"¿Por qué tanta prisa por
aprobar una Ley de eutanasia que deja tantos puntos pendientes?"
https://www.religiondigital.org/opinion/Javier-Elzo-eutanasia-paliativos-Ley_0_2355664412.html
Javier Elzo: "En situaciones
extremas, la eutanasia y los cuidados paliativos no son tan excluyentes como
parece"
Javier Elzo
4 Julio 2021
"La sedación, con resultado de muerte, es, evidentemente, la última solución, desde una perspectiva que vaya más allá del rigorismo de la Ley y ponga el acento en la humanidad de las personas"
"Limitarse a la eutanasia, es deshumanizar la
sociedad. No respetar a la persona humana, como tal persona. Ese es el error,
por decirlo suave, de la ley aprobada en el Parlamento español"
"Ante una persona que está sufriendo mucho, que
un médico, familiar o allegado decida suministrarle una medicina, aun a
sabiendas de que pueda provocarle la muerte, ¿cómo deslindar, con seguridad, si
se pretende aliviarle (lo más probable) o provocarle la muerte para que no
sufra más?"
"Personalmente, me basta prácticamente el punto
2279 del Catecismo, sin necesidad de hablar de 'homicidio' palabra palabra que
provoca, de entrada, rechazo innecesario al propio Catecismo. En este orden de
cosas me parece mejor deslindar, nítidamente, la eutanasia del suicidio
asistido, cuestión que requiere tratamiento propio"
RD. 04.07.2021 | Javier Elzo
Hace
seis años escribí un artículo que publicó el Grupo Noticias en el País Vasco,
que titulé "¿Derecho a decidir su muerte?". Lo comenzaba así:
"Javier Gafo, un jesuita adelantado a su tiempo, era reconocido hace 30
años como un pionero en cuestiones de bioética. Escribió el año 1990 el
libro Eutanasia y ayuda al suicidio: mis
recuerdos de Ramón Sampedro (Desclée
1999), que ya no encuentro en mi biblioteca. Pero tengo muy presente en la
memoria una conversación con él, poco antes de su fallecimiento en 2001.
Veníamos charlando los dos en mi coche de Bilbao a Donostia. En un momento del
viaje, me dijo que, en determinados casos terminales,
lo único que diferencia la eutanasia activa de la pasiva estaba en la voluntad
del médico o familiar: si aliviar el dolor y el sufrimiento del paciente, o
si darle la muerte, aunque fuera para aliviar su dolor. Era una cuestión de
intencionalidad propia a la persona, ante un mismo acto. La idea me lleva a un
episodio que me relató un amigo próximo, no hace mucho, sobre la muerte de su
madre.
Su
madre falleció joven, como consecuencia de un cáncer, entonces incurable. Lo
últimos días el doctor que la trataba les dio una medicación para aliviar sus
dolores, cada vez más fuertes. Les advirtió que no la suministraran con una
frecuencia menor a cada cuatro horas, pues podrían inducir su muerte. Pero la madre
no podía aguantar los fuertes dolores, y decidieron administrar la medicación
antes del plazo de las cuatro horas,
de modo que falleció poco después. Era evidente que la
intención de la familia era aliviar su dolor, incluso sabiendo que podían
adelantar su fallecimiento, ya irreversible. Conté a mi amigo
la conversación con Javier Gafo y se tranquilizó".
Hay muchos episodios de eutanasia más complejos que el arriba reseñado, por ejemplo, en personas sin pronostico médico de muerte a corto plazo, pero ya sin ánimo vital, con fuertes padecimientos físicos o psíquicos, con una vida en la que solamente sigue siendo vida en su dimensión biológica y, a menudo, sabiendo que causan un enorme esfuerzo y padecimiento entre sus familiares y allegados. Los que ya tenemos edad avanzada conocemos más de un caso.
El
pasado viernes, 25 de junio, entró en vigor la ley de la eutanasia en España.
Una norma controvertida, llamada a marcar un antes y un después en la
legislación sobre los cuidados al final de la vida. Muchos
piensan que esta ley no ha sido debatida suficientemente.
Por ejemplo, Koldo Martinez en el Senado, sin que prosperara su moción.
Sostenía que se había ido demasiado deprisa en su resolución final. El
resultado, según el presidente del Comité de Bioética del Estado español,
Federico Montalvo, es que "hemos perdido una oportunidad de tener una ley
que regule el final de la vida". En su opinión, la ley "no regula el
final de la vida, sino una de las alternativas. Han ido a regular lo concreto y
lo excepcional, porque la eutanasia es algo excepcional". No habrá 'listas
de espera' ni aglomeraciones. Cierto. No obstante, "esta norma plantea
un gran problema sobre qué es la eutanasia y qué no". La eutanasia,
"¿es una decisión principal, una más o la última alternativa cuando todo
ha fallado?", plantea Montalvo, quien sostiene que "en
casos muy extremos uno se puede plantear la sedación", pero
"como una última vía", lo que no se da
en esta ley, que "sitúa lo excepcional en normativo", y plantea
“desafíos a médicos y pacientes".
Apunta
también Montalvo que la ley tiene una cosa buena: "ha situado en cabecera
el debate sobre el final de la vida", quien ve "tres posibles
escenarios" de futuro. "Nos conformarnos con esto; impulsar los
paliativos y que salga una nueva ley, o que esta ley las incorpore y regule
todo el proceso, no sólo una medida excepcional". Porque, añade,
"se puede morir sin sufrimiento, sin eutanasia. Prácticamente
todos los casos se resolverían si hubiera ayuda económica y profesional,
que también ha de hablarse de esto". "Aprovechemos, y aboguemos por
la especialidad de Cuidados Paliativos, por una ley general para el final de la
vida, y por un buen plan de cuidados".
Leyendo estas reflexiones de Federico Montalvo recuerdo una conversación con el gran bioético y catedrático de Historia de la Medicina, Diego Gracia, en la que me decía, hace 15 años, en su paso por Deusto, que apenas había diferencia entre unos buenos cuidados paliativos y la eutanasia. Solo que en el primer caso se intenta ayudar al paciente a vivir sin sufrimiento y en el segundo, se elimina el sufrimiento ayudándole a morir. Pero, en situaciones extremas, no son tan excluyentes como parece, aunque la ley española pone el acento en el acto final y no en el proceso, como sería deseable.
Los
miembros del Grupo de Bioética de UNIJES (Universidades
jesuitas de España, en Granada, Bilbao, Barcelona y Madrid) se pronunciaron
sobre el proyecto de ley de la eutanasia en febrero de este año 2021.
En
su punto 7º señalan que “es necesario dejar las ideologías y acercarse en este
tiempo de pandemia a la brutalidad de lo real, a las verdaderas demandas de la
realidad de más de dos millones de mayores solos, un veinte por ciento
afectados por una depresión, un incremento de los intentos de suicidio, la
realidad oculta del maltrato de cerca de 200.000 mayores, unas ayudas a la
dependencia que no llegan, unas 80.000 personas al año que mueren sin cuidados
paliativos de calidad, unos 30.000 enfermos tetrapléjicos que solicitan al
Estado más ayudas, unos 30.000 enfermos de cáncer mayores de 65 años viven
solos, etc. Hay un peligro de no atender estos verdaderos problemas”. Y
concluyen afirmando que “no es tan fácil morir bien y no se puede reducir a
simplemente elegir un modo y un momento. La proposición de
ley se aprueba en un momento donde la participación de la ciudadanía está muy
limitada por la pandemia y en un contexto de
intereses y alianzas políticas más que de escucha de los que más sufren.
Abogamos por abrir diálogos serenos en este tema desde la realidad y desde los
más vulnerables”. Evidentemente, tampoco les hicieron caso.
Quiero
añadir mi fuerte recomendación a la figura de José
Carlos Bermejo y a la lectura de sus libros. José Carlos es el
director del Centro de
Humanización de la salud que llevan
los religiosos camilos, donde tratan de aliviar, mediante los cuidados
pertinentes, el final de la vida. Es una figura excepcional, como lo son los
religiosos camilos que se consagran a esta labor. Escuché a Bermejo en una Mesa
Redonda online en RD, hablar sobre la eutanasia el pasado 8 de abril. Retuve de
su intervención estas cuatro ideas. 1ª: Antes del momento de la muerte hay un proceso,
y es ese proceso el que hay que atender. 2ª, La
muerte no es un derecho. Es un hecho, al que hay que llegar respetando
profundamente a la persona. 3ª Habitualmente, lo primero
que piensa una persona que pide la eutanasia, es “no quiero sufrir” (el título
de un libro de Bermejo de 2019), “no quiero seguir con este sufrimiento” y 4º,
que algunos no aceptarán, la vida no es patrimonio exclusivo de cada uno.
También compete, en primer lugar, a los más próximos. Y añadió, el principio de
la bioética no es el de la autonomía, sino el de no hacer daño, aliviar los
sufrimientos, cuidar y acompañar a las personas, particularmente a las más
vulnerables.
La sedación, con resultado de muerte, es, evidentemente, la última solución, desde una perspectiva que vaya más allá del rigorismo de la Ley y ponga el acento en la humanidad de las personas. Pero, limitarse a la eutanasia, es deshumanizar la sociedad. No respetar a la persona humana, como tal persona. Ese es el error, por decirlo suave, de la ley aprobada en el Parlamento español. Además, ¿por qué tanta prisa, cuando, además, deja muchos puntos pendientes?
También cabe
hablar de la prisa, y hasta de la precipitación, de algunos obispos que,
a veces, parece que ponen el acento en el acto eutanásico puro. El Catecismo de
la Iglesia Católica que, a veces es esgrimido por algunos obispos, en sus
cuatro puntos, 2276 a 2279, se presta a diferentes acentos. Por un lado, se
excluye, radicalmente, la eutanasia con estas palabras: “una acción o una
omisión que, de suyo o en la intención, provoca la muerte para suprimir el
dolor, constituye un homicidio gravemente contrario a la dignidad de la persona
humana y al respeto del Dios vivo, su Creador. El error de juicio en el que se
puede haber caído de buena fe no cambia la naturaleza de este acto homicida,
que se ha de rechazar y excluir siempre” (yo subrayo).
Pero
en el último punto 2279 leemos que “el uso de
analgésicos para aliviar los sufrimientos del moribundo, incluso con riesgo de
abreviar sus días, puede ser moralmente conforme a la dignidad humana si
la muerte no es pretendida, ni como fin ni como medio, sino solamente prevista
y tolerada como inevitable. Los cuidados paliativos constituyen una forma
privilegiada de la caridad desinteresada. Por esta razón deben ser alentados”
(Yo subrayo).
Al final estamos en el planteamiento de Javier Gafo: la intencionalidad de la acción. Detengámonos un momento a pensar. Ante una persona que está sufriendo mucho, que un médico o un familiar o allegado decida suministrarle una medicina, aun a sabiendas de que pueda provocarle la muerte, ¿cómo deslindar, con seguridad, si se pretende aliviarle (lo más probable) o provocarle la muerte para que no sufra más? Personalmente, me basta prácticamente el punto 2279 del Catecismo, sin necesidad de hablar de “homicidio”, cuya palabra ya provoca, de entrada, rechazo innecesario al propio Catecismo. En este orden de cosas me parece mejor deslindar, nítidamente, la eutanasia del suicidio asistido, cuestión que requiere tratamiento propio.
Por
supuesto, defiendo el documento de últimas voluntades.
De hecho, mi mujer y yo, ya lo hicimos, ante notario, cuando todavía no había
registro en Osakidetza (el sistema de salud vasco). Y en ese documento, cabe
hablar, también, de una salida voluntaria de la vida en determinadas
condiciones y circunstancias.
Quiero
terminar estas líneas mencionando a Andrés Torres
Queiruga, un teólogo que pasó momentos difíciles con la
jerarquía pero que, a los que nos hemos asomado a sus trabajos, nos ha hecho
pensar y profundizar en nuestra fe cristiana, en la confesión católica.
En
un artículo titulado “La
eutanasia, problema humano”, tras varias
reflexiones de fondo, se pregunta: “¿Cuál es, entonces, el papel de la religión
en este problema? Creo que nada más, pero también nada menos, que centrarse en
su rol específico. Aclararé esto con un ejemplo. Cuando, al hablar del tema en
el número 106 de la revista Encrucillada afirmé: "lo
que es bueno para Ramón Sampedro, es bueno para Dios", dije algo que es
evangélicamente axiomático, pero que escandalizó a muchos. A un amigo que me lo
reprochaba, reflejando un parecer oficial, le respondí: ¿Acaso lo que es bueno
para ti no es bueno para tu madre? Si algo nos enseñó
Jesús de Nazaret, consiste justamente en que lo único que Dios busca es el bien
de sus criaturas, nuestro bien. El problema está
en que, por respeto y para no anular nuestra autonomía, tiene que dejarnos a
nosotros la tarea de encontrar el camino y la decisión de seguirlo”.
Y añadió, concluyendo así su artículo: “En un pasado premoderno era comprensible que la Iglesia pensara que todo estaba ya dictado en la Biblia y que por tanto disponía a priori de respuestas para cualquier caso nuevo. Hoy comprendemos que, con el Evangelio en la mano, su papel auténtico consiste, por un lado, en llamar y urgir al cumplimiento de las normas que todos descubramos como las mejores; por otro, y sobre todo, en infundir confianza, anunciando la seguridad de un Dios Abbá, "padre-madre", que envuelve nuestra vida con un amor más poderoso que la muerte, capaz de salvarnos y plenificarnos con una esperanza contra toda esperanza”.
Guardé
su artículo en mi archivo, sin imaginar que, un mes después, día por día, me
reconfortaría en un momento límite de mi vida, cuando me abandoné en la
confianza de un Dios, a quien su hijo, Jesús de Nazaret, llamaba Abbá. Era la
confianza y tranquilidad de abandonarse en infinitamente buenas manos.
Javier Elzo
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