Sobre la secularización y más
Prólogo
(Al libro de Félix
Garitano, “25 años de vida parroquial. Una lectura pastoral a partir de la
experiencia llevada a cabo en la parroquia de San Vicente de Donostia
(1990-2015). Editado por Mensajero 2018, Bilbao 270 páginas)
La lectura de este trabajo de Felix Garitano, párroco de San
Vicente, en la Parte Vieja donostiarra durante 25 años (1990-2015), interpela,
no solamente a los que, como es mi caso, lo tuvimos de párroco durante esos
años, sino también a la comunidad eclesial (no solamente a la próxima de la
Parte Vieja, de Donostia o Gipuzkoa), así como a la ciudadanía que tenga alguna
inquietud por el desarrollo integral de las personas. El libro se centra,
ciertamente, como reza su sub-título, en la “lectura pastoral a partir de la
experiencia llevada a cabo en la parroquia de San Vicente” pero, la dimensión
de su autor, muchos años responsable de catequesis de adultos en España, su
formación internacional y la dimensión social de su actuar, en base a la
caridad cristiana, abre el interés de esta publicación, lo diría con las
palabras del papa Juan, a todos los hombres de buena voluntad. Lógicamente, se
sentirán en mayor grado concernidos quienes hayan estado más cerca de su
trabajo, sea físicamente, sea en el campo religioso, particularmente en el de
la pastoral. Pero, tanto los pastoralistas y las personas con inquietudes religiosas,
así como los ciudadanos que se pregunten qué papel puede, o debe, jugar la
dimensión religiosa en general, y una parroquia más en particular en el devenir
de una sociedad, encontrarán en este texto material para la reflexión.
Probablemente mi doble condición de parroquiano creyente de
San Vicente y de sociólogo, le han impulsado a pedirme que escriba estas líneas,
como prólogo a su libro. ¿En virtud de qué condición he leído el trabajo de
Garitano y, en consecuencia, desde que perspectiva lo prologo aquí? ¿desde la
del creyente o desde la del sociólogo? Personalmente, desde hace mucho tiempo,
sostengo que la fe, y en particular la ciencia teológica, por un lado y las
ciencias sociales (las ciencias en general), por el otro, tienen sus reglas de
juego, su autonomía propia pero no conforman dos comportamientos estancos. La
teología y la fe no pueden desprenderse, en sus formulaciones, del contexto sociocultural
en que nacieron y en la lectura que se hace de las mismas en los espacios donde
y cuando se leen. Así mismo, una sociología del hecho religioso no puede no
tener en cuenta las formulaciones teológicas que se proponen en el diálogo
intelectual, en las propuestas a los creyentes y en la lectura que estos hacen
de las mismas. Pero más aún. Un sociólogo (o un científico social) que se diga
creyente, no puede situarse, a veces como sociólogo, a veces como creyente, en
su despacho de trabajo como sociólogo, los domingos en la eucaristía como
creyente. Lo voy a decir con las palabras de Daniele Hervieu-Léger, socióloga
francesa con quien tuve el gran placer de trabajar, en un demasiado breve
periodo de mi vida. Dice Daniele que “como científica, mi ambición es la de
reducir la experiencia religiosa a un mecanismo social. Pero tropiezo siempre
con el tope de mi fe (“je me heurte
toujours au boutoir de ma propre foi”), que la sola sociología no puede
explicar. Luego, me he visto obligada a reconocer que yo soy socióloga de las
religiones y creyente. La cuestión no es tan paradoxal como parece. La fe, como
la sociología, es un deambular crítico. Los dos abordajes son compatibles, cada
uno puede dar sentido al otro. Creer es liberarse sin cesar de las ilusiones
religiosas, esto es, no confundir nuestras imágenes de Dios con Dios mismo”[1].
Hay que subrayar la idea de que el abordaje crítico, con las
armas de la razón y de la experimentación, personal y participada, es válido y
necesario tanto para la fe como la ciencia. En los dos campos es legítimo el
abordaje científico, en cuanto no solamente (aunque también) va depurando las
ilusiones que la historia, personal y colectiva, han depositado sobre la verdad
religiosa o la empírica, sino también porque, como ya dijera Newman, yo
solamente puedo pensar con mi cabeza como solamente puedo respirar con mis
pulmones. De Dios solamente puedo hablar con lo que mi cabeza y mi experiencia
vital me den. Exactamente igual que un científico en su laboratorio. Es cierto que
el científico “toca”, “mide”, “cuantifica” lo que experimenta. Esa es su fuerza
y su limitación pues la realidad no se agota en lo que se puede tocar, medir,
cuantificar etc. Por eso está en el ADN del pensamiento científico, digno de
ser entendido como tal, su carácter temporal, parcial hasta que otra
investigación, otra teoría (pensamiento) infirme, supere, matice, rechace etc.,
la verdad científica del momento. Lo mismo sucede, o debiera suceder, como
método de aproximación, como abordaje, en el conocimiento religioso. ¿Es que no
sabemos hoy que Pablo estaba equivocado cuando pensaba próxima la venida del
Señor? Y, ¿quizás el mismo Jesús?, se preguntan algunos estudiosos del Jesús de
la historia.
Es desde esta visión de las cosas que he leído este libro de
Garitano como lo hago habitualmente con los libros de ensayo, con todos los
libros de ensayo, sean del ámbito que sean. No hago nada extraordinario con
este planteamiento, aunque a veces, no pocos lo olvidan. Pero no así, Félix
Garitano quien, constantemente, a lo largo de trabajo trata de poner en
relación el mundo de hoy, y de forma particular el fenómeno de la
secularización en nuestos ámbitos, con su experiencia en San Vicente (la
primera parte de su trabajo), el análisis crítico que realiza de las mismas (la
segunda parte) y el excelente ejercicio de prospectiva que realiza en el
tercero. Es lo que cabe denominar la historicidad de la fe. Y no solamente de
la fe, sino también de la esperanza y de la acción caritativa, de la acción sin
adjetivos del cristiano que, o es caridad o no es acción cristiana.
Un texto de Joseph
Ratzinger de hace más de cuarenta años.
Avanzado ya el texto, al inicio de la tercera parte del
libro, Garitano cita un texto premonitorio escrito por el teólogo Ratzinger y que
enmarca muy bien todo este trabajo en su dimensión histórica. Lo traigo aquí
aun algo más extenso de lo que lleva Garitano al cuerpo de este libro.
Hace 50 años, el año 1968, el teólogo Ratzinger refiriéndose a la
Iglesia Católica, pronosticaba que “se hará pequeña, tendrá que empezar todo
desde el principio. Ya
no podrá llenar muchos de los edificios construidos en una coyuntura más
favorable. Perderá
adeptos, y con ellos muchos de sus privilegios en la sociedad. Se presentará,
de un modo mucho más intenso que hasta ahora, como la comunidad de la libre
voluntad, a la que sólo se puede acceder a través de una decisión.
Como pequeña comunidad, reclamará con mucha más fuerza la iniciativa de cada
uno de sus miembros. Ciertamente conocerá también nuevas formas ministeriales y ordenará sacerdotes a cristianos probados que sigan ejerciendo su profesión: en muchas comunidades más pequeñas y en grupos sociales homogéneos la pastoral se ejercerá normalmente de este modo. Junto a estas formas seguirá siendo indispensable el sacerdote dedicado por entero al ejercicio del ministerio como hasta ahora.
Será una Iglesia interiorizada, que no suspira por su mandato político y no flirtea con la izquierda ni con la derecha. Le resultará muy difícil. En efecto, el proceso de la cristalización y la clarificación le costará también muchas fuerzas preciosas. La hará pobre, la convertirá en una Iglesia de los pequeños. El proceso resultará aún más difícil porque habrá que eliminar tanto la estrechez de miras sectaria como la voluntariedad envalentonada. Se puede prever que todo esto requerirá tiempo.
A mí me parece seguro que a la Iglesia le aguardan tiempos muy difíciles. Su verdadera crisis apenas ha comenzado todavía. Hay que contar con fuertes sacudidas. Pero yo estoy también totalmente seguro de lo que permanecerá al final: no la Iglesia del culto político, ya exánime, sino la Iglesia de la fe. Ciertamente ya no será nunca más la fuerza dominante en la sociedad en la medida en que lo era hasta hace poco tiempo. Pero florecerá de nuevo y se hará visible a los seres humanos como la patria que les da vida y esperanza más allá de la muerte”[2].
Hasta aquí Ratzinger. Preparando este prólogo, leo (en Le Monde del 23/02/18) unas reflexiones del gran filósofo agnóstico, Jürgen Habermas, quién mantuvo hace años un muy celebrado dialogo con Joseph Ratzinger, estas palabras: “mientras la religión continúe siendo una forma actual del espíritu, representa un aguijón plantado en la carne de la modernidad. Modernidad que no debe perder su tonicidad y su vigor para trascender lo que existe”. El mismo Habermas ya había escrito años antes que “la esperanza perdida de la resurrección se siente a menudo como un gran vacío”. Estamos aquí, a mi juicio, en uno de los puntos neurálgicos del papel de la religión en lo que cabe denominar la era post-secular, cuando ya estamos, también, dejando atrás la era de cristiandad. Pero, detengámonos antes en otros aspectos de la reflexión de Felix Garitano, antes de volver, más adelante, al tema de la secularización.
Un pastor, dentro y
fuera de los muros de San Vicente.
Felix Garitano es un experto en pastoral, particularmente en
la pastoral de adultos. De ahí que en gran parte de este libro haya constantes
referencia a la dimensión pastoral, del presbítero sí, pero de los laicos y de
toda la Iglesia también. Con reflexiones de cariz teórico, así cuando apunta a
las tres etapas de la evangelización en la primera parte del libro, como las de
carácter más práctico, aunque siempre desde una perspectiva de lograr, de
entrada, alumbrar la llama de la fe, procurar que no se apague por el paso del
tiempo, y avanzar en su profundización para que los feligreses sean cristianos
de fe adulta. Todo el libro está jalonado de ideas, propuestas, elementos de
reflexión, de juicio crítico también al hablar del bautismo, de las bodas, los
funerales y sobre todo de la eucaristía, de la celebración de la eucaristía.
Los que hemos la hemos vivido durante sus 25 años en San Vicente, hemos sido
testigos de su esfuerzo continuado para que las misas fueran, de verdad
comunitarias, que superaran el aburrimiento de la cansina repetición,
celebraciones vivas y vividas.
Quiero señalar también, lo que llama Garitano “servicios de
caridad”. Así ayudas reales a inmigrantes, sea directamente, sea via Caritas,
en la legalización de su situación, en la búsqueda de trabajo, ayuda económica,
también liberando espacios para acogerlos y para que pudieran encontrarse, etc.
También en la atención a personas mayores o necesitadas en el barrio (aún recuerdo
un trabajo promovido por él mismo para detectar cuantas personas sin recursos
había en la Parte Vieja); atención a los enfermos, pastoral carcelaria, sin
olvidar un ropero parroquial que, a lo que parece, cumplía una función más
importante de lo que cabría esperar, de entrada. Sí, la acción pastoral no se
limitaba exclusivamente a la iniciación cristiana, a la pastoral de jóvenes y
adultos, a la vida cultual y sacramental sino también a la acción caritativa.
Como no podía, ni debía, ser de otra manera.
Otro aspecto muy destacado en su labor es la pastoral con
los jóvenes que muestro más abajo. Pero Garitano se da de bruces con la
realidad de una galopante secularización
El desafío de la
secularización
Es uno de los temas que recorre la totalidad de este libro.
Cuando a lo largo del trabajo, da cuenta su autor, en varios momentos, de que
los frutos de sus experiencias pastorales han quedado muy por debajo de las
expectativas iniciales, mira como telón de fondo, el fenómeno de la secularización,
aunque a veces también da cuenta de realidades más pedestres. Las distancias
generacionales, por ejemplo, cuando los más jóvenes proponen modificaciones que
chocan con lo que piensan los que llevan años en el oficio. O, cuando hay que
aunar e impulsar una acción conjunta, como la “Unidad Pastoral Urgull” ejemplo
donde los haya de adaptación a la realidad secular…y al descenso y
envejecimiento de las vocaciones sacerdotales y religiosas. También las
dificultades en la formación de los monitores del tiempo libre, ahogados por el
día a día de su vida familiar, estudiantil o laboral etc., etc.
Voy a trasladar aquí, a título de ejemplo, lo que leemos ya
muy avanzado el texto, en la tercera parte, escribiendo sobre la renovación en
el modelo de iniciación cristiana estas líneas que muestran al pastor, al
párroco, en su humanidad más radical: “vistos los resultados actuales en la
iniciación de niños y adolescentes, uno tiende a pensar, bien que no hemos
acertado en nuestro objetivo, bien que es un modelo pensado para otro tiempo,
no adecuado para el momento actual, bien que lo que hoy y en este entorno
podemos pedir con realismo a una iniciación debe ser muy poco, comenzar a
caminar poco a poco…La verdad es que un esfuerzo tan grande no parece generar
hombres y mujeres que aseguren una vivencia de fe, no configura apenas una
identidad cristiana en quienes han acudido a nuestros centros parroquiales. Es
duro escuchar que la Primera Comunión o la Confirmación vienen a ser en muchos
casos la despedida de la comunidad cristiana, al menos hasta…”
“Al menos hasta” …, pues en la página siguiente se rehace el
pastor, y escribe Félix, que aun siendo posible que “quien lea estas líneas
pueda pensar que no valoro en nada el esfuerzo realizado en nuestras
parroquias” se equivoca. “Nada de eso”, añade. Y vuelve a Francia, donde cursó
parte de sus estudios, y nos advierte de que “hay en estos momentos, en Francia,
un movimiento de gran convocatoria pastoral, ´les recommencents” (los que
recomienzan), hombres y mujeres de los 50 años que ansían recuperar las raíces
de una fe que habían abandonado hace tiempo”.
Pero en el fondo estamos frente a un cambio de era, es la
muerte de una iglesia que vive los estertores del estado de cristiandad,
inmersa en el proceso de secularización, aunque algunos pensamos que estamos ya
en los comienzos, ya algo avanzados, de la era postmoderna, la era de la
sociedad global y plural que exigirá, exige ya, otra Iglesia y otra forma de
entender y vivir la fe. Pero a todos nos resulta más fácil ver lo que fenece que
lo amanece. Otear la aurora, que decía Jean Delumeau en una de sus
publicaciones, con los casi 90 años a cuestas, no es tarea fácil.
En varios, bastantes, momentos del texto de Garitano se hace
referencia al avance de la secularización y el efecto que tiene, en la
religiosidad de los feligreses, sin olvidar a los propios sacerdotes. Así
cuando escribe que “tampoco es fácil para los presbíteros y sus colaboradores
mantener un buen nivel de ilusión, dado que la celebración eucarística es (“era”,
más bien, pues se refiere a finales del siglo pasado) la tercera o cuarta de
ese fin de semana, son ya muchos los años que lleva animando ese grupo humano,
y va palpando claramente que el interés por la celebración va descendiendo
alarmantemente entre la feligresía”. Al pasar los años, Garitano percibe cómo
el proceso de secularización se va afirmando en su labor pastoral. Incluso lo
percibe en su entorno más próximo. Escribe que “en los años 2000 y sobre todo a
partir del 2010 cambió fuertemente el clima religioso en el entorno de nuestra
ciudad; ya era muy difícil ver a un joven en nuestras celebraciones, incluso a
unos pequeños niños. Los monitores del Tiempo Libre, una actividad en la que
palpábamos también un descenso de participantes, propusieron acertadamente, a
comienzos de 2010, hacer un proyecto educativo, ´las actividades que
programamos tienen que responder a un proyecto asumido por todos´. Cuando el
proyecto llegó a la cuarta parte, ´una actividad de inspiración cristiana´, los
monitores tuvieron la elegancia de decírmelo con toda sinceridad que ellos no
podían asumir ese proyecto pues se consideraban agnósticos en su mayoría, no
querían engañar a los padres, a la comunidad cristiana”. Tras varias reuniones,
en un ambiente de amistad y respeto mutuo, los monitores abandonaron el
proyecto. “Ahí terminó prácticamente, concluye Garitano, el ´Xirimiri´, una
actividad del Tiempo libre que mirado en su totalidad fue positivo”.
¿Cómo se ha llegado
hasta aquí?
Mi lectura del libro de Felix Garitano ha coincidido, entre
otras, con la de otra publicación, editada en febrero de este año 2018, del
historiador Guillaume Cuchet y lleva por título “Comment notre monde a cessé d´être chrétien. Anatomie d´un effondrement”
(“Como nuestro mundo ha dejado de ser cristiano. Anatomía de un derrumbe”),
Seuil Paris 2018. Con las lecturas de ambos trabajos, y algunos más, aliñadas
con mis reflexiones, entendiendo el lógico papel que Garitano le concede al
proceso de secularización, presento a continuación, un avance de cómo veo yo la
cuestión de la secularización, de cómo explicar lo que tantos dolores de cabeza
ha provocado en Felix Garitano, avance que quizá dé lugar a otra reflexión más
extensa por mi parte. ¿Dónde mejor que este libro de mi párroco durante 25 años
para ofrecer estas primeras ideas, obviamente, esquemáticas?
La tesis de fondo del historiador francés, con gran detalle de
datos, viene a decir que más allá de mayo del 68 (fuera de la iglesia) y de
Humanae Vitae (dentro de la Iglesia), el Concilio Vaticano II es el factor
clave que ha desencadenado el
desplome del cristianismo en Francia. El término desencadenar es fundamental. No se trata de que el Concilio sea la
causa que haya generado el innegable derrumbe, tanto de las prácticas
religiosas como de la impronta del cristianismo en la gobernanza y en la vida
cotidiana de los franceses, cuanto factores externos e internos de la Iglesia
católica, de tal suerte que Concilio ha desencadenado un proceso que venía de
antes. De la Ilustración y de la Reforma de Lutero y Calvino, ciertamente y más
cerca, para Francia, de la Revolución francesa de 1789 y de la gran fractura
que ocasionó en la Iglesia de Francia.
En España, todo el siglo XX, las dos Repúblicas, el nacional
catolicismo del periodo franquista están detrás de la situación actual, que se
manifiesta hoy en día, con una sociedad muy dividida en el tema religioso,
entre un laicismo excluyente de lo religioso y los últimos, aunque recios
estertores, de la añoranza del estado de cristiandad. En el País Vasco, además
de todo lo anterior, hemos transitado, por decirlo rápido, de la afirmación de
que “ante Dios nunca serás héroe anónimo” del carlismo, al “Jaunkoikoa eta lege
zarra” del nacionalismo sabiniano, a la Euskadi atea de la izquierda abertzale,
entre la indiferencia de la mayoría de la población.
En mi opinión el tema de fondo, que sea Francia, España o
Euskadi, en todo el sur de Europa en general, es el derrumbe, no tanto del
cristianismo, sino del Estado de cristiandad, consecuencia, originariamente, de
la Ilustración. Apuntaría, además, de modo telegráfico, estas causas, razones o
motivos de este derrumbe, distinguiendo, argumentos extra-eclesiales e
intra-eclesiales.
Ad Extra de la Iglesia, en la sociedad en general.
-
La lectura de la ciencia como respuesta valida a
determinadas prácticas religiosas (por ejemplo, las rogativas) con efecto de
arrastre a otras cuestiones.
-
Una sociedad que está saliendo del estado de
cristiandad y que apuesta por una moral autónoma e individualista. Una sociedad
que se dice secular, pero secular de lo religioso cristiano, aceptando otras
sacralidades: políticas, deportivas, vestimentarias, alimenticias…
-
En Francia, y en España también, antes del
Vaticano II se vivió el boom demográfico lo que hizo que, en los años del
Concilio, y hasta una década después en España hubiera más niños y menores, lo
que hacía difícil percibir la caída de la práctica religiosa, ya evidente.
-
La transmisión familiar ha cambiado, básicamente
porque el principal agente de educación en la fe, la madre, como mujer, se ha
secularizado radicalmente.
-
Se viven grandes transformaciones en las uniones
familiares: en menos de veinte años hemos pasado, mayoritariamente, del
matrimonio canónico a las parejas de hecho.
-
Las relaciones sexuales más allá de la
reproducción son una realidad banal y cotidiana. Hay una reivindicación del eros,
por sí mismo. En ese contexto, Humanae Vitae resulta incomprensible.
-
Es capital tener en cuenta las diferencias
socioculturales en general y socio-religiosas en particular a la hora de
abordar la evolución de la religiosidad de la gente. Euskadi no es Andalucía,
ni Oyarzun Irún.
-
Mas allá de la infravaloración de la práctica
religiosa por parte de determinadas corrientes en alza en la Iglesia católica
dominante en los años del Concilio (lo que se olvida), también cambió la
significación social y sociológica de la práctica religiosa, en una sociedad
que se pretendía secular.
-
En ámbitos sociológicos, en muchos lugares de
España y Francia, se habla del catolicismo sociológico, un catolicismo de
herencia histórica, correspondiente a un momento en el que se era
“naturalmente” católico. Pero, ese momento ya es historia.
Ad Intra de la propia Iglesia
-
Una iglesia elitista cuando todavía era rural.
Minusvaloración de la religiosidad popular. Gran parte de la gente sencilla,
sin estudios, no se reconoce en la iglesia postconciliar. Tampoco la clase
media aburguesada.
-
Un Iglesia marcadamente clerical y masculina,
aun diciendo valorar al laico y a la mujer.
-
Infravaloración, por parte de la Iglesia, de las
prácticas religiosas y de la dimensión cultual de lo religioso, tras el
Vaticano II: la misa y la confesión, de entrada: no hace falta ir a misa pare
ser un buen cristiano, ni pasar por el confesonario. Después, de forma
sorpresiva, no pensada ni querida, y sin solución de continuidad, caída del
matrimonio religioso y del bautismo. Ahora quedan, a la baja también, los
funerales: el último bastión.
-
Una teología y unos lenguajes de otros tiempos y
contextos. Hoy obsoletos. Un Credo del siglo IV. Salmos de hace treinta y más
siglos. Textos ininteligibles para la gran mayoría de creyentes.
-
Dificultad de la generación del Concilio
Vaticano II en admitir que, al menos cronológicamente, haya coincidido con la
caída espectacular de las prácticas religiosas. Además, admitirlo supondría dar
la razón a la rama más conservadora y tradicional de la Iglesia que habría
quedado claramente en minoría en Vaticano II.
-
En algunos sectores y en algunos momentos en la
Iglesia se vivía, como una necesidad, de ocultación o, al menos, de no excesiva
visibilización de la matriz cristiana de determinadas obras, en cuya fuente u
origen estaba la Iglesia. Lo viví el año 1986 en el Congreso Mundial Vasco, en
la sección de drogodependencias, cuando un periodista nos preguntó por qué
ocultábamos que “Proyecto Hombre” había venido a Gipuzkoa de la mano de la
Iglesia, “Proyecto Hombre” que en su cuna estaba la figura de un sacerdote. La
argumentación era doble: la Iglesia no buscaba colgarse medallas, y, sobre
todo, en las obras de la iglesia no se hacía acepción de personas. Además,
visibilizar la marca iglesia en Proyecto Hombre podría retraer a posibles
drogodependientes no creyentes.
-
Este rasgo de ocultación, de retraimiento se ha
manifestado también en la dificultad para muchas personas de manifestar
públicamente sus convicciones religiosas o, más simplemente, de ser tenido por
católico. Todavía hoy en día, para muchos creyentes, es más fácil decirse
cristiano que católico. Por muchas razones o motivos. Su connotación de
retrogrado, en gran parte. Por considerar que se trata de algo íntimo y personal
que no debe porqué tener visibilidad social, aunque habrá menos dificultad, o
ninguna dificultad en decirse nacionalista, de izquierdas, progresista etc.,
etc. En otras palabras, ser católico no está en el aire del tiempo.
-
Etc., etc.
Un testimonio excepcional
Es en este marco, aquí muy sucintamente señalado, en el que
creo que cabe entender la situación que describe Felix Garitano en este libro
de su proceso en los veinticinco años de ejercicio pastoral en la parroquia de
San Vicente en la Parte Vieja donostiarra. La lectura de este libro resulta, a
la postre, un ejemplo de primer nivel de lo que ha sucedido, en la religiosidad
de gran parte del pueblo vasco en las últimas décadas. Contado, además, por un
protagonista de excepción, un presbítero enamorado de su labor sacerdotal y lo
hace en un lenguaje sincero, profundo, directo, barojiano, diría, de no andarse
por las ramas y de decir las cosas sin circunloquios. Estamos ante un
testimonio reflexivo de primera importancia. Para los que han trabajado con él,
ciertamente. Para la historia, también.
Así lo hace Garitano en la tercera parte de este trabajo en
un ejercicio crítico de los cambios y reformas necesarias “en” la Iglesia,
reformas “de” la iglesia, que detalla en lúcidas palabras cuando valora el
papel de laicado, el de la mujer en el ministerio pastoral, en el
reconocimiento del pluralismo reinante dentro y fuera de la Iglesia, en la
necesidad de cambiar el lenguaje religioso y adaptarle al mundo de hoy, etc.
También subraya la importancia de las primeras experiencias religiosas, ya
desde la infancia y, siempre, siempre, la imprescindible espiritualidad.
También hace alguna referencia a la música, aunque aquí me hubiera gustado que
no hubiera sido tan parco en este punto que es tan importante para él.
En fin, y para cerrar ya estas líneas, permítaseme que
recuerde el texto de Juan 12, 24: "En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no
cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto". Los
granos que has sembrado, Félix, no te quede duda, renacerán, aunque, es
probable, que por razón de edad tu no lo veas. Eskerrik asko, Félix.
Donostia 26 de febrero de 2018
Javier Elzo
[1]. Esta afirmación proviene de una entrevista en “La Vie ”, 19 de septiembre de
1996, recogida en un libro sumamente interesante, “Le gouvernement de l´Eglise
Catholique. Synodes et Exercice du Pouvoir”. Sous la direction de Jacques Palard.
Institut d´Études politiques de Bordeaux. Editions du Cerf. Paris 1997, página
19.
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