Texto
preparado para la rueda de prensa del CD “Les Introuvables” de Liszt, interpretado
por Josu Okiñena. (Sony 2020)
¿Que pintó yo aquí entre dos investigadores
musicales y uno de ellos además interprete pianista, Josu Okiñena?. Además de
lo que se puede leer en la nota para esta Rueda de prensa de su labor de
investigador, que no voy a repetir aquí, quiero señalar que Josu editó en el
Center for Basque Studies de Reno “The History of the Basque Music” en 2019.
Recuerdo en qué apuros me puso cuando me preguntó cómo definiría yo lo que significa
música vasca. Al poco que empezar a decirle lo que vino a la cabeza, me di
cuenta que él sabía mucho más que yo sobre el tema y me preguntaba por qué me
preguntaba a mi lo que él conocía mucho mejor que yo. Hoy me pasa lo mismo
hablando de su último disco sobre Liszt.
Soy un mero melómano. Cierto que adicto a la música.
Es una de mis drogas confesables. No puedo vivir sin música. La música, como la
experiencia espiritual, es el ámbito que supera la palabra, allá donde no llega
la palabra. Más aún, no hay palabras que expresen correctamente la experiencia
musical. Yo no encuentro palabras para describir mis vivencias sensoriales,
emocionales, anímicas e intelectuales que me ha producido la escucha del CD de
Liszt de Josu que hoy nos reúne aquí. Lo que voy a decir, más adelante, no pasa
de meras aproximaciones.
Pero, dejemos eso para el final de mi breve
intervención.
Melómano si soy, pero Liszt no participa del
panteón de mis preferencias musicales. Mi relación con la música de Liszt es
muy compleja. Recordarás, Juan Ángel, cuando escribí, por invitación tuya,
aquello de Bruckner “una pasión tardía”. Esto de hoy no se corresponde con
aquello de Bruckner. Bien al contrario, mi pasión por Liszt empezó en mi
primera adolescencia. Permitidme que lo evoque.
Yo debía tener 10, 11 o 12 años y fue en Radio Segura
una emisora fundada por un sacerdote con turbo, Cesáreo Elgarresta. Radio Segura
todavía se escucha en las cercanías de Segura: Beasain, Ordizia, Zegama
etcétera. En la emisora viví una de las dos fuentes en la que nació mi pasión
por la música. Había dos obras musicales que me impactaron: la Quinta sinfonía
de Beethoven y la Rapsodia húngara nº 2 de Franz Liszt. Cómo yo era muy
habitual en Radio Segura, y bastante desvergonzado (lo que explica que hoy esté
aquí) incluso me permitieron tener un pequeño programa musical en el que emitía
una y otra vez la Rapsodia húngara número 2 de Liszt. También un programa de
noticias qué, fijaos que originalidad, comenzaba con las primeras cuatro notas
de la Quinta de Beethoven. Daba la noticia, volvían a sonar las cuatro primeras
notas de la Quinta y seguía con otra noticia etc., etc. Pero fue la rapsodia
húngara número 2 de Liszt la que me produjo un impacto impresionante. Era una
versión orquestada. Después escuché las versiones en piano. Me acuerdo de las
versiones eléctricas de Cziffra. Además de la 2, la 6 y la 9, el Carnaval de
Pest, han conformado algunos de los grandes momentos de mi experiencia musical juvenil
con Liszt.
Si, empezó en la adolescencia y fue como un arrebolamiento
con sus rapsodias húngaras, el inicio del concierto para piano número 1, los
Preludios, etc. No puedo olvidar una película en la que un niño con pantalones
cortos, Roberto Benzi, interpretaba los Preludios de Liszt. ¡Cómo me proyectaba
yo, adolescente entonces, imaginándome a mí mismo como un director que fuera
capaz de dirigir como Roberto Benzi los preludios de Liszt y las quintas de
Beethoven! Si es una de las frustraciones vitales mías más profundas nunca
haber podido dirigir una orquesta.
Ese arrebolamiento adolescente incrusto en mí
una concepción de un Liszt siempre grandioso, superficial, grandilocuente. Con
esa imagen me fui quedando hasta que escuché por primera vez su inmensa Sonata
en sí. Obra exigente, como las del CD de Josu Okiñena, y me di cuenta de que
algo de Liszt se me estaba escapando. Pero hizo falta que llegará a los “Años
de peregrinaje” para que descubriera otro Liszt completamente distinto.
No creo correcto, si se me permite, distinguir
un Liszt de la vejez radicalmente distinto al de los años jóvenes. Radicalmente
distinto, he escrito. Cuando uno se acerca a los tres libros de “Los años de
peregrinaje” descubre que frente a obras explosivas encontramos otras de una
intimidad que es lo que domina el disco “Les introuvables” de Josu. Incluso en
una misma partitura vemos al Liszt que alterna la afirmación sonora con la
meditación más profunda. Voy a dar ejemplo de la última partitura del primer ciclo,
el de Suiza, “Las campanas de Ginebra. Nocturno” en la primera versión de la
obra compuesto en los años 1835-1836. Una meditación que, en la parte central
trata de “volar” pero que Liszt rápidamente lo devuelve a la meditación
intimista, hasta la conclusión de la obra.
Otro
ejemplo: “Sunt lacrimae rerum”. Es la anteúltima pieza del tercer libro,
dedicada a Hans von Bulow el primer marido de su hija Cósima, compuesta en
1872. “One of Liszt's most profound and desolate pieces,
after which only silence seems in order” como he leído en un comentarista
anónimo y hago mía. Por cierto, el tercer
libro se abre con Oración a los Ángeles Guardianes (dedicada
a su nieta Daniela von Bülow, primera hija de Hans von Bülow y Cósima Liszt.
Las relaciones de Liszt con Wagner son un pozo sin fondo. La corresponden entre
ambos, reeditada por Gallimard en 2007 tiene 1344 páginas. Wagner se casaría
con la hija de Liszt, Cósima, quién tras la muerte de los dos, defendería con
uñas y dientes el Festival de Bayreuth hasta pocos años antes de su muerte. Está
enterrada al lado de Wagner, en su Haus Wahnfried. Pasando la carretera, al
lado, está la casa de Franz Liszt. Guardo un recuerdo imborrable de cuando la
visité.
Pero, ya es hora de detenerse en el ultimo CD de Josu que nos reúne aquí
hoy. Cuando me envió el disco le contesté, un par de días, después con estas
palabras:
Querido Josu:
Mil gracias por enviarme tu disco “Les Introuvables”
de Liszt. Ayer escuché una parte. Hoy su totalidad.
Es una música, en lo que valga mi opinión de mero
melómano, muy bien interpretada, al par que exigente. No hay floritura alguna
en ninguna de las 11 obras.
Creo que es un disco del que escuchar, cada vez, dos,
tres o cuatro obras como máximo. La profundidad de la música- yo no hubiera
dicho que es Liszt, pese a haberme deleitado con sus Años de peregrinación
"- y el tono pausado, meditado, austero, de tu interpretación, exigen una
atención sin distracciones.
Incluso el décimo, "En la fiesta de la
transfiguración de nuestro señor Jesus Cristo", no tiene nada de festivo.
Es una fiesta de la transfiguración vista por un monje trapense.
Este disco abre la puerta a un texto largo sobre el
Liszt que se descubre en él. Para empezar sobre el contexto de cada obra.
Después he escuchado con atención tu disco. También, con lápiz y papel.
Todas las obras son del Liszt de los últimos años, excepto la primera
“Apariciones” que está compuesta en 1834, apenas 7 años después de la muerte de
Beethoven. En esta obra creo ver reminiscencias de Beethoven, no sé si muy
tardío.
. 2 “Romance Olvidado”. Con esta obra comienzo a sentir lo que será una
constante en el CD: los silencios de Liszt que volveré a encontrar en
“Devoción”, en la “Canción de Cuna”, “En la tumba de Wagner” … Estos silencios
me evocan los vacíos de Oteiza. El silencio en las palabras y el vacío en la
escultura son espacios en los que se manifiesta la Transcendencia, lo más
profundo de cada ser humano, tan presente en los últimos años de Liszt y que se
refleja en este CD.
.3 “Preguntas y respuestas de un Insomne”. Es la búsqueda, la duda, la
palpitación de quien se pregunta por el sentido de su vida que le impide
conciliar el sueño. ¡Cómo me veo retratado en esta obra!
.4 “La celda de Nonnenwert”. Es un monasterio, en la mitad de un islote en
el rio, donde pasó sus veranos Liszt con su primer amor Marie d´Angoult los
años 1842, 1843. Pero no creo que esté escrito entonces, pues la obra es una
meditación al final de su vida cuando decidió entrar en las órdenes. A mí me
lleva a la parte central del inmenso adagio del Hammerklavier de Beethoven.
. 5. “Elegia 2”.
Es un lamento por la muerte de ser querido. ¿En quien estaría pensando Liszt en
1877 al escribir esta obra? ¿Estaría
pensando en su nieta Daniela von Bülow, primera hija de Hans von Bülow y su hija
Cósima, a quien también dedicó, como indico arriba, la primera de las
obras del Tercero de los Años de peregrinación, A Angelus!
Prière aux Anges Gardiens (¡Ángelus!
Oración a los Ángeles Guardianes, escrito también en 1877)?
.6
Devoción. De la misma factura que la anterior, y del mismo año, interpretada
casi sin interrupción
7.
“Canción de cuna” Escrita en 1881, cuatro años antes de su muerte, me pregunto
también en quien estaría pensando Liszt al escribirla.
8. “En la tumba de Wagner”. Es otra elegia. Música grave, sincopada, llena
de silencios, escrita en 1883, año del fallecimiento de Wagner. ¿Puedo decir
que algunas notas me llevan al inicio del Grial del inmenso final (40 minutos)
del primer Acto de Parsifal?
9. “Resignación” Otra meditación que lleva al último Beethoven.
10. "En la fiesta de la transfiguración de nuestro
señor Jesus Cristo". Ya he dicho que, en mi primera escucha, señalé a Josu
que no veía ninguna fiesta en esta obra. Claro. Es también una meditación, una
meditación que me hace pensar en el mundo zen, en el rosario cristiano y en
Webern pues los casi seis minutos de la obra son un obstinato de cuatro notas,
incansablemente repetidas, pero no idénticas. Es una obra que transmite
serenidad y paz para dar paso, casi sin interrupción a la última obra del CD,
11. Nubes grises. No entiendo el título de la obra que no tiene nada de
gris. Hasta he percibido en algún momento, junto a la primera obra de 1834,
algo, hasta de juguetón, aun dentro del intimismo, si se me permite el
atrevimiento. La obra concluye y, con ella el disco, con dos acordes
ascendentes que se abren al infinito. Magistral cierre del disco.
El CD mantiene una unidad evidente: el Liszt más espiritual, intimista,
profundo, ya en el ocaso de su vida. La escucha del disco de una sentada exige,
imperativamente a mi juicio, adoptar una actitud próxima al espacio
psicoanalítico, un dejar que la música penetre en tu interior, sin trabas.
Dejarte llevar por la emoción, por los sentidos. Después vendrá la reflexión
intelectual a la que se presta, - ¡de qué manera! - esta música y este CD. Aquí
también vale aquello de la escolástica de que “nada hay en el intelecto que antes
no hubiera pasado por los sentidos”. Y eso es lo que nos hace sentir Josu
Okiñena con este extraordinario CD. Gracias Josu y gracias a Sony por grabarlo
y difundirlo.
Donostia 11 de agosto de 2020
Javier Elzo
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