Creer y saber, ¿son tan incompatibles?
Comentando un libro de Jean-François Colosimo, Aveuglements[1]. Religions, guerres, civilisations. Cerf, 2018, 544 p.
(El autor es un ensayista francés, en la actualidad director de la
prestigiosa editorial “du Cerf”, especialista del cristianismo y de la
ortodoxia, con formación en filosofía, historia, teología y ciencias sociales.
Es profesor de filosofía y de teología bizantina en el Instituto de Teología
Ortodoxa Saint-Serge de Paris).
Me hice con el libro, con alguna reticencia, por las
críticas que leí en la prensa especializada. Pero la argumentación que parecía
ofrecer el A. de su tesis (“a priori” coincidente con la de Calasso, en “La actualidad innombrable”, Anagrama,
2018, en cuyo análisis me encontraba) me podría interesar, sea como contrate,
sea como complemento: la desaparición del referente religioso en la cosmovisión
intelectual del hombre de hoy. Como es mi costumbre en los libros de ensayo,
comencé la lectura con el prólogo y el epílogo, a fin de decidir si continuaba
su lectura en la totalidad del libro, o en alguna parte del mismo, o bien me
limitaba al prólogo y al epílogo. Esto último es lo que decidí en este libro.
De entrada, su escritura me resulta pretenciosamente
barroca, con infinidad de supuestos, lleno de frases subordinadas, afirmaciones
rotundas etc. Y la tesis, a fin de cuentas, es muy simple. Lo digo con mis
palabras: el “Mundo de las Luces”, la Ilustración, precisamente por su
resplandor, habría cegado (“aveuglé”)
las mentes de muchos, impidiéndoles ver lo numinoso (R. Otto), el misterio de
lo numinoso, de lo Otro. De ahí el título del libro: “Aveuglements” que he
decidido traducir por “Encegamientos”. En consecuencia, dirá el A. que, por
ejemplo, de la figura del Cristo, solo quedaría el Jesús de la historia, que
según quién lo aborde, adoptará figuras diversas, todas meramente humanas.
Sería, a su juicio, un reduccionismo total de la figura de Jesús el Cristo.
Veamos, un poco más en detalle, su tesis esencial a través del
prólogo y del epílogo del libro.
El mundo actual viviría en pura ceguera que resultaría “del
crédito que continuamos consintiendo al Mundo de las Luces y de la persistente
incredulidad hacia Lucifer”. De tal suerte que “no habría otro principio que el
consenso puramente horizontal al que amarrar el imperativo moral dependiente de
un celo al Bien desmaterializado, un Bien que no puede ser otro que el de los “secularizados”
(“défroqués”[2]) del
Decálogo” (p. 22). Como se puede apreciar, Colosimo, personaliza el Mal en la
figura de Lucifer y sitúa el Bien de los “secularizados” al margen del Dios
cristiano.
Una página arriba el A. vuelve al Numinoso de Rudolf Otro, “lo
numinoso, ese misterio de lo que se manifiesta sin desvelarse, que viene de
otra parte y adviene como un absoluto, fuera de lo existente. No se detiene en
los sentidos y en el entendimiento, rebasa la razón, la moral, el sentimiento.
Es todo poderoso. Pues consiste en la irrupción de lo infinito en la finitud.
(…) Lo numinoso…supone una ruptura del tiempo, un acontecimiento que escapa a
la interioridad, lo estremece y lo desconcierta es sus bases”. En este punto
coincide plenamente con Calasso y con no pocos autores, no necesariamente
religiosos, aunque abiertos al mundo espiritual.
Ya próximo a concluir el libro, el A. remacha el fondo de su
pensamiento cuando, tras recordar que la ceguera sobre la esencia de la fe
cristiana proviene del Mundo de la Luces, escribe que se sustenta “sobre un
simple principio: para realzar la humanidad de Jesús, es preciso rebajar la
divinidad de Cristo” (p.535). Desde esta lógica se sostendría que el propio
Jesus no sabría que él mismo fuera hijo de Dios, pues fueron sus discípulos, y
ya transcurrido un tiempo, quienes habrían hecho de él el fundador de un
movimiento en él que el propio Jesús nunca habría pensado. “El hombre Jesús,
gurú semítico, habría ignorado por completo la doctrina universal de la
salvación que forjó Pablo, quién ignoraba todo sobre Jesús, que lo habría
helenizado, consagrándolo como Dios” (p. 536) Y añade Colosimo, a renglón
seguido, que desde Reimarus en el siglo XVII, pasando por Strauss o Renán en el
XIX, Schweitzer o Bultmann en el XX, entre unos y otros “al abordar el enigma
Jesús” lo han identificado, unos y otros, pero todos “definitivamente,… como un
reformador político, un mago curandero, el jefe de una secta, un rabino
carismático, un esenio disidente, un fariseo laxista, un profeta mesiánico, un
cínico sabio, y para terminar, más prosaicamente, un paisano judío
mediterráneo” (p. 536).
Colosimo concluye su libro afirmando que, en efecto, lo que
sabemos de Jesus proviene de Cristo y que “los evangelios no nos dicen nada de
su psicología, de su consciencia, de su interioridad” pues los evangelios “no
pretenden ser documentos históricos, sino confesiones de fe”. De ahí que apenas
digan nada de la intimidad de Jesús, intimidad que el propio Jesus no quiere
desvelar.
Hace años pregunté a un exégeta que había trabajado y
escrito sobre la figura de Jesús, acerca de la conciencia que tendría Jesús de
sí mismo. No olvidaré su respuesta: “No
lo sé. Yo no soy Jesús, y no puedo entrar en su interioridad”. Me
sorprendió. En la actualidad creo poder afirmar que, a tenor de lo que leo
sobre el tema, parece haber un acuerdo casi unánime entre los exegetas en decir
que Jesús vivió con intensidad grandes experiencias religiosas entre las que
estaba la de dirigirse a Dios como “Abba”, una mezcla de respeto y cercanía. De
ahí a decir que en Jesús tenemos un Dios humano, un humano que es Dios, hay,
ciertamente, un salto. Salto que yo doy, sin hacer de ese conocimiento un
universal, un conocimiento apodíctico universal, pues es más del orden de la
creencia que del puro conocimiento. Ya decía Santo Tomas que no se puede saber
y creer al mismo tiempo, pero ¿por qué habría yo de limitar el conocimiento y
la sensibilidad al mero razonamiento científico-técnico? Pues de ahí acabamos
divinizando la sociedad, como nos recuerda Calasso (y ya sostenía Durkheim), y
someternos así a la conciencia colectiva de la sociedad, cual dios todopoderoso.
Personalmente, ya superado, al menos en mi mente, el estado de cristiandad, me
siento más libre con el Dios de Jesus que con el dios de la sociedad. Y busco
aplicar la inteligencia de la razón a mis creencias religiosas.
Volviendo al libro de Colosimo, quiero señalar que,
personalmente, no veo por qué se haya de optar entre las Luces, el Mundo de las
Luces, la Ilustración, por un lado y la fe cristiana, por el otro, como si
fueran dos departamentos estanco. El mundo de la Ilustración me exige abordar,
con las armas de razón, también el mundo de las ideas religiosas para no hacer
de Dios, mi dios, para una continuada búsqueda de lo inefable en la vida, de lo
no inmediatamente accesible, de la zona de sombra vital. Pero esto vale tanto para
el fundamentalismo religioso como para el fundamentalismo cientista y para el
secularismo radical, que ya han dado mil y una muestras de ser tan
fundamentalistas y acríticos como puede serlo el fundamentalismo religioso. Si
no es aceptable el axioma de que “fuera de la iglesia no hay salvación” tampoco
lo es que lo que no fuera científicamente demostrable con las armas de la ciencia
empírica, sea, necesariamente falso. Precisamente por la definición-delimitación
de lo que puede conocer la ciencia: lo empírico, lo medible. Recordemos a
Pascal cuando decía aquello de que “el corazón tiene razones que la razón no
tiene”. Pero además de la razón y el corazón tenemos el sentido de la vida, la
búsqueda de plenitud, el anhelo por entender quién soy yo, por qué he de hacer
el bien y no el mal, si hay algo más allá de lo que vemos, oímos, sentimos…
Ya cerrado este texto, lo vuelvo a abrir, hoy mismo, con una
reflexión de mi querido amigo Arnoldo Liberman quien escribe, en su soberbio
libro "Heidegger y yo, judío" (Sefarad Editores, Madrid 2018) esto: “El mundo no es el emergente de una interpretación
racional de la realidad que disipa la oscuridad en un acto de magia, lo que
implica suponer que el mundo es en esencia racional, bueno, justo, ordenado y
bello. La razón sucumbe, cuando en su afán de dotar a la interpretación de la
vida instrumentos ordenadores, queda reducida a las leyes de la lógica y se
desmarca de la auténtica existencia, la que incluye la oscuridad, el absurdo,
la nada, lo ilógico, lo ininteligible, lo que algunos llaman ´el abismo de la
existencia´ y lo que Nietzsche llama ´el conocimiento trágico´. El racionalismo
instrumenta la razón, pero no responde a las exigencias totales de la vida,
sobre todo a la exigencia de sentido” (p. 106-107)
Con esto no pretendo ninguna apologética de la creencia religiosa. Menos aún una supuesta superioridad (como un “plus”) de la religión. Sencillamente afirmo que creer es algo perfectamente razonable. Tan razonable como no creer.
Donostia 20 de agosto de 2018
Javier Elzo
[1] No me
resulta fácil buscar un termino apropiado para traducir en castellano el
término francés “aveuglements”, en plural o en singular. Cabe utilizar el
término “cegueras”, pero se trata de una ceguera ocasionado por el deslumbramiento
del mundo de las Luces (“Le Monde des Lumières” en francés). Es una ceguera,
producida por una luz que deslumbra y te impide ver lo que tienes delante. Algo
así como cuando, conduciendo de noche, una luz larga potente te obstaculiza
seriamente la visión, ofuscándola. Quizá pueda preferirse el termino de
cegados. El término que me viene a la cabeza, y por el que definitivamente he
optado, es el de “encegamientos” aunque este término no esté en la RAE, sin
embargo lo encuentro veo en la literatura, particularmente en la religiosa.
[2] Défroqué
en francés, referencia habitualmente al religioso que se ha secularizado. No
tiene traducción en castellano.
¿no podríamos hablar de deslumbramiento, aunque en este caso no fuese un fenómeno momentáneo, sino que persiste en el tiempo ?
ResponderEliminarSi, en efecto, cabe hablar de deslumbramiento. Incluso correspondería a la tesis de Colosimo en el sentido de que las ideas de la Ilustración “deslumbraron” a no pocos haciendo que quedaran cegados por su resplandor. Si no utilicé ese término y acabé, tras dudas, por proponer el de “encenagamiento”, fue por mantener la raíz “aveugle” (ciego en francés) que se encuentra en el titular del libro, “Aveuglements”.
ResponderEliminarPero, insisto, cabría haber utilizado “deslumbramiento”.
Gracias por el comentario