Llamativos elogios ante un artículo mío
Creo que es la primera vez que me sucede. Un artículo mío,
publicado en “El Correo) y que reproduzco aquí abajo fue objeto, que yo haya
constatado, de dos recensiones elogiosas, por dos publicaciones de color político
antagónico: “esdiario” muy de izquierdas y “periodista digital” muy de derechas.
Y ambos con un argumento similar: yo habría “desmontado” o realizado un “magistral
repaso” a la “farsa de Sánchez” cuando anunció las elecciones del 28 de abril. Si
leen mi texto, verán que digo bastantes más cosas. Pero ser objeto de elogios
por de derecha extrema y la izquierda extrema por un mismo texto, y con similar
argumento, no recuerdo que me haya sucedido nunca. No se si debo preocuparme
por ello.
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Una rectificación necesaria:
Un amigo me envía un tuit en el que me señala que confundo “esdiario”
con “eldiario.es” y que el que yo cito, “esdiario”, no es de izquierdas. Le agradecí
su puntualización y le contesté diciendo que, en realidad, fue una tercera
persona quien me señaló que mi artículo había sido elogiado por dos extremos
del arco político. Como no acostumbro a leer los diarios mentados lo di por
bueno, sin comprobarlo. Ahora compruebo que los dos periódicos que me elogiaron
son de derechas. Ruego disculpas a los lectores del blog.
No sé si debo preocuparme más o menos que antes, pero quien
lea mi texto comprobará fácilmente que su objetivo no se centra en criticar a Sánchez.
También hablo del PP, del PNV….Decida el lector
JE el 09/03/19
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Mi artículo:
ESTO NO ES SERIO
Si la soberanía reside
de verdad en el pueblo, hay que respetarla. La inestable coalición que tumbó a
Rajoy por el 'caso Gürtel' se ha roto en una España polarizada
Catedrático emérito de Sociología de la Universidad de
Deusto
“El Correo” 19 febrero 2019
En una comparecencia que fue un ejercicio de autobombo con las realizaciones
de sus meses de Gobierno, continuas puyas contra la oposición y un primer y
repetitivo mitin electoral, el presidente Pedro Sánchez anunció la fecha del 28
de abril para las próximas elecciones generales. Lo que, más allá de la fecha,
no debe suponer sorpresa alguna. Llegó al poder por una moción de censura
auspiciada por una coalición de partidos más que heterogénea y anunció que
convocaría pronto elecciones, aunque sin decir cuándo. Y ahora se ha visto
forzado porque la inestable coalición se ha roto. Hay que hacer un poco de
historia de estos últimos meses. Lo haré apoyándome, en parte, en el PNV.
«El PNV salva la legislatura a Rajoy a cambio de una subida de todas las
pensiones», titula EL CORREO el 26 abril 2018. Además, consigue más inversiones
para Euskadi y la promesa de Rajoy de que habría diálogo político en Catalunya
cuando se levantase el 155. Pero, un mes después, leemos: «El PNV sentencia a
Rajoy» (otro titular de EL CORREO, este del 1 de junio 2018). Y los dos
titulares son exactos. Es el PNV quien, acomodándose a diferentes situaciones
(lo propio de David frente a Goliat), cambió y, sumados sus votos a los de los
demás, salvó en un momento a Rajoy y lo sentenció un mes después. ¿Qué había
pasado entre tanto? La sentencia sobre Gürtel en la que la Audiencia Nacional
determinó por 2 a 1 -dos de los tres jueces de la Sala- que Mariano Rajoy,
junto a otros miembros del Partido Popular, no fue lo «suficientemente creíble»
en su declaración como testigo en el juicio.
Me detengo en este punto para manifestar mi sorpresa democrática, por
decirlo así, dado el gigantesco poder que hemos concedido a los magistrados,
cuya competencia y honestidad no pongo en absoluto en duda, aunque muchas veces
difieren en sus decisiones. Recuérdese, por ejemplo, cómo el Tribunal
Constitucional anuló en junio de 2012, por seis votos a cinco, la sentencia del
Supremo de marzo de 2010 que, por nueve votos a siete, había prohibido la
inscripción de Sortu en el registro de partidos con las consecuencias políticas
consiguientes. Al final, decía, los magistrados tienen más poder que el pueblo
soberano.
Rajoy era presidente porque, tras unas elecciones, consiguió el apoyo de la
Cámara de los representantes del pueblo pretendidamente soberano. Pero soberano
de verdad, es el juez. (¿Hay que poner ejemplos?). No digo que un presidente de
Gobierno democráticamente elegido sea inmune a la Justicia. Solamente digo que,
a veces, hasta un solo juez, con sus decisiones, puede más que cientos de miles
de personas con sus votos. Y el presidente de Gobierno ha de sufrir el
veredicto de las urnas, del pueblo soberano, cada cuatro años. Un magistrado
no. Solamente, y si es el caso, el de otro magistrado.
El hecho es que, tras la decisión, dos a uno, sobre el 'caso Gürtel', se
impulsó una moción de censura cuyo objetivo era, simplemente, echar a Rajoy. La
aritmética exigía los cinco votos del PNV y, tras mil y una cábalas, este se
adhirió a aquel conglomerado heterogéneo de opciones políticas que no tenía un
proyecto común de Gobierno. La ejecutiva del PNV se explicó diciendo que ya no
había estabilidad para el Gobierno del PP por la «amplísima mayoría de
oposición» que, más pronto que tarde, acabaría tumbando a Rajoy. Además, había
obtenido promesas de calado de Sánchez (transferir, tras 38 años de demora, ¡38
años!, las competencias pendientes del Estatuto de Gernika) y temía que si
Ciudadanos llegaba al poder, como aventuraban entonces algunas encuestas,
quitaría a Euskadi si pudiera las competencias que ya tiene transferidas,
empezando por la educación. Y que el partido de Albert Rivera pelearía a muerte
para tumbar el Concierto Económico, la joya de la corona de la autonomía vasca.
Ahora, todo eso está en el aire.
Pues bien, el miércoles pasado todo esto se derrumbó, auspiciado por otra
coalición, tan heterogénea como la que tumbó a Rajoy y ahora ha tumbado a
Sánchez. Además, en pleno macrojuicio del 'procés', del que no veo qué puede
salir de positivo para la gobernanza de España o de Catalunya. Una España que,
lo vengo repitiendo, estará jurídicamente unida -el ministerio fiscal repitió
en el juicio del 'procés' el mantra inexacto de que la soberanía reside
exclusivamente en el Parlamento español-, pero España está emocionalmente
desmembrada con una extrema polarización de personas. Por un lado, están
quienes necesitan actos de afirmación nacional con profusión de banderas
rojigualdas y discursos explosivos (Casado ha logrado que se añore a Rajoy) y,
en el otro polo, están otros ciudadanos del Estado español que no quieren saber
nada de decirse españoles. No se sienten, en absoluto, españoles.
Todo esto no es serio. Si la soberanía reside de verdad en el pueblo, hay
que respetarla. Una decisión de la Justicia que divide al propio tribunal, y
menos aún una moción de censura sin proyecto político compartido, no justifican
derrocar a un presidente democráticamente elegido -aunque no con mi voto- que
debía presentarse al veredicto popular año y medio después.
Esto no es serio, repito. Así se entiende el creciente desapego de la
población hacia la política y la emergencia de partidos extremistas de todo
color político.
Javier Elzo
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