario al texto de
Calasso, en una sociedad donde priman los tuits y los textos cortos, los muy
cortos. Pero, amén de que la realidad me lleva renunciar a tener muchos
lectores, quiero reflejar, aun esquemáticamente, algunas de las ideas que
pueblan las últimas páginas del texto de Calasso. En ellas vemos asomar
. El omnipresente papel de la publicidad en el mundo de hoy.
. La distinción que lleva a cabo Calasso entre secularistas
y religiosos, etiquetando a los primeros de turistas y de nativos a los
segundos (que también pueden convertirse en terroristas).
. La penetrante reflexión sobre los SBNR (acrónimo de Spiritual but not religious), uno de los
modos de designar a los secularistas en las encuestas de opinión, o en los
documentos de afiliación, por ejemplo, en los EE.UU.
. El rechazo a los intermediarios en general, y a los ritos
y a las representaciones, más en concreto, en los secularistas.
. El papel del movimiento trashumanista y el de la
SIngularity University en Silicon Valley. (Por cierto, ya anuncian para los
días 20/21 de febrero de 2019 en Madrid su aterrizaje en España, como “SingularityU
Spain Summit 2019, en inglés, “of course”)
. Al albur de lo anterior, Calasso ofrece unas breves
reflexiones sobre los big data y la temática de “los valores” en la era de la
inteligencia artificial.
. En fin, vuelve Calasso una y otra vez a determinada
concepción de la ciencia como antídoto a las religiones. Lo hace, en la página
83 (el ensayo concluye en la página siguiente) con estas palabras: “Abandonad las religiones por
la ciencia, iluminad cada ángulo de lo que queda de lo desconocido, y ya no
habrá necesidad de religiones. (La religión es solo un consuelo para aquello
que no sabemos)”.
Como se comprenderá cada uno de estos temas nos llevaría a
páginas, páginas y páginas de comentarios y reflexiones. Quizá en otra ocasión.
Algunas reflexiones finales
De la orfandad de un
mundo sin Dios a la guerra de dioses
Un mundo sin Dios nos deja huérfanos. No digo que la
humanidad haya de vivir continuamente bajo de la égida de un padre todopoderoso
que todo lo ve y todo lo oye (como el Jaungoikoa de nosotros los vascos).
Además, ¿qué padre? ¿Yahvé, Alá, Jesús el Cristo, la multitud de dioses que han
poblado la condición humana a lo largo de los siglos …? Pero un referente más
allá de nosotros mismos nos permite vernos en el espejo de la vida de otra
manera, con otra distancia. Es como un hijo ve a su padre (o a su madre) ya en
la edad adulta. Parece que los que viven en orfandad echan en falta sus padres.
Dicen.
Pero en realidad el mundo de hoy no vive en orfandad total;
ha creado sus dioses, o adoptado los que sus congéneres (los del género humano)
le han ido mostrando, suministrando, proponiendo, si no imponiendo. Parece que
los mortales, la gran mayoría de los mortales, necesitan algún dios. Al menos
es lo que nos revelan los datos del Pew Research Center: en el planeta apenas
llegan al 15 % de la población mundial la proporción de quienes se afanan en la
vida sin dios (religioso) alguno. Y si no tenemos en cuenta los dioses
seculares la cifra aún se reduciría a un puñado de personas, aunque de estos no
hay datos comprobados.
Es posible que el futuro nos depare otra guerra de dioses,
cuyas primicias ya están a la vista. Los dioses del mundo secular nos muestran
un politeísmo que nada tiene que envidiar al de las civilizaciones griegas y
latinas, por limitarme al mundo occidental. Pero, a diferencia de las
greco-romanas, los dioses de nuestros días son puramente seculares, no permiten
atisbo del “más allá” como Zeus, Júpiter etc. A lo sumo, pero en tono menor, un
humano casi dios, como el emperador nipón, pero hemos quedado que nos limitamos
al mundo occidental. Y, si me aprietan las tuercas, al del sur este europeo:
España, Francia, Portugal e Italia con sus diversas regiones (naciones,
pueblos, autonomías, …) de personalidades bien distintas, en unas regiones más
marcadas que en otras.
Los innumerables
dioses de la postmodernidad secular
Conviene recordar aquí, lo ya arriba señalado, que, según
Durkheim, luego en un planteamiento que se quiere científico, en nada
religioso, que “un dios, de
hecho, es antes que nada un ser que el hombre representa, en cierto modo, como
superior a sí mismo y del que él cree que depende. Ya sea una personalidad
consciente, como Zeus o Yahvé, o
fuerzas abstractas…”. Así “la
sociedad es (deviene) para sus miembros lo que un dios es para sus fieles”. Y
añade Durkheim, “debido a que tiene una naturaleza propia, diferente de nuestra
naturaleza individual, persigue fines que también son especiales para ella,
pero como solo puede alcanzarlos a través de nosotros, busca imperiosamente
nuestra ayuda. La sociedad exige que, olvidando nuestros intereses, nos hagamos
sus servidores, y nos obliga a toda suerte de incomodidades, privaciones y
sacrificios sin los cuales la vida social sería imposible. Por lo tanto, en todo
momento, estamos obligados a someternos a reglas de conducta y pensamiento que
no hemos construido ni deseado, y que a veces son contrarias a nuestras
inclinaciones e instintos más fundamentales”[23].
En otras palabras, la sociedad cuando, por representaciones humanas, adviene
dios, metastasiadas por la conciencia colectiva deviene un dios dictador para
la humanidad, su creadora.
¿Cuáles son esas religiones, con sus dioses
correspondientes, de la politeísta y secular civilización en la que estamos
embarcados en el sur-oeste europeo, religiones que entran en disputa con las
religiones trascendentes que ocupan el mismo espacio geográfico, a saber, el
cristianismo, el islam y la religión judía? Son muchas y muy variadas, como en
los politeísmos griego y romano. Pero todas seculares, lo repito y remacho. Sin
ánimo de exhaustividad y dicho así, a bote pronto, cabría distinguir diferentes
ámbitos de nuestra vida en los que construimos dioses o aceptamos, cuando no
adoptamos, los que han construido nuestros congéneres.
-
Las del ámbito de ideología político. Así
nacerían determinados nacionalismos, socialismos, liberalismos, patriotismos,
etc., et., y, ya en su fanatización, los comunismos, los fascismos, etc., como
modelos y reglas de comportamiento para una pretendida sociedad mejor.
-
Las divinizaciones de pueblos, naciones,
colectivos de personas, sociedades etc., que, a la postre nos darán el “American
first”, “Deutschland über alles”, “Les Français d’abord”, “Todo por la patria”, “Euskadi
ala hil”, etc., etc.
-
En nuestro mundo occidental, en el que hemos
transitado de la religión del espíritu, a la religión del cuerpo, éste, el
cuerpo, es uno de los dioses de la actual civilización: la OMS es, en el mundo
secular occidental, el equivalente, en el estado de cristiandad, al Vaticano.
Es la OMS quien nos dicta (con capacidad, luego poder coercitivo, como el
Vaticano en la era de la cristiandad) nuestras normas de conducta. Si el
objetivo final de la era de la cristiandad era la vida eterna en el cielo, el
de la OMS es el de una larga vida en la tierra, procurando despedirse de la
misma lo más tarde posible y con un cuerpo lo más sano posible. El cielo (o el
infierno, si se peca en las normas de la OMS) está aquí, no allá. De ahí que,
en el pensamiento secular, nadie tenga miedo a lo que le sucederá después de la
muerte sino en cómo llegará a la muerte. De ahí la apuesta, cada día mas firme,
por el suicidio asistido (con un nombre más bonito y embaucador por encubridor,
claro).
-
En la divinidad “salud” de nuestros días, la
moral se reduce, en última instancia, en dos grandes mandamientos, como dos
eran en la ley mosaica, dándose los demás por añadidura: no fumar y estar
delgado quedando los fumadores (principalmente) y los gordos, como los
proscritos de la sociedad de la salud. Además, como en la ley mosaica, el
sacrificio tiene más valor que el placer.
-
En este orden de cosas la alimentación “sana” se
ha convertido, cada día en más personas, en un objetivo divinizado: así nace el
mundo vegetariano, que se presenta, sin recato alguno, bien al contrario, como
un mandamiento, en determinadas religiones, divinas y seculares. Más
recientemente el mundo vegano. De ahí la proliferación de tiendas y culturas
“bio”, y de la alimentación “sin” (sin grasas, sin azúcar, sin sal, sin
alcohol, sin, sin…sabor) Aunque no hay que olvidar el pecado de la gula en el
universo cristiano.
-
Algunos deportes. Respecto del futbol, leí de un
pensador inglés cuyo nombre he traspapelado, que “algo de mucho calado le debe
faltar a muchos ingleses cuando, para ellos, el futbol es tan importante en sus
vidas”. Y no solamente para los ingleses. Ya he comentado más arriba la
increíble importancia que le concedió la prensa francesa a la victoria del
equipo de Francia en el mundial de fútbol de 2018. Y las páginas y páginas,
horas y horas de radio y televisión en España con “la roja”, y los dimes y
diretes del cambio de entrenador a dos días del inicio del Mundial. El futbol
con la televisión, comandados por la omnipresente publicidad que impone que no
pueda haber dos partidos de primera división a la misma hora y día de la
semana, muestra, a quien quiera ver, el inmenso poder de uno de los dioses más
importantes y más poderosos del politeísmo del mundo de hoy: el dios Dinero,
cual becerro de oro contemporáneo.
-
Uno de los mecanismos y ¡qué mecanismo!, del que
se sirve el dios Dinero y la diosa Publicidad, es la implantación de los “big
data” y de su control por los amos del mundo, muchos de los cuales se cobijan
bajo el acrónimo de los GAFA, Google, Amazon, Facebook y Apple. No solamente
saben todo (lo que les interesa) de nosotros, sino que, además, somos nosotros
los que les proporcionamos nuestros datos. Gratuitamente cuando no, para más
Inri, pagándolo mientras se los damos. Nunca dios alguno se encontró con tal
pleitesía. Y nunca dios alguno se hizo con tanto dinero como los “gurús” de los
GAFA.
-
En fin, podría continuar con otros ámbitos de
las divinidades de la sociedad moderna: la moda vestimentaria; el culto al ocio
(que viene de lejos con el “panem et circenses” del imperio romano y antes con
los juegos griegos); el alcoholismo y la drogadicción, convertidos en falaces
dioses de liberación que, en realidad, esclavizan; la terrorífica dictadura
digital y la pasión por castigar y demoler inmisericordemente a personas con
responsabilidades públicas, cual dios juez veterotestamentario omnisciente y
omnipotente; las personas deificadas en el campo del deporte (100 millones el
fichaje de un futbolista), de la canción y de la música electrónica, etc., etc.
En este universo de múltiples divinidades seculares, bajo el
imperio cada día más extendido y apremiante de la civilización secularista, es
en el que han de habérselas las divinidades religiosas que han imperado en el
planeta hasta ayer mismo. Y, se diría que han de habérselas en competición,
competición del que, como en algunos partidos futbol, salen de entrada como
perdedores. Aunque como en esos partidos, a menudo hay sorpresas. ¿Quién apostó
al inicio del mundial de 2018 que Croacia llegaría a la final, mientras que
grandes favoritas como España, Alemania y Brasil no llegaron ni a las
semifinales? Pero, tampoco caigamos en la ciencia ficción (como en el creciente
mundo de las apuestas en el futbol- otra vez el dios Dinero) con el futuro de
las religiones religiosas en su “competición” con las religiones seculares. Al
lector interesado en cifras le sugiero que se asome a los trabajos del Pew
Research y a sus proyecciones para el año 2050. Aunque sin olvidar la capital
importancia de pensar y formularse las buenas preguntas, las preguntas de
siempre: quién soy yo; de dónde vengo; si hay un más allá; por qué he de hacer
el bien y no el mal; si hay una cosmovisión holística que ayude a mi plenitud
humana, sea en la forma inmanente o con apertura a la trascendencia, y qué
trascendencia; si trabajar para sí mismo es el camino para la felicidad, o no
será más fiable (y rentable) el camino de la alteridad, trabajar para el otro,
con el otro, y establecer así, poco a poco, un universo más fraterno y
convivial, etc., etc.
Superando el binomio
sagrado - secular
Con mis lecturas, reflexiones y escritos llevo varios años
tratando de superar el pensamiento binario. El pensamiento binario es una forma mental que nos hace
dividir, separar, poner en oposición los conceptos, las ideas, los valores, las
necesidades y los sentimientos, en vez de conjuntarlos, hacerlos vivir en
cohabitación, en colaboración, mediante una forma de pensar complementaria y
comprensiva. El pensamiento binario destaca las fórmulas “sea/sea”, “aut/aut”
en lugar de “et/et”.
Hay
muchos casos en los cuales aplicamos este modelo en nuestra forma de pensar, de
escribir y de actuar. Así llegamos al dualismo que no es sino una resultante
del pensamiento binario. El pensamiento binario es incapaz de definir las cosas
como realidades complejas, como lo son la inmensa mayoría de las realidades. El
pensamiento binario busca mono causalidades. Poco importa que el problema sea
complejo, digamos el inicio de Primera Gran Guerra del siglo XX, el crash
bursátil de 2008, la persistencia de ETA casi medio siglo, etc., etc.
El
pensamiento binario forma parte de nuestra vida cotidiana y, a poco que no
estemos vigilantes, conforma nuestras estructuras de pensamiento y nuestros
juicios morales. He aquí algunos ejemplos de pensamiento binario muy extendidos
entre nosotros que, si bien nos ayudan a ordenar la mente, si no sabemos
superarlos y, sobre todo, si nos quedamos con un solo polo del pensamiento
binario, nos deformarán el juicio y el comportamiento. Pienso en lo innato y lo
adquirido; lo privado y lo público; el espíritu y el cuerpo; jóvenes y viejos (en
corrección política hablando, personas mayores); individuo y grupo; clases
superiores e inferiores; la naturaleza y la cultura; el instinto y la
inteligencia; el corazón y la razón; sexo y género; nacionalismo vs.
internacionalismo; progresistas vs. conservadores; transhumanistas vs.
bioconservadores; soberanistas y mundialistas; localistas y transfronterizos;
enraizamiento vs. emancipación; ateo y creyente; inmanencia y trascendencia…..
Y obviamente, en el par binario sagrado versus profano o en el par religioso
versus laico.
A este tema le he consagrado todo un capítulo, el segundo de
mi libro “Morir para renacer”, ya referenciado. Acudiré a algunas reflexiones
de esa publicación en las páginas que siguen, con algún añadido posterior.
Así, Jean
Duchesne, escribiendo sobre la pertenencia a la Iglesia Católica dirá que “se
es católico y más cosas”, que “ser católico no es ´todo´ o ´nada´”, dando a
entender que ser católico no solamente no equivale a entrar en un mundo
cerrado, en un gueto, sino que la dimensión de la fe católica no agota la
totalidad de la experiencia vital y cotidiana de una persona[24].
Peter Berger, en
su publicación “Los numerosos altares de la modernidad” ya referenciado,
escribirá que para la gran mayoría de las personas que se dicen creyentes
religiosas, su fe y su vida secular no se presentan como formas de ser y actuar
antagónicos, como “dos modelos mutuamente exclusivos de atender a la realidad”
(p.107), no es una disyuntiva “aut-aut” (esto o aquello) sino una copula
“et-et” (esto y aquello). Esta simple idea es clave. La superación del par
binario “religioso vs. secular”, entre los creyentes, se logra cuando
reconocemos en nuestra vida que ambas realidades no son antagónicas, sino dos
dimensiones, entrelazadas en su propia unicidad, conformando la totalidad de la
persona, creyente en este caso. Lo tienen más complicado los “no creyentes
totales”, el “homo saecularis” de Calasso, pues, de entrada, ya han excluido
hasta la posibilidad de lo sagrado. Aquí se aprecia la gran diferencia entre el
ateo y el agnóstico.
En
un artículo que titula “Breve defensa de un agnóstico”, lo dice así Hans Magnus
Enzensberger: “para mí el ateísmo no es una opción, sino
una idea fija. No quiero pertenecer a ese club. En general, me cuesta decidirme
por una filiación. (…) Así pues, solo me queda una posibilidad, a saber: ser y
seguir siendo agnóstico (…) El agnosticismo tiene numerosos pros y contras. Te
permite moverte con mayor libertad y no tienes que someterte a toda clase de
preceptos concebidos por cualquier institución. Desprenderse de la disciplina
del partido o la Iglesia en cuestión puede ser un alivio, más si se trata de
las trabas de una ideología política. El inconveniente reside en que el
agnóstico no acaba de pertenecer a nada”. (El País, 05/07/18). Por eso no son
legión, aunque no falten, sobre todo entre los intelectuales que tengan a gala
ser versos sueltos; ni patriotas ni religiosos: justamente “homo saecularis”
que diría Calasso, aunque respetuosos de creyentes y patriotas que no estén
fanatizados[25].
Volvamos a Peter
Berger. Escribe esto: “¿Goza el discurso secular de una posición privilegiada
en la mente de las personas? Sí, sin duda alguna. ¿Es excluyente? En algunos
casos sí, por lo general no. Y es aquí donde, tanto los teóricos de la
secularización como sus críticos han cometido un error. Al principio formé
parte del primer grupo y luego me uní al segundo, pero ambos sobrevaloran la
coherencia de la conciencia humana. En la experiencia de la mayoría de los
individuos, la secularidad y la religión no son contradictorios entre sí. Antes
bien, coexisten, perteneciendo cada una de ellas a una forma particular de
contemplar la realidad. A decir verdad, hay algunos individuos que son
completamente religiosos o completamente seculares, por ejemplo, un staretz ruso que práctica sin cesar ´la
oración de Jesús´, o un profesor de sociología sueco que rechaza cualquier
atisbo de transcendencia como una superstición residual. Esos dos casos tal vez
sean interesantes, pero representan a una minoría relativamente pequeño de la
población mundial, distribuida de forma diversa en las distintas regiones del
mundo”[26].
Creo que este párrafo retrata muy bien el fondo del pensamiento de Berger en
este libro sobre “Los números altares de la modernidad”. Personalmente creo que
lo que él llama “coherencia humana” en realidad sería complejidad de la
conciencia humana, que el mismo Peter Berger subraya sirviéndose del pensamiento
de Alfred Schutz, que explicita en las páginas siguientes y que presento,
sucintamente, a continuación, por su gran pertinencia.
En una de sus
publicaciones, Alfred Schutz (sin hacer mención alguna a la cuestión religiosa)
sostiene que la conciencia de un individuo no es un todo coherente, sino que
consta de lo que él llama “realidades múltiples”[27].
Schutz acuñó dos expresiones: “la realidad cimera”, que Berger traduce como “la
realidad de la vida cotidiana” y “las provincias finitas de sentido” que Berger
traduce como “realidades a las que escapamos desde la realidad cimera. Son
finitas porque casi siempre son temporales; entramos en ellas al abandonar la
realidad cotidiana y son reales mientras duran, pero quedan atrás cuando
retornamos a la vida cotidiana” (p. 111). Lo que no quiere decir, en absoluto,
que no pueda tener incidencia en la vida cotidiana. A veces tan fuerte que
puede cambiar la vida de una persona.
Peter Berger
traslada la distinción de Schutz a la experiencia religiosa. Así refiere a Max
Weber cuando, hablando de la religión, distinguía entre “la religión de las
masas”, esto es, la experiencia religiosa cotidiana de una persona ordinario
que está en la realidad de la vida cotidiana y que no experimenta grandes
emociones, frente a lo que llama Max Weber, “los virtuosos de la religión” que
tienen una experiencia mucho más intensa y que cruza el umbral de lo cotidiano
adentrándose en otra realidad distinta[28].
¿En qué realidad? Berger, como hiciera Calasso, y páginas arriba lo hemos mostrado,
se refiere a Rudolf Otto, cuando el gran fenomenólogo describe esta realidad de
intensidad religiosa, como totaliter
aliter (totalmente otra, diferente), cómo una experiencia más allá de lo
ordinaria, me atrevo apostillar. Berger indica que los grandes místicos son los
que ofrecen prototipos de esa vivencia. Y, en este contexto referencia a Teresa
de Ávila con estas palabras: “Teresa de Jesús tuvo experiencias extáticas en
las que se difuminaba el mundo cotidiano y sólo Dios era real. (…) Sin embargo
Teresa tenía que cambiar de realidad cuando salía del éxtasis y debía ocuparse
de los libros de cuentas de su orden de monjas. Incluso tenía que gestionar la
coexistencia en su conciencia de su realidad mística y del discurso secular que
gobierna la realidad de la vida mundana”[29].
La socióloga
Nancy T. Ammerman, en su “Respuesta” al texto de Berger en el libro “Los
numerosos altares …”[30],
basándose en uno de sus trabajos, lo dice con estas palabras “En el ámbito de la salud, la
mayoría de la gente relataba sus esfuerzos por comer de modo adecuado y
mantenerse sanos, guiados completamente por la educación y la ciencia secular.
Por otro lado, su respuesta a las enfermedades graves y a la muerte estaban a
menudo colmadas de oración y de la presencia espiritual. Tal vez donde mejor se
vean los estados múltiples de la realidad y los distintos relatos es en la
persona que reza para que Dios guíe la mano del doctor”[31].
Evidentemente se puede rezar para
librarse de una enfermedad y, también, acudir al médico. Lo hacen los
creyentes.
Pero Ammerman va
más lejos, y propone una tesis que, como poco, tiene la doble virtualidad de
llamar la atención y de hacer pensar. Escribe en su “Respuesta” que “Berger describe la presencia
de múltiples realidades seculares y sagradas como un ´cambio de código´. Sin
duda resulta apto, pero sospecho que puede establecer una distinción demasiado
tajante entre los códigos y los campos a los que pertenecen. A veces la gente
es consciente de que pasa de uno a otro, pero muy a menudo parecen ocupar un
espacio único que es a la vez mundano y sagrado. No se trata de que nuestra realidad
fundamental intrínseca sea secular, mientras que el mundo que elegimos en el
exterior pueda ser religioso si así lo decidimos. Más bien estoy convencida de
que la mezcla de lo sagrado y lo secular se parece más al ´spanglish´ que al
bilingüismo”[32].
Spanglish
o bilingüismo, esto es, ¿mezclamos los códigos, o los diferenciamos?
Personalmente diría que los dos. Creo que mucho depende de la circunstancia en
la que ambos códigos operan en la persona de matriz religiosa. Si se enfrenta a
una enfermedad grave, muy probablemente lo secular y lo religioso se mezclen,
sería como el spanglish. Pero si estamos ante un investigador social, mientras
analiza, por ejemplo, la religiosidad de un colectivo social actuará (o tratará
de actuar) poniendo entre paréntesis sus creencias, mientras que ese mismo
investigador social, en una eucaristía pondrá (o intentará poner) entre
paréntesis su dimensión de investigador social para unirse a la oración de la
comunidad. Luego diferenciará los dos planos [33].
De hecho, una cuestión recurrente, ya
en los clásicos de la sociología de la religión, es la constatación de que la
religión trata de lo ordinario y lo extraordinario. Ya lo vemos en Max Weber,
en sus estudios sobre el carisma, cuando se pregunta, cómo traducir en la vida
ordinaria el extraordinario carisma del fundador. Como escribe Olivier Bobineau
“podemos decir que el acto religioso se refiere principalmente a la manera de
vivir cada día de lo que ha sido o es extra-cotidiano. Básicamente, el acto
religioso hace ordinario con lo extraordinario, y extraordinario con lo
ordinario”[34].
Cierro
estas excesivas páginas con unas palabras que escuché el 8 de agosto de 2018 a
Mgr. Gerard Defois, Arzobispo Emérito de Lille, en un Coloquio que seguí con
gran atención en la Iglesia Saint Laurent de Kanbo (Cambo les Bains). Intervinieron,
además de Gerard Defois, Michel Camdessus, Jean-Baptiste de Foucauld y Alain
Lamassoure. El tema
de Coloquio rezaba así, traducido al castellano: “¿Hacia qué mundo nos dirigimos? ¿Con qué Europa? ¿Con qué Iglesia?”.
Entre
otras ideas, el arzobispo de Lille afirmó que “en la Iglesia estamos viviendo
una transformación cultural de pertenencia social creyente por herencia
sociocultural hacia un proceso de "conversión" más individual y
emocional”. Estamos dejando atrás el cristianismo sociológico por el
cristianismo de convicción y, citando al papa Francisco, afirmó que “hay que
pasar de una pastoral de encuadramiento a otra pastoral de acompañamiento”.
Siguiendo
el tema del Coloquio, Mgr. Defois reflexionó sobre Europa desde el
cristianismo. Entre otras ideas subrayo aquí estas:
“Pensar Europa
como una comunidad de recursos y no como un capital de raíces cristianas
históricas”.
“Pensar
Europa como una confluencia de espiritualidades históricas, como un espacio de
religiones (Asís, 27 de octubre de 1986 es el prototipo), llamado a expresar la
salvación del hombre en su historia”, pues, “en Asís, se ha proyectado una
plataforma de solidaridad que libera al sujeto del totalitarismo tecnocrático o
ideológico (que invade nuestro mundo moderno), y abre perspectivas de recepción
del Otro, en busca de la verdad interna”.
Comenzó
su intervención con una frase para no olvidar (no es textual, tomada de mis
notas, pero creo trasladar fielmente su pensamiento): “la religión no es como
una cataplasma que se aplica a una sociedad enferma. La religión también forma
parte de esa misma sociedad, supuestamente enferma”. Lo sagrado y lo profano
juntos, aunque no siempre revueltos.
Donostia
San Sebastián, 14 de agosto de 2018
Javier
Elzo
[1] El libro
se editó el año 1912. En mi biblioteca he encontrado la edición de 1968, PUF,
que leí y anoté en Lovaina en mis años de estudiante, edición con la que
trabajo en estas líneas. Obviamente hay edición castellana de esta obra magna
de la sociología: “Las formas elementales
de la vida religiosa”. Alianza, Madrid, 1983. Pero las citas de mi texto
provienen de la traducción que yo mismo he realizado del original en
francés.
[2] Emile Durkheim. “Les formes élémentaires de la vie religieuse”, Presses Universitaires
de France, Paris 1968, pp. 295-296. La traducción es mía.
[3] En
cursiva en el original
[4]
Durkheim, “Les formes élémentaires,,,,” p 633-634, en la edición francesa,
citada por Calasso, en las pp. 27-28. La traducción es mía.
[5] Calasso,
o. p. 27. Para el sociólogo que es uno, amén de chirriarle el epíteto de
“triste” a su disciplina, no deja de confirmarle en lo que debe ser el trabajo
del sociólogo: un “analista de la sociedad”, quizás más precisamente “un
analista de las relaciones sociales”, sin que vea en ello ningún sacerdocio
pues no participa el sociólogo, como tal sociólogo, de ninguna religión, fe o
iglesia. Otra cosa es que, como persona tenga sus convicciones. Así habrá
personas que sean, al mismo tiempo, sociólogas y ateas, sociólogas y agnósticas,
sociólogas y cristianas, sociólogas y musulmanas ….
[6] Nos
permitimos referir a los dos primeros capítulos de nuestra publicación, “Morir para renacer”, San Pablo, Madrid,
2017, donde abordamos en detalle esta cuestión, en diálogo con relevantes
sociólogos del denominado proceso de secularización, particularmente Peter
Berger.
[7] Aquí
también me permito referenciar, los dos primeros capítulos de mi libro “Morir para renacer”, o. c.
[8] Redactando estas líneas leo en
una entrevista a Zeid Ra`ad Al-Hussein, Alto Comisionado de los Derechos
Humanos en la ONU afirmar que “la tortura gana de nuevo una especie de
admisibilidad” en la actual regresión de los Derechos Humanos. (Le Monde
01/08/18). Desgraciadamente España no es excepción en esta deriva de insensibilización
hacia la tortura. Un ejemplo clamoroso lo tenemos en el nombramiento del
magistrado Grande Marlasca como Ministro de Justicia cuando fue llamado al
orden por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, hasta en cinco ocasiones, por no
investigar suficientemente las denuncias de torturas por detenidos, siendo el
juez instructor de las causas o tener responsabilidad sobre ellas.
[9] No me canso de recomendar el excelente libro de Rob Riemen, “L'Eternel
retour du fascisme”, Ed. Nil, Paris 2011, 78 páginas. De Manuel Castells,
sus dos artículos “Vuelve el fascismo (1) y (2)”, los sábados 30/06/18 y
07/07/18 en “La Vanguardia”
[10] También la prensa escrita pero,
a diferencia de la radio y la TV, se puede no leer tales informaciones, e irse,
en el mismo medio a otras noticias, mientras que con la radio o TV, solo queda,
si tal información no interesa, cambiar de canal, con la constatación, en
muchísimos casos, de que están hablando de lo mismo y según qué noticia de la
misma manera y con el mismo enfoque, así cuando la notica proviene de agencias
y, ¡no digamos!, si de una sola agencia.
[11]
Un ejemplo reciente, este a la luz pública. Un total
de 750 magistrados españoles han presentado una queja ante el Consejo
Consultivo de Jueces Europeos ante la “presión social” contra el tribunal que
condenó a nueve años de prisión a los cinco integrantes de La
Manada por abusar sexualmente de una joven madrileña durante
los Sanfermines de 2016. Los jueces denuncian la “gravísima amenaza que se
ha alzado contra la independencia judicial en España” y añaden que esto se
produce “con la complicidad y aliento de políticos que ven una oportunidad para
mejorar sus réditos electorales”. (En la prensa española del 11 de julio de
2018).
[12]
Reflexioné sobre este tema en un artículo de prensa que se puede consultar en
mi blog: http://javierelzo.blogspot.com/2018/05/feminismo-si-pero-que-feminismo.html
[13] Arnoldo
Liberman, “Heidegger y yo, judío”,
Sefarad Editores, Madrid 2018, 258 páginas. Las citaciones que inserto en mi
texto, se encuentran en las paginas 52- 53 y 51 del libro de Liberman.
[14]
Escribiendo estas líneas cuando Francia ha ganado el Mundial de Futbol de 2018,
no puedo no mencionar cómo el serio “Le Monde” del día siguiente a la final
(16/07/18) le consagró las 16 primeras páginas de su rotativo a la hazaña. Y,
obviamente, “Le Monde” no fue una excepción. Por cierto, en los festejos, en
toda Francia, rondaron los 300 detenidos por toda suerte de violencias. Estas
sí, tumultuarias. Sin que nadie siga en la cárcel.
[16] Peter
Berger: “Los innumerables altares de la
modernidad”. Sígueme, Salamanca, 2016, p. 144. Hace bien Salvador Giner en
dejar de lado el argumentario neo-neurológico a la hora de explicar las
vivencias religiosas. Por la inmadurez de dicha ciencia al día de hoy. Pero hay
muchos fans de la non nata neurología. Un antiguo amigo, en su día devoto
fundamentalista de lo transcendente religioso, se ha convertido en no menos
devoto cientista de la nueva neurología. Sin hablar de un colega en una Mesa
Redonda sobre drogadicción quien, al saber de mi adicción bruckneriana, me
espetó que respondía a una determinada aleación en alguna parte de mi cerebro.
[17] Javier
Elzo. “Morir para renacer. ” O. c.
[18] André Comte-Sponville et Henri Cazelles, ”Dieu, existe-t-il encore ? ”. Ed
du Cerf. 2.005. Paris (He perdido la página concreta de la citación)
[19] El
discurso, titulado “Eloge du doute”
creo que nunca publicado, a mí me lo dio en propia mano Amin Maalouf en una de
las visitas que le hicimos mi mujer y yo en Paris. Lo esencial del texto se puede consultar en http://amin.maalouf.free.fr/maalouf/texte-001.html.
La traducción al castellano es mía.
[20] Yavé.
Respeto la grafía del libreto.
[21] Thérèse
Delpech L'Appel de l'ombre Puissance de
l'irrationnel. Grasset, 2010. La traducción es mía.
[22] Javier
Elzo, “Morir para renacer”, o. c. p.111 y ss.
[23] Emile Durkheim. “Les formes élémentaires de la vie religieuse”, O. c. pp. 295-296. La
traducción es mía.
[24] Jean Duchesne, “Le Catholicisme minoritaire ? Un oxymore à la mode”. Desclée
2016, 130 páginas, ver páginas 86 y ss.
[25] En ese
orden de cosas recomiendo una de mis lecturas de este verano: el libro de Amos
Oz, “Queridos fanáticos”, Siruela
2018, Un libro estimulante
[26] Peter
Berger, “Los numerosos altares…” O. c. p 108
[27] Berger referencia este texto de A.
Schutz, “On Multiples Realities”:
Philosophy and Phenomenological Research 5/4 (1945) 533-576
[28] No se
entienda “religión de las masas” como la de los miembros de una sociedad que
estuvieran situados en lo bajo del escalafón social o cultural. En realidad, se
trata de diferenciaciones carismáticas de las personas. Algunas, las
“virtuosas” las alcanzan en grado sumo (chamanes, ascetas, grandes místicos
etc.) siendo la religión de las masas la de quienes no están particularmente
dotados para el carisma religioso.
[29] Peter
Berger, “Los numerosos altares…” O. c. p. 112
[30] El
libro de Berger no concluye con su sola aportación, sino que hay tres
“Respuestas” críticas a sus planteamientos, sumamente interesantes, redactadas
por tres eminentes sociólogos, D. Pollack, N. Ammerman y F. Yang.
[31] Nancy T. Ammerman en “Sacred Stories Spiritual Tribes”. En Journal for the Scientific Study of Religion, 52/2 (2013) 258-278. Ver
Conclusiones.
[32] Peter
Berger, “Los numerosos altares…” O. c. p. 195
[33] Admito,
sin dificultad alguna, el carácter un tanto exagerado de la diferenciación
entre las dos actitudes del mismo investigador social, de matriz religiosa, en
su gabinete de trabajo y en la eucaristía. En ambos casos por la dificultad de
poner en paréntesis sus dos almas, la de creyente en su gabinete de trabajo, la
de científico social en la eucaristía, particularmente en las homilías.
[34] Olivier
Bobineau, entrada “Sociologie religieuse” en la Encyclopedie Universalis,
editión 2017
Gracias por el texto tan bien fundamentado
ResponderEliminarSumamente esclarecedor para poder valorar la realidad socio-religiosa desde mi fe.
ResponderEliminargracias.