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lunes, 9 de septiembre de 2019

El "valor" fraternidad, base para un ética universal


El valor “fraternidad”, como base para una ética universal


El 29 de agosto de 2019, en el marco de un Curso de Verano de la UPV/EHU, en Donostia San Sebastián, “Hablemos de lo esencial”, curso dirigido por mi buen amigo Javier Urra, pronuncié una conferencia con el titular de estas páginas. Con algunos de los materiales de aquella conferencia he redactado este texto.

Guion de la conferencia y del presente texto

. Proemio: Los valores:  definición, fundamento y origen. Mi tesis: los valores son construcciones humanas. Como la fraternidad.
1.    Antoni Domènech: El eclipse de la fraternidad. Una revisión republicana de la tradición socialista
2.    Julia Kristeva. Psicoanalista, humanista, escritora y feminista
3.    Laurent Berger (sindicalista francés): “La fraternidad es el punto ciego de la divisa «libertad, igualdad, fraternidad»
4.    Clotilde Rymarczyk (Universidad de Quebec): La fraternidad, un puente a construir para religar las fragilidades humanes
5.    Jorge Semprún: La fraternidad como respuesta a la Shoah, la fraternidad ante la muerte.
6.     Albert Camus: Cartas a un amigo alemán (Paris julio 1944, un mes antes de su liberación)
7.    Fraternidad en los cristianos, teoría y práctica. La reflexión de Gandhi
8.    La religión, sin más, no lo explica todo (Texto de Javier Elzo en Paris, en un encuentro hispano marroquí en 2003)
9.    El Papa Francisco y el Gran Imam de Abu Dabi (Emiratos Árabes Unidos) sobre la fraternidad en febrero de 2019
10. El mensaje de Asís del 27 de octubre de 1986

. Recopilatoria de las ideas centrales y conclusivas del texto
. Cerrando con la Oda a la alegría Schiller/ Beethoven.

Proemio: Los valores son construcciones humanas

¿Qué son valores? En una primera aproximación cabe decir que, en los ámbitos de la filosofía y la sociología, se entienden por valores las definiciones de lo bueno y de lo malo, de lo aceptable y de lo rechazable, de lo admitido y de lo prohibido, de lo que hay que hacer y de lo que hay que evitar. Es lo que algunos denominan valores éticos. Esta definición puede parecer a primera vista muy abstracta, pero deja inmediatamente de serlo cuanto nos damos cuenta de que esas definiciones de lo bueno y de lo malo se incorporan al contenido de las actitudes individuales, y las ponemos de manifiesto en nuestra conducta externa cuando interactuemos con los demás miembros de la sociedad a la que pertenecemos.

Esta primera acepción del término valor nos lleva a otra, íntimamente relacionada con la anterior pero que quizás permita ver mejor la concatenación entre los valores, las normas y el comportamiento.  "Valor" cabe entenderse, también, como un criterio de acción social al cual se adhiere de forma más emocional que meramente racional (lo que no quiere decir en absoluto que se trate de algo irracional), y que no es puesto en duda a corto plazo.  Es lo que se denomina como valores asociados a comportamientos.

Otra concepción de valor, que nos limitamos a señalar sin más, es la que se refiere a las prioridades vitales, a lo que damos más importancia en la vida: ganar dinero, obtener poder, reconocimiento social, búsqueda del bienestar etc., etc.

El valor fraternidad se inscribe entre los valores éticos, entre los valores que actúan como criterios de comportamiento personal y social.


Muchas veces me han preguntado por los valores de los vascos. ¿Somos los vascos diferentes en cuanto a nuestros sistemas de valores? Nuestros sistemas de valores ¿son diferentes de los de los demás?, ¿franceses?, ¿ingleses?, españoles?...

Paro, además, ¿es que todos los vascos tenemos un mismo sistema de valores? O ¿no podríamos diferenciarnos entre nosotros y constatar que hay una diversidad de valores, también entre nosotros, los vascos? Obviamente, sí. No todos los vascos tenemos los mismos valores, aunque en su conjunto, también nos diferenciamos de no pocos de los valores de los chinos o de los congoleños, aunque menos, mucho menos, de los valores de loa más próximos, cántabros, aragoneses, andaluces, franceses, etc.

De ahí la necesidad de abordar la distinción de los valores individuales, valores particulares y valores universales. En efecto, hay valores individuales, los propias a cada persona, pues no somos clónicos de nadie; hay valores particulares, propios de una colectividad: defensores de tal equipo de futbol, de tal proyecto vital como, por ejemplo, luchar contra el hambre en el mundo o el cuidado de los menores desprotegidos o el medio ambiente, etc., etc.

Hay un acuerdo bastante generalizado en señalar que, en occidente hay valores de gente de izquierdas y de gente de derechas, personas que identificamos, con mayor o menor acierto, etiquetándolas “de izquierdas”, con unos valores de izquierdas, o tenidos por tales o de “derechas”. También nos preguntamos desde Max Weber, pasando por José Luis López Aranguren, por los valores de los católicos respecto de los valores de los protestantes. Hay muchas tesis sobre esta materia.

Otros, entre los que me encuentro, sostenemos que hay valores masculinos y valores femeninos, lo cual cada vez que los concreto en su evolución, en una conferencia, me llevo un revolcón de más de un asistente.  Pero hay un acuerdo casi unánime en señalar que hay valores de jóvenes y valores de adultos. En este punto, no son pocos los que afirman que los jóvenes de hoy han perdido los valores, incluso sostienen que no tienen valores, como si eso fuera posible. Cada vez que alguien dice que los jóvenes (o cualquier colectivo social) no tiene valores, en realidad está diciendo que ese colectivo concreto, sea el que sea, no tiene los valores que él sostiene que debieran tener. No hay excepción a esta regla.

En fin, llegamos a la cuestión de los valores universales, valores que compartirían todas mujeres y todos los hombres del planeta. Pero, ¿hay tales valores universales? Hay una gran discusión en este punto entre los estudiosos del tema de los valores. Aquí es necesario distinguir entre el origen de los valores, que pueden ser muchos, y el fundamento de los valores, lo que da valor al “valor” que se propugna.

Cuando hablamos del fundamento de los valores, se quiere decir que hay algo (o alguien, en singular o en plural) que hace que esos valores sean incuestionables, apodícticamente incuestionables. Pero, ¿existen valores apodícticamente incuestionables, y que sean valores que se puedan aplicar en todo el mundo, valores universalmente admitidos por la autoridad de quien los fundamenta? ¿Dónde está ese fundamento de valor universal? Preguntado de otra manera: ¿hay algún fundamento, algo o alguien, que sea un fundamento incuestionable de un valor universal?

La primera respuesta que se ha dado es Dios. Dios creador del mundo y Él mismo es el fundamento de los valores fundamentales. Pero, entonces, ¿qué hacemos con los no creyentes y ateos?, ¿no tienen valores? En base a qué voy yo a decir que no tienen valores. No hace falta entrar en filosofías, basta con mirar alrededor, mirar la gente que no es creyente y de los cuales jamás podré decir que no tienen valores, ni que los tienen en menor grado que los creyentes en Dios. Además, ¿en qué Dios?

No, dicen otros, los valores no son creados por Dios, pero están inscritos naturalmente en la condición humana. Es la concepción de valor, como algo que está inscrito en cada uno de nosotros y que está ahí. Es algo inherente a la condición humana. Claro que entonces cabe preguntar cómo hemos justificado la esclavitud hasta hace prácticamente 200 años. ¿Qué ha pasado con esa eliminación social cultural de tantas personas, legitimando que sean esclavos, frente a la actual demanda de inserción universal? ¡No!, en realidad, tampoco vale tal argumentación para fundamentar los valores con carácter universal y unívoco, pues, constatamos que los valores han cambiado a lo largo de la historia.

Tercer argumento argüido para dar con un fundamento universal de los valores: el fundamento de los valores está en los poderosos, en las personas o colectivos que nos imponen una determinada forma de vida, una determinada concepción de la misma, lo que es correcto e incorrecto en cada momento. Son los que, en cada momento histórico deciden cuáles son los valores, y así, los que mandan son los que deciden los valores en cada momento. El primer gran problema que suscite esta tesis es que no nos ponemos de acuerdo a la hora de decidir quiénes son los poderosos. En la actualidad, ¿quién gobierna el mundo? ¿los GAFA, las grandes potencias políticas, China y EE. UU, el G7, en el momento de esta conferencia, a 50 km de aquí, en Biarritz? Pero, además, si nos pusiéramos de acuerdo en señalar quiénes son los poderosos de este mundo (misión imposible, por otra parte), si hiciéramos una pequeña encuesta entre nosotros, probablemente no comulgaríamos con los valores de esos poderosos, y tendríamos incluso a gala tener contravalores (como los que ocupan las campanas de Urrugne para manifestarse contra los G7 de Biarritz).

En consecuencia, la interrogante sigue en pie. ¿cuál es el fundamento de los valores? Yo sostengo desde hace décadas, que me afano en estudios de los valores, que los valores son construcciones humanas. Los valores los hemos construido los hombres y las mujeres a lo largo de los tiempos, en interacción unos con otros, en razón de los diferentes contextos vitales en los que las personas humanas han vivido o seguimos viviendo. En mi ya larga vida, pero corta a tenor de los siglos que la humanidad puebla el planeta, se me ocurren dos cambios drásticos en los valores que he vivido personalmente. Yo nací, el año 1942, en una Euskadi muy mayoritariamente católica, al menos sociológica y culturalmente católica: la misa de los primeros viernes de mes a los 8,30 de la mañana estaba llena de jóvenes. ¡Vayan ahora a una eucaristía dominical! … Otro ejemplo: yo he vivido de llamar, menospreciar e insultar a los homosexuales como maricones a los chicos y tortilleras a las chicas, a ver, ya adulto, su exaltación, en el día del orgullo gay, subidos a carromatos, saltando, muy ligeros de ropa, bien que muy mayoritariamente, solamente los hombres. 

Por otra parte, es cierto que, en un momento determinado, en un contexto determinado, de pronto aparecen unos “valores faro”, unos valores que de alguna manera son aceptados de forma bastante generalizada. Algunos se mantienen como tales valores faro durante cierto tiempo. Otros, como en la actualidad, se asemejan a flor de un día. ¿Cuáles serían los valores dominantes y con cierta duración ya en el tiempo, en Occidente? En la actualidad hay un acuerdo en señalar la Declaración Universal de DD. HH como uno de esos valores faro. Aunque insisto que muy mayoritariamente en Occidente y, si apuran, solamente en el Occidente europeo, una pequeña parte del planeta. Por otra parte, antes que la Declaración de 1948, en Occidente se impuso la trilogía “libertad, igualdad, fraternidad” de la revolución francesa de 1789, aunque, como veremos inmediatamente, de las tres la tercera, la fraternidad, es la parienta pobre, la olvidada, relegada, eclipsada dirán algunos. 

Concluyamos este ya excesivo proemio señalando que el valor fraternidad tampoco tiene una acepción univoca. No aparece, más que muy raramente como uno de los valores faro, y cuando lo es, adquiere connotaciones, orígenes y sentidos bastante diferentes, aunque yo creo que tiene un sustrato común que hace que quepa sugerirlo y promulgarlo como una base sólida, precisamente un faro común, para una ética universal.

A partir de este ahora vamos a presentar el valor fraternidad en la lectura que hacen de la fraternidad, diferentes agentes sociales de horizontes y vidas muy distintas.

1.    Antoni Domènech, el eclipse de la fraternidad

Militante antifranquista en el PSC-PSUC, discípulo del Manuel Sacristán, expulsado de la universidad franquista y discípulo también  del filósofo, historiador y crítico literario marxista Wolfgang Harich (1923-1995) —expulsado en 1956 de la Universidad Humboldt de Berlín-Este por el gobierno estalinista de Walter Ulbricht - , Domènech se doctoró en la universidad libre de Berlín, y fue profesor catedrático en la Autónoma de Barcelona habiendo dejado un gran legado en publicaciones.
En el año 2004, la editorial Crítica de Barcelona publicó el texto de Antoni Domènech: El eclipse de la fraternidad. Una revisión republicana de la tradición socialista, que abrió un sendero conceptual amplio para pensar en la “metáfora” de la fraternidad dentro de la tradición socialista en clave republicana.
Me adentro en su pensamiento siguiendo a una de sus intérpretes[1][2] que nos recordaba, cómo subrayaba Domènech que, cuando se acuñó la divisa “libertad, igualdad, fraternidad” –en 1790– fraternidad significaba la universalización de la libertad republicana y, sobre todo, lo digo con mis palabras, la fraternidad era el gozne, el imprescindible valor que permitía que la libertad se convirtiera en igualdad. La idea me parece extremadamente rica y da un sentido pleno, a mi juicio, a la tríada “libertad, igualdad, fraternidad”, en su conexión interna, más allá del enunciado de tres valores independientes, mostrando que sin la fraternidad la libertad no puede conducir a la igualdad.
Domènech apunta, precisamente, que la fraternidad republicana revolucionaria se eclipsó porque la sociedad civil dio una apariencia de libertad e igualdad civiles, independientes de las bases materiales de la propiedad, de donde salió la libertad “liberal” que domina gran parte del espacio ideológico actual. Cita a Carlos Marx que se mostraba admirado ante los escritores antiguos, porque ‘su investigación (la de los antiguos) nunca se pregunta qué forma de propiedad es la más productiva, la que crea más riqueza, sino qué tipo de propiedad crea mejores ciudadanos”.

Antoni Domènech, apodó a la “fraternidad” la ‘pariente pobre’ de la tríada revolucionaria francesa y subrayó la ambigüedad del propio concepto de “fraternidad” en nuestros días y lo hizo en tres campos.

1. La familia será un campo de batalla de Domènech a la hora de hablar del eclipse de la fraternidad, precisamente por el carácter patriarcal de la familia en el mundo occidental, recordando el origen del término familia, el concepto de “famulus” del mundo romano que agrupaba, bajo la férula del jefe de familia no solamente a sus hijos sino también a sus siervos, incluso esclavos, que estaban a su servicio y a los que tenía que cobijar y dar de comer. Este concepto de “familia” lo traslada Domènech a la empresa del siglo XIX y gran parte de XX en la que el patrón de la empresa, cual “pater familias”, ofrecía a los trabajadores, a sus mujeres e hijos, vivienda, economato y hasta capellanes en torno a su lugar de trabajo. Lo he vivido en mi localidad natal, Beasain, al menos en dos empresas, que recuerde ahora. Como dato más que anecdótico, señalo aquí, cómo en la capilla de la todavía vigente, y pujante, CAF (Compañía Auxiliar de Ferrocarriles), los domingos, el capellán celebraba una misa a las 5,30 de la mañana a la atención de los tempraneros montañeros (mendigoizales en euskera) de CAF, misa a la que unían otros montañeros de la localidad. ¡Oh tempora, oh mores! 

2. Domènech va más allá, y se dirige a la política global, buscando erradicar el despotismo burocrático-estatal heredero de la vieja ley política de los estados monárquicos absolutistas, en los que los ciudadanos no lo eran tales sino siervos de los soberanos, “padres” de la patria, hermanando a sus súbditos en siervos a sus órdenes. Era el derecho de pernada, de vida y hacienda en una hipostasiada fraternidad y que traslada al mundo de hoy, con una punta de exageración y con olvido de otros “pater familias” (pienso, entre otros, en los GAFA), me permito apuntar.

3.En el campo de los feminismos, Relata Doménech que, el año 1992, Lidia Falcón –en un encuentro en homenaje al Profesor Aranguren en Madrid–, le había sugerido hacer un tratamiento conceptual propio de la «sororidad», es decir, introducir más explícitamente el feminismo en la reflexión sobre la fraternidad. Domènech acepto las críticas de algunas feministas, al admitir que su admirado Robespierre –quien acuñó y contribuyó como nadie a dar todo su significado político a la consigna “Libertad, Igualdad, Fraternidad”–, sólo al final de su cortísima vida acabó señalando que las mujeres francesas debían ser reconocidas, en este orden, como ciudadanas, como hermanas de los ciudadanos, como ‘madres de familia’, utilizando un neologismo político contrapuesto a los padres de familia. No estoy seguro de que, en la actualidad, no pocas feministas aceptarían ser etiquetadas como “hermanas de los ciudadanos”, incluso como madres de familia. Personalmente se me ha discutido cuando he utilizado el termino de “monomarentales” en lugar de “monoparentales” en los modelos de familia que llevan esta última denominación no habiendo padre sino madre.

2.    Julia Kristeva. Psicoanalista, humanista, escritora y feminista

En este campo del feminismo traigo aquí unas reflexiones de Julia Kristeva, psicoanalista y filósofa búlgara, de nacionalidad norteamericana pues tuvo que huir de su país en la época de los “Soviets”, residente en París, una de las personas que más me ayudan a pensar. En las líneas finales de un texto publicado justo antes de las elecciones europeas de 2019,  donde saca a relucir unas ideas de su feminismo escribe que “desde las sufragistas, incluidas Marie Curie, Rosa Luxemburgo, Simone Weil y Simone de Beauvoir, la emancipación de la mujer a través de la creatividad y la lucha por los derechos políticos, económicos y sociales, que continúa hoy, ofrece un terreno “federador” (unificador al modo federal) para las diversidades nacionales, religiosas y políticas de los ciudadanos europeos, desafiando así el oscurantismo de las tradiciones y el de las religiones fundamentalistas”. Y añade, “este rasgo distintivo de la cultura europea es también una inspiración y un apoyo para las mujeres de todo el mundo, en su aspiración a la cultura y la emancipación, no solo como una opción, sino como una trascendencia de sí mismas (´somos libres de trascender todas las trascendencias´, anunció Simone de Beauvoir), lo que anima las luchas feministas en nuestro continente” (“Le Monde” (15/05/19). Kristeva hace del feminismo una avanzadilla de un movimiento de fraternidad universal, precisamente por la capacidad de las mujeres, sostiene, de trascender los particularismos, incluso el de las propias mujeres como tales mujeres.

La misma Julia Kristeva en una conferencia el año 2010 (“Oser l´humanisme” texto completo en castellano en mi blog) decía que “El humanismo es un feminismo. Sin embargo, el acceso, inacabado, de las mujeres a la libertad de amar, de procrear, de pensar, de emprender e, incluso, de gobernar, no puede hacer olvidar que la secularización es la única civilización que no tiene discurso sobre la maternidad, aunque una parte importante de la investigación psicológica contemporánea se dedique al estudio de la relación precoz madre/niño (a)”. Para meditar.


3.   Laurent Berger: “La fraternidad es el punto ciego de la divisa ´libertad, igualdad, fraternidad´”[3]
Laurent Berger es Secretario General del Sindicato francés CFDT, de origen cristiano, que se laicizó en su día. Apoyó a Mitterrand y se hizo social demócrata, y laico, pero separándose de la CGT socialista, con la misma denominación de la española. La CFDT es el segundo sindicato en número de afiliados de Francia. No tiene un equivalente en España. Quizá USO.
Se puede legislar sobre la libertad (de prensa, de arte, de palabra, de movilidad…) y sobre la igualdad (entre sexos, en la atención médica, educativa etc.) pero más difícilmente sobre la fraternidad porque, en última instancia, la fraternidad supone una relación de “yo” a “tu”, de “nosotros” a “vosotros” y además no al modo “esto o aquello” (aut-aut) sino al modo “esto y aquello” (et-et). Y esto difícilmente lo puede llevar a cabo la administración. 
La libertad y la igualdad exigen perentoriamente la acción de la Administración y la fraternidad la de la sociedad civil, la de los ciudadanos. Pero sin tomar esta afirmación de manera excesiva como si los ciudadanos no pudiéramos trabajar por la libertad y la igualdad y la administración por la fraternidad. Es cuestión de acentos.
Pero la fraternidad también depende de la Administración. Eso se ve en los alcaldes, aquellos que son renovados constantemente. Son los que están cerca del pueblo, en contacto con el pueblo. Pienso que lo mismo podría suceder con los diputados que debieran serlo de circunscripciones lo más próximas posibles al pueblo o región que representan. Pues es un sin sentido que una persona que resida, digamos en Bergara, sea diputado a Cortes por Burgos o. incluso por Bizkaia. La gente tiene que ver en la calle al diputado al que ha elegido
El sindicalista de verdad debe estar en contacto con la población, dice Berger. Y añade: no basta con manifestarse, que también será necesario, pero hay pasar de la manifestación al compromiso concreto. Por eso no basta con indignarse. Indignarse es un momento de rechazo de la comodidad, de rechazo a la injusticia, pero si se queda ahí, no sirve para nada. La fraternidad exige no solamente indignación ante lo injusto sino comprometerse para cambiarlo. Es una de las diferencias entre la utopía y la quimera: tener o no tener en cuenta las dificultades a solventar, las solidaridades a concitar, las rémoras a superar, la financiación a obtener, etc. etc. Por eso, la fraternidad es una utopía, no una quimera, un cuento de hadas. Para mí la fraternidad es la capacidad de crear una relación, de aprender a vivir con otro, conjuntamente. “Vivre ensemble”, como dicen los franceses.

4.    La fraternidad: un puente para religar las fragilidades humanas

En mi búsqueda en Internet para preparar la conferencia del 29 de agosto, me topé con un texto que corresponde a una “Memoire de maitrise” de Clotilde Rymarczyk, titulada” La fraternité, un pont à construire pour relier les fragilités humaines” [4](La fraternidad, un puente a construir para religar las fragilidades humanes) de la Universidad de Sherbrooke en Quebec del año 2017. Trasladar, en mi traducción, algunas de las ideas que la autora presenta en su texto.

La autora que subraya el papel de la fraternidad como puente para unir fragilidades humanas defiende, también, que la fraternidad, podría tener una dimensión moral secular, elevándola al rango de virtud, llegando, incluso, a atribuirle una dimensión espiritual universal y laica.

Estas son algunas de sus palabras en la conclusión de su trabajo. “Al final de esta reflexión, damos a la fraternidad, la única imagen verdadera, la de un puente. Sí, la fraternidad es un puente para construir, uniendo las debilidades de los individuos, con respeto y reconocimiento de sus diferencias. Para concluir, aunque en la literatura de referencia, pocas vías conducen la reflexión sobre el camino de la espiritualidad, sin embargo, la idea toca las mentes y la intriga, al menos plantea preguntas. Nos gustaría no omitir esta apertura. No perder de vista la idea de que la fraternidad también podría definirse en una dimensión espiritual porque su concepción se encuentra dentro de nuestra humanidad común, que ha sido capaz de cruzar el tiempo, la historia de los hombres y que se inscribe en una continuidad”

En este punto creo que cabe inscribir la concepción del tiempo en las cuatro modalidades del tiempo en la reflexión palabras de Hartmut Rosa[5]; tiempo “ordinario”, el tiempo de los días, semanas, meses; el tiempo “biográfico” el de cada persona a lo largo de su vida; el tiempo “histórico”, el tiempo que a cada cual le ha tocado vivir, y el tiempo que él llama “sacral” y que yo prefiero denominar “transhistórico”, el tiempo que va más allá de una generación, con un propósito de prolongarse más allá de la vida de una persona y con un propósito que va, también, más allá de los proyectos de los “suyos”, patria, familia, religión, que puede tener una pretensión de universalidad en el tiempo y en el espacio.

Concluye la autora: “La fraternidad es una construcción, a partir de un sentimiento formulado, que guiará la acción. Esto nos lleva a colocar al ser humano en el centro de nuestras preocupaciones, pero aún más: serán los sentimientos, despojados de cualquier tema de pertenencia, los que se convertirán en este centro de cuestionamiento”.

He de confesar que, en mi periplo intelectual para preparar la conferencia del 29 de agosto, esta idea del puente me subyugó. Quizá porque me recordaba dos Jornadas que organizamos en la Universidad de Deusto, los años 2000 y 2001 y un año más tarde en Madrid, en el marco del Forum Deusto, cuando logramos sentar en torno a una Mesa a una treintena de agentes sociales, políticos, profesores, periodistas, etc., de todos los colores políticos, en aquellos convulsos años en Euskadi, para debatir y para que se escucharan. Lo que se dijo en aquellas Jornadas está recogido en sendos libros[6]. Es una de mis mayores satisfacciones de mi paso por la Universidad de Deusto.


Jorge Semprún era el preso número 44.904 en Buchenwald, el campo de concentración alemán en el que vivió deportado cuando tenía 20, 21 y 22 años de edad. Fue Federico Sánchez en los años de la lucha clandestina contra Franco. Fue el hombre al que Santiago Carrillo y Dolores Ibárruri expulsaron, en 1964, del Partido Comunista. Fue ministro con los socialistas, con quien también tuvo desencuentros –y muchos, valga decir-Fue también escritor y pensador. 

Relató el año 1994 su “experiencia” en el campo de concentración y exterminio en la publicación “L' écriture ou la vie” que un año después, publicó en castellano, “La escritura o la vida”, editada por Tusquets

En el frontispicio del libro, en su edición en castellano, se puede leer esta frase de André Malraux que, a lo largo su libro aparece en repetidas ocasiones: “Busco la región crucial del alma donde el Mal absoluto se opone a la fraternidad”, que Semprún casi al final de su libro lo dice así: “una idea de la fraternidad que todavía se oponía al despliegue funesto del Mal absoluto” (p.316 de la edición española)

Pero quiero trasladar aquí, como lo haré después con Camus, unas líneas de su texto para bien calibrar su visión de la fraternidad: “Así, paradójicamente, por lo menos a primera y corta vista, la mirada de los míos, cuando les quedaba alguna, por fraterna que fuera —porque lo era, más bien—, me remitía a la muerte. Era ésta la sustancia de nuestra fraternidad, la clave de nuestro destino, el signo de pertenencia a la comunidad de los vivos.  Vivíamos juntos esta experiencia de la muerte,
esta compasión. Nuestro ser estaba definido por eso:  estar junto al otro en la muerte que avanzaba.  Mejor dicho, que maduraba dentro de nosotros, que nos alcanzaba como un mal luminoso, como una luz cruda que nos devoraría. Todos nosotros, que íbamos a morir, habíamos escogido la fraternidad de esta muerte por amor a la libertad. Eso es lo que enseñaba la mirada de Maurice Halbwachs, (el gran historiador de la Memoria) agonizando” (p. 32). No tengo palabras, ni creo que sean necesarias, para glosar las de Jorge Semprún.

Pero sí quiero traer aquí, otra breve citación de su libro, ya muy avanzado, en la página 280, cuando escribe que “…la fraternidad no es solo un dato de lo real. También es, tal vez sea, sobre todo, una necesidad del alma: un continente por descubrir, por inventar. Una ficción pertinente y cálida”. Sí, un continente por descubrir y construir, una necesidad de la persona humana, en los tiempos y circunstancia, imposible más dramáticas que las que vivió Semprún, como oposición y muralla ante el Mal Absoluto, como apuesta en nuestro tiempo, me permito añadir, para superar el individualismo reinante, indiferente al dolor de otros.

6.    Albert Camus. Cartas a un amigo alemán.

¡Cómo no mentar, hablando de Albert Camus, las extintas librerías Arrilucea en la plaza Moyua en Bilbao, y la Librería Ramos, de las no suficientemente reconocidas Hermanas Ramos, en Donostia San Sebastián, cuando aún adolescente, a finales de los años 50, buscaba en los lugares más recónditos de las librerías mencionados, casi ocultas, las obras de Albert Camus que nos venían de editoriales sud – americanas, y las buscábamos y leíamos con la fruición de la fruta prohibida l. ¡Cómo olvidar Bodas/El Verano, El mito de Sísifo, El malentendido, El Extranjero, La Peste, El hombre rebelde, Los justos, Calígula …!. ¡Como olvidar el trabajo de Octavi Fullat “¡La moral atea de Albert Camus”, mientras me embebía de los autores y libros que recomendaba Charles Moeller en sus impagables seis volúmenes de “Literatura del siglo XX y cristianismo”! Mucho de lo que soy se forjó en aquellos libros. Perdóneseme este arranque personal para presentar la fraternidad en Camus que ya estaba en muchos de sus libros, pero traigo aquí un párrafo de una carta suya a un amigo alemán. Un amigo alemán de carne y hueso con quien había compartido, un viaje por Italia, Austria y Checoeslovaquia.

Sin embargo “Las cartas a un amigo alemán” de Camus no las leí hasta, ya adulto, cuando tanto escribí sobre ETA y lo que ETA supuso en nuestra sociedad. (Aunque ETA nació estudiando yo en Bilbao. Todavía veo la imagen de la oficina cerrada por orden policial, en relación a ETA).

Las “Cartas a un amigo alemán” las publicó su amigo y editor Gallimard el año 1945 [7]. La Cuarta y última Carta, fue escrita en Julio de 1944, un mes antes de la liberación de Paris. En el prólogo a edición de 1948 Camus escribe que “son escritos de circunstancia (redactados en la clandestinidad) y que pueden tener un aire de injusticia. Si hubiera que escribir sobre la Alemania vencida habría que tener un lenguaje un tanto diferente.  Pero quisiera eliminar un malentendido. Cuando el autor de estas cartas dice “vosotros”, no se refiere a “vosotros los alemanes” sino a “vosotros los nazis”. Cuando escribe “nosotros”, no significa siempre “nosotros franceses”, sino nosotros “europeos libres”. Son dos actitudes las que opongo no dos naciones…” Termina su introducción pidiendo al lector que lea estas “Cartas a un amigo”, como un documento de la lucha contra la violencia”)

He aquí un párrafo de su cuarta y última carta. Por favor, lean con atención. “Al mismo tiempo que juzgaré atroz vuestra conducta, me acordaré de que vosotros y nosotros partimos de la misma soledad, que vosotros y nosotros, vivimos con toda Europa en la misma tragedia de la inteligencia. Y, a pesar de vosotros mismos, yo os seguiré manteniendo la denominación de hombre. Para ser fieles a nuestra fe (en los ideales de justicia) nos hemos esforzado en respetar en vosotros lo que vosotros no habéis respetado en los demás. (…). Al final de este combate, en el seno de esta ciudad (Paris) que presenta el rostro del infierno, por encima de todas las torturas infligidas a los nuestros, a pesar de nuestros muertos desfigurados y de nuestras aldeas de huérfanos, yo puedo deciros que, en el momento mismo en el que vamos a destruiros sin piedad, no nos embarga el odio hacia vosotros. Y si mañana, como tantos otros, fuéramos a morir, seguiríamos sin odio” (Traducción de JE de la edición Folio Gallimard, Paris 1948, reedición de 2010).

Subrayo yo, y lo extraigo aquí del texto, la frase “Y, a pesar de vosotros mismos, yo os seguiré manteniendo la denominación de hombre”. Camus no les retira su condición de persona humana, “yo os seguiré manteniendo la denominación de hombre” y, añade al final del párrafo, “yo puedo deciros que, en el momento mismo en el que vamos a destruiros sin piedad, no nos embarga el odio hacia vosotros. Y si mañana, como tantos otros, fuéramos a morir, seguiríamos sin odio”.

Camus en estado puro. No duda en decir que van a luchar hasta acabar con ellos (Camus militó en La Resistencia francesa contra los invasores nazis) pero, al mismo tiempo no les desposee de su condición de hombres (no son bestias salvajes) y lo hace sin odio, pese a que hayan arrasado sus ciudades, asesinado y torturado a compatriotas, violado a las mujeres. Justicia y lucha, sí, pero sin odio, sin renegar de la humanidad de todos. Esa es la idea de fraternidad en Camus, incluso en momentos de extrema crudeza, en Paris, donde reside, un París arrasado.

Cuando viajó a Suecia a recoger el Premio Nobel pronunció una frase –“entre la justicia y mi madre prefiero a mi madre”- que mutilada, dio la vuelta al mundo. Pues la frase completa estaba destinada a responder a un estudiante que reclamaba justicia para una Argelia que luchaba por su independencia y decía así: “En este momento se arrojan bombas contra los tranvías de Argel. Mi madre puede hallarse en uno de esos tranvías. Si eso es la justicia, prefiero a mi madre”. Lo que significa, de entrada, que para Camus el fin nunca justificó los medios. Cierto, pero más que eso, pienso yo: para Camus o, en todo caso para mí, por encima de la justicia estará siempre la persona humana, la dignidad de la persona, sea quien sea, y haya hecho lo que haya hecho.

Hablando de la violencia de ETA y de otras violencias injustas en el País Vasco, he utilizado en varias conferencias y escritos la cuarta carta de Camus a su amigo alemán. Podría citar testimonios de víctimas, perseguidos, acosados, extorsionados por ETA y de algunos torturados por las policías en Euskadi, del mismo tenor. Pero aún no tenemos la distancia suficiente para separar el testimonio del nombre de la persona que lo emita. Ahorraré nombres. No son multitudes, pero tengo la esperanza de que estos testimonios iluminarán el futuro en justicia, paz y convivencia que muchos queremos para Euskadi.

7      Fraternidad en los cristianos, teoría y práctica. La reflexión de Gandhi

Para los cristianos, la fraternidad tiene una importancia capital. Al reconocerse a sí mismos como hijos del mismo Dios, el cristiano tiene una responsabilidad, sin límites ni excepciones, hacia sus semejantes, sus hermanos.

El Dios de los cristianos es el Dios toda la humanidad. No solamente el Dios de los judíos, ni el dios de un pueblo, raza o nación. Ya no habrá judíos ni cristianos entre vosotros pues todos somos hijos de Dios:  "ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús." (Gálatas 3,28). Son muchas las llamadas a la fraternidad en el Nuevo Testamento. He aquí algunos ejemplos.

“Si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda”. (Mt 5/23- 24)

"Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme." Entonces los justos le responderán: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer?; o
sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero, y te acogimos?; o desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte? Y el Rey les dirá: "En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis." (Mateo 25/ 34-40)

Imposible no citar aquí parte del inicio del capítulo 13 de la Primera Carta de Pablo a los Corintios. “Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe.  Aunque tuviera el don de profecía, y conociera todos los misterios y toda la ciencia; aunque tuviera plenitud de fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, nada soy. Aunque repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, nada me aprovecha. La caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta. (…) Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de todas ellas es la caridad”. Me permito señalar que otras traducciones en vez de utilizar el término “caridad” utilizan el de “amor” (1. Cor. 13 (1-7, 13)

La primera carta de Juan, es toda ella, un canto a la fraternidad. Más aún: una exigencia de fraternidad para el que se diga cristiano. Valga este botón de muestra: “Si uno dice ´Yo amo a Dios´ y odia a su hermano, es un mentiroso. Si no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve.  Pues este es el mandamiento que recibimos de él:  el que ama a Dios, ame también a su hermano”. (1 Jn. 4, 19-21

Una reflexión de Gandhi. Ya Gandhi dijo que “cuando leo el Evangelio me siento cristiano; pero cuando veo a los cristianos me doy cuenta de que ellos no viven según el Evangelio”, el mismo Gandhi que sostenía que “nunca es bueno el amor a los otros, cuando es exclusivo y con excepciones. Yo no puedo amar a los hindúes o a los musulmanes y odiar a los ingleses”, añadía.

Sí, la radicalidad no es solamente cosa de los violentos. Gandhi nos dice que no se puede amar solamente a los “míos”, a los de mi propia posición, sea esta social, política religiosa o del orden que sea. La fraternidad o es universal o no es fraternidad. Puede ser Cofradía e incluso llevar el nombre de Fraternidad de quienes tienen una relación personal o una querencia particular por esto o por aquello: los Cofrades de la morcilla de Beasain, como quien suscribe (por supuesto la mejor morcilla del mundo mundial); La hermandad de los seguidores de Richard Wagner etc., etc. Pero no es de esas fraternidades y confradías de las que habla Gandhi y propugna el cristianismo. Aunque, del dicho al hecho, hay un buen trecho.

Creo que fue Jean-Pierre Denis, director de la revista cristiana “La Vie”, pero no encuentro la citación original en francés, quien decía que "la fraternidad en la religión judeo-cristiana no es un río largo y tranquilo, pues, a menudo, es el lugar de la violencia. En la Biblia, ser un hermano, más allá de la sangre, nunca es evidente. Es una conquista. Los celos pueden devorar todo. No es solo Caín contra Abel. Jacob toma de Esaú la primogenitura por un plato de lentejas. Joseph es vendido por sus hermanos…”. Sí, la fraternidad es una conquista. No nos viene dada. Decirse cristiano no asegura la fraternidad. La historia, no sé si es maestra de la vida, pero sí es maestra de la verdad, nos la muestra de tal forma que es imposible no verla.

La tan mentada, y añorada fraternidad de las primeras comunidades cristianas fue, en realidad, a menudo conflictiva. En la propia cúpula de los primeros cristianos, en el denominado Concilio de Jerusalén, hacia el año 50 de nuestra era, menos de 20 años después del ajusticiamiento de Jesús de Nazaret, la disputa se instala entre el hermano de Jesus, Santiago, el primer obispo de Jerusalén, Pedro (al que se tiene como el primer papa) y Pablo. Disputa gorda pues se trata de saber si las prescripciones rituales judías debían obligar también a los no judíos que se hicieron cristianos, estando en el fondo la cuestión de determinar si la religión cristiana era solamente una deriva de la religión judía, y para los solos judíos convertidos al cristianismo, o era una religión universal.  

Disputas en la Iglesia con tres papas, a la greña, durante unas cuantas décadas. Los dos siglos de Cruzadas. Disputas en las comunidades religiosas, los monasterios, donde también hay abusos de todo tipo. Disputas en la iglesia de hoy con Francisco y sus detractores. Disputas en la iglesia de Gipuzkoa, con un obispo rechazado por muchos curas y no pocos seglares.

Y no olvidemos las cruentísimas guerras de religión entre cristianos desde la década de 1520 hasta más de cien años después, que se apaño con la Paz de Westfalia, origen de la soberanía nacional y que adoptó para los conflictos religiosos el principio “cuius regio, eius religió”, que la religión del príncipe se aplique a todos sus súbditos, planteamiento que acabó con las guerras de religión, pero en nada cabe decir que fomentó la fraternidad religiosa universal. 

De modo que no cabe idealizar la práctica de la fraternidad cristiana. Que, ella también, será una conquista, como lo será la paz entre cristianos y musulmanes que se desgarraron a muerte durante casi un milenio y todavía en la actualidad es una realidad. Sin olvidar que la ausencia de fraternidad no es privativa de los cristianos pues, en determinados lugares del mundo, la religión cristiana es perseguida como nunca lo fue en toda su historia. Estando a punto de desaparecer en las tierras donde surgió.

Por eso quiero traer aquí, al término de este repaso de diferentes mentores de la fraternidad, un gran documento firmado en febrero de 2019 entre el papa Francisco y el Gran Imam de Abu Dabi y que presento más abajo y el Mensaje de Asís de 1986. Pero antes, un pequeño hueco para mostrar la tesis central de un texto mío de 2003.

8.    La religión, no lo explica todo. Javier Elzo en Coloquio interreligioso

En un coloquio, “islam et Occident: Images et Influences mutuelles” organizado por el “Centre d’études andalouses et du dialogue entre les civilisations “(Rabat) et l´Institut du Monde Arabe (Paris) en octubre de 2003, en la sede de este último, pronuncié una conferencia que titulé así: “La globalización, ¿oportunidad o excusa para la confrontación entre vecinos?: la importancia del análisis de los valores más allá de la fractura religiosa”. Llevaba encima, analizados y para presentarlos en el Coloquio, los resultados de la Encuesta Europea de Valores para España y los resultados de la Encuesta mundial de valores para Marruecos, de aquellos años. Me centré en las similitudes (no pocas) y en las diferencias (básicamente en la religión dominante y en las valoraciones de la mujer) en los sistemas de valores de ambos países.

Quizá la conclusión más importante de aquella conferencia, pensando en el presente trabajo sea esta: “La religión no lo explica todo y los diferentes comportantes de las personas no son reductibles a su exclusiva, personal y social autodefinición religiosa. Sostenemos que en no pocas cuestiones, y de gran calado, cuando se hacen comparaciones internacionales, el factor religioso puede ser más discriminante en el interior de cada país que en la comparación entre países. (…)  Formularía la hipotesis de que un análisis sincrónico y transversal a diferentes confesiones religiosas, en varios países, neutralizando, en cada una de ellas, la dimensión religiosa en las tres categorías de “integrismo religioso”, “religiosidad humanista” y “no creencia” arrojaría más similitudes, especialmente entre “integristas” o “fundamentalistas” de las diferentes denominaciones religiosas que la comparación de las personas de los diferentes países a tenor de la religión mayoritaria en cada país analizado”.

Incluso más. Insistí en que encontraríamos más similitudes entre los integristas religiosos y los laicistas excluyentes de lo religioso, entre sí, aunque mantuvieran discursos opuestos en referente a lo religioso, que las que se darían entre las personas humanistas, sean humanistas religiosos, humanistas laicistas o humanistas sin religión alguna. Diez y siete años después me confirmo en aquella idea, por cierto, no muy seguida por algunos asistentes al Coloquio en Paris.



Me limito a transcribir tres frases de la ya denominada “Declaración de Abi Dabi” (no se si escribir Dabi o Dhabi), titulada “Documento sobre la fraternidad humana. Por la Paz mundial y la convivencia común”[8].

“La fe lleva al creyente a ver en el otro a un hermano que debe sostener y amar. Por la fe en Dios, que ha creado el universo, las criaturas y todos los seres humanos —iguales por su misericordia—, el creyente está llamado a expresar esta fraternidad humana, protegiendo la creación y todo el universo y ayudando a todas las personas, especialmente las más necesitadas y pobres”.
(……)
“Nos dirigimos a los intelectuales, a los filósofos, a los hombres de religión, a los artistas, a los trabajadores de los medios de comunicación y a los hombres de cultura de cada parte del mundo, para que redescubran los valores de la paz, de la justicia, del bien, de la belleza, de la fraternidad humana y de la convivencia común, con vistas a confirmar la importancia de tales valores como ancla de salvación para todos y buscar difundirlos en todas partes.”

(……………)

“Nosotros, aun reconociendo los pasos positivos que nuestra civilización moderna ha realizado en los campos de la ciencia, la tecnología, la medicina, la industria y del bienestar, en particular en los países desarrollados, subrayamos que, junto a tales progresos históricos, grandes y valiosos, se constata un deterioro de la ética, que condiciona la acción internacional, y un debilitamiento de los valores espirituales y del sentido de responsabilidad. Todo eso contribuye a que se difunda una sensación general de frustración, de soledad y de desesperación, llevando a muchos a caer o en la vorágine del extremismo ateo o agnóstico, o bien en el fundamentalismo religioso, en el extremismo o en el integrismo ciego, llevando así a otras personas a ceder a formas de dependencia y de autodestrucción individual y colectiva.”

Subrayé en la conferencia y subrayo aquí, en el presente texto, el riesgo de “caer o en la vorágine del extremismo ateo o agnóstico, o bien en el fundamentalismo religioso, en el extremismo o en el integrismo ciego”. El Papa y el Gran Imam ponen en paralelo los riesgos de los extremismos ateos o agnósticos a la par con los extremismos y fanatismos religiosos. Se comprenderá ahora que me haya atrevido a introducir mi reflexión en Paris de 2003, en este texto, pues no es otra la idea que me domina desde hace: el peligro, el riesgo, la maldad humana anidan en los fundamentalismos, en los extremismos, en los integrismos (integralismos diría el gran Emile Poulat) y solamente desde la fraternidad humana cabe avanzar hacia una sociedad más justa y más humana.

10. El mensaje de Asís del 27 de octubre de 1986

Quiero mencionar unas palabras que escuché el 8 de agosto de 2018 a Mgr. Gerard Defois, Arzobispo Emérito de Lille, en un Coloquio en la deliciosa Iglesia Saint Laurent de Kanbo (Cambo les Bains), en el País Vasco, en Francia, bajo el tema “¿Hacia qué mundo nos dirigimos? ¿Con qué Europa? ¿Con qué Iglesia?”. Entre otras ideas, el arzobispo de Lille afirmó que debemos “pensar Europa como una confluencia de espiritualidades históricas, como un espacio de religiones (Asís, 27 de octubre de 1986 es el prototipo)”, pues, “en Asís, se ha proyectado una plataforma de solidaridad que libera al sujeto del totalitarismo tecnocrático o ideológico (que invade nuestro mundo moderno), y abre perspectivas de recepción del Otro, en busca de la verdad interna”.

En este orden de cosas quiero citar unas palabras de Andrea Riccardi, Alma Mater de la Comunidad de Sant ‘Egidio quien en una conferencia en Paris pronunció estas palabras refiriéndose concretamente al “espíritu de Asís” como “imagen simbólica y real de religiones (y de laicos) unos junto a otros, no unos contra los otros. En esta visión, constatamos la multiplicidad del mundo, pero se propone vivir juntos en paz, no en un mestizaje interreligioso y cosmopolita, sino fundado en las raíces espirituales de cada uno.  Es una imagen, germinada de la Iglesia de Juan Pablo II, que es significativa en época de enfrentamiento. Muestra que el porvenir no reside en la afirmación de una u otra civilización, sino en la afirmación de lo que yo denomino ´vivir juntos´. En efecto, en este mundo global, es evidente que no se puede vencer, controlar, ejercer su hegemonía. La civilización del ´vivir juntos está en los cromosomas de este cristianismo que define a Dios como amor”[9].

El 15 de octubre próximo voy a hablar, en Palermo, a una representación de franciscanos de Europa sobre “La secularización en el horizonte europeo”. Yo me centraré en Europa occidental. Otro lo hará en Europa oriental. Dos mundos, dos sensibilidades, dos problemáticas, dos perspectivas. Del texto que ya he elaborado y enviado a la traducción trascribo aquí estas líneas sobre la importancia de la fraternidad en el carisma franciscano.

No hay duda de que un aspecto clave de la espiritualidad franciscana está en la fraternidad.  Francisco no creó un monasterio, sino una fraternidad itinerante de hermanos menores, de hospitalidad, donde el hospital comienza en el cuidado fraterno. De forma humilde, pobre, horizontal, como corresponde a la minoridad, trabajar desde abajo, con los de abajo, en contra de la lógica del mundo de hoy, donde “se desea ocupar los primeros lugares, ser considerado como señores” (Papa Francisco, 19/06/19). Se trata de la práctica de la misericordia, con los más necesitados. Es sabido que los primeros amigos de Francisco fueron los mendigos, los más necesitados y que la fraternidad debe realizarse, de forma primordial entre ellos, con ellos. Anotemos también la gran relevancia del encuentro con el diferente. El Encuentro de Asís de 1986 nos hace pensar en el diálogo fraterno con el diferente, como lo demostró Francisco hace exactamente 800 años en el viaje a Damieta para encontrase con el sultán Malik al-Kamil. En, fin subrayemos también cómo Francisco, tanto Francisco de Asís, como el papa Francisco, se abren a lo que, con lenguaje moderno, diríamos la fraternidad cósmica, la comunión cósmica, con los animales, las plantas, el cosmos en su totalidad. 

Ya cerrando la segunda década del siglo XXI, en un mundo global, plural, secular y ya postsecular, con innumerables dioses al gusto de cada cual, en un mundo de incertidumbres, donde reina el individualismo y el dinero como nunca en la historia, donde la mendicidad, amén de económica es también de afectos y de sentido, el mensaje franciscano tendrá eco, no puede no tenerlo, al proclamar la fraternidad universal, horizontal, gratuita, cósmica al modo como enseñó y vivió Jesús de Nazaret y más de un centenar de generaciones de cristianos, unos en la santidad, otros en la mediocridad, han tratado y tratamos, con mayor o menor fidelidad, de “mostrar al mundo”, en expresión que gustaba decir el papa Ratzinger. En unión con todos los hombres y mujeres de buena voluntad en el planeta como dijera el papa Juan XXIII.


-        La fraternidad no es algo dado, es algo que se construye. Es como los valores, una construcción humana. Tiene orígenes diversos: en la religión del amor de los cristianos, en la no exclusión de nadie de Gandhi, en la universalidad de los DD. HH, hayan hecho lo que hayan hecho las personas, incluso las más indignas. (Camus)

-        La fraternidad no acepta exclusiones. Todos somos hermanos. Incluso en situaciones extremas (Camus en julio de 1944) Todos somos diferentes, pero todos somos hermanos. Más allá de la sangre, del color de la piel, del sexo de cada uno, de la orientación sexual, etc., etc. Y por supuesto de la religión. (Pablo y Juan)

-        Por eso la fraternidad va más allá de nacionalidades, de opciones políticas, de religiones o laicismos, aunque las respeta todas con la única condición de que no se consideren exclusivas, las únicas verdaderas. (JE en 2003, Francisco y Gran Imam de Abu Dabi en 2019)

-        La fraternidad rechaza el relativismo del todo vale, así como el absolutismo de la única verdad, la mía. Propugna la relatividad propia a la condición humana, siempre en construcción, siempre en reforma, siempre en cuestión, siempre entre paréntesis. (JE)

-        Pero hay una exigencia universal: la fraternidad exige reconocer al otro y salir de sí mismo. Es lo más difícil: poner al otro, o mejor, la relación “yo”- “tu” en el centro de la vida. No solamente la persona, como tal persona, sino la relación entre las personas, sabiendo que la construcción del yo exige perentoriamente al otro. No hay construcción autárquica. Menos aún en el individualismo (Semprún, Berger y Domènech)

-        El individualismo reinante en nuestros días, aliado al anonimato en las redes sociales e, increíblemente, también en los comentarios en los medios de comunicación tradicionales, nos llevan a la denigración de las personas y al linchamiento digital. El individualismo y el anonimato son dos de las mayores lacras de nuestra sociedad que impide que aflore, no solamente la fraternidad sino el mero dialogo. No se puede dialogar con quien no se conoce y ocultándose en el disfraz de un pseudónimo. (JE)   

-        Por eso me gusta la imagen del puente, de la fraternidad como puente que religa diferentes. (Quebec, “Los puentes de Deusto”, 2000, 2001 en Euskadi)

-        La fraternidad no está en un cajón del que hay que tener la llave. La llave somos nosotros, hombres y mujeres que buscamos el abrazo universal. Así lo describió Schiller y lo puso en música Beethoven


Cerrando con la Oda a la alegría: Schiller/ Beethoven
(La letra en castellano es la utilizada por Miguel Ríos)

Freude, schöner Götterfunken
Tochter aus Elysium,
Wir betreten feuertrunken,
Himmlische, dein Heiligtum.

Ven canta sueña cantando
Vive soñando el nuevo sol
En que los hombres
Volverán a ser hermanos

Ven canta sueña cantando
Vive soñando el nuevo sol
En que los hombres
Volverán a ser hermanos


Donostia San Sebastián, agosto - septiembre de 2019
Javier Elzo






[1] Maria Eugenia Bertomeu, DAIMON. Revista Internacional de Filosofía, Suplemento nº 7 (2018), pp. 11-14




[3] Notas recogidas de una entrevista en La VIE el 13/02/2019 à 00h00
[5] Hartmut Rosa “Accélération: une critique sociale du temps”. Paris 2010
[6] Edición a cargo de Javier Elzo y Gema Bizcarrondo “La convivencia en la sociedad vasca. Los puentes de Deusto”. Actas de un debate universitario. Junio de 2.000. Ed. Universidad de Deusto. Bilbao 2.000, 174 páginas;  Edición a cargo de Javier Elzo y Gema Bizcarrondo “La convivencia en la sociedad vasca II. Los puentes de Deusto”. Actas de un debate universitario. Diciembre de 2.001. Ed. Universidad de Deusto. Bilbao 2.002, 140 páginas
[7] Albert Camus, “Lettres à un ami alemán” Editorial Gallimard,1945. Hay varias traducciones en castellano. Ciertamente en Tusquets, pero también en otras editoriales. Yo las leí, en francés, en la reedición de Gallimard de 2010, de la que realizó en 1948, con una nueva introducción con añadidos que relato en el cuerpo del presente texto.  
[8] El documento completo, en castellano, puede consultarse aquí. https://es.zenit.org/articles/el-papa-francisco-y-el-gran-iman-de-al-azhar-firma-un-documento-sobre-la-fraternidad-humana/. El documento es largo, demasiado largo, pero realmente excepcional.

[9] Andrea Riccardi: “Les chrétiens et la globalisation”. Conferencia en Los Bernardinos, en Paris, (13/1012) Texto completo en https://media.collegedesbernardins.fr/content/pdf/Recherche/7/chaire-2012-13/2013-10-12-chaire_AR_discours_aux_bernardins.pdf. La traducción es mía.

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