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martes, 1 de septiembre de 2020

El miedo y los miedos. Mi conferencia en los Cursos de Verano 2020

  

El miedo y los miedos.

 

Texto para la intervención de Javier Elzo en los Cursos de Verano de la UPV/EHU del 28 de agosto de 2020, en el Curso “Los Miedos” dirigido por Javier Urra.

 

 

 

El miedo es inherente a nuestra naturaleza. El miedo forma parte de la condición humana. A priori tiene mala prensa. Cuando pensamos o decimos de una persona que es miedosa no le hacemos un halago. Sí, por el contrario, cuando pensamos de ella que es una persona valiente. Sin embargo, el miedo tiene una funcionalidad clave, fundamental en la vida humana, que reside en movilizarnos física y psíquicamente, disponiéndonos así a luchar contra los peligros. Posiblemente la persona que, en el campo de la historia, más ha trabajado el tema del miedo (en la psicología, antropología y psiquiatría hay otros muchos excelentes) es el gran historiador Jean Delumeau, uno de los escasos doctores “honoris causa” de la Universidad de Deusto, fallecido en enero de este año 2020 con cerca de 97 años de edad. De su ingente obra, los estudiosos destacan un voluminoso libro que publicó el año 1978 titulado “La peur en Occident”[1]. Lo leí en su tiempo y lo tengo perdido. Pero en 2015, creo que su último libro, con un título engañoso, “L´avenir de Dieu”, pues solamente al final aborda la cuestión religiosa, lleva a cabo una recopilación de sus principales trabajos pensando en el siglo XXI. He vuelto a este libro para escribir estas líneas y lo uso de base, junto al extraordinario libro, ya un clásico del ensayo en el planeta, “The Fear of Freedom” [2]de Erich Fromm, para este Curso de verano de la UPV/EHU.

 

Jean Delumeau, en una conferencia que pronunció en Abou Dabi en 2010, resalto lo que muchos estudiosos, particularmente antropólogos, han señalado: que “sin el miedo ninguna especie hubiera sobrevivido”. El miedo nos obliga a medir nuestras fuerzas, a adoptar medidas razonables de precaución y prevención ante un peligro. Pero, añade Delumeau, que, si el miedo sobrepasa lo razonablemente soportable, se convierte en algo patológico, crea bloqueos y puede provocar una descomposición de la persona. Incluso, se puede morir de miedo. Morir, no solamente en la concepción meramente biológica de la vida, sino morir socialmente, psicológicamente, laboralmente. El gran novelista, creador del Comisario Maigret, George Simenon, dejó escrito que el miedo es un enemigo más peligroso que todos los demás. Puede, por la instauración de la enfermedad del escrúpulo, dar paso a un alma atormentada que le conduzca a una involución psicológica y social, hasta convertirse en una persona retraída, timorata, desconfiada, paralizada.

 

La regresión hacia el miedo paralizante es un peligro que acecha en el ámbito de lo político (ante una dictadura o ante el terrorismo, primos hermanos entre sí) o religioso (así en la cristiandad, particular, pero no exclusivamente, con la Inquisición, y actualmente con el islamismo fundamentalista. No se es libre en muchos países del islam). También, lo comprobamos ahora con la pandemia del Covid 19, en la salud y en la economía.

 

En mi intervención voy privilegiar en las causas y consecuencia del miedo, en su dimensión socio-política, dejando a un lado, al menos parcialmente, la dimensión psicológica, que la abordarán otros intervinientes de este Curso, y con mucha más autoridad que yo. 

 

Jean Delumeau. “El miedo en Occidente”. Taurus 2012 (agotado)

 

Presento un breve resumen de tres conclusiones de sus estudios sobre el miedo en Occidente, con algún comentario personal.

 

Primero: un miedo rara vez aparece de forma aislada y cuándo se produce una situación de miedo normalmente tiende a extenderse creando lo que ha denominado Delumeau un “tren de miedo” un clima de inseguridad, de malestar, de temor en todo un conjunto de la población. En la actualidad, al miedo provocado por el Covid 19, le ha seguido el miedo a perder los puestos de trabajo, a la recesión económica (ya una realidad), el miedo a llevar a los hijos a la escuela, el miedo a reunirse entre amigos…

En segundo lugar. Delumeau exige una relectura del Renacimiento. La acumulación de agresiones que tienen lugar en la población entre 1350 hasta la mitad del siglo 17 lo etiqueta como la situación de “unos países del miedo”. Basta mirar la obsesión por la muerte que se convierte en algo omnipresente en las imágenes y en los textos de los europeos de los comienzos de los tiempos modernos. “El triunfo de la muerte de Brueghel”, los Ensayos de Montaigne, “El Apocalipsis” de Durero, la predilección de Leonardo da Vinci por el tema del diluvio, “El Juicio Final” de Miguel Ángel, las guerras de religión y la obsesión por la brujería que culmina no en la Edad Media sino en la Edad Moderna. Precisamente, en relación con la palabra humanismo, se puede considerar, por ejemplo, que Maquiavelo era un humanista, gran conocedor de la historia antigua y gran lector de Tito Livio, pero no se puede decir que Maquiavelo fuera un optimista: su juicio sobre el hombre es de los más severos que se puede encontrar en la literatura europea del Renacimiento. Numerosos textos de la época, dan una imagen pesimista del hombre una imagen que Delumeau denomina agustiniana. La palabra Renacimiento tiene el inconveniente de ocultar el hecho de que los contemporáneos de Francisco 1º y de Carlos Quinto no creían en absoluto en un progreso moral de la humanidad, esperanza que habitará después en los filósofos de las luces y en los positivistas del siglo 19 y del comienzo del siglo 20. Luego el miedo va por rachas, como ya se ha dicho en la primera constatación. Va por momentos, hay subidas y bajadas en el miedo. En la actualidad, yo diría que vivimos en una racha, en un periodo de aumento de miedo. En la sociedad de nuestros días hay mucho más miedo de la que había hace 30 o 40 años.

La tercera constatación a la que apunta Delumeau es que, en la Europa occidental y central de los comienzos de los tiempos modernos, ciertos miedos de la élite fueron más fuertes que los miedos de las masas. Así en los miedos que tienen relación con el mundo de la brujería que preocupaba mucho más a los jueces, a los que eclesiásticos, a las autoridades que a las propias masas que en definitiva de alguna manera se ríen con algunos cuentos de brujas y eso lo podemos ver en muchos cuentos infantiles que yo los veo con mis nietos en los que la bruja, los brujos, aparecen con un aspecto de comicidad que no lo tenía sin embargo en la era de la cristiandad pues aparecían como aliados al demonio, luego contrarios a Dios, sustentador del poder. Todavía quedan restos de esta concepción, afortunadamente ya menores (excepto en algunas novelas) en la sociedad de nuestros días.

Ya en nuestros días, después de la Guerra Fría y de la implosión del imperio soviético empezábamos a creer que la humanidad iba a dirigirse hacia una era de tranquilidad. Sin embargo, en la actualidad, estamos confrontados a una realidad bien diferente caracterizada por una conjunción de peligros, a menudo sin relación los unos con los otros, pero que, al aparecer conjuntamente, recrean un tren de miedo bastante comparable a lo que evocaba Delumeau de los comienzos de la modernidad europea.

Los atentados del 11 de septiembre de 2001 y, más recientemente, todos los atentados terroristas que han tenido lugar en Madrid, en París, en Londres etcétera, nos han introducido en un nuevo periodo de la historia. Al miedo de un terrorismo capaz de intervenir por todo el mundo se añaden en adelante una serie de peligros que, aunque no están ligados entre si, producen la actual sensación de miedo, de malestar: el agotamiento más o menos próximo del petróleo, la penuria de agua por exceso de deforestación, las amenazas de hambre para la parte más pobre de la humanidad, el aumento de las desigualdades sociales, el recalentamiento climático del que ya no cabe dudar más, y ahora, en nuestra más rigurosa actualidad, la pandemia del Covid 19.

Con este decorado de fondo comienza a desarrollarse, al menos en Occidente, una situación ansiógena. Además, la tendencia de los medios de comunicación de detenerse y magnificar lo negativo, hasta extremos irritantes, no ayuda en nada, bien al contrario, en la generación de la actual, en afianzar una situación de ansiedad y miedo que ya está firmemente instalada en nuestra sociedad. Basta ver un telediario para comprobarlo. El detalle morboso de todos los episodios y brotes del coronavirus es una muestra de ello, que espero que algún experto lo analice en profundidad más pronto que tarde. 

 

El miedo lleva aparejado muchas veces un sentimiento de agresividad. Ante el miedo tenemos tendencia a responder con agresividad. Por otra parte, las personas que han padecido miedo, que han tenido miedo, que han vivido con miedo, pueden engendrar asimismo el odio y el miedo. De ahí la necesidad de un intento de objetivación de por qué determinadas personas o colectivos sienten odio hacia otras personas o colectivos. Los psiquiatras, dice Delumeau, trabajan mucho el tema de los niños que han padecido en la infancia situaciones de malos tratos, agresiones, inseguridades, abandonos etc., con consecuencias de miedo.

En la actualidad, nuestra civilización es capaz de realizar proezas técnicas extraordinarias. Sin embargo, se siente frágil, amenazada y a menudo sin porvenir. Nuestra sociedad pretender superar sus miedos haciéndolos propios por medio de los dibujos animados, los comics con figuras monstruosas, ciborgs y robots espeluznantes, las imágenes de síntesis electrónica, la televisión e internet, que inundan las mentes de representaciones mórbidas, sangrantes y anormales y que multiplican el espectáculo ya negro de lo cotidiano. Es el efecto de los medios de comunicación, es el efecto de la televisión, de muchas películas de terror, de monstruos, de miedo de cosas que, en principio, echan para atrás, pero que, por lo visto, suscitan el interés de tanta gente.


Consultando las crónicas que relatan las ejecuciones capitales, que eran públicas hasta una fecha relativamente próxima, no deja duda alguna sobre la dimensión sado-masoquista de las masas que venían a asistir al espectáculo. Es quizás la misma motivación que inspira hoy todavía a muchos telespectadores, confortablemente sentados en un sillón, mirando películas de horror y del suplicio ante las torturas.

 

Erich Fromm El miedo a la libertad (1941)

 

En la lectura del libro de Fromm subyace la pregunta de si el hombre, (el hombre y la mujer) son lo suficientemente fuertes para soportar la libertad, si pueden afrontar los peligros y la responsabilidad que conlleva el hecho de ser libre y tener que decidir. Erich Fromm, a través de su análisis de los orígenes psicoanalíticos del totalitarismo, plantea los problemas que dan forma a la sociedad moderna. El hombre moderno, liberado de las ataduras de la sociedad primitiva (a veces por primitiva entendía la de la Edad media), que lo limitaba, pero lo tranquilizaba, aún no ha conquistado plenamente su independencia. La libertad le provoca un sentimiento de aislamiento que a su vez genera inseguridad y ansiedad. Luego, establece mecanismos de escape: autoritarismo, destructividad o un conformismo autómata. Es preciso añadir que la explicación psicoanalítica que hace Fromm de Freud no es aceptada, en la actualidad por muchos psicólogos sociales y psiquiatras. De ahí que no sea tan citado como lo fue en las décadas posteriores a su publicación, el año 1941, en EE. UU, donde residía.

 

Eric Fromm, que era judío, critica en un capítulo central de su libro, las tesis de la predestinación de Calvino y tiene una imagen más positiva del catolicismo de la Edad media, en contra del pensamiento de la Ilustración, pues ofrecía una seguridad a la persona y un reconocimiento natural de la autoridad. En parte por esto Fromm también, no es muy aceptado en ciertos círculos.

 

Escribe Fromm al comienzo de su libro (p.27) que “hemos debido reconocer que millones de personas, en Alemania, estaban tan ansiosas de entregar su libertad como sus padres lo estuvieron de combatir por ella”.

 

La tesis central de Fromm es que “el hombre, cuanto más gana en libertad, en el sentido de su emergencia de la primitiva unidad indistinta con los demás y la naturaleza, y cuanto más se transforma en individuo, tanto más se ve en la disyuntiva de unirse al mundo en la espontaneidad del amor y del trabajo creador o bien de buscar forma de seguridad que acuda a vínculos tales que destruirán su libertad y la integridad de su yo individual” (Ibid. 42) A medida que el niño comienza a cortar los vínculos primarios, mayor es su propensión a la autonomía y la independencia [3]. Pero si una vez rotos los vínculos primarios que daban seguridad, el sujeto no puede resolver los problemas que acarrea el abandono del útero materno, caerá en una necesidad de sumisión caracterizada por un constante sentimiento de inseguridad y hostilidad. Por medio de la sumisión[4] el sujeto intenta evitar la angustia a ser excluido.

 

Fromm estudia “un miedo” que se torna asfixiante para la libertad del hombre político. El autoritarismo tiene un fundamento en el miedo a ser libre, a ejercer la libertad y la angustia que deriva luego de la indecisión. Con un análisis convincente de los regímenes totalitarios fascistas, pero también capitalistas (Fromm se refiere a la sociedad norteamericana donde reside), abre la puerta para una nueva interpretación. El hombre se debate sobre dos tendencias, una al amor a la vida y la otra a la destrucción (necrofilia). Si bien el autor sigue en parte la perspectiva hobbesiana sobre “la guerra de todos contra todos” introduce nuevos elementos en el análisis como la angustia ante la predestinación que conlleva la idea de una sobreexcitación y constante movimiento propio del calvinismo y el luteranismo en el sentido weberiano. Esta tendencia es la base psico-social para el advenimiento del capitalismo moderno, siguiendo las tesis de Weber[5]. El autor ve en el mito judeo-cristiano de Adam y Eva un principio de la libertad y la posterior caída en la sumisión y angustia

 

La angustia, en este contexto, es una derivada del ejercicio de la propia libertad. Del desamparo que implica valerse por los propios medios. Desde esta perspectiva, el hombre adquiere la necesidad de someter al prójimo, y éste de renunciar a su libertad para ganar mayor seguridad. Básicamente, este ha sido el eje teórico que se encuentra a lo largo de todo el desarrollo del texto, incluyendo a la cultura de consumo capitalista estadounidense, a veces tomada como exponente de libertad. Fromm, en este sentido, se presenta sumamente crítico con respecto a la enajenación de la cultura consumista americana.

 

Si seguimos este razonamiento, ello explicaría el auge y caída del Tercer Reich alemán, las revoluciones de los Ayatola en Irán, y el surgimiento del fundamentalismo musulmán y protestante en los albores del siglo XXI.

 

El miedo al Covid 19

 

Todos hemos visto, leído, o escuchado estos días pasados en los medios de comunicación social, así como en conversaciones entre amigos o con familiares, cómo en las localidades pequeñas o en bastantes localidades pequeñas tienen miedo a la afluencia de personas que vayan allí a disfrutar sea de unas playas de segunda residencia o de unas bodegas (en Rioja) por miedo precisamente al contagio. Hay en efecto pequeñas localidades en Euskadi tanto en Guipúzcoa como en Vizcaya o en La Rioja Alavesa que se han librado del Covid 19 y que estuvieron “bastante contentos” con el confinamiento en su propio domicilio, porque se han sentido seguros sin la afluencia de personas de las localidades de más de 10.000 habitantes, con el riesgo de contagio que conlleva la aglomeración. Y aglomeración en estos tiempos equivale a diez o quince personas, según fases y países.

 

Y, ¿cuántos padres no son reticentes a enviar a sus hijos a la escuela, por temor al contagio? Y no solamente los padres, sino también los profesores, algunos sindicatos de la enseñanza y sindicatos en general. Lo hemos visto en nuestro propio entorno, y en la prensa hemos leído o visionada que, en otras partes, en España, Francia, en algunos países nórdicos etc., hay muchos padres reticentes a enviar a sus hijos al colegio. Y ello pese a las medidas extraordinarias (que solamente los países ricos se pueden permitir) de rotar los niños (ya de cierta edad) para que puedan ir al colegio dos días a la semana, e instalarlos en aulas de diez alumnos con dos profesores o cuidadores. Es lo que sucede en algunos lugares de Francia. Puedo dar fe de ello.

Otra experiencia que la he percibido en conversaciones de amigos y de familiares, es la de algunos niños pequeños, de cinco, seis o siete años, que son reticentes a abrazar a sus propios abuelos, incluso en fases avanzadas de desescalada. Mas aun de retroceso, como vivimos estas semanas.

 

El 29 de mayo pasado se publicó un estudio realizado en EE. UU por una empresa (Performance Research, en partenariado con Full Circle Research Co.) dedicado a la estadística de eventos deportivos y culturales (teatro, conciertos, operas, musicales en general) en el que se refleja la reticencia del público a volver a espectáculos masivos, y que un alto porcentaje se inclina por el streaming desde casa y más de la mitad de los encuestados manifiestan su miedo al contagio y a un posible rebrote del Covid 19 hasta que el coronavirus deje de ser una amenaza.

La encuesta concluye que un 70% preferiría ver un evento por streaming desde casa antes que ir al teatro. Además, aunque las autoridades den el visto bueno a la celebración de espectáculos con aforo reducido e informen del escaso riesgo de contagio si se adoptan las medidas de seguridad, un 60% de los encuestados afirma sentirse inseguro.

En Estados Unidos, Broadway anunció que cancela todos sus espectáculos hasta el 6 de septiembre, aunque se rumorea que permanecerán así hasta que comienza 2021. Lo mismo para grandes teatros de ópera como el Metropolitan de Nueva York o la Ópera de Los Ángeles, o la de Chicago. En Europa, sucede lo mismo, y las experiencias llevadas a cabo, con un aforo muy limitado, escasos músicos en escena, sin coros, y el público asistente con mascarilla no invita, en efecto, a acudir a tales eventos. Cierto que, en este caso, además del miedo al contagio (muy real, sin duda alguna) se alía la incomodidad de disfrutar de un espectáculo musical de hora y media con una mascarilla.

En este punto creo que hay que hacer una reflexión sobre la comunicación en tiempos de pandemia. No quiero ofender a los profesionales de las televisiones, pero hace semanas que me cuesta mucho ver los telediarios en particular y gran parte de los programas de la TV, convertidos en documentales sobre la pandemia rivalizando en sus contenidos en imágenes lacrimógenos, lo más tremebundas posibles y en un cúmulo de recomendaciones de lo que hay que hacer y no hacer, de lo prohibido y de lo permitido, con mil y una precauciones. Hace años que se han convertido en sermones laicos de lo políticamente correcto. Ahora con el Covid 19, me han recordado a los sermones religiosos de mi infancia, especialmente las denominadas " Misiones" en las que nos metían el miedo en el cuerpo con el infierno y nos aconsejaban cómo comportarnos para eludirlo. Creo que las televisiones con el monotema tremendista del Covid 19 habrán conseguido, ciertamente meter miedo, muy posiblemente en más de un caso frenar algunos contagios, pero yo no echaría en saco roto, el efecto rebote del hartazgo. En algunos casos, como el mío,  que deje de informarme por la tv (harto del Covid 19) y lo haga por la prensa escrita, en papel u online (El motivo no es que sus informaciones sean más fidedignas, ecuánimes y mesuradas que las de la tv, sino en el hecho de que mientras en la TV y en la radio, el emisor ordena y decide qué emitir, y quien visiona o escucha es mera figura pasiva, en la prensa escrita, el que decide qué leer es el lector, figura activa. Y no digamos internet con la posibilidad de intercambiar opiniones en clúster de amigos, luego con nombre y apellidos, no con anónimos, la gran lacra de la comunicación actual. Pero este tema requiere tratamiento propio y aquí lo dejo)  

 

El movimiento “cancelación de la cultura” (julio 2020)

El nueve de julio pasado la revista norteamericana Harper’s publicó una carta suscrita por más de un centenar de escritores, pensadores, artistas y periodistas en la que critican la intolerancia y la vocación censora a los discursos contrarios a lo “políticamente correcto” que se extiende en centros docentes, universidades, revistas y editoriales; igualmente critica la instauración de una “cultura de la cancelación” (Cancel Culture) que promueve escraches y acoso online a personas públicas. El texto subraya la condena al ostracismo y a perder su trabajo a lo que están expuesto los que combaten los discursos dominantes, especialmente al pronunciarse sobre temas identitarios de raza o género. Firman, entre otros, muchos tenido por personalidades de izquierda como Noam Chomsky, Salman RusdhieMartin AmisMargaret Atwood, Steve PinkerWynton Marsalys, etc.

Este texto tuvo amplia repercusión, no solamente en EE. UU sino también en Europa. En España 150 intelectuales apoyaron la carta con un texto, publicado el 21 de julio, del que reproduzco aquí los tres primeros párrafos.

“Somos de la opinión que la carta remitida a HARPER’S por escritores e intelectuales de diversas procedencias y tendencias políticas, dentro de una corriente liberal, progresista y democrática, contiene un mensaje importante.

 

Queremos dejar claro que nos sumamos a los movimientos que luchan no solo en Estados Unidos sino globalmente contra lacras de la sociedad como son el sexismo, el racismo o el menosprecio al inmigrante, pero manifestamos asimismo nuestra preocupación por el uso perverso de causas justas para estigmatizar a personas que no son sexistas o xenófobas o, más en general, para introducir la censura, la cancelación y el rechazo del pensamiento libre, independiente, y ajeno a una corrección política intransigente. Desafortunadamente, en la última década hemos asistido a la irrupción de unas corrientes ideológicas, supuestamente progresistas, que se caracterizan por una radicalidad, y que apela a tales causas para justificar actitudes y comportamientos que consideramos inaceptables.

 

Así, lamentamos que se hayan producido represalias en los medios de comunicación contra intelectuales y periodistas que han criticado los abusos oportunistas del #MeToo o del anti esclavismo new age; represalias que se han hecho también patentes en nuestro país mediante maniobras discretas o ruidosas de ostracismo y olvido contra pensadores libres tildados injustamente de machistas o racistas y maltratados en los medios, cuando no linchados en las redes. De todo ello (despidos, cancelación de congresos, boicot a profesionales) tienen especial responsabilidad líderes empresariales, representantes institucionales, editores y responsables de redacción, temerosos de la repercusión negativa que para ellos pudieran tener las opiniones discrepantes con los planteamientos hegemónicos en ciertos sectores.

 

Entre los firmantes del documento hay nombres muy relevantes de la prensa española, como Juan Luis Cebrián, Nacho Cardero, Arcadi Espada, Juan Cruz, Diego A. Manrique o Jorge Bustos. Y la lista también incluye al Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, el poeta Luis Alberto de Cuenca o el músico Sabino Méndez, así como otros profesionales de ámbitos tan variados como la ciencia, la abogacía, la empresa o la ingeniería.

 

Cerrando

 

Concluyo esta conferencia recordando un par de ideas de la que pronuncié hace un año, casi día a día, el 29 de agosto de 2019, en el marco de otro Curso de Verano de la UPV/EHU, en Donostia San Sebastián, “Hablemos de lo esencial”, curso también dirigido por mi buen amigo Javier Urra. Titulé la conferencia así: “El valor fraternidad, como base para una ética universal”.

Hay algunos miedos que son consecuencia de lo imprevisto: un bichito en un animal que infecta al ser humano con gran capacidad de transmisión. Esto exige, como nos recuerda incansablemente Edgar Morir, que debemos aprender a vivir en lo imprevisto. Que no todo se puede prever. Pero algunas cosas sí se pueden prever, incluso algunas consecuencias de lo imprevisto.  Allá donde la acción humana ha actuado incorrectamente.

Demos la palabra a Edgar Morin: “En mi opinión, las deficiencias en la forma de pensar, particularmente pensar la complejidad, junto con el dominio indiscutible de una sed desenfrenada de lucro, son responsables de innumerables desastres humanos, incluidos los que se han producido desde febrero de 2020. Una vez más, estamos en lo desconocido, todo progresa por ensayo y error, así como por innovaciones desviadas (de lo tenido por correcto) inicialmente mal entendidas y rechazadas. Esta es la aventura terapéutica contra los virus. Las curaciones pueden aparecer donde no se esperaban. (…) La ciencia está devastada por la hiper-especialización, que es el cierre y compartimentación del conocimiento especializado en lugar de su comunicación”[6].

 

En resumen, hay un doble fenómeno de lucro y miedo a la innovación, un encerrarse en su propia capilla que conduce al miedo, al individualismo, a la soledad.

 

Pues bien, decía, cerrando mi conferencia del año pasado decía, entre otras cosas estas:

 

. La fraternidad no acepta exclusiones. Todos somos hermanos. Incluso en situaciones extremas (recordaba la 4ª Carta de Albert Camus a un amigo alemán en julio de 1944) Todos somos diferentes, pero todos somos hermanos. Más allá de la sangre, del color de la piel, del sexo de cada uno, de la orientación sexual, etc., etc.

 

. Por eso la fraternidad va más allá de nacionalidades, de opciones políticas, de religiones o laicismos, aunque las respeta todas con la única condición de que no se consideren exclusivas, las únicas verdaderas. Que no tratan de imponerse y generan miedo. Recordaba, hace un año, el encuentro del papa Francisco y el Gran Imam de Abu Dabi en 2019. Hoy quiero traer aquí una idea clave de Hannah Arendt. Cuando en su trabajo sobre los orígenes del totalitarismo propugna el “amor mundi”, lo que le supuso le enemistad de algunos de sus amigos judíos porque no singularizó al pueblo judío como víctima del holocausto.  (Cito de memoria. He perdido la referencia)

 

. La fraternidad rechaza el relativismo del todo vale, así como el absolutismo de la única verdad, la mía. Propugna la relatividad propia a la condición humana, siempre en construcción, siempre en reforma, siempre en cuestión, siempre entre paréntesis.

 

. Pero hay una exigencia universal: la fraternidad exige reconocer al otro y salir de sí mismo. Es lo más difícil: poner al otro, o mejor, la relación “yo”- “tu” en el centro de la vida. No solamente la persona, como tal persona, sino la relación entre las personas, sabiendo que la construcción del yo exige perentoriamente al otro. No hay construcción autárquica. Menos aún el individualismo. Y recordaba en 2019 a Jorge Semprún. Cómo superaba el miedo en el campo de concentración de Buchenwald por la fraternidad ante la muerte. Y quiero mencionar ahora los nombres de Mandela, Gandhi, Buda y Jesucristo.

 

. El individualismo reinante en nuestros días, aliado al anonimato en las redes sociales e, increíblemente, también en los comentarios en los medios de comunicación tradicionales, nos llevan a la denigración de las personas y al linchamiento digital. El individualismo y el anonimato son dos de las mayores lacras de nuestra sociedad que impide que aflore, no solamente la fraternidad sino el mero dialogo. No se puede dialogar con quien no se conoce y ocultándose en el disfraz de un pseudónimo. De ahí al miedo al otro hay un paso que muchos han dado. (JE)  

 

. En fin, para concluir, afirmo que por eso me gusta la imagen del puente, de la fraternidad como puente que religa diferentes. Los muros generan miedos, separación, ignorancia; los puentes fraternidad, convivencia, convivialidad. Son un excelente antídoto al miedo (Recordaba hace un año a una investigadora de Quebec y nuestros trabajos “Los puentes de Deusto 1 y 2”, publicados en la Universidad de Deusto los años en 2000 y en 2001).

 

Donostia San Sebastián, 26 de agosto de 2020

Javier Elzo

Catedrático Emérito de Sociología. Universidad de Deusto.



[1] Edición en castellano, Jean Delumeau. “El miedo en Occidente”. Taurus 2012, 600 páginas

 

[2] Edición en castellano, Erich Fromm, “El miedo a la libertad”, Paidós 2004, 288 páginas

 

[3] Sigo en este punto el trabajo de Korstanje, Maximiliano E. Reseña de "El Miedo a la Libertad" de Erich Fromm Nómadas. Critical Journal of Social and Juridical Sciences, vol. 24, núm. 4, juliodiciembre, 2009 Euro-Mediterranean University Institute Roma, Italia

 

[4] Imposible no referenciar aquí la novela de Michel Houellebecq, “Sumisión”, Anagrama 2019.

 

[5] La tesis de Max Weber sobre el desencantamiento del mundo moderno en Occidente, que dio paso a la racionalidad tanto en lo económico como en lo político, es puesta en cuestión por un trabajo, de todo punto excepcional, del sociólogo alemán Hans Joas, en su libro, en traducción francesa, Les pouvoirs du sacré. Une alternative au récit du désenchantement ” Seuil 2020, 439 p. (de las que 102 p. de notas, indice de nombres y bibliografía). Es traducción del original en alemán “Die Macht des Heiligen: Eine Alternative zur Geschichte von der Entzauberung

[6] De una larga entrevista en “Le Monde” el 19 de abril de 2020

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