Un
thriller socio-religioso del siglo XVIII y su inversión en el XXI
En el azar
de mis actuales lecturas me he sumergido en un thriller socio-religioso de
altos vuelos entre el jesuita aragonés Baltasar Gracián y el francés Jansenio,
este último con su corte de seguidores como Port Royal, e incluso el Pascal de
“Las Cartas Provinciales”, thriller que se mantiene en nuestros días solo que, con
un giro, o inversión, que cabe etiquetar de copernicano. El autor del thriller
es Marc Fumaroli, en su publicación “La extraordinaria difusión del arte de
la prudencia en Europa. El ´Oráculo manual´ de Baltasar Gracián entre los
siglos XVII y XX”, Acantilado 2019. 178 páginas.
La trama
del thriller reside en saber si el cristiano, para serlo de verdad, debe
componérselas con la realidad circundante, aun sin diluirse en ella y
manteniendo su identidad, o, para no perderla, debe encerrarse en su mismidad,
portadora de la única verdad, y situarse adoptar ante el mundo circundante con
una actitud contracultural, dada la maldad reinante en el mundo.
La
cuestión a dilucidad es esta: ¿cómo vivir en el siglo con honor y felicidad sin
dejarse corromper y engañar por él? En el Oráculo manual Gracián apela
al puñado de generosos que podrían dar testimonio a favor de la concordancia de
la naturaleza y de la gracia, mientras que Pascal apelará al puñado de “libertinos”
(“libertinos creyentes” los denominaría yo) convertidos al agustinismo de Port
Royal, invitándoles a apostar por la gracia de Dios, la única capaz de
decidirse por el bien y la salvación. Pascal hace un principio de conversión y
de ruptura interior con el mundo civil y político, con Civitas Diaboli
de San Agustín pues, tal ciudad, es obra de unos hombres pecadores, sea cual
sea la forma institucional que ella adopte.
Gracián,
por el contrario, (más allá de los jansenistas y de Maquiavelo, en otro
registro) hace de este mundo civil, cuyas bajezas, e incluso ruindades, sondea,
cuya perfidia desvela, la arena propiamente humana, entre tierra y cielo, dónde
es puesto a prueba el temple de alma de los escasos mejores, la cuerda floja en
que la virtud de los seres superiores, siempre en peligro de sucumbir, no
avanza si no es con mucha prudencia, constancia, mérito y gracia hacia la
gloria personal, e incluso la santidad.
En el Oráculo
manual de 1647, que con la traducción al francés por Amelot con el título
de L´Homme de Cour, en 1684, lo extendió por toda Europa, nos
encontramos con “uno de los más atrevidos esfuerzos que se han intentado para
enseñar a los laicos católicos cómo su ´tipo ideal´ puede atravesar en la
práctica, singular e indemne, con estilo, el mundo civil, común y vil, de los
modernos, y cómo, por medio del ejercicio ingenioso y victorioso de su libertad,
puede hacerse digno burlando eventualmente al Demonio con sus propias armas”.
(Fumaroli pp, 43-44)
En los
tiempos de Gracián todavía era dominante la era de la cristiandad e incluso
quienes, con la Ilustración y más (en Francia con Voltaire a la cabeza) ya
trataban de superarla en pro de la autonomía humana, en nuestros días, ya a
punto de concluir la segunda década del siglo XXI, las tornas han cambiado.
Vivimos en los estertores de la era de la cristiandad, la era secular se ha
extendido (particularmente por Europa) y, aunque ya apunta y emerge la era
post-secular, la idea dominante es la del derrumbe de la cristiandad (en
realidad de lo religioso y divino) y el apuntalamiento de la era secular como
el pensamiento “políticamente correcto”. Basta asomarse a los medios de
comunicación social, prensa, radio, TV y redes sociales, para constatarlo.
Roberto
Calasso en su excepcional “La actualidad innombrable “, (Anagrama 2018), a
quien sigo en estas líneas lo dice así: “La sociedad secular, sin necesidad de
proclamas, se convirtió en el siglo XX, en el último cuadro de referencia para
todo significado. La búsqueda de significados debiera limitarse al seno de la
propia sociedad. Así nace y se postula el Homo
saecularis que habla con muchas voces, con frecuencia divergentes. La que
se hace oír principalmente es progresista y humanitaria. Aplica preceptos de
herencia cristiana reblandecidos y edulcorados. Mezcla tibia y pálida, se
combina, en sentido inverso, con el movimiento en curso en la propia Iglesia,
que busca parecerse cada vez más a una entidad asistencial. El resultado es que
los secularistas hablan con una contrición propia de eclesiásticos a la vez que
los eclesiásticos quisieran hacerse pasar por profesores de sociología” (p. 21).
Así pasamos de la secularidad como fenómeno sociológico al secularismo como
principio fundante de la alta modernidad.
De nuevo
Calasso: “El secularismo se define por vía negativa, ya que ignora y excluye de
sí lo divino, lo sagrado, los dioses o el único dios. Una vez hecha esta recisión,
todo puede ser excluido en el secularismo. Existe una forma eminente de este,
que se distingue y quiere distinguirse claramente de todas las demás. Es el secularismo humanista, una modalidad del
pensamiento que se ajusta a sus principios en grado no menor que las religiones
precedentes. Responde de su fidelidad no ya a seres trascendentes, sino a un
ente definido como humanidad. Por
ello se siente en el deber, según Charles Taylor, que dedico a la Era secular cerca de un millar de
páginas, de favorecer la “prosperidad”. Términos que, sin embargo, tienen un
significado unívoco solo en relación con el producto interior bruto” (p. 45).
Pues, añado yo, en todos los demás, el término “prosperidad” es polisémico.
En la
actualidad, el desafío ya no reside en cómo ser moderno y autónomo como se
planteaba en la era de la cristiandad, sino, bien al contrario, en cómo ser
religioso en la era secular. Pues en la era secular se ha llegado al culmen de
la razón y de autonomía humana. Lo dice el sociólogo catalán Salvador Giner, en
un excelente libro, “El porvenir de la religión”. (Herder, Barcelona 2016), 160
páginas muy respetuosas con las creencias religiosas, donde tras señalar que “el
avance del humanismo laico como parte esencial de la cultura y los valores de
la modernidad es imperativo” (p. 100) sostiene esta afirmación: “Con toda
sencillez, a quienes piensen que algo más grandioso, profundo y eficaz que el
humanismo laico será la salvación les corresponde en puridad demostrarlo. No a quienes
confían cautamente en él, así como en la ciencia, la racionalidad y la
naturaleza como únicas soluciones para la superación común de nuestros males”
(P. 104)
Como se
ve, tanto en la era de la cristiandad, como en la actual, que yo etiqueto de
secular y, ya, post secular, el dilema se mantiene como si dos entidades
opuestas fueran: el mundo secular y el mundo religioso o trascendente. Tanto en
siglo XVIII como en el XXI, el thriller se mantiene entre dos planteamientos
opuestos, aunque en contextos muy diferentes. Por un lado, nos encontramos con
los puristas, quienes defienden sea la sola trascendencia sea la sola laicidad
o secularidad, convertida en secularismo. En siglo XVIII, limitándonos a los
miembros de nuestro thriller, Jansenio o Pascal (sin olvidar a Maquiavelo en
otro registro), frente a Gracián. En el siglo XXI, no le costara al lector
poner nombre a personas, entidades, medios de comunicación etc., defensores de
un cristianismo contracultural, falsamente salvador de nada, así como laicistas
y secularistas que abogan por la exclusión sociocultural de lo religioso,
cuando no su esperada (aunque resiliente) desaparición como residuo de un
tiempo ya superado.
Por el
otro lado, estamos los que pensamos que hay que vivir en la pluralidad de lo
sagrado y lo profano, tanto en la vida personal como en la colectiva, en la
vida cotidiana como en los proyectos vitales, reconociendo, con Schutz, la
tesis de las realidades múltiples, tan bien expuesta y aplicada al ámbito
religioso por Peter Berger. Lo explicito, en mi libro “Morir para renacer”, San
Pablo, 2017, ver pp. 74 y ss. Además, si desterramos los purismos, hermanos de
los fanatismos, tanto religiosos como seculares, y superamos las falacias y
comodidades del pensamiento binario, el thriller puede concluir con un final
feliz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario